“Detrás de la apariencia de
brillante prosperidad que se vivía en Estados Unidos en los años veinte, se
encontraban ciertos aspectos negativos para la economía, los cuales no habían
sido percibidos por el gobierno ni por la entusiasmada sociedad urbana, o bien
se consideraron de escasa importancia.
La situación financiera. La crisis económica de los tiempos de
guerra y la subsecuente situación de posguerra crearon ciertas condiciones
desfavorables para la economía estadounidense. Al convertirse en país acreedor
de una Europa en guerra que entró después en un dificultoso período de
reconstrucción, Estados Unidos enfrentó el riesgo de que sus deudores no
pudieran cubrir el pago de los empréstitos; además, los enormes gastos de
guerra habían obligado a los gobiernos de los países beligerantes a decretar la
circulación forzosa de la moneda sin que estuviera apoyada en el patrón oro,
-que era la unidad común en el ámbito internacional- y sin que se respetara la
paridad con la moneda estadounidense, la cual seguía manteniendo su libre poder
de cambio. Cuando terminó la contienda no les fue posible volver a la
normalidad ni siquiera a los países europeos que tenían reservas en oro, porque
las monedas siguieron siendo débiles y sufrieron constantes devaluaciones.
Por tanto, a pesar de que la
guerra fue un gran factor de desarrollo económico para Estados Unidos, las
difíciles condiciones de los países capitalistas europeos crearon una
‘enfermedad monetaria’ que volvió muy frágil el sistema internacional de
cambio. Además, esa fragilidad se vio agravada por la abundancia de los
llamados capitales flotantes, cantidades de dinero que, ante la incertidumbre
monetaria, eran depositadas por sus poseedores a corto plazo en los bancos de
países considerados más seguros en aquellos momentos, como en el caso de la
banca estadounidense; pero ocurría que al darse una rápida retirada de esos
capitales, se ponía en serio peligro la estabilidad financiera de los países
donde habían sido depositados.
A esta crisis de la moneda, y del
intercambio internacional, se agregó un factor interno: la costumbre
generalizada, hacia 1928, dada la confianza que brindaba la manifiesta
prosperidad, de pedir dinero prestado a largo plazo para invertirlo en la
compra de acciones de la bolsa de valores. Dicha práctica atrajo a bancos e
instituciones comerciales que destinaron todo o gran parte de su dinero
circulante a especulaciones de este tipo, sin darse cuenta del peligro que esto
representaba hasta que se vieron en la necesidad –que muchos no pudieron satisfacer-
de retirar su dinero de la bolsa de valores cuando ésta ya no ofrecía
seguridad. En situación similar, se fueron haciendo comunes las ventas a
crédito, en un desordenado afán consumista por adquirir los novedosos artículos
que se ofrecían en el mercado para dar satisfacción a las necesidades creadas
por las presiones sociales de estatus para las nuevas clases medias en ascenso.
La crisis agraria. La agricultura sufrió graves dificultades en
casi todo el mundo a lo largo de los años veinte. Durante la guerra se redujo
considerablemente la producción de trigo en Europa, con el consecuente aumento
en el precio mundial del cereal. Esa coyuntura fue aprovechada por los
campesinos de otros países, como Estados Unidos y Canadá, que pidieron dinero
prestado para iniciar el cultivo de nuevos campos. Ahora bien, al terminar la
guerra, además de que los nuevos avances tecnológicos mejoraron la
productividad, la producción europea recuperó su nivel anterior en poco tiempo
y esto dio como resultado que la producción de trigo excediera en gran medida
la demanda, hundiendo el precio del cereal en el mercado internacional. Los
terrenos recién adquiridos se desvalorizaron y los pequeños agricultores
tuvieron que malvender sus campos y emigrar a las ciudades. Los mismos
problemas de sobreproducción también afectaron a otros cultivos como algodón,
cacao, café, azúcar, y maíz.
El sector industrial. La producción industrial, que experimentaba
un gran crecimiento, presentó también aspectos negativos. Las ramas más modernas
–electricidad, petróleo, automóvil o química- tenían un ritmo de producción
creciente, mientras que en las más tradicionales –textiles y metalurgia- el
crecimiento era moderado. En particular, la industria del algodón sufrió el
impacto de los altibajos del mercado internacional, a lo que se agregó el hecho
de que este producto empezaba a ser desplazado por las nuevas fibras
sintéticas. Además de la rama textil, otras dos industrias fundamentales se
encontraban en crisis: la ferroviaria, afectada por la competencia del
automóvil y los autotransportes, y la del carbón, perjudicada por la desmedida
explotación de nuevas minas.
Otro aspecto importante era la
gran diferencia existente entre los precios de los productos industriales y los
precios agrícolas, pues los primeros aumentaban mientras que los segundos
bajaban constantemente afectando a la numerosa clase campesina, que se veía
obligada a comprar más caros los artículos manufacturados sin que pudiera
obtener un precio satisfactorio por sus productos. En conclusión, a finales de
los años veinte la situación económica de Estados Unidos era delicada y se
encontraba al borde del colapso, puesto que el aparente auge se había originado
en la repentina demanda de artículos de una sociedad consumista en formación,
cuya capacidad adquisitiva no estaba todavía consolidada y, por lo mismo,
llevaba el riesgo de ser limitada en el caso de que los salarios no se elevaran
en la misma proporción que los precios. Por otra parte, las ganancias que los
grandes capitalistas acumularon en función de este mecanismo se estaban
dedicando a la especulación bursátil, en lugar de utilizarse para la creación
de nuevas empresas.
Comienzo de la crisis, el crack de la bolsa de valores. Desde los
primeros meses del año de 1929 se había notado cierta tendencia a la baja en
algunos productos importantes, como el cobre y el acero, y en ciertas
actividades industriales, pero la inmensa mayoría de los economistas
estadounidenses seguía mostrándose optimista ante la sorprendente prosperidad,
sin percibir el peligro que representaban esos síntomas en la coyuntura general
de la economía. La crisis sobrevino con el desplome de las cotizaciones
originado en la bolsa de valores de Nueva Cork el 24 de octubre de 1929 – el jueves negro-, seguido por días de
verdadero pánico que provocaron una caída de la bolsa que habría de continuar
durante varios años. La oferta se incrementó hasta casi los trece millones de
acciones, frente a una demanda prácticamente nula; en los dos días siguientes
las peticiones de venta se elevaron a 9 millones 250 mil acciones el primer día
y a 16 millones el segundo día, sin que pudiera evitarse la caída. El desplome
de las acciones duró varios días y, entre 1929 y 1932, el monto total del
capital negociado en la bolsa de valores de Nueva Cork disminuyó en 74 mil
millones de dólares.
De la crisis bursátil a la crisis económica. Tras la bancarrota
bursátil siguió la crisis bancaria originada por el temor de quienes, al no
poder vender sus acciones, retiraban de inmediato sus depósitos de los bancos.
En las ventanillas se produjo una verdadera avalancha de gente presa del
pánico. Durante los primeros días los bancos se dedicaron a reembolsar los
depósitos a los poseedores, hasta que la falta de dinero obligó al cierre, lo
cual dio como resultado la quiebra total.
La crisis bursátil y bancaria
repercutieron de inmediato en los sectores comercial e industrial. Las quiebras
de empresas se multiplicaban día tras día y la catástrofe se generalizó hasta
paralizar las actividades, en tanto que los precios agrícolas se derrumbaban en
forma contundente. Lo más dramático de la situación consistió en la manera como
habrían de ser afectadas las grandes masas de trabajadores, abatidos por el
rápido aumento del desempleo. En algunos estados de la Unión Americana la mitad de la
población subsistía gracias al reparto de víveres realizado por el gobierno.
Como consecuencia de la crisis surgió el fenómeno de subconsumo porque, como es natural, no sólo la población
desempleada, sino también los empresarios en quiebra dejaron de adquirir los
artículos que no eran de rigurosa necesidad. Así, grandes cantidades de
mercancías quedaron depositadas en los almacenes creados durante los días de
prosperidad. Pero no se trataba únicamente de dejar de comprar, sino que
tampoco podrían ser cubiertos los pagos de las compras a crédito hechas con
anterioridad.
Primeros intentos de solución a la crisis. Las reacciones del
presidente Hoover ante la crisis fueron mínimas, al margen de sus palabras
esperanzadoras de que todo se solucionaría pronto y bien. Fiel a la política
tradicional del liberalismo económico, Hoover afirmaba que la economía podía
autorregularse sin intervención del gobierno. Así, ante la situación de las
empresas y por el déficit en el presupuesto del gobierno, se limitó a
instrumentar una política de austeridad que incluía restricción de créditos,
reducción de la producción, baja de los salarios y venta de los artículos
almacenados, suponiendo que de esta forma sobrevivirían los más aptos y se
alcanzaría el equilibrio presupuestario del gobierno. Pero esta política
produjo el efecto contrario porque, además de que sacrificaba a la clase
trabajadora, no atacaba a fondo el problema –que en esos momentos era
principalmente el del subconsumo- sino que colaboraba con agudizarlo.” (Delgado,
G. “Historia Universal. De la era de las revoluciones al mundo globalizado”.
Ed. Pearson. México, 2001. pp. 269, 270, 271)
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