miércoles, 2 de mayo de 2012

crisis del 29


“Detrás de la apariencia de brillante prosperidad que se vivía en Estados Unidos en los años veinte, se encontraban ciertos aspectos negativos para la economía, los cuales no habían sido percibidos por el gobierno ni por la entusiasmada sociedad urbana, o bien se consideraron de escasa importancia.
La situación financiera. La crisis económica de los tiempos de guerra y la subsecuente situación de posguerra crearon ciertas condiciones desfavorables para la economía estadounidense. Al convertirse en país acreedor de una Europa en guerra que entró después en un dificultoso período de reconstrucción, Estados Unidos enfrentó el riesgo de que sus deudores no pudieran cubrir el pago de los empréstitos; además, los enormes gastos de guerra habían obligado a los gobiernos de los países beligerantes a decretar la circulación forzosa de la moneda sin que estuviera apoyada en el patrón oro, -que era la unidad común en el ámbito internacional- y sin que se respetara la paridad con la moneda estadounidense, la cual seguía manteniendo su libre poder de cambio. Cuando terminó la contienda no les fue posible volver a la normalidad ni siquiera a los países europeos que tenían reservas en oro, porque las monedas siguieron siendo débiles y sufrieron constantes devaluaciones.
Por tanto, a pesar de que la guerra fue un gran factor de desarrollo económico para Estados Unidos, las difíciles condiciones de los países capitalistas europeos crearon una ‘enfermedad monetaria’ que volvió muy frágil el sistema internacional de cambio. Además, esa fragilidad se vio agravada por la abundancia de los llamados capitales flotantes, cantidades de dinero que, ante la incertidumbre monetaria, eran depositadas por sus poseedores a corto plazo en los bancos de países considerados más seguros en aquellos momentos, como en el caso de la banca estadounidense; pero ocurría que al darse una rápida retirada de esos capitales, se ponía en serio peligro la estabilidad financiera de los países donde habían sido depositados.
A esta crisis de la moneda, y del intercambio internacional, se agregó un factor interno: la costumbre generalizada, hacia 1928, dada la confianza que brindaba la manifiesta prosperidad, de pedir dinero prestado a largo plazo para invertirlo en la compra de acciones de la bolsa de valores. Dicha práctica atrajo a bancos e instituciones comerciales que destinaron todo o gran parte de su dinero circulante a especulaciones de este tipo, sin darse cuenta del peligro que esto representaba hasta que se vieron en la necesidad –que muchos no pudieron satisfacer- de retirar su dinero de la bolsa de valores cuando ésta ya no ofrecía seguridad. En situación similar, se fueron haciendo comunes las ventas a crédito, en un desordenado afán consumista por adquirir los novedosos artículos que se ofrecían en el mercado para dar satisfacción a las necesidades creadas por las presiones sociales de estatus para las nuevas clases medias en ascenso.
La crisis agraria. La agricultura sufrió graves dificultades en casi todo el mundo a lo largo de los años veinte. Durante la guerra se redujo considerablemente la producción de trigo en Europa, con el consecuente aumento en el precio mundial del cereal. Esa coyuntura fue aprovechada por los campesinos de otros países, como Estados Unidos y Canadá, que pidieron dinero prestado para iniciar el cultivo de nuevos campos. Ahora bien, al terminar la guerra, además de que los nuevos avances tecnológicos mejoraron la productividad, la producción europea recuperó su nivel anterior en poco tiempo y esto dio como resultado que la producción de trigo excediera en gran medida la demanda, hundiendo el precio del cereal en el mercado internacional. Los terrenos recién adquiridos se desvalorizaron y los pequeños agricultores tuvieron que malvender sus campos y emigrar a las ciudades. Los mismos problemas de sobreproducción también afectaron a otros cultivos como algodón, cacao, café, azúcar, y maíz.
El sector industrial. La producción industrial, que experimentaba un gran crecimiento, presentó también aspectos negativos. Las ramas más modernas –electricidad, petróleo, automóvil o química- tenían un ritmo de producción creciente, mientras que en las más tradicionales –textiles y metalurgia- el crecimiento era moderado. En particular, la industria del algodón sufrió el impacto de los altibajos del mercado internacional, a lo que se agregó el hecho de que este producto empezaba a ser desplazado por las nuevas fibras sintéticas. Además de la rama textil, otras dos industrias fundamentales se encontraban en crisis: la ferroviaria, afectada por la competencia del automóvil y los autotransportes, y la del carbón, perjudicada por la desmedida explotación de nuevas minas.
Otro aspecto importante era la gran diferencia existente entre los precios de los productos industriales y los precios agrícolas, pues los primeros aumentaban mientras que los segundos bajaban constantemente afectando a la numerosa clase campesina, que se veía obligada a comprar más caros los artículos manufacturados sin que pudiera obtener un precio satisfactorio por sus productos. En conclusión, a finales de los años veinte la situación económica de Estados Unidos era delicada y se encontraba al borde del colapso, puesto que el aparente auge se había originado en la repentina demanda de artículos de una sociedad consumista en formación, cuya capacidad adquisitiva no estaba todavía consolidada y, por lo mismo, llevaba el riesgo de ser limitada en el caso de que los salarios no se elevaran en la misma proporción que los precios. Por otra parte, las ganancias que los grandes capitalistas acumularon en función de este mecanismo se estaban dedicando a la especulación bursátil, en lugar de utilizarse para la creación de nuevas empresas.
Comienzo de la crisis, el crack de la bolsa de valores. Desde los primeros meses del año de 1929 se había notado cierta tendencia a la baja en algunos productos importantes, como el cobre y el acero, y en ciertas actividades industriales, pero la inmensa mayoría de los economistas estadounidenses seguía mostrándose optimista ante la sorprendente prosperidad, sin percibir el peligro que representaban esos síntomas en la coyuntura general de la economía. La crisis sobrevino con el desplome de las cotizaciones originado en la bolsa de valores de Nueva Cork el 24 de octubre de 1929 – el jueves negro-, seguido por días de verdadero pánico que provocaron una caída de la bolsa que habría de continuar durante varios años. La oferta se incrementó hasta casi los trece millones de acciones, frente a una demanda prácticamente nula; en los dos días siguientes las peticiones de venta se elevaron a 9 millones 250 mil acciones el primer día y a 16 millones el segundo día, sin que pudiera evitarse la caída. El desplome de las acciones duró varios días y, entre 1929 y 1932, el monto total del capital negociado en la bolsa de valores de Nueva Cork disminuyó en 74 mil millones de dólares.
De la crisis bursátil a la crisis económica. Tras la bancarrota bursátil siguió la crisis bancaria originada por el temor de quienes, al no poder vender sus acciones, retiraban de inmediato sus depósitos de los bancos. En las ventanillas se produjo una verdadera avalancha de gente presa del pánico. Durante los primeros días los bancos se dedicaron a reembolsar los depósitos a los poseedores, hasta que la falta de dinero obligó al cierre, lo cual dio como resultado la quiebra total.
La crisis bursátil y bancaria repercutieron de inmediato en los sectores comercial e industrial. Las quiebras de empresas se multiplicaban día tras día y la catástrofe se generalizó hasta paralizar las actividades, en tanto que los precios agrícolas se derrumbaban en forma contundente. Lo más dramático de la situación consistió en la manera como habrían de ser afectadas las grandes masas de trabajadores, abatidos por el rápido aumento del desempleo. En algunos estados de la Unión Americana la mitad de la población subsistía gracias al reparto de víveres realizado por el gobierno. Como consecuencia de la crisis surgió el fenómeno de subconsumo porque, como es natural, no sólo la población desempleada, sino también los empresarios en quiebra dejaron de adquirir los artículos que no eran de rigurosa necesidad. Así, grandes cantidades de mercancías quedaron depositadas en los almacenes creados durante los días de prosperidad. Pero no se trataba únicamente de dejar de comprar, sino que tampoco podrían ser cubiertos los pagos de las compras a crédito hechas con anterioridad.
Primeros intentos de solución a la crisis. Las reacciones del presidente Hoover ante la crisis fueron mínimas, al margen de sus palabras esperanzadoras de que todo se solucionaría pronto y bien. Fiel a la política tradicional del liberalismo económico, Hoover afirmaba que la economía podía autorregularse sin intervención del gobierno. Así, ante la situación de las empresas y por el déficit en el presupuesto del gobierno, se limitó a instrumentar una política de austeridad que incluía restricción de créditos, reducción de la producción, baja de los salarios y venta de los artículos almacenados, suponiendo que de esta forma sobrevivirían los más aptos y se alcanzaría el equilibrio presupuestario del gobierno. Pero esta política produjo el efecto contrario porque, además de que sacrificaba a la clase trabajadora, no atacaba a fondo el problema –que en esos momentos era principalmente el del subconsumo- sino que colaboraba con agudizarlo.” (Delgado, G. “Historia Universal. De la era de las revoluciones al mundo globalizado”. Ed. Pearson. México, 2001. pp. 269, 270, 271)



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