Fontana, J. (2017) El
siglo de la revolución. Una Historia del mundo desde 1914.
Barcelona: Ed. Planeta.
Cap.
2 La hora de la revolución
"En
el congreso que la Internacional Socialista celebró en Basilea en
noviembre de 1912 se proclamó que 'era deber de las clases obreras y
de sus representantes parlamentarios ... realizar todos los esfuerzos
para prevenir el inicio de la guerra' y que, si ésta finalmente
estallaba, debían intervenir para su pronto fin 'y utilizar la
crisis económica y política creada por la guerra para levantar al
pueblo y acelerar la caída del gobierno de la clase capitalista'. El
congreso proclamaba, además, sus satisfacción ante 'la completa
unanimidad de los partidos socialistas y de los sindicatos de todos
los países en la guerra contra la guerra', y llamaba a 'los
trabajadores de todos los países a oponer el poder de la solidaridad
internacional del proletariado al imperialismo capitalista'.
Pero
en la tarde del 4 de agosto de 1914 tanto los socialistas franceses
como los alemanes aprobaron entusiásticamente en sus respectivos
parlamentarios la declaración de guerra y votaron los créditos
necesarios para su inicio. El SPD alemán, que había organizados
actos contra la guerra hasta julio de 1914, no sólo la aceptó a
comienzos de agosto, sino que se integró en una política de
Burgfrieden
o tregua, que implicaba el compromiso de no criticar al gobierno
mientras durase la guerra, y se esforzó en desalentar las huelgas."
(58)
"LA
REVOLUCIÓN RUSA
Rusia
entró en la guerra mal preparada, con una población descontenta del
gobierno y una familia real desacreditada: un zar de limitada
inteligencia, que le decía a su ministro de Asuntos exteriores,
'Procuro no pensar demasiado en ninguna cuestión', y una zarina
alemana dominada por un monje embaucador... La autoridad del estado,
confiada en las zonas de guerra a los militares, se colapsó. El
esfuerzo por la guerra fue muy duro, hasta llevar el país al
desastre. Habían movilizado más que ningún otro contrincante, unos
quince millones de hombres, y tuvieron dos millones de muertos. En el
verano de 1916 se decidió reclutar incluso a los musulmanes del
Caúcaso y de Asia central, no para combatir, sino para formar
batallones de trabajo, lo que provocó una serie de levantamientos
locales. Antes de que comenzaran los movimientos revolucionarios de
1917, afirma Sanburn, 'la nación estaba al borde de la guerra
civil'.
La
mala organización del transporte fue responsable de que los vagones
quedasen parados en las estaciones, mientras escaseaban los alimentos
tanto en el frente como en la retaguardia. En la última semana de
febrero1
de 1917 faltaba el pan en Petrogrado -la
capital, que había cambiado su nombre de San Petersburgo para
eliminar la terminación alemana 'burg'-, donde había
manifestaciones, huelgas y una confusión general.
El
23 de febrero, el Día Internacional de la Mujer, se inició en la
ciudad una huelga de las trabajadoras de las fábricas de tejidos,
que el 25 se había convertido ya en huelga general, a la que el
ejército replicó este día y el siguiente disparando sobre la
multitud. El lunes 27, sin embargo, fueron los propios soldados los
que se rebelaron y empezaron a unirse a los trabajadores para
discutir con ellos la situación. Se formó entonces el 'Comité
Ejecutivo provisional del sóviet de representantes de los
trabajadores', al que se unieron después los representantes de los
consejeros o sóviets de los soldados. Fue en estos momentos cuando
los trabajdores de las fábricas comenzaron a ejercer un cierto grado
de control a través de unos comités que, sostiene Samuel A. Smith,
'se convirtieron en una parte central del 'contraestado' que los
obreros construyeron entre febrero y octubre, en cuyo nombre tomaron
los bolcheviques el poder'.
En
vista del hundimiento del gobierno -unos ministros fueron detenidos
por los revolucionarios y otros huyeron- se formó un Comité
provisional de la 'duma' (el parlamento, que en aquellos momentos no
estaba en funciones, porque había agotado su mandato) con el
objetivos de tomar el poder en sus manos, aceptando la exigencia de
los revolucionarios de que en noviembre se convocase una Asamblea
constituyente, elegida por sufragio universal, para decidir la forma
de gobierno que había que adoptar.
El
22 de febrero, en la víspera de estos acontecimientos, el zar había
marchado en tren al puesto de mando central del ejército (la Stavka)
en Mogilev. Al enterarse de lo que sucedía en Petrogrado se limitó
a ordenar por telégrafo que su suprimieran inmediatamente y por la
fuerza los desórdenes2.
Cuando a comienzos de marzo dos enviados del Comité de la duma le
pidieron que abdicara, el zar decidió hacerlo en su hermando Miguel,
para que su hijo Aleksiei, que padecía una enfermedad incurable,
quedase al margen de estos conflictos. Esto creaba un complejo
problema legal, de modo que el Comité decidió que la cuestión
había de discutirse en la Asamblea constituyente de noviembre, y el
gran duque Miguel renunció a la corona, reconociendo que el poder
estaba de hecho en manos del gobierno salido de la revolución, que
heredaba así la legitimidad de los zares.
(...)
La
revolución de febrero, se ha dicho, fue un movimiento que surgió
espontáneamente, sin líderes que la dirigieran, puesto que los
partidos revolucionarios, sin líderes que la dirigieran, puestos que
los partidos revolucionarios3
tenían a sus jefes en el exilio, en
Siberia o en la cárcel. La situación cambió cuando el 3 de marzo
el Gobierno provisional publicó una amnistía 'para todos los
delitos políticos y religiosos, incluyendo actos terroristas,
revueltas militares, crímenes agrarios, etc.'.
Stalin
(Iósif V. Dzhugashvili) y Lev Kámenez, dos dirigentes bolcheviques,
regresaron el 12 de marzo de Siberia y se hicieron cargo del
periódico del partido, Pravda,
en cuyas páginas defendían el programa de continuar la guerra y
convocar una Asamblea constituyente en noviembre, de acuerdo con los
planteamientos de mencheviques y socialistas revolucionarios, que
dominaban entonces en los sóviets y que eran partidarios de la
formación de una república burguesa y de aplazar el socialismo para
el futuro.
El
3 de abril regresaba de su exilio en Zúrich Vladimir Uliánov,
Lenin, el líder más destacado del partido bolchevique, que pudo
hacer el viaje de Suiza a Rusia, en compañíade otros exiliados de
su mismo partido, gracias a que el gobierno alemán, que lo que
quería era favorecer la retirada de Rusia de la guerra, le facilitó
que viajase en un vagón sellado hasta la costa del Báltico, para
que, a través de Suecia y de Finlancia pudiese llegar a Petrogrado.4
En
la solemne recepción que los bolcheviques le organizaron en la
estación de Finlandia, Lenin, que desde Suiza había protestado
contra la línea adoptada por los bolcheviques en defensa de una
política más radical, dijo desde la plataforma del vagón: 'el
pueblo necesita paz; el pueblo necesita pan; el pueblo necesita
tierra. Y le dan guerra, hambre, no pan, y dejan a los terratenientes
en la tierra. Hemos de luchar por la revolución social, luchar hasta
el fin, hasta la victoria completa del proletariado'. A lo que
añadiría poco después: 'Esta guerra entre piratas imperialistas es
el comienzo de una guerra civil en toda Europa. Uno de estos días la
totalidad del capitalismo europeo se vendrá abajo. La revolución
rusa que vosotros habéis llevado a cabo ha preparado el camino y ha
inaugurado una nueva época. ¡Viva la revolución socialista
mundial!'.
El
discurso de Lenin fue mal recibido inicialmente por los bolcheviques,
que se habían acomodado a la idea de apoyar una revolución
democrático-burguesa como primer paso de un largo trayecto hacia el
socialismo. Las llamadas 'tesis de abril', con el lema de 'Paz,
tierra y pan', presentaban un programa radical que propugnaba el
final inmediato de la guerra a cualquier precio y la nacionalización
de la tierra, que debía ser entregada a los sóviets de campesinos
(nada de programas de reforma agraria). Pero el punto más innovador
de este programa era el que sostenía que, ante los avances
alcanzados desde febrero, no tenía sentido alguno optar, como hacía
el gobierno provisional y sus aliados, por una república
parlamentaria burguesa, sino que debía irse a un sistena en que el
poder estuviese en manos de los sóvietes o consejos, que se
encargarían de abolir gradualmente todos los mecanismos de poder del
estado -la policía, el ejército y la burocracia- iniciando a´si el
camino hacia su desaparición.
(...)
Las
tesis fueron mal recibidas inicialmente por muchos militantes
bolcheviques (el Comité del partido de Petrogrado las rechazó por
13 votos a 2); pero dejaron un fuerte impacto y, gracias a la
insistencia de Lenin y a la forma en que evolucionó la realidad,
acabaron convirtiéndose en el programa de otra revolución, más
ambiciosa que la de febrero.
Progresivamente
el control del gobierno sobre el país se desvanecía y el ejército
se desintegraba en medio de las revueltas y las deserciones (los
soldados de origen campesino, a los que llegaban rumores de que en
sus pueblos se estaban repartiendo las fincas de los terratenientes,
querían regresar a sus hogares). El gobierno, en el que a comienzos
de mayo se integraron otro socialista revolucionario y un
menchevique, no aceptaba adelantar las reformas, sino que sostejnía
que había que continuar la guerra y esperar a la Asamblea
constituyente. Contaba en estos momentos con el apoyo del congreso de
los sóviets de Rusia, reunido en junio, que formó un nuevo comité
en representación de todo el país (con 284 socialistas
revolucionarios, 248 mencheviques y 195 bolcheviques) para reemplazar
a los componentes del comité inicial, que se había limitado a
reunir representantes de Petrogrado.
A
comienzos de julio, coincidiendo con una desastrosa operación
militar del ejército, grupos de soldados indignados promovieron en
Petrogrado un movimiento contra el gobierno provisional, que las
autoridades supusieron que había sido promovido por los
bolcheviques. Los sublevados lograron sacar a la calle a decenas de
miles de trabajadores que recorrieron la ciudad en unión de los
soldados al grito de '¡Todo el poder para los sóviets!', sin más
resultado que facilitar la represión del gobierno, que se propuso
encarcelar a los líderes bolcheviques, a los que acusaba de estar a
sueldo de los alemanes, lo cual obligó a Lenin a huir a Finlandia.
En
estos mismo días dimitían del Gobierno provisional los ministros
liberales (miembros del Partido Liberal Constitucional, conocidos
como 'cadetes') y el 7 de julio lo hacía el príncipe Lvov, y se
formaba un nuevo gobierno, presidido por Kérenski que aceptaba el
compromiso de diferir las reformas hasta la Asamblea constituyente y
se proponía restablecer el orden en el ejérctio con el fin de
continuar la guerra, a la vez que anunciaba futuras concesiones a los
trabajadores y a los campesinos.
Mientras
tanto los generales exigían al gobierno que restableciera su
autoridad -restaurando la pena de muerte, por ejemplo- y que acabase
con el poder dual que ejercían los comités y soviéts. Kérenski
mantenía negociaciones sobre estos puntos con el general Lavr
Kornílov, a quien había dado el mando supremo del ejército, y
parecía dispuesto a hacer concesiones a los militares, hasta que el
27 de agosto Kornílov envió tropas hacia la capital para proterla
de desórdenes como los de julio y Kérenski, que había autorizado
inicialmente este movimiento, temió que Kornílov pretendía
derrocarle y cambió de actitud; destituyó al general y pidió
auxilio al sóviet de Petrogrado, que movilizó a las masas en
defensa de la revolución, con lo que consiguió que se paralizaran
los ferrocarriles que habían de llevar las tropas a la capital e
hizo fracasar una intentona contrarrevolucionaria que no había
llegado ni siquiera a conseguir amplio apoyo militar (la guarnición
de Moscú, por ejemplo, se negó a unirse a ella).
LA
REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE
(...)
El
llamamiento de Lenin a una acción inmediata para la toma del poder
encontró resistencias por parte de dirigentes como Zinóviev y
Kámenev, que opinaban que lo que había que hacer era prepararse
para obtener el mayor número de diputados posible en las elecciones
para la Asamblea constituyente, que había de celebrarse dentro de
pocas semanas, pero Lenin consiguió que su plan fuese aprobado el 10
de octubre. Los bolcheviques, que no sólo dominaban ahora en los
sóviets de Petrogrado y de Moscú, sino que había conseguido
desarrollar en la capital una organización con capacidad para
movilizar a los trabajadores de las fábricas, a los soldados de la
guarnición y a los marinos de la flota del Báltico, se dispusieron
a derribar el gobierno provisional con el fin de dar todo el poder a
los sóviets y a sus organismos representativos. El método que había
que seguir iba a ser el de dar un golpe incruento para derribar el
gobierno, aislándolo para que no pudiese movilizar al ejército en
su defensa, y conseguir que el segundo congreso de los sóviets, que
había de reunirse estos mismo días en Petrogrado para elegir un
nuevo comité ejecutivo, asumiese el poder político total.
El
Comité Militar Revolucionario, que se había creado para hacer
frente a un posible movimiento contrarrevolucionario en la capital,
comenzó la operación tomando los puentes, que eran vitales para el
control de la ciudad, y ocupó los telégrafos, los teléfonos, el
correo y las estaciones de ferrocarril, sin encontrar resistencia.
Mientras
Kérenski abandonaba el Palacio de Inverno en un automóvil de la
embajada de Estados Unidos para ir a buscar ayuda contra el
movimiento bolchevique, los ministros reunidos en aquel edificio, que
era la sede del gobierno, reaccionaban adoptando medidas contra los
bolcheviques y contra el Comité Militar, sin capacidad alguna para
imponerlas. Lenin quería que el asalto al palacio, que significaría
la liquidación del gobierno, concluyera antes de la reunión del
congreso de los sóviets, pero hubo errores que provocaron el retarso
de la operación. El asalto, en que murieron cinco soldados y un
marinero entre los asaltantes, y ninguno de los defensores, no parece
haber sido un acontecimiento épico -los mayores estragos los sufrió
la bodega en que el zar guardaba las reservas de su vino preferido,
el Chateau d'Yquem 1847. Fue, por otra parte, un suceso aislado, que
se desarrolló sin que muchos habitantes de Petrogrado llegasen a
enterarse de los que ocurría, en un día, el 25 de octubre, en que
los tranvías funcionaban normalmente, los restaurantes y los cines
estaban abiertos, se representaba Borís
Godunov en el teatro Marinski, y
Chaliapin cantaba Don Carlos
en el Narodny Dom. Los informes de las comisarías de policía de
muchos barrios hablaban de una noche tranquila y sin incidentes.
La
'revolución' se produjo en realidad en el interior del Instituto
Smolny, en lo que había sido un centro de enseñanza para 'doncellas
nobles', donde se celebraba el congreso de los sóviets, cuyas
reuniones comenzaron a las 10:40 de la noche, con 670 delegados. 300
bolcheviques, 193 socialistas revolucionarios (más de la mitad de
ellos de izquierda), 68 mencheviques, 14
mencheviques-internacionalistas, etc. Como el asalto al palacio no
concluyó hasta las dos de la madrugada, no fue hasta entonces cuando
se pudo anunciar a los congresistas que el gobierno provisional había
caído y que el poder estaba en manos de los sóviets. Marcharon de
la reunión algunos mencheviques y socialistas revolucionarios de
derechas, que tenían ministros de su partido en el gobierno, lo que
favoreció que los bolcheviques obtuvieran 390 votos -de los 625
delegados que seguían presentes en el congreso- a favor de la
aceptación del poder, y Lenin consiguió que se votasen también los
dos primeros decretos del nuevo gobierno: el de la paz, que hacía un
llamamiento para negociar el fin inmediato de la guerra, y el de la
tierra, que abolía la gran propiedad agraria y entregaba los
latifundios de los nobles, de la corona y de la Iglesia a los comités
y sóviets de los campesinos locales.
El
fácil triunfo alcanzado en Petrogrado se repitió en otras ciudades
del país, salvo en Moscú, donde la resistencia de los militares,
dirigidos por el coronel Riabtsev, y de la burguesía dio lugar a una
semana de luchas con unos quinientos muertos. (...)
Pero
esto no significaba el triunfo de 'la revolución', sino tan sólo su
comienzo. Mencheviques y socialistas revolucionarios (de los que se
separó su ala izquierda, para aliarse a los bolcheviques) rechazaban
el resultado del segundo congreso de los sóviets y confiaban en que
el triunfo en las elecciones a la Asamblea les permitiría recuperar
la dirección de la política, siguiento con el programa de febrero,
que implicaba continuar en la línea del desarrollo de la revolución
democrática burguesa. El partido bolchevique era esencialmente una
fuerza urbana, con un gran peso en los sectores obreros y entre los
soldados, pero sin la implantación que los socialistas
revolucionarios tenían en el mundo campesino. De modo que cuando se
celebraron, del 15 al 19 de noviembre de 1917, las elecciones para la
Asamblea constituyente, los socialistas revolucionarios obtuvieron
una amplia mayoría.5
(...)
La
Asamblea constituyente se reunió por primera vez el 5 de enero de
1918 por la mañana, en comisiones separadas, y a las cuatro de la
tarde en sesión plenaria, con la participación de 410 diputados.
Los bolcheviques querían que se aprobase una 'Declaración de los
derechos del pueblo trabajador y explotado' que implicaba un
reconocimiento de lo que se había realizado desde octubre, pero la
Asamblea lo rechazó por 237 votos contra 146 Los bolcheviques la
abandonaron y más tarde lo hicieron los socialistas revolucionarios
de izquierda. A las 4 de la madrugada del 6 de enero el jefe de la
guardia pidió a los diputados que seguían en la sala que
concluyeran, y lo hicieron, tras haber adoptado algunos acuerdos
sobre la tierra, sobre la proclamación de Rusia como república
federal democrática y haber preparado una petición a las potencias
para que definiesen las condiciones de una paz democrática.
Antes
de retirarse acordaron volver a reunirse a las cinco de la tarde de
aquel mismo día, pero no pudieron hacerlo, porque no se lo permitió
la guardia, de acuerdo con un decreto que disolvía la Asamblea.
El
tercer congreso de los sóviets (10-18 de enero de 1918), que reunió
delegados de más de trescientos sóviets de obreros, soldados y
campesino, aprobó la disolución de la Asamblea constituyente y votó
la Declaración de los derechos del pueblo trabajdor y explotado',
que iba a servir de base para la redacción de la constitución
soviética.
(...) La
dureza de las exigencias presentadas por los alemanes y sus aliados
llevaron a Trotski a retirarse de las reuniones el 10 de febrero,
defendiendo una política de 'ni guerra, ni paz', esto es, de cese de
hostilidades sin acuerdo alguno (pero un día antes los alemanes
habían firmado ya un tratado de paz por separado con Ucrania, que
proclamaba así su independencia). Los negociadores de los imperios
centrales declararon entonces que el armisticio iba a quedar sin
efecto el día 17, y el 18 iniciaron de nuevo los combates, a los que
los rusos no podían oponer una resistencia adecuada. Hubo entonces
que aceptar unas condiciones todavía más duras que las que se les
habían presentado en primera instancia, y el 3 de marzo se firmó un
tratado por el que Rusia perdía Ucrania, que se iba a convertir en
un protectorado alemán, parte de Polonia, Finlandia y la mayoría de
los territorios del Báltico, además de otros en el Cáucaso, que
pasaban a los turcos. (59-68)
1Las
fechas del año 1917 que se indican corresponden al calendario
juliano, que llevaba trece días de retraso respecto del gregoriano,
vigente en la Europa occidental, por lo que la revolución de
febrero, que se produjo en la última semana del mes, ocurrió en
marzo de acuerdo con nuestro calendario, y la de octubre, que se
inició el 24 y 25, ocurrió en nuestro noviembre. En esta narración
mantendremos las fechas del calendario juliano para 1917.
2
Había recibido noticas de su esposa en que ésta le decía que todo
se reducía a la agitación de jóvenes gamberros que corrían y
gritaban que no había pan tan sólo para crear confusión, en
compañía de trabajadores que no querían trabajar, a lo que
añadía: 'Si el tiempo hubiese sido muy frío, seguramente se
hubieran quedado en casa'.
3Los
partidos revolucionarios más importantes eran en estos momentos el
Partido socialista revolucionario, un grupo populista con fuerte
arraigo entre los campesinos, que apoyaba la acción terrorista
individual, y las dos ramas, escindidas en 1903, del Partido Obrero
Socialdemócrata, de inspiración marxista y base obrera: los
mencheviques, partidarios de una organización legal de masas y de
una vía gradual al socialismo, y los bolcheviques, que propugnaban
una organización revolucionaria, a modo de una vanguarida, y
mantenían un programa más radical.
4Trotski,
en cambio, que se encontraban en Nueva York, fue detenido por las
autoridades británicas durante su viaje de regreso, y no llegó a
Petrogrado hasta un mes más tarde (el 4 de mayo).
5Entre
los 715 diputados elegidos había 370 socialistas revolucionarios,
179 bolcheviques, 40 socialistas revolucionarios de izquierda, 16
mencheviques, 17 cadetes (del Partido Constitucional Democrático)
junto con otros de grupos nacionales diversos y de afiliación
insegura.
Avrich, P. Kronstadt
1921. Argentina: Ed. Anarres
"1.LA
CRISIS DEL COMUNISMO DE GUERRA
En
el otoño de 1920 la Rusia Soviética comenzó a pasar por un
inquieto período de transición de la guerra a la paz. Durante más
de seis años el país había conocido una continua intranquilidad,
pero en ese año, después de la guerra mundial, la revolución y la
guerra civil, la atmósfera se iba despejando. El 12 de octubre el
gobierno soviético firmó un armisticio con Polonia. Tres semanas
más tarde el último de los generales Blancos, el barón Peter
Wrangel, tuvo que huir por mar y así se ganó la Guerra Civil,
aunque ésta dejó al país desgarrado y ensangrentado. En el sur,
Néstor Macno, el guerrillero anarquista, seguía en libertad, pero
en noviembre de 1920 su ejército, que había sido temible, fue
dispersado y ya no constituyó una amenaza para el gobierno de Moscú.
Se había recuperado Siberia, Ucrania y el Turquestán, junto con la
cuenca carbonífera del Donetz y los campos petrolíferos de Bakú;
en febrero de 1921 un ejército bolchevique completó la reconquista
del Cáucaso capturando Tiflis y poniendo en fuga al gobierno
menchevique de Georgia. Así, luego de tres años de existencia
precaria, en que su destino pendió de un hilo día a día, el
régimen soviético pudo jactarse de ejercer un control efectivo
sobre la mayor parte del vasto y amplio territorio de Rusia. El fin
de la Guerra Civil señaló una nueva era en las relaciones
soviéticas con otros países. Los bolcheviques, archivando sus
esperanzas de una inminente sublevación mundial, trataron de obtener
el “período de respiro” que se les había negado en 1918 a raíz
del estallido del conflicto civil. Entre las potencias occidentales,
a raíz de ello, se habían esfumado las expectativas de un inminente
colapso del gobierno de Lenin. Ambos bandos deseaban tener relaciones
más normales, y a fines de 1920 no había ningún motivo para que
este deseo no se realizara; al levantarse el bloqueo aliado y
detenerse la intervención armada en Rusia Europea, se eliminaron los
obstáculos más serios que se oponían al reconocimiento diplomático
y a la reanudación del comercio. Además, durante el curso del año
se habían celebrado tratados formales con los vecinos de Rusia
ubicados sobre el Báltico, es decir, con Finlandia, Estonia, Letonia
y Lituania; y en febrero de 1921 se firmaron pactos de paz y amistad
con Persia y Afganistán, mientras que estaba en perspectiva un
acuerdo similar con los turcos. Entretanto, emisarios soviéticos,
sobre todo Krasin en Londres y Vorovsky en Roma, negociaban acuerdos
comerciales con una cantidad de naciones europeas, y las perspectivas
del éxito en tales negociaciones eran brillantes. Y sin embargo,
pese a todos estos desarrollos favorables, el invierno de 1920-1921
constituyó un período extremadamente crítico en la historia
soviética. Lenin reconoció esto cuando dijo al Octavo Congreso de
los Soviets, en diciembre de 1920, que una transición suave a la
reconstrucción económica y social por vía pacífica no sería
fácil de realizar.1 Aunque se había triunfado en el campo militar y
la situación exterior iba mejorando rápidamente, los bolcheviques
enfrentaban graves dificultades internas. Rusia estaba agotada y en
bancarrota. Las cicatrices de la batalla eran visibles en todos los
rincones del país. Durante los últimos dos años la tasa de
mortalidad había subido bruscamente, la hambruna y la pestilencia se
llevaban millones de víctimas, aparte de los millones que habían
caído en combate. Desde la Época de las Perturbaciones, en el siglo
XVII, el país no había visto tales sufrimientos y semejante
devastación. La producción agrícola disminuyó en forma drástica;
la industria y el transporte estaban en una situación desastrosa.
Rusia, según las palabras de un contemporáneo, había surgido de la
Guerra Civil en un estado de colapso económico “sin paralelo en la
historia de la humanidad”.2 Había llegado el momento de restañar
las heridas de la nación, y para ello se requería un cambio en la
política interna que fuera paralelo con el alivio que ya se
experimentaba en los asuntos exteriores. Sobre todo, esto significaba
el abandono del “Comunismo de Guerra”, programa improvisado para
enfrentar la emergencia de la Guerra Civil. Como su nombre implica,
el Comunismo de Guerra llevaba el duro sello de la regimentación y
la compulsión. Dictado por la escasez económica y la necesidad
militar, se caracterizaba por una extremada centralización de los
controles gubernamentales en todos los sectores de la vida social. Su
piedra angular era la incautación forzada de los cereales de los que
se despojaba al campesinado. Se enviaban destacamentos armados al
campo para que requisaran el excedente de producción con el fin de
abastecer a las ciudades y aprovisionar al Ejército Rojo, que
constaba de unos cinco millones de hombres. Aunque se les habían
dado instrucciones de que dejaran a los campesinos lo suficiente para
sus necesidades personales, era común que los pelotones de
requisición tomaran a punta de pistola los cereales destinados a
consumo personal o separados para la próxima siembra. “La esencia
del ‘Comunismo de Guerra’ –admitió Lenin mismo– consistió
en que tomó en realidad del campesino todos sus excedentes y a veces
no sólo eso sino también parte del cereal que éste necesitaba para
su propia alimentación. Lo hizo para satisfacer los requerimientos
del ejército y para mantener a los obreros.”3 Además de los
cereales y vegetales, los destacamentos alimentarios confiscaron
caballos, forraje, carros y otros elementos para uso militar, a
menudo sin pago de ninguna clase, de modo que los campesinos tenían
que prescindir de artículos tales como el azúcar, la sal y el
kerosén, para no mencionar el jabón, las botas, los fósforos y el
tabaco, o los clavos y los trozos de metal que necesitaban para
realizar reparaciones esenciales. Hay pocas dudas de que la
requisición compulsiva (llamada en ruso prodrazverstka) salvó al
régimen bolchevique de la derrota, pues sin ella no podrían haber
sobrevivido ni el ejército ni la población urbana, de los cuales el
gobierno obtenía su apoyo principal. No obstante, el precio
inevitable fue el enajenamiento del campesinado. Forzados por las
armas a entregar sus excedentes y privados de compensación por
artículos de consumo de extrema necesidad, los aldeanos respondieron
del modo que era de esperar: los destacamentos alimentarios, cuando
no tropezaron con la resistencia abierta, se vieron obstaculizados
por tácticas evasivas en las que se utilizó a fondo hasta el último
recurso de la astucia campesina. En 1920, una autoridad importante
estimaba que los campesinos lograban sustraer con éxito más de una
tercera parte del total de la cosecha a los equipos gubernamentales
de acopiamiento.4 Además, los campesinos comenzaron a cultivar sólo
la tierra necesaria para satisfacer sus propias necesidades directas,
de modo que a fines de 1920 la cantidad de hectáreas sembradas en la
Rusia europea era sólo de las tres quintas partes de la cifra
correspondiente a 1913, que fue el último año normal antes del
comienzo de la guerra y de la revolución.5 Una buena parte de esta
baja fue resultado, por supuesto, de la devastación que experimentó
el campo ruso, pero la política de la prodrazverstka contribuyó por
cierto a la declinación catastrófica de la producción agrícola
durante el período de la Guerra Civil. En 1921 la producción
agrícola total había descendido a menos de la mitad de la cifra de
preguerra, y la cantidad de ganado a más o menos dos tercios de ese
número. En particular, fueron gravemente afectados productos básicos
como el lino y la remolacha azucarera, que disminuyeron a una cifra
de alrededor de un quinto a un décimo de sus niveles normales.6 Al
mismo tiempo, la requisición forzada reencendió la lucha secular en
Rusia entre la población rural y la autoridad estatal de base
urbana. Lenin había comprendido desde hacía mucho tiempo que, a
raíz de la atrasada situación económica y social de Rusia,
resultaba esencial realizar una alianza táctica con el campesinado
para que el partido pudiera alcanzar, y luego retener, el poder. Los
bolcheviques, como mínimo, tenían que mantener neutrales a los
campesinos. Fue este motivo, principalmente, el que llevó a la
formación de un gobierno de coalición con los revolucionarios
socialistas de izquierda en diciembre de 1917; y la misma
consideración puede haber influido también en la elección de M. I.
Kalinin –uno de los pocos bolcheviques de cierta prominencia cuyos
orígenes campesinos eran perfectamente conocidos– como presidente
de la República Soviética. Pero el principal medio para asegurarse
el apoyo de los campesinos consistió en dar cumplimiento al viejo
sueño de éstos, la chernyi peredel, es decir, una distribución
general de tierras. Los decretos sobre tierras que promulgaron los
bolcheviques el 26 de octubre de 1917 y el 19 de febrero de 1918,
estaban en muy estrecha armonía con las urgencias populistas e
igualitarias de la población rural. Adoptando el programa agrario de
los revolucionarios socialistas, cuyas doctrinas fueron recortadas a
medida de las aspiraciones del campesinado, el joven gobierno
soviético abolió todas las propiedades rurales privadas y ordenó
que la tierra se repartiera proporcionalmente sobre una base igual
entre quienes la habían trabajado con sus propias manos y sin ayuda
de trabajo contratado.7 Los dos decretos dieron nuevo ímpetu a un
proceso que los aldeanos habían comenzado por sí mismos, varios
meses antes, durante el verano de 1917, y en 1920 la tierra ya estaba
dividida en más de 20 millones de pequeñas propiedades trabajadas
por unidades familiares individuales. No puede asombrarnos, entonces,
que la población rural recibiera con júbilo estas medidas iniciales
de los bolcheviques, atenuadas sólo por la cautela tradicional de
los campesinos ante los edictos oficiales que emanaban del Estado.
Para los campesinos, la revolución bolchevique significó primero y
ante todo la satisfacción de su hambre de tierras y la eliminación
de la nobleza, y en ese momento sólo deseaban que se los dejara en
paz. Atrincherándose en sus nuevas propiedades, miraban con
suspicacia cualquier intromisión exterior. Y éstas no tardaron
mucho en llegar. Cuando la Guerra Civil se agudizó y los equipos de
requisición llegaron hasta el campo, los campesinos comenzaron a
considerar a los bolcheviques como adversarios, más bien que como
amigos y benefactores. Se quejaron de que Lenin y su partido habían
eliminado a los señores y dado al pueblo la tierra sólo para
quitarle el producto de su trabajo y su libertad de utilizarla como
le pareciera adecuado. Además, los campesinos veían con malos ojos
las granjas estatales que las autoridades habían establecido en
algunas haciendas más grandes expropiadas a los nobles durante el
período de la Guerra Civil. Para los aldeanos, una verdadera chernyi
peredel significaba la división entre el pueblo de toda la tierra.
Significaba además la abolición de la “esclavitud asalariada”,
que se perpetuaba en las granjas estatales. Como Lenin mismo dijo:
“El campesino piensa: si hay grandes granjas, entonces soy otra vez
un agricultor a sueldo”.8 Como resultado de estas políticas,
fueron bastantes los campesinos que llegaron a pensar que los
bolcheviques y los comunistas eran gente diferente. A los primeros
les atribuían el don precioso de la tierra, mientras acusaban
amargamente a los últimos –particularmente a Trotsky, Zinoviev y a
otros líderes comunistas cuyo origen “extranjero” era bien
conocido– de imponerles una nueva forma de esclavitud, esta vez
hacia el Estado en lugar de la nobleza. “Somos bolcheviques, no
comunistas. Estamos en favor de los bolcheviques porque éstos
expulsaron a los señores feudales, pero no estamos en favor de los
comunistas porque ellos están en contra de la propiedad individual
de la tierra.”9 Así describió Lenin la actitud de los campesinos
en 1921. Un año más tarde su disposición de espíritu, como lo
muestra un informe policial de la provincia de Smolensko, había
cambiado muy poco: “Entre los campesinos no hay límite para las
murmuraciones contra el gobierno soviético y los comunistas. En la
conversación de todos los campesinos medios y de los campesinos
pobres, por no hablar siquiera de los kulaks, se oye decir lo
siguiente: ‘No están planeando la libertad para nosotros, sino la
servidumbre. Ha comenzado el tiempo de Godunov, en que los campesinos
estaban ligados a los dueños de la tierra. Ahora nosotros [estamos
ligados] a la burguesía judía representada por gente como
Modkowski, Aronson, etcétera’”.10 Sin embargo, el grueso de los
campesinos, durante el tiempo que duró la Guerra Civil, continuó
tolerando al régimen soviético como un mal menor en comparación
con la restauración Blanca. Pese a su aguda antipatía por el
partido gobernante, temían más aún un retorno de los nobles y la
pérdida de su tierra. Los pelotones de recolección de alimentos
encontraban por cierto a menudo resistencia en las aldeas, y esa
resistencia costó bastantes vidas bolcheviques, pero los campesinos
se abstuvieron de la oposición armada en una escala suficientemente
seria como para amenazar la existencia del gobierno. Sin embargo, con
la derrota del ejército de Wrangel en el verano de 1920, la
situación cambió rápidamente. Una vez evaporado el peligro Blanco,
el resentimiento de los campesinos contra la prodrazverstka y las
granjas estatales creció más allá de todo control. Se produjeron
oleadas de sublevaciones campesinas que barrieron la Rusia rural. Los
estallidos más serios ocurrieron en la provincia de Tambov, en el
sector medio del Volga, en Ucrania, en la región norte del Cáucaso,
en el oeste de Siberia, zonas periféricas donde el control
gubernamental era relativamente débil y la violencia popular tenía
antecedentes de larga data.11
Las
rebeliones cobraron rápidamente fuerza durante el invierno de
1920-1921. En ese período, según observó Lenin, “decenas y
centenares de miles de soldados desbandados” volvieron a sus aldeas
nativas y engrosaron las filas de las fuerzas guerrilleras.12 A
comienzos de 1921 habían sido desmovilizados unos 2.500.000 hombres
–casi la mitad del total de los efectivos del Ejército Rojo–, en
una atmósfera de violencia e intranquilidad social que amenazaba la
estructura misma del Estado. Se trataba de una situación de un tipo
no infrecuente en Europa en los años que siguieron inmediatamente a
la Primera Guerra Mundial, cuando la desmovilización militar en gran
escala agravó las tensiones económicas existentes y agudizó el
descontento popular. Pero en Rusia la situación era particularmente
grave. En casi siete años de guerra, revolución y desorden civil se
había alimentado un espíritu de ilegalidad que era difícil
erradicar. La población civil desquiciada no había llegado aún a
asentarse, cuando la desmovilización, como observó Lenin, desató a
una horda de hombres inquietos cuya única ocupación era la guerra y
que, naturalmente, concentraron sus energías en el bandidaje y la
rebelión. Para Lenin la situación era equivalente a una
resurrección de la Guerra Civil, pero en una forma distinta y más
peligrosa –más peligrosa, según su punto de vista, porque no la
estaban librando elementos sociales en bancarrota cuyo tiempo en la
historia ya había pasado, sino las masas populares mismas–. El
espectro de una enorme jacquerie,* una nueva revuelta de Pugachev,
“ciega y despiadada” según la celebrada expresión de Pushkin,
parecía acosar al gobierno, y esto en un momento en que las
ciudades, centros tradicionales de apoyo bolchevique, se encontraban
en una situación de agotamiento y debilidad y padecían también de
intranquilidad profunda. Entre noviembre de 1920 y marzo de 1921
aumentó fuertemente el número de estallidos rurales. Sólo en
febrero de 1921, en vísperas de la rebelión de Kronstadt, la Cheka
informó de 118 levantamientos campesinos aislados en diversas partes
del país.13 En el oeste de Siberia la marea de la rebelión arrolló
casi toda la región de Tiumen y buena parte de las provincias
vecinas de Cheliabinsk, Orenburg y Omsk. Las comunicaciones por medio
del ferrocarril transiberiano se vieron seriamente interrumpidas, lo
cual agravó la escasez ya grave de alimentos en las grandes ciudades
de la Rusia europea. En la zona media del Volga, donde Stenka Razin y
Pugachev habían reclutado el mayor número de partidarios, bandas de
merodeadores armados –campesinos, veteranos del ejército,
desertores– vagaban por el campo en busca de alimento y botín.
Sólo una leve línea separaba el bandidaje de la revuelta social.
Por todas partes hombres desesperados tendían emboscadas a los
destacamentos de requisición y luchaban con decisión salvaje contra
todos los que osaban interferir su acción. La lucha más encarnizada
ocurrió quizás en la fértil provincia de Tambov, foco de revueltas
campesinas desde el siglo XVII. Acaudillada por A. S. Antonov, ex
socialista revolucionario cuyos talentos como luchador guerrillero y
reputación como Robin Hood podían competir con los de Néstor
Macno, la rebelión escapó de todo control durante más de un año
hasta que el experto comandante rojo, Miguel Tujachevsky, que acababa
de aplastar la revuelta de los marineros en Kronstadt, llegó con un
gran ejército para sofocarla.14 Aparte de la elevada incidencia de
las insurrecciones campesinas durante el invierno de 1920-1921, nos
sorprende el elevado número de hombres que entraron en las filas
rebeldes. En su punto máximo, el movimiento de Antonov contaba con
unos 50.000 insurgentes, mientras que en un solo distrito del oeste
de Siberia las guerrillas, según fuentes que probablemente no
exageran, incluían a 60.000 hombres.15 Simples campesinos, armados
con hachas, palos, horquillas y algunos rifles y pistolas, libraron
batallas campales con formaciones regulares del ejército, y su
desesperado valor provocó una tasa de deserción tan alta entre las
tropas gubernamentales –muchos de cuyos componentes compartían los
antecedentes y actitudes sociales de los guerrilleros–, que hubo
que retirar a las unidades especiales de la Cheka y a los cadetes de
la escuela de oficiales comunistas, cuya lealtad estaba fuera de toda
duda. Al carecer de armas modernas y de organización efectiva, las
bandas dispersas de campesinos no pudieron finalmente enfrentarse con
las fuerzas rojas ya fogueadas. Además, los insurgentes no tenían
ningún programa coherente, aunque sus eslogans eran en todas partes
los mismos: “Abajo la requisición”, “Fuera los destacamentos
que se incautan de alimentos”, “No entreguen sus excedentes”,
“Abajo los comunistas y los judíos”. Aparte de esto, compartían
un odio común contra las ciudades, de donde venían los comisarios y
los destacamentos de requisición, y contra el gobierno que les
enviaba a esos intrusos. La población de Tambov, según observaba un
comandante militar bolchevique en esa provincia, consideraba a la
autoridad soviética como responsable del envío de “los comisarios
y funcionarios saqueadores”, fuerza tiránica que no conocía ni
compartía la vida del pueblo. No es sorprendente, por lo tanto, que
uno de los grupos rebeldes de Tambov se haya fijado como objetivo
principal “el derrocamiento del gobierno de los
comunistasbolcheviques que han reducido el país a la pobreza, la
muerte y la desgracia”.16 Aunque la resistencia armada y la evasión
a las requisiciones alimentarias fueron sus armas más contundentes,
los campesinos pusieron también en juego otros medios tradicionales
de protesta: las humildes peticiones al gobierno central. Entre
noviembre de 1920 y marzo de 1921, las autoridades de Moscú fueron
bombardeadas con llamados urgentes que venían de todas las regiones
del país, en los cuales se pedía la finalización de las políticas
coercitivas del Comunismo de Guerra. En un momento en que los Blancos
ya estaban derrotados, argumentaban los peticionantes, perdía su
justificación la requisición forzada de cereales. En su lugar los
campesinos solicitaban el establecimiento de una tasa fija sobre su
producción y el derecho a disponer de los excedentes como mejor les
pareciera. Y como un incentivo más para la producción, pedían que
aumentara el abastecimiento de bienes de consumo para el campo.17 No
obstante, estas solicitudes del pueblo llano encontraron pocos oídos
sensibles dentro de los círculos administrativos soviéticos, donde
el pequeño terrateniente era considerado, en gran medida, como un
pequeño-burgués incurable que, luego de haber obtenido la posesión
de la tierra, dejó de apoyar a la revolución. Los bolcheviques
temían, más que a cualquier otra cosa, al atrincheramiento
capitalista en las aldeas rusas. Siempre atentos a los paralelos
históricos, recordaban al campesinado de 1848, que sirvió como
baluarte de la reacción en Europa occidental, y evitaron toda
concesión que pudiera robustecer a los propietarios campesinos
independientes de su propio país. Además, para muchos bolcheviques
el sistema del Comunismo de Guerra, con su dirección estatal
centralizada de la economía, llevaba las marcas esenciales
distintivas de la sociedad socialista con que soñaban, y estaban
poco dispuestos a abandonarlo para restablecer el mercado libre y
fortalecer la existencia de un campesinado fuertemente atrincherado.
Un enérgico expositor de este punto de vista fue Valerian Osinsky
(cuyo nombre real era Obolensky), líder del grupo centralista
democrático del ala izquierda dentro del partido comunista. Osinsky
expresó su posición en una serie de influyentes artículos
aparecidos en la segunda mitad del año 1920. Rechazando cualquier
concesión que consistiera en la fijación de una tasa en especies o
en la resurrección del libre comercio, exigía una mayor
intervención estatal, y no una disminución de ella, en la vida
agrícola. La única solución para la crisis agraria campesina,
escribió Osinsky, reside en la “organización masiva compulsiva de
la producción” bajo la dirección y el control de funcionarios del
gobierno.18 Para lograrlo, proponía la formación de “comités de
siembra” en cada localidad, con la misión principal de hacer
aumentar la producción ampliando el área sembrada. Los nuevos
comités reglamentarían también el uso de los equipos, los métodos
de siembra, el cuidado del ganado y otras cuestiones que afectaban a
la eficiencia de la producción. Osinsky sugería además que se
exigiera a los campesinos que concentraran su semilla en un banco
común de semillas, y que la distribución de ésta fuera determinada
por el gobierno. Su punto de mira último era un sistema de
explotación socializada de las granjas, en el cual todas las
pequeñas propiedades se colectivizaran y la tarea agrícola se
cumpliera sobre una base común. Lo que implicaban las
recomendaciones de Osinsky no era meramente la conservación del
Comunismo de Guerra, sino su reforzamiento prácticamente en todas
las fases de la vida rural. Lejos de pacificar a los campesinos, sus
propuestas sólo fueron un nuevo motivo de alarma, y aquéllos no
tardaron en hacer oír su voz. Surgió una oportunidad a fines de
diciembre de 1920, cuando se reunió en Moscú el Octavo Congreso de
los Soviets. El plan de Osinsky ocupó un lugar central en las
deliberaciones. Aunque la mayoría comunista lo aprobó por un margen
de votos muy grande, la oposición se expresó por boca de los
mencheviques y los socialistas revolucionarios, que hacían entonces
su última aparición en una reunión nacional de esta clase. Feodor
Dan y David Dallin por los mencheviques, y V. K. Volsky e I. N.
Steinberg por los socialistas revolucionarios de derecha e izquierda,
condenaron unánimemente las políticas de “bancarrota” del
Comunismo de Guerra. Exigieron el inmediato reemplazo de las
requisiciones de alimentos por una tasa fija en especies, con
libertad de comercio respecto de los excedentes que sobrepasaran las
obligaciones de los campesinos respecto del Estado. Todo enfoque
basado en la compulsión, argumentaba Dan, sólo precipitaría la
declinación del área sembrada y una reducción suplementaria de la
producción de grano, que tanta falta hacía; la aplicación
continuada de la fuerza ampliaría el abismo entre ciudad y campo,
impulsando al campesinado a tomar las armas de la contrarrevolución.
En una posición similar, Volsky exhortaba al gobierno a alentar la
formación de cooperativas voluntarias y a abandonar las granjas
estatales a las cuales se oponían tan encarnizadamente los
campesinos. Y Dallin, al referirse a los comités de siembra de
Osinsky, advertía que cualquier nuevo instrumento de coerción sólo
agravaría la crisis existente.19 Otras objeciones a la política
agrícola del gobierno fueron formuladas por los campesinos mismos en
una sesión a puerta cerrada de los delegados rurales al congreso.
Lenin asistió personalmente, y las notas que envió al Comité
Central del partido y al Consejo de Comisarios del Pueblo son de
enorme interés. La oposición al proyecto de Osinsky, como muestran
las notas de Lenin, era unánime y contundente. Con desprecio no
disimulado, un campesino de Siberia –región ya profundamente
afectada por las rebeliones campesinas– denunció la idea de
establecer comités de siembra y de que el Estado interfiriera más
en los asuntos de las aldeas: “Osinsky no conoce Siberia. Yo he
sembrado allí durante treinta y ocho años, pero Osinsky no sabe
nada”. Otros delegados atacaron los esfuerzos del gobierno por
colectivizar la agricultura, pero su peor animosidad se reservó para
la confiscación de cereales mediante destacamentos armados que,
decididos a cumplir sus cuotas arbitrarias, no hacían ningún
distingo entre el campesino ocioso y el que trabajaba con ahínco.
Había sido incautado tanto cereal, dijo un delegado, que ni los
seres humanos ni los animales tenían nada que comer. Un campesino de
Tula protestó diciendo que debido a las confiscaciones excesivas
diez provincias fértiles de Rusia central (incluida la suya propia)
se habían quedado sin semilla para la próxima siembra. Para elevar
la producción de alimentos, dijo un delegado de Perm, debemos
liberarnos de este flagelo de la requisición compulsiva. Los
oradores protestaron, uno después de otro, afirmando que sólo se
les había dado una pequeña compensación, y a veces ninguna, por su
producción. “Si queréis que sembremos toda la tierra –declaró
un campesino de la provincia de Minsk– dadnos sólo sal y hierro.
No diré nada más.” Necesitamos caballos, ruedas, rastras,
repiqueteaban otras voces. Dadnos metal para reparar nuestras
herramientas y cobertizos, o moneda sólida con valor real para pagar
al herrero y al carpintero. Un delegado de la provincia de Kostroma
expresó la opinión de todo el grupo cuando declaró: “A los
campesinos hay que darles incentivo, pues de otro modo no quieren
trabajar. Puedo aserrar madera bajo el látigo, pero no se puede
cultivar bajo el látigo”. “¿Cómo proporcionar incentivo?
–preguntaba un campesino de Novgorod–. Es muy simple: un
porcentaje fijo de requisición de grano y de ganado.”20 Lenin
mismo no era de ninguna manera indiferente ante la situación por la
que atravesaba el campesinado. Cuando se enteró, por ejemplo, de que
los campesinos de un determinado distrito habían sido sometidos a
confiscaciones excesivas y privados del grano necesario para sembrar,
intervino personalmente en su ayuda.21 Ya en noviembre de 1920 había
comenzado a considerar la posibilidad de “la transformación de las
requisiciones de alimentos en una tasa en especies”,22 que era
precisamente lo que los mismos aldeanos estaban solicitando. Pero,
por lo menos por el momento, rechazó tal paso como prematuro. En
efecto, el peligro de una reanudación de la Guerra Civil, dijo Lenin
en el Octavo Congreso de los Soviets, aún no se había evaporado por
completo. Estaba por firmar la paz formal con Polonia; y el ejército
de Wrangel, abastecido por los franceses, seguía preparado en la
vecina Turquía, listo para golpear en la primera oportunidad
conveniente. Era obvio en tonces que no debía precipitarse la
transición a un nuevo programa económico de época de paz.23 En una
ocasión anterior Lenin había ejemplificado este punto con una
fábula rusa. Hablando ante una asamblea de representantes rurales de
la provincia de Moscú en octubre de 1920, admitió (con gritos de
aprobación por parte del auditorio) que el campesinado gemía bajo
una pesada carga de contribución, que había provocado una grave
escisión entre ciudad y campo, entre obrero y campesino. Pero si el
carnero y el chivo se pelean, preguntó Lenin refiriéndose al
proletariado y el campesinado, ¿debemos permitir que el lince de la
contrarrevolución los devore a ambos?24 Así, pese a las dudas cada
vez más profundas, Lenin se atuvo a las viejas políticas del
Comunismo de Guerra. En diciembre de 1920, en el Octavo Congreso de
los Soviets, puso su sello de aprobación sobre el proyecto de
Osinsky, de creación de un banco público de semillas y de una
campaña de siembra en la primavera siguiente. A continuación el
congreso aprobó una resolución que exigía un “amplio plan
estatal de siembra compulsiva” bajo la dirección general del
Comisariado de Agricultura. Se establecerían comités de siembra en
cada provincia, distrito y municipio, encargados de administrar toda
la mano de obra y equipo disponible para ampliar el área de tierra
cultivada.25 Pero Lenin consideraba que, por lo menos en ese momento,
no era factible realizar ningún intento más de colectivizar la
agricultura. Ya no creía que el socialismo pudiera lograrse en un
futuro cercano. Rusia, según afirmó en el Octavo Congreso de los
Soviets, seguía siendo un país de pequeños campesinos, y los
campesinos “no son socialistas”. Tratarlos como tales equivalía
a construir el futuro de Rusia sobre arena movediza. Aunque se había
clausurado el Sujárevka (el famoso mercado negro de Moscú), su
espíritu vivía en el corazón de todo pequeño propietario.
“Mientras vivamos en un país de pequeños campesinos –dijo
Lenin–, el capitalismo tendrá en Rusia una base económica más
fuerte que el comunismo.” Pero si la transición al socialismo iba
a ser larga y difícil, agregaba, tanta mayor razón para no
retirarse ante las fuerzas capitalistas en el campo. Así, la
compulsión y no la concesión seguía siendo el santo y seña de la
política agrícola bolchevique.26 La situación en las ciudades, que
hasta entonces habían sido el principal baluarte de apoyo
bolchevique, era en muchos aspectos peor que en el campo. Seis años
de disturbios habían desquiciado la economía industrial de la
nación. Aunque las estadísticas publicadas varían en muchos
detalles, el cuadro que surge es casi el de un colapso.27 A fines de
1920 la producción industrial total había bajado a alrededor de un
quinto de los niveles de 1913. El abastecimiento de petróleo y de
materias primas alcanzó un estado particularmente crítico. Aunque
los campos petrolíferos de Bakú y la cuenca carbonífera del Donetz
se habían recuperado en la primavera y el otoño de 1920, el daño
fue amplio y muy difícil de reparar. Muchas de las minas estaban
inundadas y otras obras en curso quedaron destruidas. La producción
total de carbón en Rusia, a fines de 1920, era sólo de un cuarto de
los niveles de preguerra, y la de petróleo no pasaba de un tercio.
Peor aún, la producción de hierro fundido bajó a menos del 3 por
ciento de los niveles de 1913, y la producción de cobre casi se
había detenido. Por falta de estos materiales básicos, los
principales centros industriales del país se vieron forzados a
reducir la producción en forma muy extrema. Muchas grandes fábricas
sólo podían funcionar parcialmente, y su fuerza de trabajo
disminuyó a una fracción de lo que había sido cuatro o cinco años
antes. Algunos sectores importantes de la industria pesada llegaron a
cesar por completo en su actividad. Y en las empresas productoras de
bienes de consumo, la producción total disminuyó a menos de un
cuarto de los niveles de preguerra. La manufactura de calzado se
redujo a un décimo de lo normal, y sólo en veinte plantas textiles
siguieron funcionando las máquinas. Integraban esta situación de
desastre dos factores adicionales: los efectos asfixiantes del
reciente bloqueo aliado y la desorganización del sistema de
transportes del país. El bloqueo, impuesto después del tratado de
Brest-Litovsk de 1918, fue finalmente levantado en 1920, pero el
comercio interior no revivió hasta el año siguiente, e incluso
entonces en muy pequeña escala. Como resultado, la Rusia Soviética
se vio privada de equipo técnico, maquinaria y materias primas que
necesitaba con urgencia y cuya falta impidió una rápida
recuperación del sistema industrial. Al mismo tiempo, los medios de
transporte quedaron gravemente desquiciados. En buena parte del país
habían sido arrancados los rieles y destruidos los puentes por los
ejércitos en retirada. Trotsky, al informar sobre la situación de
los transportes al Octavo Congreso de los Soviets, observaba que más
de la mitad de las locomotoras en Rusia estaban descompuestas; y la
producción de nuevas máquinas había descendido al 15 por ciento de
la cifra correspondiente a 1913.28 Como el abastecimiento de petróleo
normal era a lo sumo intermitente, el personal ferroviario se vio
reducido a hacer funcionar los trenes con madera, y esto aumentó el
número de averías e interrupciones del servicio. Las comunicaciones
estaban deterioradas en casi todas partes, y en algunos distritos la
parálisis era total. La quiebra del sistema ferroviario detuvo la
entrega de productos alimenticios a las ciudades hambrientas. Las
provisiones llegaron a ser tan escasas que los obreros y otros
habitantes de las ciudades se vieron reducidos a raciones de hambre.
Las pequeñas cantidades de alimentos disponibles se distribuían de
acuerdo con un sistema preferencial ideado originariamente para
favorecer a los obreros de las industrias bélicas, pero que se
mantuvo aun después de la terminación de la Guerra Civil. Así, a
comienzos de 1921, los obreros de las fundiciones de Petrogrado y de
los altos hornos (goriachie tsekhi) recibían una ración diaria de
800 gramos de pan negro, mientras que otros obreros que realizaban
tareas excepcionalmente pesadas (udarniki) recibían 600 gramos, y
las categorías menores no pasaban de 400 o incluso de 200 gramos.29
Pero aun esta magra asignación se distribuía sobre una base
irregular. Según nuestras fuentes, la dieta de los trabajadores del
transporte llegaba a un promedio de 700 a 1.000 calorías por día,30
cifra muy por debajo del mínimo necesario para enfrentar el trabajo
de todo un día. La crisis alimentaria en las ciudades se complicó
mucho a raíz de la desintegración del mercado regular durante el
período de la Guerra Civil. Bajo el sistema del Comunismo de Guerra
se abolió todo comercio privado y cesó virtualmente de existir el
intercambio normal de bienes entre la ciudad y el campo. Su lugar lo
ocupó rápidamente un mercado negro. Enjambres de vendedores
ambulantes correteaban de aldea en aldea comprando pan y vegetales
para venderlos o realizar operaciones de trueque con los hambrientos
habitantes de las ciudades. A fines de 1920 el comercio ilícito
había llegado a proporciones tales que suplantó en gran medida a
los canales oficiales de distribución. Al mismo tiempo, la inflación
alcanzó niveles vertiginosos. Sólo en el curso del año 1920 el
precio del pan aumentó más de diez veces.31 El gobierno soviético,
para atender a sus propios gastos, comenzó a imprimir dinero con un
ritmo frenético, y como resultado de esta acción un rublo de oro
que equivalía a 7 rublos papel y 85 kopecks en 1917, valía por lo
menos 10.000 rublos papel tres años más tarde.32 A fines de 1920
los salarios reales de los trabajadores fabriles en Petrogrado habían
descendido, según estimaciones oficiales, al 8,6 por ciento de sus
niveles de preguerra.33 A medida que iba bajando el valor de la
moneda, se pagaba a los trabajadores una proporción cada vez mayor
de su salario en especies. La ración de comida (payok) llegó a
constituir el núcleo del salario, al cual se agregaban los zapatos y
vestimentas que el gobierno entregaba a los obreros y, a veces, una
fracción de lo que producían, que ellos trocaban normalmente por
comida. No obstante, los trabajadores fabriles raramente tenían lo
necesario para poder alimentarse ellos mismos y sus familias, y se
fueron uniendo a las oleadas de habitantes de las ciudades que
abandonaban sus hogares y se trasladaban al campo en busca de
alimento. Entre octubre de 1917 y agosto de 1920 (fecha en que se
tomó un censo), la población de Petrogrado disminuyó de casi
2.500.000 habitantes a más o menos 750.000, lo cual equivale a una
baja de casi dos tercios. Durante el mismo período Moscú perdió
casi la mitad de sus habitantes, mientras que la población urbana
total de Rusia declinó en alrededor de un tercio. Una buena
proporción de esta migración la componían trabajadores
industriales que iban volviendo a sus aldeas nativas y reanudaban su
anterior forma de existencia campesina. En agosto de 1920 Petrogrado,
por ejemplo, quedó con sólo un tercio de los 300.000 obreros
fabriles de los que podía jactarse tres años antes, y el
decrecimiento total de obreros en toda Rusia excedió el 50 por
ciento.34 Parte de esta dramática declinación era atribuible, por
supuesto, a la alta tasa de mortalidad en el frente, y parte a la
gran cantidad de personas que volvían a sus aldeas para participar
en el reparto de tierras; la dislocación de la industria y la falta
de petróleo y vestimenta contribuyeron también a este éxodo. Pero
la mayoría buscaba comida, especialmente durante 1919 y 1920, años
en los cuales los abastecimientos de las ciudades se aproximaron con
rapidez a niveles de hambre. Aun entre quienes prefirieron quedarse,
había muchos operarios que restablecieron viejos vínculos con sus
aldeas, haciendo viajes periódicos en busca de alimento o volviendo
a ellas durante períodos de enfermedad, o para ayudar en la cosecha.
Es irónico que esto ocurriera en un momento en que el país, según
los cánones ideológicos del partido bolchevique, debía haber
adquirido un carácter urbano e industrial cada vez más acentuado.
Pero en lugar de ello, debido a los efectos del reparto de tierras y
de la Guerra Civil, Rusia volvió a ser, en gran medida, la primitiva
sociedad agraria de la cual sólo había comenzado a emerger en época
reciente. Para el gobierno soviético, que gobernaba en nombre del
proletariado industrial, la situación estaba cargada de peligrosas
implicaciones. No sólo el desplazamiento de gente de la ciudad a la
aldea diluía la base social de la autoridad bolchevique, sino que el
renovado contacto entre campesinos y obreros servía para aumentar
las tensiones populares existentes. Las quejas de los campesinos
provocaron reacciones muy fuertes entre los visitantes urbanos, que
pudieron ver con sus propios ojos el impacto que producía el
Comunismo de Guerra en el campo. Y pronto se difundió un sentimiento
de frialdad de los campesinos y obreros hacia sus parientes plebeyos
que integraban el ejército y la armada. El resultado fue una ola
creciente de disturbios rurales, agitación industrial e
intranquilidad militar, que iba a alcanzar un clímax explosivo en
Kronstadt, en marzo de 1921. Entretanto, la situación de las
ciudades y pequeñas poblaciones seguía deteriorándose. A comienzos
de 1921 los elementos mismos de la vida ciudadana se iban
desintegrando. Debido a la crisis de abastecimiento petrolero, los
talleres, las viviendas y las oficinas no pudieron calentarse en los
meses inusitadamente rigurosos del invierno. No se podía comprar en
ninguna parte ropas de abrigo y botas, y se hablaba de casos de
personas que morían heladas en sus departamentos carentes de
calefacción. El tifus y el cólera barrieron las ciudades y cobraron
una cuota alarmante. Pero el alimento siguió constituyendo el peor
problema: pese a la fuerte declinación de la población urbana, los
abastecimientos no eran aún suficientes. Los operarios iban
perdiendo su energía física y caían víctimas de todas las formas
de desmoralización. A fines de 1920 la productividad promedio había
descendido a un tercio de la tasa de 1913.35 Impulsados por el frío
y el hambre, los hombres abandonaban sus máquinas durante días
enteros para juntar madera y víveres en el campo circundante.
Viajaban a pie o en vagones de ferrocarril atestados, llevando sus
posesiones personales y los materiales que habían podido sustraer de
las fábricas, con el fin de intercambiarlos por cualquier alimento
que pudieran conseguir. El gobierno hizo todo lo posible para detener
este tráfico ilegal. Se distribuyeron destacamentos armados que
bloqueaban los caminos (zagraditel’nye otriady) con el fin de
vigilar el acceso a las ciudades y confiscar los preciosos sacos de
alimentos que los “especuladores” traían de vuelta para sus
familias. La brutalidad de los destacamentos camineros se hizo
proverbial en todo el país, y los comisariatos de Moscú se vieron
inundados de quejas por los métodos arbitrarios que se aplicaban.36
Otra queja importante de la clase trabajadora era la referente a la
creciente regimentación del trabajo bajo el sistema del Comunismo de
Guerra. La fuerza impulsora de este desarrollo fue Trotsky, el
Comisario de Guerra. Alentado por el éxito que había obtenido
cuando logró dar forma a un Ejército Rojo rápidamente improvisado,
Trotsky trató de aplicar métodos similares de disciplina militar a
la tambaleante economía industrial. En enero de 1920, el Consejo de
Comisarios del Pueblo decretó, en gran medida por instigación de
Trotsky, una obligación general de trabajo para todos los adultos
capaces y autorizó, al mismo tiempo, la asignación de personal
militar ocioso para tareas civiles. A medida que se aproximaba el fin
de la Guerra Civil, destacamentos enteros de soldados del Ejército
Rojo, en lugar de ser licenciados, eran mantenidos como “ejércitos
de trabajo” y se los destinaba a tareas tendientes a aliviar la
creciente crisis petrolera y del transporte y a salvar del colapso a
las industrias básicas. Se emplearon miles de veteranos en cortar
madera, sacar carbón de las minas y reparar vías férreas, mientras
otros millares eran asignados a tareas pesadas en las grandes
fábricas urbanas. Entretanto, se intentó reforzar la disciplina
laboral entre la fuerza civil de trabajo para reducir los hurtos y el
ausentismo y elevar la producción individual. Sin embargo, los
resultados de estas medidas políticas fueron desalentadores. Como
era de esperar, el endurecimiento de la disciplina y la presencia de
tropas en las fábricas provocaron un fuerte resentimiento en los
obreros regulares y violentas quejas contra la “militarización del
trabajo”, en las reuniones de fábricas y de sindicato. Y los
soldados, por su parte, estaban ansiosos de volver a su hogar, una
vez terminada la guerra. A muchos rusos les parecía que la
“militarización del trabajo” había perdido su justificación en
el momento mismo en que el gobierno trataba de ampliarla. Los líderes
mencheviques compararon la nueva regimentación con la esclavitud
egipcia, cuando los faraones utilizaban el trabajo forzado para
construir las pirámides. Insistían en que la compulsión no
lograría más éxito en la industria que el que había logrado en la
agricultura.37 Con gran alarma de los observadores gubernamentales,
tales argumentos iban obteniendo una resonancia positiva entre los
operarios de las industrias, cuya desilusión respecto de los
bolcheviques y de su programa de Comunismo de Guerra se iba
aproximando al punto de las demostraciones abiertas contra el
régimen. La “militarización del trabajo” fue parte de un
esfuerzo más amplio tendiente a imponer el control central sobre la
vacilante economía de la nación. Durante 1917 y 1918 los
trabajadores industriales habían puesto en práctica el slogan
sindicalista del “control de los obreros” sobre la producción.38
Esto significaba que los comités locales de fábrica y taller
supervisaban la contratación y despido de los trabajadores,
participaban en la fijación de los salarios, horarios y condiciones
de trabajo, y vigilaban en general las actividades de la
administración. En algunas empresas se dejó cesantes a directores,
ingenieros y capataces impopulares, y las comisiones de trabajadores
asumieron por sí mismas las tareas directivas, por lo común con
resultados desastrosos. En el verano de 1918 la administración
efectiva casi había desaparecido en la industria rusa, y el país
estaba al borde del colapso económico. Los bolcheviques, que
alentaron el control por los obreros en 1917 como medio para minar al
Gobierno Provisional, se vieron entonces forzados a actuar para no
ser devorados por la misma marea que había tragado a sus
predecesores. Así, a partir de junio de 1918 se nacionalizaron las
grandes fábricas y se abandonó en forma gradual el control por los
obreros, instaurándose en cambio la dirección unipersonal y una
estricta disciplina de trabajo. En noviembre de 1920 cuatro de cada
cinco grandes empresas estaban ya bajo dirección individual, y la
nacionalización se había extendido a la mayoría de las pequeñas
fábricas y talleres.39 Cuando era posible, los “especialistas
burgueses” volvían a sus cargos para proveer el asesoramiento y la
supervisión técnica que tanto se requerían. Antes de terminar el
año la proporción de empleados burocráticos respecto de
trabajadores manuales era de aproximadamente el doble que en 1917.40
Había comenzado a florecer una nueva burocracia. Se trataba de un
conjunto mixto, formado por personal administrativo veterano y
neófitos sin práctica alguna; sin embargo, pese a las dispares
valoraciones y perspectivas que tenían, compartían intereses
peculiares que les eran propios y que los apartaban de los obreros
del taller. Para estos últimos, la restauración del enemigo de
clase en un lugar dominante dentro de la fábrica significó una
traición a los ideales de la revolución. Según su punto de vista,
su sueño de democracia proletaria, realizado momentáneamente en
1917, les era arrebatado para reemplazarlo por los métodos
coercitivos y burocráticos del capitalismo. Los bolcheviques habían
impuesto la “disciplina de hierro” en las fábricas, establecido
destacamentos armados para imponer por la fuerza la voluntad de la
dirección, y contemplado el uso de odiosos métodos de eficiencia
tales como el “sistema de Taylor”. Que esto lo hiciera un
gobierno en el que habían confiado y que pretendía gobernar en su
nombre, era un amargo trago para los trabajadores. No es de extrañar
entonces que durante el invierno de 1920-1921, en que la dislocación
económica y social alcanzó un punto crítico, no pudieran ya
silenciarse las murmuraciones de descontento, ni siquiera apelando a
amenazas de expulsión con pérdida de las raciones. En las reuniones
de fábrica, donde los oradores denunciaban en tono colérico la
militarización y burocratización de la industria, las referencias
críticas a las comodidades y privilegios de que gozaban los
funcionarios bolcheviques suscitaron gritos indignados de acuerdo por
parte de los oyentes. Los comunistas, se afirmaba, siempre obtenían
los mejores trabajos y parecían sufrir menos hambre y frío que
todos los demás. Comenzaron a surgir, a menudo simultáneamente, el
antisemitismo y el antiintelectualismo; se formuló el cargo de que
los bolcheviques pertenecían a una estirpe extranjera de
intelectuales judíos que habían traicionado al pueblo ruso y
contaminado la pureza de la revolución. Este creciente sentimiento
de amargura y desilusión coincidió con un período de aguda
controversia dentro del Partido Comunista mismo, donde no dejaba de
manifestarse oposición a la política del Comunismo de Guerra. La
controversia, que continuó desde diciembre de 1920 hasta marzo de
1921, y alcanzó su clímax en el Décimo Congreso del Partido,
mientras estaba en curso la rebelión de Kronstadt, se centraba sobre
el rol de los sindicatos en la sociedad soviética.41 Durante la
prolongada y turbulenta disputa surgieron tres posiciones
antagónicas. Trotsky, guiado por la concepción militar de la mano
de obra a la que había llegado mientras era Comisario de Guerra,
estaba en favor de la subordinación total de los sindicatos al
Estado, que debía ser el único dotado de autoridad para designar y
despedir funcionarios sindicales. Los más decididos opositores a
este plan eran los miembros de la Oposición de Trabajadores, grupo
compuesto en gran medida por obreros y ex obreros (sobre todo
Alexander Shliapnikov y Yuri Lutovinov) que habían conservado su
lealtad y simpatías proletarias. Lo que perturbaba especialmente a
la Oposición de Trabajadores era el aparente cambio del régimen
soviético que se había transformado en un nuevo Estado burocrático
dominado por una minoría no proletaria. Shliapnikov, Lutovinov,
Alexandra Kollontai y sus simpatizantes vituperaron la militarización
de la fuerza de trabajo y la inauguración de la dirección
unipersonal en las fábricas. Exigieron no sólo la total
independencia de los sindicatos respecto del control del Estado y del
partido, sino también la transferencia de la administración
industrial a los sindicatos y a sus comités locales de fábrica, que
según ellos debían organizarse en un Congreso Panruso de
Productores. Insistían en que el partido no debía permitir que la
iniciativa creadora de los trabajadores “fuera mutilada por la
maquinaria burocrática que está saturada del espíritu rutinario
que caracteriza al sistema capitalista de producción y control”.42
Lenin y sus partidarios (que constituían una gran mayoría entre los
miembros del partido) trataron de atenuar la discordancia existente
entre la exhortación de Trotsky al sometimiento de los sindicatos y
el programa sindicalista de la Oposición de los Trabajadores. Según
ellos lo veían, los sindicatos no debían ser absorbidos por el
aparato estatal ni había que acordarles el control sobre la
industria; más bien, debían retener una dosis real de autonomía,
con el derecho a elegir a sus propios líderes y promover la libre
discusión de los problemas laborales, mientras que el gobierno
seguiría teniendo las riendas de la economía en sus propias manos.
Lenin esperaba que sus propuestas de compromiso lograrían unir a los
otros grupos. Se sintió profundamente perturbado por la disputa, que
amenazaba con quebrar la frágil unidad partidaria en un momento tan
crítico de la historia soviética. “Debemos tener la valentía de
mirar de frente la amarga verdad”, dijo en enero de 1921, en el
momento más agudo de la controversia. “El partido está enfermo.
El partido tiembla de fiebre.” A menos que pueda curarse de su
enfermedad “en forma rápida y radical”, advertía Lenin,
ocurrirá “una escisión inevitable” que podría resultar fatal
para la revolución.43 Los debates ocurridos dentro del Partido
Comunista reflejan las crecientes tensiones de la sociedad rusa en su
conjunto, a medida que avanzaba el invierno. Durante los tres años
anteriores el pueblo había librado una desesperada lucha para
preservar los frutos de la revolución y lograr una vida más libre y
confortable, y creía que una vez derrotado el enemigo el gobierno lo
liberaría con rapidez de los rigores de la disciplina bélica, y que
en poco tiempo el sistema del Comunismo de Guerra se transformaría
en un borroso recuerdo de una época perturbada, que ya había pasado
a la historia. Pero no ocurrió nada parecido. Una vez ganada la
Guerra Civil, no se abandonaron, ni siquiera se relajaron, las
políticas del Comunismo de Guerra. Meses después de la derrota de
Wrangel, el gobierno mostró pocos signos de que se trataran de
restaurar las libertades elementales, fueran económicas o políticas.
El impulso predominante de la política bolchevique siguió
orientándose, más bien, hacia la compulsión y el control rígido.
Como resultado de ello, se desarrolló rápidamente un sentimiento de
amargo desaliento. Éste era el sentimiento que constituía el núcleo
de la crisis en curso. Aun quienes concebían que el Comunismo de
Guerra había servido a un propósito necesario, que durante la lucha
a muerte contra los Blancos había salvado al ejército de la derrota
y a las ciudades del hambre, estaban convencidos de que la compulsión
ya no tenía utilidad alguna. Según su punto de vista, el Comunismo
de Guerra no había sido nada más que un expediente temporario para
enfrentar una situación de emergencia; como programa de época de
paz constituía un tremendo fracaso y una carga que el pueblo ya no
podía tolerar. No obstante, los bolcheviques no estaban dispuestos a
derogarlo, como tampoco a dejar de sofocar a la oposición política.
A manera de justificación, los portavoces partidarios insistían en
que aún no había transcurrido la emergencia bélica, que el país
seguía estando aislado y acosado por poderosos enemigos de todas
partes, listos para el asalto cuando vieran el primer signo de
debilidad interna. Pero cada medida represiva, aunque la dictara una
urgencia económica o política, minaba aún más las pretensiones
democráticas e igualitarias del gobierno. Voces de crítica
argumentaban que eran los bolcheviques mismos quienes estaban
traicionando los ideales de la revolución. Para Alexander Berkman,
líder anarquista que había apoyado al régimen soviético durante
la Guerra Civil, se había abjurado de los eslogans de 1917 y
pisoteado las más entrañables esperanzas del pueblo. La injusticia
prevalecía en todas partes, escribió Berkman en 1921, y una
supuesta necesidad servía para encubrir la traición, el engaño y
la opresión; los bolcheviques, aunque gobernaban en nombre de los
trabajadores y de los campesinos, estaban destruyendo la iniciativa y
la confianza de éstos en sí mismos, elementos de los cuales
dependía el crecimiento y, en verdad, la supervivencia misma de la
revolución.44 Los sentimientos de Berkman eran ampliamente
compartidos por otros sectores de izquierda que, como los
anarquistas, habían sido rudamente dejados de lado después de la
toma del poder por los bolcheviques. En un discurso pronunciado ante
el Octavo Congreso de los Soviets, el líder menchevique Feodor Dan
llegó a formular la acusación de que al ahogar la iniciativa
popular todo el sistema de los soviets había dejado de funcionar,
excepto como mera fachada para una dictadura unipartidaria. Se
suprimió la libertad de expresión o de reunión, dijo Dan, se
aprisionó o desterró sin juicio previo a ciudadanos y se realizaron
ejecuciones políticas en gran escala. Condenando estas prácticas
terroristas, exigía la inmediata restauración de las libertades
políticas y civiles y solicitaba nuevas elecciones para integrar los
soviets en todas las localidades. El llamado de Dan encontró eco en
un discurso pronunciado por el prominente socialista revolucionario
de izquierda, I. N. Steinberg. Éste había sido comisario de
justicia en el gobierno soviético y solicitaba la resurrección de
la “democracia soviética” con amplia autonomía y autodirección
en el nivel local.45 En verdad, este requerimiento repetía la
antigua exigencia leninista de entregar “todo el poder a los
soviets”, reivindicación que ahora volvían contra los
bolcheviques sus críticos del ala izquierda. Dentro de las filas
mismas del Partido Comunista, los centralistas democráticos
defendían la concesión de mayor poder a los soviets locales como
remedio para la excesiva centralización de la autoridad política
ocurrida durante la Guerra Civil. Tampoco se limitaban tales
apelaciones a un puñado de intelectuales radicales. Durante los
meses del invierno la cólera popular se desarrolló en un amplio
frente, que abarcaba a marineros y soldados, así como a campesinos y
obreros, que anhelaban recuperar la anárquica libertad de 1917, a la
vez que deseaban la restauración de la estabilidad social y el fin
del derramamiento de sangre y la privación económica. A raíz de
estas aspiraciones en cierto modo contradictorias, surgió una de las
más serias crisis internas que los bolcheviques habían enfrentado
desde la toma del poder. En marzo de 1921 el régimen soviético
estuvo en peligro de ser barrido por una oleada de insurrecciones
campesinas, disturbios laborales y fermento militar, que alcanzó su
culminación en el levantamiento de Kronstadt. Era sobre todo el
hambre y la privación lo que había creado la atmósfera para la
crisis, y sería fácil criticar a los bolcheviques porque no hayan
logrado atenuar el descontento abandonando el sistema del Comunismo
de Guerra. No obstante, los bolcheviques necesitaban, no menos que
los gobiernos del oeste, tiempo para evaluar la nueva situación que
estaban enfrentando. La transición de la guerra a la paz, como dijo
Lenin al Octavo Congreso de los Soviets, no era cosa sencilla. Nadie
estaba seguro de cuál era el mejor curso de acción; no había
ningún plano estratégico, ningún precedente que seguir. Desde el
momento en que los bolcheviques tomaron el poder, sus políticas
fueron el resultado de tanteos y tuvieron un carácter experimental e
incierto; y pasados más de tres años, la improvisación seguía
caracterizando sus discusiones y acciones. Algunos de los líderes
partidarios, incluido Lenin mismo, comenzaron de hecho ya en
noviembre de 1920 a considerar la posibilidad de moderar el Comunismo
de Guerra, pero en ese momento estaba lejos de ser evidente –como
iba a serlo sólo dos o tres meses más tarde– que fuera necesaria
una reorientación inmediata para evitar un trastorno social de
importancia. No obstante, subsiste el hecho de que tardó demasiado
en producirse una relajación del clima interno. Dominados aún por
la psicología bélica, y no dispuestos a abandonar el programa que
se adaptaba a sus preconceptos ideológicos, los bolcheviques se
aferraron a las políticas del Comunismo de Guerra y no las
abandonaron hasta febrero de 1921, cuando Lenin dio los primeros
pasos hacia el establecimiento de una Nueva Política Económica. No
obstante, en ese momento ya a era demasiado tarde para evitar la
tragedia de Kronstadt." 10 – 34
No es
sorprendente que en tal momento la oposición política se pusiera en
movimiento. Los mencheviques y las organizaciones socialistas
revolucionarias de Petrogrado, aunque diezmadas por los arrestos y
acosadas por la policía, se las arreglaron para distribuir una
cantidad de proclamas entre la población trabajadora. El 27 de
febrero, por ejemplo, apareció en las calles de la ciudad el
siguiente manifiesto:
Es
necesario un cambio fundamental en la política del gobierno. Ante
todo, los trabajadores y campesinos necesitan libertad. No quieren
vivir al arbitrio de las decisiones de los bolcheviques. Desean
controlar su propio destino. Camaradas, apoyad el orden
revolucionario. De una manera organizada y decidida exigimos: La
liberación de todos los trabajadores socialistas y no partidarios
arrestados; la abolición de la ley marcial; la libertad de
expresión, prensa y reunión para todos los trabajadores; elecciones
libres de comités de fábrica, sindicatos y soviets. Llamad a
reunión, aprobad resoluciones, enviad delegados a las autoridades,
poned en marcha la realización de vuestros requerimientos.19
Aunque
el manifiesto no llevaba firma, presentaba los signos inequívocos de
la agitación que, según ellos mismos admiten, Dan y los líderes
mencheviques que lo acompañaban estaban guiando activamente a fines
de febrero. La organización de Petrogrado, ayudada por impresores
que le eran favorables, y entre los cuales los mencheviques siempre
habían gozado de predicamento, logró imprimir muchos panfletos y
proclamas donde se pedía la elección libre de los soviets y los
sindicatos, la restauración de las libertades civiles, la
finalización del terror y la liberación de los prisioneros
socialistas y de otros sectores políticos del ala izquierda de las
cárceles comunistas. En la esfera económica, los mencheviques
pedían que el gobierno cesara con las requisiciones de cereales y
con el establecimiento compulsivo de granjas estatales, y que
restableciera la libertad de comercio entre la ciudad y el campo, con
reglamentaciones que impidieran la especulación. 44
Como
resultado, luego de varios días de tensa excitación, fueron
disminuyendo rápidamente los disturbios en Petrogrado. El 2 o el 3
de marzo casi todas las fábricas en huelga volvieron al trabajo. Las
concesiones gubernamentales produjeron cierto efecto, pero fue sobre
todo el frío y el hambre lo que estimuló el cambio de actitud del
pueblo. No obstante, esto no implica negar que la aplicación de la
fuerza militar y de los arrestos masivos, por no hablar de la
incansable propaganda realizada por las autoridades, fueron
indispensables para restablecer el orden. Particularmente llamativa,
a este respecto, fue la disciplina que mostró la organización
partidaria local. Dejando de lado sus disputas internas, los
bolcheviques de Petrogrado estrecharon rápidamente filas y
procedieron a realizar la desagradable tarea de represión con
eficacia y en forma expeditiva. Esto se aplica tanto a Zinoviev, jefe
del partido local, como a cualquiera de sus subordinados. Pese a toda
su reputación de cobarde, que era fácilmente invadido por el pánico
cuando amenazaba el peligro, Zinoviev parece haber actuado con
notable presencia de ánimo en la represión de los desórdenes que
ocurrían a su alrededor. Además, el colapso del movimiento no se
habría producido tan pronto si no hubiera sido por la profunda
desmoralización de los habitantes de Petrogrado. Ocurría
simplemente que los trabajadores estaban demasiado agotados como para
sostener por largo tiempo cualquier clase de actividad política. El
hambre y el frío habían reducido a muchos de ellos a un estado de
indiferencia cercano a la apatía total. Más aún, carecían de
liderazgo efectivo y de un programa coherente de acción. En el
pasado, tales cosas habían sido proporcionadas por la intelligentsia
radical. Pero en 1921, como observó Emma Goldman, los intelectuales
de Petrogrado no estaban en condiciones de prestar a los obreros
ninguna clase de apoyo importante, y no digamos de guía activa.
Quienes habían sido una vez los abanderados de la protesta
revolucionaria se sentían ahora demasiado fatigados y aterrorizados,
demasiado paralizados por la futilidad del esfuerzo individual, como
para levantar la voz y oponerse. Junto con la mayoría de sus
camaradas que estaban en la prisión o el exilio, y algunos ya
ejecutados, eran pocos los sobrevivientes dispuestos a arriesgar el
mismo destino, especialmente cuando las probabilidades que tenían en
contra resultaban tan abrumadoras y la más mínima protesta podía
privar a sus familias de sus raciones.32 Además, para muchos
intelectuales y trabajadores, los bolcheviques, pese a todos sus
defectos, constituían aún la barrera más efectiva contra el
resurgimiento de los Blancos y la derrota de la revolución. Por
estas razones, las huelgas de Petrogrado estaban predestinadas a una
breve existencia. En verdad, terminaron casi tan repentinamente como
habían comenzado, sin haber alcanzado nunca el punto de la revuelta
armada contra el régimen. Sin embargo, sus consecuencias fueron
inmensas. Al excitar a los marineros de la cercana Kronstadt, muy
atentos a los desarrollos insurreccionales de la vieja capital,
dieron marco a lo que fue, en muchos aspectos, la más seria rebelión
en la historia soviética. 51
. Ese
mismo día, 26 de febrero, las tripulaciones del Petropavlovsk y del
Sebastopol celebraron una reunión de emergencia y decidieron enviar
una delegación a Petrogrado para averiguar lo que estaba ocurriendo.
Ambos buques de guerra, aprisionados entonces uno junto a otro en el
hielo del puerto de Kronstadt, habían sido durante largo tiempo un
foco de sentimiento y actividad rebelde. Durante los días de julio
de 1917, segur hemos visto, el Petropavlovsk constituyó un ejemplo
de oposición militante al Gobierno Provisional; y en el mes
siguiente cuatro de sus oficiales fueron fusilados bajo la dudosa
acusación de apoyar al general Kornilov. Por lo tanto, no exagera
Pavel Dybenko, ex miembro de la tripulación, cuando habla en sus
memorias de “el siempre tormentoso Petropavlovsk”.70 El
Sebastopol también había tenido una historia de conducta
intemperante, pues su tripulación acababa de amotinarse a raíz de
la restricción de las licencias en la flota. Cuando la delegación
de Kronstadt llegó a Petrogrado, encontró las fábricas rodeadas
por tropas y cadetes militares. En los talleres que aún funcionaban,
destacamentos armados comunistas mantenían vigilancia sobre los
obreros, que permanecían en silencio cuando los marineros se les
acercaban. “Podría haberse pensado –observaba Petrichenko,
figura líder de la revuelta en ciernes– que no eran fábricas sino
prisiones de trabajos forzados de la época zarista.”71 El 28 ele
febrero los emisarios, llenos de indignación ante las escenas a las
que habían asistido, volvieron a Kronstadt y presentaron los
resultados ante una asamblea histórica realizada a bordo del
Petropavlovsk. Su informe expresaba, por supuesto, plena simpatía
por las exigencias de los huelguistas, y solicitaba una mayor
autodeterminación en las fábricas, así como en la flota. La
asamblea votó luego una larga resolución que estaba destinada a
transformarse en el estatuto político de la rebelión de Kronstadt:
Luego de
haber oído el informe de los representantes enviados por la asamblea
general de tripulaciones de buques a Petrogrado para investigar la
situación allí reinante, resolvemos: 1. En vista de que los
actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y campesinos,
celebrar inmediatamente nuevas elecciones mediante voto secreto, con
libertad para que todos los obreros y campesinos puedan realizar
agitación en el período previo; 2. Dar libertad de expresión y
prensa a los obreros y campesinos, a los anarquistas y a los partidos
socialistas de izquierda; 3. Asegurar la libertad de reunión para
los sindicatos y las organizaciones campesinas; 4. Llamar a una
conferencia no partidaria de obreros, soldados del Ejército Rojo y
marineros de Petrogrado, Kronstadt y de la provincia de Petrogrado,
para una fecha no posterior al 10 de marzo de 1921; 5. Liberar a
todos los prisioneros políticos de los partidos socialistas, así
como a todos los obreros, campesinos, soldados y marineros
encarcelados en vinculación con los movimientos laborales y
campesinos; 6. Elegir una comisión que revise los procesos de
quienes permanecen en las prisiones y campos de concentración; 7.
Abolir todos los departamentos políticos, porque a ningún partido
deben dársele privilegios especiales en la propagación de sus ideas
o acordársele apoyo financiero del Estado para tales propósitos. En
cambio, deben establecerse comisiones culturales y educacionales,
elegidas localmente y financiadas por el Estado; 8. Retirar de
inmediato todos los destacamentos de inspección caminera; 9. Igualar
las raciones de todos los trabajadores, con excepción de los que
realizan tareas insalubres; 10.Abolir los destacamentos comunistas de
combate en todas las ramas del ejército, así como las guardias
comunistas que se mantienen en las fábricas y talleres. Si tales
guardias o destacamentos resultaran necesarios, se designarán en el
ejército tomándolos de sus propias filas y en las fábricas y
talleres a discreción de los obreros; 11.Dar a los campesinos plena
libertad de acción respecto de la tierra, y también el derecho de
tener ganado, con la condición de que se las arreglen con sus
propios medios, es decir, sin emplear trabajo asalariado; 12.Requerir
a todas las ramas del ejército, así como a nuestros camaradas los
cadetes militares (kursanty), que aprueben nuestra resolución;
13.Pedir que la prensa dé amplia publicidad a todas nuestras
resoluciones; 14.Designar una oficina de control itinerante;
15.Permitir la producción de los artesanos libres que utilicen su
propio trabajo. PETRICHENKO, Presidente de la Asamblea de la Escuadra
PEREPELKIN, Secretario.72
La
resolución del Petropavlovsk fue un eco no sólo de los descontentos
de la flota del Báltico, sino también de la masa rusa que habitaba
en todas las ciudades y aldeas del país. Los marineros, que eran
también de estirpe plebeya, deseaban que se aliviara la situación
de sus camaradas campesinos y trabajadores. En verdad, de los 15
puntos de la resolución, sólo uno –la abolición de los
departamentos políticos de la flota– se aplicaba específicamente
a su propia situación. El resto del documento era una andanada
dirigida contra las políticas del Comunismo de Guerra, cuya
justificación, según los marineros y la población en general,
había desaparecido desde hacía largo tiempo. El hecho de que alguno
de los patrocinantes de la resolución, incluido Petríchenko,
hubieran estado de licencia en su hogar hacía poco tiempo y visto
con sus propios ojos la condición en que se encontraban los
aldeanos, influyó indudablemente en sus exigencias en ayuda del
campesinado. Esto era especialmente cierto respecto del punto 11, que
habría permitido a los campesinos hacer uso de su tierra en la
medida en que no se valieran de ayuda asalariada. Lo que esto
implicaba era nada más ni menos que la abolición de las
requisiciones de alimentos y también, quizá, la liquidación de las
granjas estatales. Del mismo modo, la gira de inspección realizada
por los marineros en las fábricas de Petrogrado puede explicar el
hecho de que influyeran en su programa las principales demandas de
los obreros: la abolición de las inspecciones camineras, de las
raciones privilegiadas y de los destacamentos armados de fábrica.
Pero no fueron estas exigencias económicas lo que alarmó tanto a
las autoridades bolcheviques cuando les llegó la noticia de la
asamblea celebrada en el Petropavlovsk. Algunas de las demandas, en
verdad, tales como las referentes al retiro de los destacamentos de
inspección caminera (punto 8), estuvieron a punto de ser concedidas
por Zinoviev y sus subordinados de Petrogrado. Además, en ese mismo
momento el gobierno estaba esbozando una nueva política económica
que iría mucho más lejos que el programa de los marineros en lo
referente a satisfacer los deseos populares. Fueron las exigencias
políticas, más bien, que al apuntar como lo hicieron al corazón
mismo de la dictadura bolchevique, impulsaron a las autoridades a
solicitar la inmediata represión del movimiento de Kronstadt. Es
cierto que los marineros no querían el derrocamiento del gobierno
soviético; tampoco defendían una restauración de la Asamblea
Constituyente o de los derechos políticos para la alta burguesía y
las clases medias. Despreciaban a los elementos moderados y
conservadores de la sociedad rusa como lo habían hecho siempre, y no
pensaban de ninguna manera concederles respiro ni tranquilidad. Pero
la declaración con que comienza la resolución –que “los
actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y
campesinos”–, representaba un claro desafío contra el monopolio
bolchevique del poder político. El pedido de nuevas elecciones para
integrar los soviets, vinculado como estaba con una exigencia de
libre expresión para los trabajadores, campesinos y grupos políticos
del ala izquierda, era algo que Lenin y sus seguidores no estaban
dispuestos a tolerar. En efecto, la resolución del Petropavlovsk
constituía un llamado para que el gobierno soviético se comportara
de acuerdo con su propia constitución, y equivalía a una atrevida
formulación de los mismos derechos y libertades que Lenin en persona
había defendido en 1917. En su espíritu, implicaba una vuelta a
Octubre y evocaba la vieja consigna leninista de “Todo el poder a
los soviets”. Pero los bolcheviques lo veían bajo una luz
diferente: al rechazar sus pretensiones de ser los únicos guardianes
de la revolución, de representar con exclusividad a los obreros y
campesinos, tal declaración no era más que un manifiesto
contrarrevolucionario y había que tratarlo como tal. Con la
aprobación de la resolución del Petropavlovsk se apresuró la
marcha de los acontecimientos. Al día siguiente, 1° de marzo, se
celebró en la Plaza del Ancla una reunión masiva de marineros,
soldados y obreros. Asistieron alrededor de 15.000 personas, más de
un cuarto del total de la población militar y civil de Kronstadt.
Han llegado hasta nosotros varias exposiciones realizadas por
testigos visuales, tanto comunistas como no comunistas,73 y en su
conjunto proporcionan un cuadro vívido y detallado de lo que
sucedió. En la plataforma de los oradores estaban dos funcionarios
bolcheviques de alto rango, M. I. Kalinin y N. N. Kuzmin, que habían
sido enviados desde Petrogrado para salvar la situación. De acuerdo
con algunos informes, Zinoviev había acompañado a su colegas hasta
Oranienbaum, pero decidió no seguir más allá por temor a que los
marineros lo maltrataran.74 Kalinin, presidente de la República
Soviética, era un ex obrero de fábrica nacido de una familia
campesina de la provincia de Tver, y los rusos comunes, según
parece, le tenían cierto afecto. Durante la semana anterior él
había sido uno de los pocos oradores bolcheviques de Petrogrado que
fueron escuchados con simpatía por los huelguistas. Se pensó
quizás, entonces, que su popularidad podía resultar útil en esta
ocasión para llamar a los marineros a la sensatez. Cuando llegó
Kalinin, lo recibieron con música, banderas y una guardia militar de
honor, signo alentador de que podrían aún evitarse los disturbios
serios. Además, la reunión de la Plaza del Ancla comenzó en una
atmósfera amistosa, presidida por el jefe bolchevique del Soviet de
Kronstadt, P. D. Vasiliev. Pero los ánimos comenzaron a caldearse
cuando se leyó el informe de los delegados que habían ido a
investigar los disturbios de Petrogrado. Cuando se presentó a la
asamblea la resolución del Petropavlovsk, la excitación llegó a un
grado muy alto. Kalinin se puso de pie y comenzó a hablar contra
ella, pero fue repetidamente interrumpido con burlas: “Basta,
Kalinych, tú te las arreglas para vivir en forma bastante
confortable. Mira todos los cargos que has conseguido. Apuesto a que
te llenas de dinero con ellos.” “Nosotros sabemos perfectamente
lo que necesitamos. En cuanto a ti, viejo, vete a tu hogar con tu
mujer”. Kalinin se esforzó por hacerse oír, pero sus palabras
fueron ahogadas por los silbidos y la rechifla. 69 – 73
La
conferencia, presidida por Petrichenko, comenzó eligiendo un
presidium de cinco hombres. Los delegados oyeron después unos pocos
discursos, antes de encarar su tarea principal que consistía en
organizar nuevas elecciones para integrar el Soviet. Los primeros en
subir a la tribuna fueron los funcionarios comunistas Kuzmin y
Vasiliev, que se habían opuesto a la resolución del Petropavlovsk
el día anterior en la Plaza del Ancla. En esta oportunidad, para
consternación de sus oyentes, prosiguieron con la misma retahíla
crítica. El discurso de Kuzmin, en particular, provocó la
indignación de los delegados. Al recordarles que aún no se había
firmado una paz formal con Polonia, les advertía que cualquier
división en la autoridad gubernamental –cualquier dvoevlastie, o
poder dual– podía en ese momento tentar al mariscal Pilsudski a
reanudar las hostilidades. Los ojos del oeste, decía, estaban
fijados en la Rusia Soviética, atisbando los signos de debilidad
interna. Respecto de los disturbios de Petrogrado, prosiguió Kuzmin,
Kronstadt estaba groseramente mal informada tanto respecto de su
gravedad como de su extensión. Habían constituido, sin duda, un
chispazo momentáneo, pero que pasó muy rápido, y en ese momento la
ciudad estaba tranquila. En un momento dado, Kuzmin, al aludir a la
intranquilidad que reinaba en la flota del Báltico, defendió la
conducta de comisarios como él mismo, a quienes los marineros, en
asambleas recientes, habían hecho objeto de escarnio. Esto
difícilmente pudiera agradar a sus oyentes. Pero lo que los
enardeció más que cualquier otra cosa fueron las observaciones
finales de Kuzmin, que encerraban la misma amenaza implícita que su
discurso del día anterior. “Me tenéis a vuestra merced –les
dijo–. Podéis incluso fusilarme si se os da por eso. Pero si os
atrevierais a levantar la mano contra el gobierno, los bolcheviques
lucharán hasta el extremo de sus fuerzas.” 84 El tono desafiante
del discurso de Kuzmin exasperó por completo a su auditorio. Puesto
que en el salón reinaba una atmósfera explosiva, Kuzmin debía
haber procedido con más tacto.
Sin
embargo, sus observaciones no carecían de ninguna manera de
pertinencia. Puesto que era un hecho que aún no se había firmado
ningún tratado con Polonia (estaba en vigor un armisticio desde
octubre y se realizaban conversaciones de paz en Riga), la amenaza de
una renovada intervención polaca, respaldada una vez más por
oficiales franceses, no era cosa de poca monta. Petrogrado estaba en
una ubicación particularmente expuesta, y los funcionarios
soviéticos temían auténticamente que cualquier evidencia de
dificultades internas pudiera robustecer la posición polaca en la
mesa de negociaciones o llevar incluso a una reanudación abierta de
la guerra. Además, era cierto que las huelgas de Petrogrado estaban
atenuándose, luego de haber alcanzado su pico el último día de
febrero. Pero los rumores de fusilamientos y de un amotinamiento en
gran escala ya habían excitado a los marineros, y el 2 de marzo, en
un momento en que los disturbios casi habían cesado, ellos estaban
redactando el anuncio erróneo (para publicar el día siguiente) de
que la ciudad estaba al borde de una “insurrección general”.85
Esta falsa interpretación, al alentar a los hombres de Kronstadt con
la perspectiva de una sublevación masiva en el continente, los
indujo a realizar serios actos que no pocos de ellos tendrían que
lamentar después. Cuando Kuzmin descendió de la tribuna, Vasiliev,
presidente del difunto Soviet, se dirigió a la asamblea en un tono
similar. Cuando él terminó, la actitud general de la reunión se
había vuelto abiertamente antibolchevique, pese al gran número de
comunistas que había entre los delegados. La hostilidad de los
marineros, como observó Alexander Berkman, no se dirigía contra el
partido como tal, sino contra sus burócratas y comisarios, cuya
arrogancia, a su parecer, estaba ejemplificada en los discursos de
Kuzmin y Vasiliev. El del primero, dice Berkman, fue “una tea
arrojada en un polvorín”.86 Los delegados estaban tan enfurecidos
que los desventurados funcionarios, junto con el comisario de la
Escuadra de Kronstadt (un bolchevique llamado Korshunov, cuya
jurisdicción incluía al Petropavlovsk y al Sebastopol), fueron
arrestados y sacados de la sala. Éste era un flagrante acto de
insubordinación, mucho más serio que la breve detención sufrida
por Kalinin el día anterior. Significó un enorme paso por el camino
del amotinamiento abierto. En cambio, los delegados rechazaron una
moción de arrestar a los otros comunistas presentes y despojarlos de
sus armas. Aunque una minoría vocinglera expresó fuertes
sentimientos anticomunistas, la mayoría de sus camaradas estaban
decididos a adherirse a los principios de la resolución del
Petropavlovsk, que era el estatuto de su incipiente movimiento, donde
se garantizaba la libertad de expresión para todos los grupos
políticos del ala izquierda, incluidos los bolcheviques. Pese a lo
serio que era, el arresto de los tres oficiales no representó un
paso irreversible. Sin embargo, esto no iba a tardar en ocurrir.
Después que los guardias se llevaron de la sala a sus prisioneros,
Petrichenko puso orden en la asamblea. La resolución del
Petropavlovsk fue leída en alta voz y aprobada una vez más con
entusiasmo, procedimiento que parecía entonces un ritual firmemente
establecido. La conferencia trató luego el tema principal de su
agenda, que era la elección de un nuevo Soviet. Pero fueron
interrumpidos repentinamente por una voz de entre el auditorio.
Pertenecía a un marinero del Sebastopol, que gritaba que estaban en
camino quince vagones de comunistas armados con fusiles y
ametralladoras que venían a interrumpir la asamblea. La noticia
produjo el efecto de una bomba sumiendo a los delegados en la alarma
y la confusión, y sólo después de un período de gran conmoción
se restableció la calma necesaria para reanudar la asamblea. Algunos
propusieron enviar una nueva delegación a Petrogrado para tratar de
concertar una alianza con los huelguistas, pero esto se rechazó por
temor a que ocurrieran más arrestos. Luego, perturbada por la
perspectiva de un ataque bolchevique, la conferencia dio un paso
fatal. Decidió establecer un Comité Revolucionario Provisional,
encargado de administrar la ciudad y la guarnición hasta la
formación de un nuevo Soviet. Por falta de tiempo para realizar
elecciones propiamente dichas, se designó como Comité
Revolucionario Provisional, bajo la presidencia de Petrichenko, al
presidium de cinco miembros de la conferencia. Mediante esta acción
el movimiento de Kronstadt se colocó fuera de los límites de la
mera protesta. Había comenzado la rebelión. 78- 80
Desde el
comienzo, las autoridades soviéticas comprendieron el peligro que
representaba la agitación reinante en Kronstadt. Como el pueblo ruso
estaba extremadamente descontento, la revuelta de los marineros podía
provocar una conflagración masiva en todo el país. La posibilidad
de intervención extranjera agregó una causa más de preocupación,
y la posición estratégica de Kronstadt, a la entrada del Neva,
colocaba a Petrogrado en serio peligro. Memoriosos de los paralelos
históricos, los bolcheviques podían recordar muy bien que cuatro
años antes estallidos subversivos ocurridos en las fuerzas armadas,
junto con las huelgas y manifestaciones que se produjeron en la ex
capital, habían conducido a la caída de la autocracia. Ahora su
propio régimen enfrentaba un peligro similar. Si la “Kronstadt
Roja” y el “Pedro Rojo” podían volverse contra el gobierno,
¿qué era de esperar del resto del país? No era de extrañar, por
lo tanto, que se realizaran todos los esfuerzos posibles para
desacreditar a los rebeldes. No era tarea fácil, pues Kronstadt
había gozado durante largo tiempo de reputación por su fidelidad
revolucionaria. En 1917 Trotsky mismo había llamado a los marinos de
Kronstadt “el orgullo y la gloria” de la Revolución Rusa. Sin
embargo, cuatro años más tarde se esforzaba por demostrar que éstos
no eran los mismos revolucionarios leales de antes, sino elementos
nuevos de una clase totalmente distinta. Millares de valientes
ciudadanos de Kronstadt habían perecido en la Guerra Civil,
argumentaba Trotsky, y muchos de los sobrevivientes se habían
dispersado luego por todo el país. Así, se fueron los mejores
hombres, y las filas de la flota se llenaron con campesinos sin
instrucción reclutados en Ucrania y los confines del oeste, que eran
en buena medida indiferentes a la lucha revolucionaria y en
ocasiones, debido a diferencias de clase y de carácter nacional, se
mostraban abiertamente hostiles al régimen soviético. Se formulaba
además el cargo de que muchos de los reclutas provenían de regiones
donde las guerrillas de Macno, Grigoriev y de otros anticomunistas
habían logrado atraer a gran cantidad de partidarios, y traído
consigo una “disposición de espíritu anarcobandidista” –en
verdad, en algunos casos esos reclutas habían incluso luchado en
estos grupos guerrilleros o en los ejércitos Blancos de Denikin y
Wrangel–.1 Tal como lo retrataban los bolcheviques, el marinero de
Kronstadt de 1921 era entonces “de una estructura social y
psicológica diferente” respecto de su predecesor de la Revolución
y la Guerra Civil: en el peor de los casos, un rufián corrupto y
desmoralizado, indisciplinado, malhablado, y dado a jugar a los
naipes y beber; y en el mejor, “un joven campesino vestido de
marinero”, un simple rústico de aldea que se divertía llevando
pantalones acampanados y un jopo muy engominado para atraer la mirada
femenina.2 A estos reclutas novatos que venían del campo, decían
los bolcheviques, los viejos “lobos marinos” les aplicaban una
variedad de epítetos insultantes: Kleshniki, término derivado de
los pantalones acampanados que tanto les gustaban; Zhorzhiki, o sea
rústicos transformados en petimetres; y, lo peor de todo, Ivanmory
(palurdos de mar), parodia burlesca de la palabra Voenmory (guerreros
del mar), orgulloso título que llevaban los veteranos de la Guerra
Civil.3 ¿En qué medida son exactas tales caracterizaciones? Puede
haber pocas dudas de que durante los años de la Guerra Civil había
ocurrido en verdad un gran cambio de personal en la flota del
Báltico, y que muchos de los hombres de más edad habían sido
reemplazados por conscriptos que provenían de los distritos rurales
y traían consigo el descontento profundamente sentido del
campesinado ruso. En 1921, de acuerdo con cifras oficiales, más de
las tres cuartas partes de los marineros eran de origen campesino,
proporción substancialmente mayor que la de 1917, año en el cual
una parte considerable de la flota estaba constituida por obreros
industriales provenientes del sector de Petrogrado.4 Petrichenko
mismo reconoció más tarde que muchos de sus camaradas de armas eran
campesinos del sur movidos por la situación de los aldeanos de su
región. Sin embargo, esto no significa necesariamente que las pautas
conductales de la flota hayan sufrido algún cambio fundamental. Por
el contrario, junto a los clasificados como técnicos, que se tomaban
en gran medida de la clase trabajadora, hubo siempre entre los
marineros una gran cantidad de elementos revoltosos de origen
campesino, que carecían de disciplina y estaban propensos a
desmandarse a la menor provocación. En verdad, en 1905 y 1917 fueron
estos mismos jóvenes del campo los que dieron a Kronstadt su
reputación como foco de extremismo revolucionario. Y durante toda la
Guerra Civil los habitantes de Kronstadt se habían mantenido como un
grupo independiente y obstinado, difícil de controlar y muy poco
constante en su apoyo al gobierno. Fue por esta razón que tantos de
ellos –especialmente los perturbadores y descontentos crónicos–
fueron transferidos a nuevos destinos alejados de los centros
bolcheviques de poder. De los que quedaron, muchos ansiaban las
libertades que habían conquistado en 1917, antes de que el nuevo
régimen comenzara a establecer su dictadura unipartidaria en todo el
país. 87-89
el
cuadro resulta un poco distinto cuando observamos la composición del
Comité Revolucionario Provisional, el estado mayor de la
insurrección:7
1.
PETRICHENKO, empleado de categoría, buque de guerra Petropavlovsk 2.
YAKOVENKO, operador telefónico, distrito de Kronstadt 3. OSOSOV,
maquinista, buque de batalla Sebastopol 4. ARKHIPOV, maquinista de
categoría 5. PEREPELKIN, electricista, buque de guerra Sebastopol 6.
PATRUSHEV, electricista de categoría, buque de batalla Petropavlovsk
7. KUPOLOV, asistente médico de categoría 8. VERSHININ, marinero,
buque de batalla Sebastopol 9. TUKIN, obrero, fábrica
electromecánica 10.ROMANENKO, guardián de los diques secos
11.ORESHIN, director de la Tercera Escuela de Trabajadores 12.VALK,
obrero de aserradero 13. PAVLOV, obrero, fábrica de minas 14.BAIKOV,
jefe de transporte del departamento de construcción de fortalezas
15.KILGAST, piloto de aguas profundas
De los
15 miembros del comité, 3 (Petrichenko, Yakovenko y Romanenko)
tienen nombres evidentemente ucranianos y otros 2 (Valk y Kilgast)
nombres germánicos. Además, Petrichenko, Yakovenko y Kilgast
ocupaban posiciones clave en el comité, pues eran el presidente, el
vicepresidente y el secretario, respectivamente. Según fuentes
soviéticas, los sentimientos nacionalistas de Petrichenko eran tan
fuertes que sus camaradas le pusieron el sobrenombre de “Petliura”,
con referencia al conocido líder ucraniano.8 Y sabemos por
Petrichenko mismo que “tres cuartas partes” de la guarnición de
Kronstadt eran nativos de Ucrania, y algunos de ellos habían servido
en las fuerzas antibolcheviques del sur antes de entrar en la armada
soviética.9 Lo que todo esto indica es que los sentimientos
nacionales desempeñaron probablemente algún papel en el estallido
de la rebelión. Pero sigue siendo incierto, por falta de más
pruebas, cuál fue exactamente la importancia de ese papel. Mucho más
claros son los orígenes sociales humildes de los miembros del
comité. Los marineros –normalmente de origen campesino y obrero–
constituían una preponderante mayoría: aparentemente lo eran 9 de
ellos, en su mayoría de nivel calificado pertenecientes al
Petropavlovsk y al Sebastopol, que fueron los detonadores de la
rebelión. Además, había 4 obreros y 2 empleados de oficina (un
director de escuela y un funcionario de transportes). Así, el
liderazgo del movimiento era innegablemente plebeyo ... 91-93
Desde el
comienzo mismo los especialistas se dedicaron a la tarea de planear
operaciones militares en apoyo de la insurrección. El 2 de marzo,
como lo admitió Kozlovski mismo, él y sus colegas aconsejaron al
Comité Revolucionario tomar la ofensiva de inmediato para ganar la
iniciativa contra los bolcheviques.26 Los oficiales elaboraron un
plan para un desembarco inmediato en Oranienbaum (en el continente, a
unos ocho kilómetros al sur) con el fin de apoderarse del equipo
militar de esta ciudad y establecer contacto con unidades favorables
del ejército, y avanzar luego contra Petrogrado antes de que el
gobierno tuviera tiempo de reunir una oposición efectiva. Los
oficiales propusieron también realizar una expedición por sorpresa
contra los molinos de trigo de Oranienbaum para obtener los
abastecimientos alimentarios que tanto necesitaban. En otro plan más,
puesto que no se disponía de rompehielos para realizar la tarea (la
unidad más grande de Kronstadt, el Ermak, se había dirigido a
Petrogrado a cargar petróleo), los especialistas en artillería
aconsejaron a los marineros utilizar los cañones de la fortaleza y
las baterías circundantes para liberar al Petropavlovsk y al
Sebastopol, que estaban encajados en el hielo y se bloqueaban uno a
otro parcialmente la línea de fuego, y formar también un foso en
torno de la isla para hacerla inaccesible a una invasión de
infantería.27 Pese a toda su actividad, sin embargo, los oficiales
siguieron teniendo el carácter de meros asesores durante toda la
rebelión. No participaron para nada, hasta donde llega nuestra
información, en la iniciación o dirección de la revuelta, o en la
elaboración de su programa político, que era totalmente extraño a
su manera de pensar. Ningún oficial tomó parte en la redacción de
la resolución del Petropavlovsk, ninguno se dirigió a la asamblea
masiva reunida en la Plaza del Ancla, ninguno asistió a la
conferencia del 2 de marzo celebrada en la Casa de la Educación,
ninguno sirvió en el Comité Revolucionario Provisional. Su rol se
limitaba más bien a dar asesoramiento técnico, como había ocurrido
bajo los bolcheviques. Algunos de los rebeldes dijeron más tarde a
Feodor Dan, cuando estaban en la misma cárcel en Petrogrado, que
Kozlovski se limitó a cumplir con sus obligaciones como antes y no
gozó de ninguna autoridad dentro del movimiento.28 Teniendo en
cuenta el espíritu independiente de los marineros y su odio
tradicional hacia los oficiales, es improbable, en todo caso, que
Kozlovski y sus colegas hayan podido ejercer una influencia real
entre ellos. El Comité Revolucionario Provisional, que mantuvo
firmemente en su mano las riendas durante toda la revuelta, mostró
su desconfianza hacia los especialistas rechazando repetidamente su
consejo, por más sano y apropiado que pudiera ser. Pese a las
exhortaciones de los oficiales, los marineros no quebraron el hielo
que rodeaba a la isla ni siquiera trataron de liberar a los buques de
guerra aprisionados por éste. No intentaron tampoco establecer una
cabecera de puente en el continente y aprovechar la confusión
inicial que reinaba en el campo bolchevique. En cambio, limitaron sus
esfuerzos ofensivos a enviar un pequeño destacamento a través del
hielo hasta Oranienbaum, en la noche del 2 al 3 de marzo, después de
recibir noticias de que la Escuadrilla Aérea Naval había votado
allí en favor de la adhesión a la revuelta, pero la expedición fue
recibida con ráfagas de ametralladora y forzada a retirarse. 98, 99
en los
archivos de esa organización hay un manuscrito sin firma rotulado
como de “Máximo Secreto” y que lleva el título de “Memorándum
sobre la Cuestión de la Organización de un Levantamiento en
Kronstadt”.38 El memorándum tiene fecha de “1921” y presenta
un plan detallado a aplicar eventualmente en una prevista rebelión
de Kronstadt. A juzgar por la evidencia que contiene, resulta claro
que el plan fue trazado en enero o comienzos de febrero de 1921 por
un agente del Centro ubicado en Viborg o Helsingfors. Éste predice
que ocurrirá una sublevación de los marineros durante “la próxima
primavera”. Hay “signos abundantes e inequívocos” de
descontento hacia los bolcheviques, escribe el agente, y si “un
pequeño grupo de personas, mediante una acción rápida y decisiva,
tomara el poder en Kronstadt”, los seguiría con entusiasmo el
resto de la flota y la guarnición. “Entre los marineros –agrega–
tal grupo ya estaba formado, listo y dispuesto a emprender las
acciones más enérgicas.” Y si se asegurara apoyo externo,
concluye, “podría descontarse el completo éxito del
levantamiento”. El autor está obviamente muy familiarizado con la
situación de Kronstadt. Hay un extenso y bien informado análisis de
las fortificaciones de la base, en el cual se evalúa cuidadosamente
el peligro del bombardeo de artillería desde Krasnaya Gorka, pero no
se lo considera como amenaza seria para la rebelión. El documento
acentúa, además, la necesidad de preparar abastecimientos
alimentarios para los rebeldes con bastante anticipación a la fecha
del levantamiento. El autor acentúa mucho este aspecto. Con ayuda
francesa, dice, pueden apostarse naves de transporte cargadas de
alimentos en el Báltico, que esperarán órdenes para seguir hasta
Kronstadt. Como contingente militar operativo, continúa, debe
movilizarse al Ejército ruso del general Wrangel, apoyado por una
escuadra francesa y unidades de la flota del Mar Negro apostadas en
Bizerta. (Un supuesto básico del Memorándum era el de que la
revuelta no ocurriría hasta después del deshielo de primavera,
momento en que Kronstadt sería inmune frente a una invasión desde
el continente, y cuando ya estarían preparados los abastecimientos
alimentarios necesarios y las fuerzas de Wrangel dispuestas para la
acción.) A la llegada del Ejército ruso, continúa diciendo el
Memorándum, toda la autoridad de Kronstadt pasaría inmediatamente a
manos de su comandante en jefe. La fortaleza serviría entonces como
“una base invulnerable” para desembarcar en el continente “con
el fin de derrocar a la autoridad soviética en Rusia”. Sin
embargo, el éxito de la operación dependería de la disposición de
los franceses a proporcionar dinero, alimentos y apoyo naval. De otra
manera, ocurriría igualmente una revuelta y estaría destinada al
fracaso. Si el gobierno francés estuviera de acuerdo, concluye el
Memorándum, sería entonces deseable que designara a “una persona
con la cual pudieran entrar en acuerdos más detallados sobre este
respecto los representantes de los organizadores de la rebelión, y a
la cual pudieran comunicar los detalles del plan de la sublevación y
acciones posteriores, así como facilitarle información más precisa
respecto de los fondos que se requieren para la organización y demás
aspectos financieros del levantamiento”.
Aunque
no se conoce la identidad del autor, toda la evidencia disponible
indica al profesor G. F. Tseidler, expatriado ruso en Viborg.
Tseidler había sido director de la Cruz Roja Rusa en Petrogrado
hasta la Revolución Bolchevique, oportunidad en que emigró a
Finlandia y se transformó en jefe de la filial de la Cruz Roja Rusa
en ese país. Estaba estrechamente vinculado con David Grimm, su ex
colega en la Universidad de Petrogrado, que servía entonces en
Helsingfors como principal agente del Centro Nacional (con el cual
estaba también conectado Tseidler) y como representante oficial del
general Wrangel en Finlandia. 102-104
, toda
sublevación, aun la más elemental, tiene sus “agitadores” y
“cabecillas”, que mueven a actuar a los descontentos, los
organizan y dirigen. En el caso de Kronstadt, poco de lo que hicieron
los rebeldes sugiere que haya habido una cuidadosa preparación
anticipada. De haber existido un plan preestablecido, los marineros
habrían esperado seguramente unas pocas semanas más a que se
fundiera el hielo, pues ello eliminaba el peligro de un asalto de
infantería, liberaba a la vez a los dos buques de guerra para la
acción y abría una ruta suplementaria desde el oeste. Los rebeldes,
además, permitieron que Kalinin volviera a Petrogrado, aunque éste
habría sido un rehén valioso. Por añadidura, no trataron de tomar
la ofensiva y se limitaron a enviar a Oranienbaum, a través del
hielo, una fuerza de carácter simbólico. Es además significativo
el gran número de comunistas que tomaron parte en el movimiento. Por
lo menos en las primeras etapas, los conspiradores de Kronstadt se
vieron aparentemente no como revolucionarios sino como un grupo de
presión en favor de la reforma social y política. Esto era también,
como señala George Katkov, lo que creyeron las autoridades de
Petrogrado, pues de otra manera no hubieran enviado a Kalinin y
Kuzmin a Kronstadt el 19 de marzo, ni Vasiliev, presidente
bolchevique del Soviet de Kronstadt, hubiera presidido la asamblea
masiva de la Plaza del Ancla en la cual se puso a votación la
resolución del Petropavlovsk.46 Los marineros no necesitaban que los
alentaran desde afuera para levantar la bandera de la insurrección.
Durante meses se habían ido acumulando las quejas: alimento
inadecuado e insuficiencia de petróleo, restricción de las
licencias, administración burocrática de la flota, informes de
opresión bolchevique en sus aldeas. En enero de 1921, como hemos
visto, no menos de 5.000 marineros del Báltico renunciaron al
Partido Comunista por su disgusto con la política del régimen. La
deserción y la ausencia sin permiso fueron en aumento. Durante las
licencias, los marineros tuvieron una visión bien clara de lo que
eran las requisiciones de alimentos y se vieron expuestos ellos
mismos a registro y a la incautación por parte de los destacamentos
de inspección caminera que estaban distribuidos por todas partes. En
febrero de 1921, por lo tanto, Kronstadt estaba claramente madura
para una rebelión. Lo que la desencadenó no fueron las
maquinaciones de los conspiradores emigrados y de los agentes
extranjeros de inteligencia, sino la oleada de sublevaciones
campesinas a lo largo del país y las perturbaciones laborales que
ocurrieron en la vecina Petrogrado. Y cuando se produjo la revuelta,
siguió la pauta de estallidos anteriores contra el gobierno central,
ocurridos desde 1905 hasta la Guerra Civil, tanto contra el régimen
zarista como el bolchevique. Un antecedente particularmente llamativo
del movimiento de marzo de 1921 fue el amotinamiento ocurrido en la
base naval de Petrogrado en octubre de 1918, que se adelantó a
Kronstadt en su protesta contra las incautaciones de cereales y la
designación de comisarios políticos desde arriba, en sus lemas de
“soviets libres” y “abajo la comisariocracia”, y en el
importante rol que desempeñaron entre sus instigadores los
socialistas revolucionarios de izquierda, los maximalistas, los
anarquistas, y los rebeldes no partidarios de estirpe ultrarradical.
Los sublevados de Kronstadt mismo, tanto durante el levantamiento
como luego en el exilio, rechazaron con indignación todas las
acusaciones gubernamentales de colaboración con grupos
contrarrevolucionarios, fueran internos o externos. Negaron en
particular que tuvieran intención de restaurar el viejo orden.
“Somos defensores del poder de todos los trabajadores –declaraba
el diario rebelde Izvesia– y estamos contra la autoridad tiránica
de cualquier partido.”47 Su revuelta, insistían ellos, fue
completamente espontánea desde el comienzo al final. No actuó en
sus filas literatura antibolchevique, no les llegó en ningún
momento dinero o asistencia del exterior. Tal es el testimonio de los
sobrevivientes que huyeron a Finlandia durante el asalto final
bolchevique.48 De particular interés son las afirmaciones de
Petrichenko mismo en el exilio. Nosotros los marineros de Kronstadt,
dijo más o menos en un artículo que escribió en 1925, lejos de ser
contrarrevolucionarios, somos los guardianes mismos de la revolución.
Durante la Guerra Civil hemos luchado sin escatimar nuestra valentía
para defender a Petrogrado y a Rusia contra los Blancos, y en marzo
de 1921 se mantuvo incólume nuestra devoción a la causa. Separados
del mundo exterior, no podíamos recibir ninguna ayuda de fuentes
extranjeras aunque lo hubiésemos deseado. No hemos servido de
agentes de ningún grupo externo: ni de los capitalistas, ni de los
mencheviques, ni de los socialistas revolucionarios. Nuestra rebelión
fue más bien un esfuerzo espontáneo para eliminar la opresión
bolchevique. No teníamos ningún plan predeterminado de acción,
sino que íbamos tanteando el camino a medida que las circunstancias
nos lo imponían. Es posible que otros hayan trazado sus propios
planes para una insurrección –en verdad, esto ocurre comúnmente
en estas ocasiones–. Pero eso no tuvo nada que ver con el Comité
Revolucionario Provisional. Durante todo el levantamiento la
iniciativa nunca escapó de nuestras manos. Y cuando oímos decir que
elementos del ala derecha trataban de explotar nuestra rebelión,
pusimos de inmediato sobre aviso a quienes nos apoyaban en un
artículo titulado “Caballeros o camaradas”.49 Petrichenko se
refiere aquí al editorial principal del diario rebelde Izvestiia,
del 6 de marzo. Allí se declaraba:
Vosotros,
camaradas, estáis celebrando ahora una gran victoria incruenta sobre
la dictadura comunista, pero vuestros enemigos la celebran con
vosotros. Sin embargo, los motivos de vuestra alegría y de la de
ellos son completamente opuestos. Mientras vosotros estáis
inspirados por el ardiente deseo de restaurar el poder real de los
soviets y por la noble esperanza de dar al trabajador trabajo libre y
al campesino el derecho de disponer de su tierra y de los productos
de su trabajo, ellos están inspirados por la esperanza de
restablecer el látigo zarista y los privilegios de los generales.
Vuestros intereses son diferentes, y por lo tanto ellos no son
compañeros vuestros. Vosotros deseabais el derrocamiento del dominio
comunista para lograr la reconstrucción pacífica y el trabajo
creador. Ellos lo deseaban para lograr la esclavitud de los obreros y
campesinos. Vosotros estáis buscando la libertad; ellos desean
aherrojaros de nuevo. Vigilad atentamente. No dejéis que los lobos
con piel de cordero se acerquen al puente de mando.50
Si pese
al Memorándum Secreto los emigrados rusos no organizaron ni
inspiraron la rebelión, tampoco permanecieron ociosos una vez que
ésta se produjo.107-109
En
contraste con los Kadetes y los socialistas revolucionarios los
mencheviques en el exilio se mantuvieron apartados de las
conspiraciones antibolcheviques y no hicieron ningún intento de
ayudar a los rebeldes. Desde que Lenin y sus partidarios tomaron el
poder, los mencheviques actuaron como un partido legal de oposición,
que trataba de obtener una parte de la autoridad política mediante
elecciones libres y parejas para la integración de los soviets.
Durante la Guerra Civil, puesto que consideraban a los Blancos como
un mal mayor que los bolcheviques, se opusieron a la insurrección
armada contra el régimen y amenazaron con expulsar a cualquier
miembro que se uniera a la contrarrevolución. (Iván Maisky, el
futuro diplomático soviético, fue expulsado del partido después de
entrar a formar parte del gobierno socialista revolucionario en
Samara, que era antibolchevique militante.) Aún en 1921, pese a
todas sus denuncias contra el despotismo y el terror bolchevique, los
mencheviques se mantenían fieles a la creencia de que la lucha
armada contra el gobierno de Lenin sólo podía beneficiar a los
contrarrevolucionarios; y el diario Sotsialisticheski Vestnik (El
correo socialista), que era el principal órgano menchevique en el
exterior, si bien simpatizaba con los marineros de Kronstadt en la
oposición que éstos ofrecían a la dictadura unipartidaria y las
políticas del Comunismo de Guerra, se desvinculaba de los esfuerzos
intervencionistas de los Kadetes y los socialistas revolucionarios.
Nuestro propósito, manifestaba el diario, es combatir al
bolcheviquismo no con cañones sino con la presión irresistible de
las masas trabajadoras.
En
síntesis, los rusos en el exilio (con la excepción parcial de los
mencheviques) se alegraron ante la rebelión y trataron de ayudar a
los insurgentes por todos los medios posibles. En esta medida, se
justifican los cargos formulados por el Soviet contra ellos. Pero no
es cierto que los emigrados hayan maquinado la rebelión. Por el
contrario, pese a todas las intrigas que ocurrían en París y
Helsingfors, la sublevación de Kronstadt fue un movimiento
espontáneo y dueño de sí mismo desde el comienzo hasta el final.
Lo que la evidencia muestra no es que la revuelta fuera el resultado
de una conspiración, sino que existía aparentemente un complot
incipiente dentro de los círculos rusos del exterior, y que los
complotados, aunque compartían la hostilidad de los marineros contra
el régimen existente, no desempeñaron ningún papel en el
levantamiento efectivo. El Centro Nacional previó el estallido y
trazó planes para ayudar a organizarlo y, con ayuda francesa, a
abastecer a sus participantes de alimentos, medicinas, tropas y
equipo militar. El objetivo último del Centro era asumir el control
de la rebelión y hacer de Kronstadt el trampolín para una nueva
intervención destinada a expulsar a los bolcheviques del poder. Sin
embargo, tal como ocurrieron las cosas, no hubo tiempo de llevar a la
práctica esos planes. La irrupción se produjo demasiado pronto,
varias semanas antes de que se cumplieran las condiciones básicas
del complot –la fusión del hielo, la creación de una línea de
abastecimientos, la obtención del apoyo francés y el transporte del
ejército disperso de Wrangel a una zona cercana al teatro de
operaciones–. No puede resultar muy sorprendente que los Kadetes y
los socialistas revolucionarios intentaran aprovechar la revuelta en
beneficio propio. Pero al final fueron los marineros y su Comité
Revolucionario los que dieron la tónica. Hasta que la situación se
volvió desesperada no solicitaron apoyo exterior, pues esperaban con
confianza que su propio ejemplo provocaría una revuelta masiva en
Rusia continental. Tampoco llegaron a recibir la ayuda que los
emigrados trataban de proporcionarles, y aparte de la visita del
barón Vilken el 16 de marzo, casi no ocurrió ningún contacto
directo, durante el curso del levantamiento, con quienes se suponía
que trataban de ayudarlo. Diremos al pasar que la evidencia
disponible no revela la existencia de ningún vínculo entre los
exilados y los ex oficiales zaristas de Kronstadt, que hubieran sido
la fuente más lógica de colaboración en cualquier conspiración
Blanca. Sin embargo, lo que puede mostrarse es que se concluyó
alguna clase de acuerdo entre los rebeldes y los emigrados después
de haber sido aplastado el levantamiento y de la huida de sus líderes
a Finlandia.119- 120
Nada de
esto prueba, por supuesto, que haya existido vínculo alguno entre el
Centro y el Comité Revolucionario, sea antes de la revuelta o
durante ésta. Parecería más bien que la experiencia mutua de
amargura y derrota, y una determinación común de derrocar al
régimen soviético, los llevaron a unirse en época posterior. Los
bolcheviques siguieron negando la naturaleza espontánea de la
rebelión y echando la culpa de ella a todo un conjunto de grupos
rusos de oposición –que van desde los monarquistas, a la derecha,
hasta los anarquistas, a la izquierda– en cooperación con los
servicios de espionaje aliados. Pero no se ha presentado hasta ahora
ninguna prueba convincente que apoye estas acusaciones. Lenin mismo
admitía otro tanto cuando afirmó ante el Décimo Congreso del
Partido el 15 de marzo, que en Kronstadt “ellos no quieren a los
Guardias Blancos, y tampoco quieren nuestro poder”.84 Aunque
insistía en que los emigrados desempeñaron un importante papel en
el asunto, Lenin reconoció que el levantamiento no fue una mera
repetición de los movimientos Blancos de la Guerra Civil. Lo
consideraba, más bien, como un signo del profundo abismo que había
llegado a dividir a su partido del pueblo ruso. Si estaban implicados
los Guardias Blancos, “al mismo tiempo el movimiento equivale a una
contrarrevolución pequeño-burguesa, a una manifestación anarquista
espontánea de tipo pequeño-burgués”. 122
Con
estas observaciones Lenin y Bujarin, pese a toda la invectiva de la
maquinaria propagandística oficial, lograron poner al desnudo la
verdadera esencia de la rebelión de Kronstadt. El motín de los
marineros tuvo menos que ver con las conspiraciones Blancas que con
las revueltas espontáneas de campesinos y con la intranquilidad de
la clase obrera que se extendía entonces a todo el país. Estos
movimientos representaron, en su conjunto, una protesta masiva contra
la dictadura bolchevique y su anticuado programa del Comunismo de
Guerra. Fue una protesta del pueblo contra el gobierno, y el
levantamiento de Kronstadt constituyó su expresión más elocuente y
dramática. 123
los
bolcheviques buscaban de todas las maneras posibles desacreditar a
Kronstadt a los ojos del pueblo. Estaban especialmente preocupados
por el efecto que la sublevación podía producir sobre el ejército.
Si llegaban a necesitarse tropas soviéticas para reprimir el
amotinamiento, había que pintarlo como un peligroso movimiento
contrarrevolucionario. 129
Lo que
las autoridades temían, en otras palabras, era no tanto la rebelión
misma como aquello a lo que ésta podía llevar. El peligro real,
según dijo Lenin al Décimo Congreso del Partido en su sesión de
apertura, era que Kronstadt pudiera servir como “un paso, una
escalera, un puente” para una restauración Blanca.9 Fue
principalmente en este sentido que Lenin y sus colaboradores
consideraron a los marineros como contrarrevolucionarios. “Mostradnos
quiénes os apoyan –parecían decir– y os diremos quiénes sois.”
Hablaban de los rebeldes mismos no como enemigos perversos del pueblo
sino como hermanos descarriados, a los cuales había tanto que
compadecer como condenar. “Hemos esperado lo más posible –dijo
Trotsky en un desfile de las tropas que aplastaron la rebelión–
para que nuestros ciegos camaradas, los marineros, vieran con sus
propios ojos adónde llevaba el amotinamiento.” Y Bujarin se
dirigió al Tercer Congreso del Comintern en un tono similar: “¿Quién
dice que el levantamiento de Kronstadt fue Blanco? No. En bien de la
idea, en bien de nuestra tarea, nos vimos forzados a reprimir la
revuelta de nuestros equivocados hermanos. No podemos considerar a
los marineros de Kronstadt como nuestros enemigos. Los queremos como
verdaderos hermanos, de nuestra misma carne y sangre” 131
Al
final, se emplearon en verdad las armas para someter a los rebeldes.
Pero, ¿fue realmente necesaria la fuerza? ¿Cuál fue el grado de
seriedad con que los bolcheviques trataron de llegar a un arreglo
pacífico antes de poner en acción sus cañones? Según ellos
mismos, realizaron todos los esfuerzos para evitar el derramamiento
de sangre, pero la verdad es que podían haber hecho mucho más. Es
cierto que durante la primera semana de la rebelión se realizaron
muchos llamados a los insurgentes para que entraran en razón; el 1º
de marzo, según sabemos, Kalinin y Kuzmin se dirigieron a Kronstadt
en misión de paz y hablaron en una asamblea al aire libre en la
Plaza del Ancla, y Kuzmin habló en la Casa de la Educación al día
siguiente. Sin embargo, no ofrecieron hacer ninguna concesión, tales
como las que se habían otorgado, por ejemplo, a los obreros en
huelga de Petrogrado. Aunque la situación requería evidentemente
tacto y espíritu conciliador, ambas cosas estuvieron visiblemente
ausentes en los discursos de los dos funcionarios. Su actitud fue
desafiante, beligerante, intransigente, y su tono resultó tan
amenazador que sólo podía provocar aún más a los excitables
marineros. Desde el comienzo, la actitud de las autoridades no fue de
negociación seria sino de planteamiento de un ultimátum: recuperar
la sensatez o sufrir las consecuencias. Esto resultó infortunado, y
en verdad trágico, pues había buenas oportunidades de que los
insurgentes respondieran a un enfoque más comprensivo y flexible.
Pero los bolcheviques, enfrentados con una de las más graves crisis
de su historia, no estaban con ánimo de compromiso. 132
“Esperamos lo más posible –dijo Trotsky un poco después de
reprimida la rebelión– pero nos enfrentábamos con el peligro de
que el hielo se derritiera y nos vimos obligados a realizar... el
ataque.”13. 133
Zinoviev,
en su triple rol de jefe del partido, presidente del Soviet de
Petrogrado, y presidente del Comité de Defensa, hizo pleno uso del
poder concentrado en sus manos. Durante toda la emergencia continuó
actuando con eficacia y en forma expeditiva, mostrando en muy escasa
medida la excitabilidad o la tendencia al pánico que se le
achacaban. El 4 de marzo citó a una sesión especial al Soviet, en
la cual Kronstadt fue el tema principal del orden del día. Aparte de
los miembros regulares, se invitó a asistir a representantes de
otras instituciones: sindicatos, comités de fábrica, unidades
militares y organizaciones juveniles. Los líderes anarquistas
Alexander Berkman y Emma Goldman, que aún estaban en términos
amistosos con el gobierno, se hallaban presentes y dejaron vívidas
descripciones de la sesión, a la cual pueden agregarse unos pocos
detalles tomados de la prensa contemporánea.23 Desde el comienzo
hasta el final la sesión fue tormentosa. Zinoviev y Kalinin
denunciaron la revuelta como un complot de la Guardia Blanca,
instigado por los mencheviques, los socialistas revolucionarios y los
agentes de inteligencia de la Entente, luego de lo cual un hombre de
la primera fila, un trabajador de la fábrica del Arsenal, se puso de
pie y defendió a los insurgentes. Señalando con el dedo a Zinoviev,
gritó: “Es la cruel indiferencia tuya y de tu partido lo que nos
impulsó a la huelga y suscitó la simpatía de nuestros hermanos
marineros, que habían luchado codo con codo con nosotros en la
Revolución. No son culpables de ningún otro crimen, y tú lo sabes.
Conscientemente los denigras y pides su destrucción”. Gritos
de
“contrarrevolucionarios”, “traidor” y “bandido menchevique”
–refiere Emma Goldman– transformaron la asamblea en un manicomio,
pero el obrero se mantuvo firme y alzó su voz por sobre el tumulto:
“Hace escasamente tres años, Lenin, Trotsky, Zinoviev y todos
vosotros fuisteis denunciados como espías alemanes. Nosotros, los
obreros y los marineros, os defendimos y salvamos del gobierno de
Kerensky. ¡Cuidad que no os toque un destino similar!”. En ese
punto, un marinero de Kronstadt se puso de pie para defender al
orador anterior. Declaró que nada había cambiado en el espíritu
revolucionario de sus camaradas. Estaban dispuestos a defender la
Revolución hasta su última gota de sangre. Luego procedió a leer
la resolución del Petropavlovsk, y la reunión, dice Goldman, se
transformó en un pandemonium de gritos y confusión. Zinoviev, que
replicó en medio de la conmoción, exigió la rendición inmediata
de Kronstadt bajo pena de muerte. Pasando por alto las protestas de
varios delegados, se aprobó una resolución donde se exhortaba a los
marineros a abandonar su loca aventura y a devolver la autoridad al
Soviet de Kronstadt, al que propiamente le correspondía ejercerla.
Si se derramaba sangre, manifestaba la resolución, caerá sobre
vuestras propias conciencias. “Decidid de inmediato. O estáis con
nosotros contra el enemigo común, o pereceréis en medio de la
vergüenza y la desgracia junto con los contrarrevolucionarios.”24
Una figura que se esperaba que asistiera a la reunión era Trotsky,
el hombre de mayor talento con que contaba el gobierno para resolver
perturbaciones en épocas de crisis, pero no llegó a tiempo. Cuando
estalló la rebelión se encontraba en el oeste de Siberia, que era
escenario de amplios disturbios campesinos. Al enterarse de las
noticias volvió de inmediato a Moscú para consultar a Lenin, luego
se dirigió de prisa hacia el norte, a Petrogrado, y llegó a la
vieja capital el 4 o 5 de marzo. Su primer acto consistió en emitir
un severo ultimátum (publicado el 5 de marzo) donde se exigía la
capitulación inmediata e incondicional de los marineros amotinados:
El
Gobierno de Obreros y Campesinos ha decretado que Kronstadt y los
buques rebeldes deben someterse inmediatamente a la autoridad de la
República Soviética. Por lo tanto, ordeno a todos los que han
levantado su mano contra la patria socialista que abandonen las armas
de inmediato. Los empecinados serán desarmados y entregados a las
autoridades soviéticas. Los comisarios y otros representantes del
gobierno que hayan sido arrestados deben ser liberados de inmediato.
Sólo quienes se rindan en forma incondicional pueden contar con la
misericordia de la República Soviética. Al mismo tiempo, estoy
impartiendo órdenes para preparar la represión y el sometimiento de
los amotinados por la fuerza de las armas. La responsabilidad por el
daño que pueda sufrir la población pacífica recaerá enteramente
sobre la cabeza de los amotinados contrarrevolucionarios. Esta
advertencia es la última.25. 138-140
El mismo
día, 5 de marzo, el Comité de Defensa de Petrogrado editó un nuevo
panfleto y lo lanzó sobre Kronstadt desde aeroplanos. Si algo puede
decirse de este nuevo documento, es que su lenguaje resultaba aún
más provocativo que el ultimátum de Trotsky. Por detrás de los
socialistas revolucionarios y los mencheviques, decía el panfleto,
están mostrando sus dientes los oficiales Blancos. Los líderes
reales de la rebelión son el general Kozlovsky y sus ayudantes, el
capitán Burkser, Kostromitinov, Shirmanovsky y otros Guardias
Blancos que os están engañando con promesas de democracia y
libertad. En verdad, luchan por la restauración del zarismo, por un
nuevo Viren [comandante de la base naval de Kronstadt hasta que se lo
asesinó en febrero de 1917] que se siente sobre vuestros cuellos. Es
una insolente mentira que Petrogrado, Siberia y Ucrania os respaldan.
La verdad es que estáis rodeados por todas partes y vuestra posición
es desesperada. El panfleto concluía con una advertencia profética:
en el último minuto, los Kozlovskys y Petrichenkos os dejarán
plantados y huirán a Finlandia. ¿Qué haréis entonces? Si los
seguís, ¿creéis que encontraréis alimento en Finlandia? ¿No
habéis oído lo que les ocurrió a los hombres de Wrangel, que están
muriendo como moscas de hambre y enfermedad? El mismo destino os
aguarda también a vosotros, a menos que os rindáis en el término
de 24 horas. Si lo hacéis, se os perdonará; pero si resistís,
“seréis acribillados como perdices”.27 140, 141
El 7 de
marzo era el aniversario del Día de las Trabajadoras. En medio del
ruido de los proyectiles que explotaban, la radio de Kronstadt envió
un saludo a las mujeres trabajadoras del mundo. Los rebeldes
denunciaban a los comunistas como “enemigos del pueblo trabajador”,
y pedían que terminara la tiranía y el despotismo de todo tipo.
“Que podáis lograr pronto vuestra liberación de toda forma de
violencia y opresión. ¡Larga vida a las mujeres trabajadoras libres
y revolucionarias! ¡Larga vida a la Revolución Social Mundial!”38
147
Apenas
había comenzado la lucha el 8 de marzo, cuando el Soviet de
Petrogrado anunció con tono de triunfo que los rebeldes “ya
estaban en plena derrota”. El mismo día Lenin, en el discurso que
pronunció en la sesión de apertura del Décimo Congreso del Partido
en Moscú, mostró igual confianza en el resultado. “No tengo aún
las últimas noticias de Kronstadt –dijo–, pero no abrigo ninguna
duda de que esta rebelión, por detrás de la cual asoma la figura
familiar del general de la Guardia Blanca, será liquidada dentro de
unos pocos días, si no de horas.”43 Estas declaraciones, como se
vio después, eran prematuras. En realidad el asalto del 8 de marzo
resultó un fracaso liso y llano. Los comunistas perdieron centenares
de hombres sin lograr abrir siquiera una brecha en las defensas de
Kronstadt.44 149
En un
editorial titulado “Que lo sepa todo el mundo”, el Comité
Revolucionario acusaba enérgicamente al “mariscal de campo”
Trotsky de responsabilidad por el derramamiento de sangre. Para
evitar mayor violencia, el Comité proponía de nuevo que se enviara
a Kronstadt una delegación no partidaria para enterarla de los
verdaderos hechos referentes al movimiento. “Que todos los
trabajadores del mundo sepan que nosotros, los defensores del poder
soviético, estamos protegiendo las conquistas de la Revolución
Social. Venceremos o moriremos sobre las ruinas de Kronstadt,
luchando por la causa justa de la clase trabajadora. Los trabajadores
del mundo serán nuestros jueces. La sangre de los inocentes caerá
sobre las cabezas de los fanáticos comunistas, ebrios de poder.
¡Larga vida al poder de los soviets!”46 150
La
rebelión de Kronstadt sólo duró un poco más de dos semanas. Sin
embargo, en ese breve lapso, se estableció una comuna revolucionaria
de tipo notable bajo el liderazgo del Comité Revolucionario
Provisional, cuyos miembros, si bien no podían plantearse una
estrategia de largo plazo, mostraron dotes considerables de
improvisación y autoorganización. El Comité, según hemos visto,
había sido creado el 2 de marzo y lo componía un presidium de cinco
hombres elegidos en la reunión celebrada en la Casa de la Educación.
Pero pronto resultó claro que se requeriría un cuerpo más amplio
para manejar la administración y defensa de la ciudad y de la
guarnición. Así, en la noche del 4 de marzo unos 200 delegados de
las fábricas y unidades militares de Kronstadt –presumiblemente
los mismos que habían participado en la asamblea de la Casa de la
Educación dos días antes– se reunieron en el club de la
guarnición y en medio de gritos de “!Victoria o muerte!”,
eligieron un Comité Revolucionario ampliado de 15 miembros.1 153
Fueron
los marineros, que constituían el elemento más militante de la
población de Kronstadt, quienes constituyeron la fuerza impulsora de
esta actividad. En cuestiones de organización, planeamiento y
propaganda los marineros de los buques de guerra tomaron la
iniciativa desde el comienzo y siguieron desempeñando un papel
predominante en el movimiento a lo largo de su breve historia. Ni un
solo soldado (y mucho menos un oficial) ocupó una banca en el Comité
Revolucionario Provisional, y los obreros y empleados civiles sólo
formaban una pequeña minoría de éste. Pero si bien los marineros
tomaron a su cargo la dirección, la guarnición de Kronstadt –”los
especialistas militares” y las tropas del Ejército Rojo que
constituían los efectivos de las baterías y los fuertes
circundantes– pronto se adhirió, y también la gente de la ciudad,
siempre susceptible a la influencia de los marinos, con los cuales
sus propias ocupaciones los ponían en estrecho contacto, ofreció su
apoyo activo. Durante un intervalo efímero Kronstadt se sintió
sacudida y salió de su indiferencia y desesperanza. Un periodista
finlandés que visitó la isla en el momento álgido de la rebelión
se sintió impresionado por el “entusiasmo de sus habitantes, por
su renacido sentimiento de que cumplían un propósito y tenían una
misión”.7 El estado de ánimo en Kronstadt, según se ha observado
con frecuencia,8 constituía un retorno al estado de efervescencia y
gran excitación de 1917. Para los marineros que se llamaban a sí
mismos “comuneros”, 1917 era la Edad de Oro, y anhelaban
recuperar el espíritu de la Revolución, época en que se
descartaron las trabas de la disciplina y sus ideales no estaban aún
contaminados por las exigencias del poder. Cuatro años antes, cuando
unieron su suerte a la de los bolcheviques, pensaron que compartían
los mismos objetivos; los bolcheviques, según todas las apariencias,
eran compañeros revolucionarios de la extrema izquierda, apóstoles
de la sublevación masiva que eliminaría la coerción y la
injusticia y conserjes de una república de trabajadores formada por
soviets libres. “El socialismo –declaró Lenin mismo en noviembre
de 1917– no se crea por órdenes de arriba. El automatismo
burocrático de Estado es ajeno a su espíritu; el socialismo es
vivo, creador, es creación de las masas populares mismas.”9 En los
meses sucesivos, sin embargo, se asistió al surgimiento de una
dictadura centralizada, y los marineros se sintieron traicionados.
Tuvieron la sensación de que una nueva elite privilegiada había
abandonado los principios democráticos por los cuales ellos habían
luchado. Durante la Guerra Civil se mantuvieron leales a los
bolcheviques, pero estaban decididos a hacer que la Revolución
retomara su derrotero original. Y una vez eliminado el peligro de los
Blancos, se levantaron para cumplir los compromisos de Octubre. Como
movimiento político, entonces, la revuelta de Kronstadt fue un
intento que realizaron los revolucionarios desilusionados para
deshacerse del “dominio obsesionante” de la dictadura comunista,
tal como la describió el diario rebelde Izvestiia,10 y restablecer
el poder efectivo de los soviets. Históricamente, el soviet se
remontaba a la comuna aldeana, la institución rusa tradicional de
autogobierno local. Como observó Emma Goldman, no era sino “el
viejo mir ruso en una forma avanzada y más revolucionaria. Estaba
tan profundamente enraizado en el pueblo que surgió en forma natural
del suelo ruso como las flores en el campo”.11 Para Lenin, sin
embargo, los soviets libres, independientes del control partidario,
fueron siempre objeto de anatema. Él desconfiaba en forma instintiva
de la acción espontánea del pueblo. Temía que los órganos de la
democracia local pudieran servir como puente potencial para la
reacción o conducir al caos económico y social. Sin embargo, cuando
se produjo la Revolución y surgieron soviets locales por todas
partes, Lenin reconoció su valor como fuerza capaz de destruir el
viejo orden y como medio de adquirir poder. La consigna “Todo el
poder a los soviets” se transformó en uno de sus principales lemas
partidarios. Sin embargo, después del golpe de Octubre, Lenin volvió
a su centralismo original al imponer una dictadura revolucionaria a
las masas anárquicas e indisciplinadas. Y aunque se siguió
defendiendo al sistema soviético como una forma nueva y superior de
gobierno, como la “dictadura del proletariado” entrevista por
Marx, los soviets
fueron
sometidos en forma progresiva al control partidario, de modo que en
1931 se habían transformado en meros sellos de goma de una
burocracia en surgimiento. Contra esta forma pervertida de la
revolución se levantaron en su protesta los marineros. El conflicto,
según hemos visto, ocurría entre el ideal popular de una “república
de obreros” y una “dictadura del proletariado” que era de hecho
una dictadura de los bolcheviques. Como los marineros se oponían al
dominio exclusivo de cualquier partido en particular, trataban de
quebrar el monopolio comunista del poder garantizando la libertad de
expresión, prensa y reunión para los obreros y los campesinos, y
solicitando que se realizaran nuevas elecciones para integrar los
soviets. Los marineros, como observó Berkman, fueron los más firmes
sostenedores del sistema soviético; su grito de guerra era el lema
bolchevique de 1917: “Todo el poder a los soviets”.12 Pero en
contraste con los bolcheviques, pedían soviets libres y no
encadenados, que representaran a todas las organizaciones del ala
izquierda –socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas,
maximalistas– y reflejaran las verdaderas aspiraciones del pueblo.
Así, el lema con que el periódico rebelde Izvestiia encabezaba sus
ediciones tenía una nueva peculiaridad: “Todo el poder a los
soviets pero no a los partidos”. “Nuestra causa es justa
–declaraba la radio del Petropavlovsk el 6 de marzo–. Estamos en
favor del poder a los soviets pero no a los partidos, en favor de una
representación de los trabajadores libremente elegidos. Los soviets,
capturados y manipulados por el Partido Comunista, han sido siempre
sordos a todas nuestras demandas y necesidades; la única réplica
que hemos recibido siempre fueron las balas.”13 Pero si bien los
rebeldes pedían soviets libres, no eran demócratas en el sentido de
que defendieran la igualdad de derechos y libertades para todos. Como
los bolcheviques a los que ellos condenaban, sostenían una rigurosa
actitud de clase respecto de la sociedad rusa. Cuando hablaban de
libertad, era libertad sólo para los obreros y campesinos, no para
los terratenientes o las clases medias. 155-157
Los
sublevados de Kronstadt (siguiendo una inveterada práctica rusa)
cargaron sobre el gobierno –y sólo sobre él– todos los males
que afligían al país. Poca culpa se echó al caos y a la
destrucción provocados por la Guerra Civil misma, a las inevitables
devastaciones de los ejércitos en lucha, a la intervención y al
bloqueo de los aliados, a la inevitable escasez de petróleo y
materias primas, o a las dificultades que implicaba alimentar a los
hambrientos y curar a los enfermos en medio del hambre y la
pestilencia. Toda la responsabilidad del sufrimiento y las
dificultades se atribuía más bien al régimen bolchevique: “El
dominio comunista ha reducido a toda Rusia a una pobreza, hambre,
frío y otras privaciones sin precedentes. Están cerradas las
fábricas y molinos, los ferrocarriles se hallan al borde de la
quiebra. El campo ha sido esquilmado hasta los huesos. No tenemos
pan, ni ganado, ni herramientas para trabajar la tierra. No tenemos
vestimentas, ni zapatos, ni petróleo. Los obreros están hambrientos
y ateridos. Los campesinos y la gente de las ciudades han perdido
toda esperanza de que sus vidas lleguen a mejorar. Día a día se
acercan cada vez más a la muerte. Los traidores comunistas os han
reducido a todo esto”.16 Los marineros, como el campesinado del que
provenían muchos de ellos, condenaron severamente la “nueva
servidumbre” del régimen bolchevique, particularmente la
incautación de alimentos por parte de destacamentos armados de
recolección. “Tenía razón el campesino –declaraba Izvestiia de
Kronstadt– que dijo al Octavo Congreso de los Soviets: ‘Todo anda
a las mil maravillas: la tierra es nuestra pero los cereales son
vuestros, el agua es nuestra pero los peces son vuestros, los bosques
son nuestros pero la madera es vuestra’.”17 Todos los aldeanos
que resistían a las depredaciones del gobierno, agregaba el diario,
eran denunciados como “kulaks” y “enemigos del pueblo”, sin
que importara el grado de pobreza o desesperación en que se
encontraran. Izvestiia criticaba además el establecimiento de
granjas estatales en algunas de las mejores tierras expropiadas a la
burguesía, práctica que no sólo privó a los campesinos de lo que
ellos consideraban su legítima posesión sino que también trajo
consigo la costumbre de utilizar mano de obra asalariada como en la
época zarista. Esto, según el punto de vista de los insurgentes,
violaba el espíritu esencial de la Revolución, que había abolido
la “esclavitud del salario” y la explotación en todas sus
formas. Izvestiia defendió el derecho de los campesinos a llevar a
cabo cultivos en pequeña escala mediante sus propios esfuerzos y
para su propio beneficio. Las granjas estatales no eran sino “las
estancias del nuevo terrateniente: el Estado. Esto es lo que los
campesinos han recibido del socialismo de los bolcheviques, en lugar
del libre uso de sus tierras recién conquistadas. A cambio del
cereal que les requisaron y de las vacas y caballos que les
confiscaron, obtuvieron expediciones punitivas de la Cheka y
pelotones de fusilamiento. Un excelente sistema de intercambio en un
Estado de Trabajadores: ¡Plomo y bayonetas por pan!”.18 En lo que
respecta a la industria, los rebeldes deseaban igualmente que los
obreros y pequeños artesanos tuvieran libertad para controlar su
propio destino y gozar de los productos de su trabajo. Sin embargo,
no propiciaban el “control por los trabajadores”, como se ha
supuesto a menudo. La mera supervisión de la producción por comités
locales de fábrica era, según su punto de vista, a la vez
inadecuada e ineficaz: inadecuada, porque en lugar de permitir que
los trabajadores manejaran por sí mismos las fábricas, dejaba en
posiciones clave de responsabilidad a los ex gerentes y técnicos; e
ineficiente, porque no proporcionaba la necesaria coordinación con
otras empresas. Tampoco aprobaban la nacionalización de la industria
con control estatal de la producción a cargo de gerentes y
especialistas técnicos designados. “Luego de desorganizar la
producción bajo el sistema de ‘control para los trabajadores’
–declaraba Izvestiia de Kronstadt–, los bolcheviques procedieron
a nacionalizar las fábricas y talleres. El trabajador se transformó
de esclavo del capitalista en esclavo de las empresas estatales.”
Al mismo tiempo, los sindicatos se habían transformado en un
“edificio comunista centralizado”, reducidos a un papelerío
inútil en lugar de manejar las fábricas y ayudar al progreso
educacional y cultural de los trabajadores. Sólo nuevas elecciones
podían convertir a los sindicatos en instituciones libres para la
“amplia autodeterminación” de los trabajadores. En lo que
respecta a los artesanos y trabajadores especializados
independientes, había que darles completa libertad siempre que no
emplearan trabajo asalariado. “La Kronstadt revolucionaria
–proclamaba el Comité Provisional– está luchando por un tipo
diferente de socialismo, por una República Soviética de los
trabajadores, en la cual el productor mismo sea el único dueño y
pueda disponer de sus productos como le parezca adecuado.”19 La
nota dominante de la rebelión fue entonces la desilusión que
provocó el dominio comunista. Los bolcheviques, decía el diario
rebelde Izvestiia, sólo temían perder el poder, y así consideraban
“permisibles todos los medios: la calumnia, la violencia, el
engaño, el asesinato, la venganza sobre las familias de los
rebeldes”.20 El significado de la revolución había sido
caricaturizado, los trabajadores y campesinos sometidos, todo el país
silenciado por el partido y su policía secreta, las prisiones llenas
no con contrarrevolucionarios sino con trabajadores e intelectuales.
“En lugar del viejo régimen –lamentaba Izvestiia– se ha
establecido un nuevo régimen de arbitrariedad, insolencia,
favoritismo, robo y especulación, un régimen terrible en el cual
uno debe tender sus manos a las autoridades por cada trozo de pan,
por cada botón, un régimen en el cual uno no se pertenece ni
siquiera a sí mismo, en que no puede disponer de su propio trabajo,
un régimen de esclavitud y degradación... La Rusia Soviética se ha
transformado en un campo de concentración que abarca toda Rusia.”21
¿Qué había entonces que hacer? ¿Cómo podía hacerse volver a la
revolución a su sendero original? Hasta el 8 de marzo, fecha en que
los bolcheviques lanzaron su asalto inicial, los insurgentes
continuaron esperando una reforma pacífica. Convencidos de la
justicia de su causa, confiaban en conseguir el apoyo de todo el país
–y de Petrogrado en particular– para forzar al gobierno a
realizar concesiones políticas y económicas. Sin embargo, el ataque
comunista señaló una nueva fase en la rebelión. Toda posibilidad
de negociación y compromiso se interrumpió en forma abrupta. La
violencia era el único camino que quedaba para ambos bandos. El 8 de
marzo los marineros proclamaron una nueva divisa: apelaron a toda la
población rusa para que se les uniera en una “tercera revolución”
con el fin de terminar la tarea comenzada en febrero y en octubre de
1917: “Los trabajadores y campesinos marchan adelante sin
interrupción, dejando detrás de sí a la Asamblea Constituyente,
con su régimen burgués, y a la dictadura del Partido Comunista, con
su Cheka y su capitalismo de Estado, cuyo lazo corredizo rodea el
cuello de las masas trabajadoras y amenaza con estrangularlas... Aquí
en Kronstadt se ha establecido la piedra fundamental de la tercera
revolución, al eliminar las últimas cadenas de las masas
trabajadoras y abrir un nuevo y amplio camino para la creatividad
socialista”.
Se han
realizado repetidas tentativas, tanto por parte de historiadores
occidentales como soviéticos, para hacer coincidir el programa de
Kronstadt con el de alguno de los partidos antibolcheviques de
izquierda. ¿En qué medida son válidas tales comparaciones? En una
cantidad de puntos las exigencias rebeldes coincidían por cierto con
las de la oposición política del ala izquierda. Los mencheviques,
los socialistas revolucionarios y los anarquistas habían estado
protestando contra el monopolio bolchevique del poder y contra el
sistema del Comunismo de Guerra. Todos ellos pedían soviets y
sindicatos libres, libertades civiles para los trabajadores y
campesinos, y que se pusiera fin al terror y se liberara a los
socialistas y anarquistas arrestados. Y el pedido de que se formara
una coalición gubernamental en la cual estuvieran representados
todos los partidos socialistas ya lo habían realizado los
socialistas revolucionarios y los mencheviques en octubre de 1917, e
incluso había prestado franco apoyo a ello un grupo de bolcheviques:
“Asumimos la posición de que es necesario constituir un gobierno
socialista de todos los partidos del Soviet. Afirmamos que para
proceder de otra manera hay un solo camino: la preservación de un
gobierno puramente bolchevique mediante el terror político. No
podemos aceptar esto y no lo aceptaremos. Vemos que tal política
llevará... al establecimiento de un régimen irresponsable y a la
ruina de la revolución y del país”.23 Los rebeldes compartían un
rasgo notable con los socialistas revolucionarios, a saber, una
preocupación predominante por las necesidades de los campesinos y
pequeños productores y una correlativa falta de interés por las
complejidades de la industria en gran escala. Pero se rehusaban, en
cambio, a aprobar la exigencia fundamental de los socialistas
revolucionarios, es decir, la restauración de la Asamblea
Constituyente, o a aceptar el apoyo que les ofrecía el respetado
líder socialista revolucionario Víctor Chernov. Por este solo hecho
resulta evidente que los socialistas revolucionarios no ejercieron
una influencia predominante dentro del movimiento rebelde. Lo mismo
es cierto respecto de los mencheviques. Los mencheviques habían
sido, sin duda, los campeones más esforzados de los soviets desde su
primera aparición en 1905, y la idea de Kronstadt, de que se
estableciera una junta no partidaria de trabajadores, soldados y
marineros, recuerda una propuesta similar del líder menchevique
Akselrod, que había constituido la base teórica para el
establecimiento del Soviet original de Petersburgo. Sin embargo, la
influencia menchevique nunca llegó a ser muy grande en Kronstadt,
baluarte tradicional de la extrema izquierda. Una cantidad de activos
mencheviques podía encontrarse entre los artesanos y trabajadores de
la ciudad y de los astilleros (los dos miembros del Comité
Revolucionario a los cuales las fuentes soviéticas identifican como
mencheviques, Valk y Romanenko, eran obreros), pero el programa de
Kronstadt prestó una atención relativamente pequeña a cuestiones
que afectaban al proletariado industrial. Además, el número de
mencheviques que había entre los marineros –que constituían la
columna vertebral de la insurrección– era despreciable. También
vale la pena notar que a lo largo de toda la revuelta el liderazgo
menchevique en Petrogrado y fuera de la ciudad se negó a aprobar el
derrocamiento de los bolcheviques por la fuerza de las armas. La
influencia de los anarquistas, por contraste, había sido siempre muy
fuerte dentro de la flota, y se los acusó a veces de inspirar el
levantamiento. Pero esto es en gran medida falso. Para comenzar, los
anarquistas más prominentes de Kronstadt en años recientes ya no
estaban en escena: Anatoli Zhelezniakov, el valiente y joven marinero
que había dispersado a la Asamblea Constituyente, fue muerto en
acción contra los Blancos;24 I. S. Bleikhman, un orador popular de
la Plaza del Ancla en 1917, murió unos pocos meses antes de la
revuelta; y su camarada Efim Yarchuk, figura líder en el Soviet de
Kronstadt durante la revolución, estaba entonces en Moscú, y cuando
no se hallaba en prisión la Cheka lo mantenía estrechamente
vigilado. Ni siquiera la historia que escribió Yarchuk acerca de
Kronstadt asigna un rol sobresaliente a los anarquistas en 1921, y
tampoco lo hace ninguna otra fuente anarquista de ese período. Una
lista completa de los anarquistas que murieron en la Guerra Civil o
cayeron víctimas de la persecución soviética durante los primeros
años de la década de 1920 incluye a Zhelezniakov, Yarchuk y
Bleikhman, pero no a otros que residieran en Kronstadt.25 Sólo un
miembro del Comité Revolucionario Provisional (Perepelkin) fue
vinculado siempre con los anarquistas, y eso en forma indirecta.
Además, el diario del movimiento no menciona a los anarquistas más
que una vez, al publicar el texto del manifiesto del Petropavlovsk,
que exigía “libertad de expresión y prensa para los obreros y
campesinos, anarquistas y partidos socialistas del ala izquierda”.26
Con todo, el espíritu del anarquismo, tan poderoso en Kronstadt
durante el año 1917, no se había disipado de ninguna manera.
Perepelkin puede haber sido el único anarquista conocido entre los
líderes rebeldes, pero como coautor de la resolución del
Petropavlovsk y cabeza de la agitación y propaganda, estaba en buena
posición para difundir sus puntos de vista libertarios. Algunos de
los lemas del movimiento –”soviets libres”, “tercera
revolución”, “abajo con la comisariocracia”– habían sido
lemas anarquistas durante la Guerra Civil, y “todo el poder a los
soviets pero no a los partidos” tenía también una resonancia
anarquista. En cambio, la mayoría de los anarquistas se hubieran
resistido contra cualquier defensa del “poder” y los marineros,
por su parte, nunca solicitaron la completa eliminación del Estado,
reivindicación que constituye uno de los puntos fundamentales de
cualquier plataforma anarquista. En todo caso, los anarquistas de
toda Rusia se sintieron exaltados por el levantamiento. Saludaron a
Kronstadt como “la Segunda Comuna de París”,27 y denunciaron
coléricamente al gobierno por enviar tropas contra la ciudad. En el
punto álgido de la insurrección, apareció un panfleto anarquista
en las calles de Petrogrado; en él se criticaba a la población por
volver la espalda a los rebeldes, por permanecer silenciosa mientras
la artillería tronaba en el golfo de Finlandia. Los marineros se
levantaron por vosotros, por el pueblo de Petrogrado, manifestaba el
panfleto. Tenéis que sacudiros vuestro letargo y uniros a la lucha
contra la dictadura comunista, luego de lo cual prevalecerá el
anarquismo.28 Otros anarquistas, entre tanto, como Berkman y Goldman,
estaban tratando vanamente de mediar en el conflicto y evitar un baño
de sangre. En síntesis, la rebelión no estuvo inspirada ni
maquinada por ningún partido o grupo en particular. Sus
participantes eran radicales de varias clases –socialistas
revolucionarios, mencheviques, anarquistas y comunistas rasos– que
no poseían ninguna ideología sistemática ni trazaron
minuciosamente un plan de acción. Su credo, compuesto de elementos
provenientes de varias estirpes revolucionarias, era vago y mal
definido, y constituía más una lista de agravios, un grito de
protesta contra la miseria y la opresión, que un programa coherente
y constructivo. En lugar de propuestas específicas, particularmente
en el dominio de la agricultura y de la industria, los insurgentes
preferían confiar en lo que Kropotkin llamó “el espíritu creador
de las masas”, que operaría a traves de soviets libremente
elegidos. La mejor forma de describir su ideología quizá sea
considerarla como una especie de anarcopopulismo, cuya urgencia más
profunda era realizar el viejo programa Narodnik, de “tierra y
libertad” y “la voluntad del pueblo”, el antiguo sueño de una
federación laxa de comunas autónomas en las cuales campesinos y
trabajadores vivirían en armoniosa cooperación, junto con una plena
actividad económica y política organizada desde abajo. El grupo
político más cercano a los rebeldes por su temperamento y
perspectiva era el de los maximalistas socialistas revolucionarios,
minúsculo brote ultramilitante del partido socialista
revolucionario, que ocupaba un lugar en el espectro revolucionario
entre los socialistas revolucionarios del ala izquierda y los
anarquistas, pues compartía elementos de ambos. En casi todos los
puntos importantes el programa de Kronstadt, tal como se publicó en
el diario rebelde Izvestiia, coincidía con el de los maximalistas,
lo cual contribuye a dar crédito a la afirmación soviética de que
el director del diario era un maximalista (llamado Lamanov).29 Los
maximalistas predicaban una doctrina de revolución total. Se oponían
a la restauración de la Asamblea Constituyente y solicitaban, en
cambio, “una república soviética de trabajadores” fundada en
soviets libremente elegidos, con un mínimo de autoridad estatal
central. Políticamente esto coincidía con el objetivo de los
habitantes de Kronstadt, y la divisa “El poder a los soviets pero
no a los partidos” había sido originariamente el lema en torno del
cual se reunían los maximalistas. Los paralelos en la esfera
económica resultan no menos sorprendentes. En agricultura los
maximalistas denunciaron las requisiciones de cereales y el
establecimiento de granjas estatales, y exigieron que se devolviera
toda la tierra a los campesinos para que pudieran utilizarla sin
obstáculos. En industria, rechazaban el control por los trabajadores
sobre los administradores burgueses, en favor de la “organización
social de la producción y su dirección sistemática por
representantes del pueblo trabajador”. Para los maximalistas, como
para los rebeldes, esto no significaba la nacionalización de las
fábricas y un sistema centralizado de dirección estatal; por el
contrario, advertían repetidamente que la centralización lleva en
forma directa a la “burocratización, pues reduce al trabajador al
papel de mero engranaje dentro de una vasta máquina impersonal. Su
divisa era “No la dirección estatal y el control por los
trabajadores, sino la dirección por los trabajadores y el control
estatal”, de modo que el gobierno cumpliría las tareas de
planeamiento y coordinación. Era esencial, en síntesis, transferir
los medios de producción al pueblo que los utilizaba. Éste era el
mensaje que contenían todos los lemas maximalistas: “Toda la
tierra a los campesinos”, “Todas las fábricas a los obreros”,
“Todo el pan y los productos a los trabajadores”.30 Por el
lenguaje y los mitos sociales de sus participantes, resulta claro que
la mentalidad de la rebelión era esencialmente anarcopopulista. La
propaganda se hallaba en Kronstadt a cargo de hombres cuyas emociones
y retórica estaban cercanas a los sentimientos de los campesinos y
obreros. Expresaba eslogans y frases atractivas, poseía una ruda
elocuencia popular que captaba el espíritu del pueblo en general.
Los agitadores rebeldes escribían y hablaban (como observó más
tarde un entrevistador)31 en una lengua casera libre de la jerga
marxista y de expresiones extranjerizantes. Se evitaba la palabra
“proletariado”, y se exigía, de una manera verdaderamente
populista, una sociedad en la cual todos los “trabajadores”
–campesinos, obreros y la “intelligentsia trabajadora”–
desempeñaran un papel predominante. Preferían hablar de una
revolución “social” más bien que “socialista”, pues veían
el conflicto de clases no en el estrecho sentido de obreros
industriales contra burguesía, sino en el sentido tradicional
Narodnik, de las masas laboriosas en su conjunto en lucha contra
todos los que medraban con su miseria y explotación, incluidos los
políticos y burócratas, así como los terratenientes y
capitalistas. Las ideologías occidentales –el marxismo y el
liberalismo por igual– tenían poco lugar en su perspectiva mental.
Su desconfianza hacia el gobierno parlamentario estaba profundamente
enraizada en la herencia populista y anarquista: Herzen, Lavrov y
Bakunin habían rechazado el Parlamento como una institución
corrupta y ajena, cuyas deliberaciones estaban en realidad destinadas
a salvaguardar los intereses de la clase alta y las clases medias
contra las reivindicaciones de los rechazados y desposeídos, cuyo
sendero de salvación residía en el autogobierno local, basado en la
comuna tradicional rusa. Los habitantes de Kronstadt mostraban además
una fuerte veta de nacionalismo eslavo, que no resulta sorprendente
en vista de sus orígenes predominantemente campesinos. Aunque se
proclamaban internacionalistas, los marineros mostraron poco interés
por el movimiento revolucionario mundial. Lo que decían se centraba
más bien en el pueblo ruso y en su destino, y su tema de una
“tercera revolución” muestra una cualidad mesiánica afín a la
de la doctrina de la “tercera Roma” de la Muscovy del siglo XVI:
“La autocracia ha caído. La Asamblea Constituyente partió hacia
la región de los condenados. La comisariocracia está tambaleando.
Ha llegado el momento de que el verdadero poder esté en manos de los
trabajadores, el poder de los soviets”.32 A veces, sin embargo, su
regionalismo campesino se mezclaba curiosamente con elementos
provenientes de la tradición revolucionaria europea, como ocurrió
cuando una ceremonia funeral ortodoxa en homenaje a los rebeldes
caídos, realizada en la catedral de los marinos de la Plaza del
Ancla, terminó con las estrofas de la “Marseillaise”.33 Pero
predominó el carácter populista del movimiento, que se manifestó
no sólo en el culto religioso de los participantes y en su credo
social, sino también en los mitos populares tradicionales que
recorrían como hilos rojos la trama ideológica de la rebelión. Un
mito de esta clase, profundamente enraizado en la psicología
campesina, era el del Estado centralizado como cuerpo artificial
injertado por la fuerza en la sociedad rusa, desarrollo ajeno que
caía pesadamente sobre el pueblo y era la causa de su sufrimiento.
El odio popular hacia el gobierno y sus funcionarios tenía profundas
raíces en la historia rusa, que se remontaban a las revueltas
cosacas y campesinas de los siglos XVII y XVIII.34 Para Stenka Razin
y Pugachev la clase media gobernante no pertenecía al pueblo ruso,
al narod, sino que formaba una clase aparte, una estirpe de parásitos
que chupaban la sangre a los campesinos. Se trataba de una visión
maniquea en la cual las fuerzas del bien, encarnadas por el pueblo
común, estaban en lucha contra las fuerzas del mal, encarnadas por
el Estado y sus funcionarios. Los marineros de Kronstadt eran
descendientes directos de estos primitivos rebeldes, herederos de la
tradición de revuelta espontánea (buntarstvo) contra el despotismo
burocrático. Estaban listos para luchar contra “los comisarios y
burócratas”, como Razin y Pugachev habían luchado contra “los
boyardos y funcionarios”. Los desaguisados de la nobleza se
transformaron en los del nuevo estrato gobernante, el Partido
Comunista, al cual se atribuyeron todas las desdichas del pueblo,
desde el hambre y la guerra civil hasta la esclavitud y la
explotación. Este inveterado sentimiento de alienación respecto de
los funcionarios estatales se expresó en forma sucinta en el título
de un editorial rebelde, “Nosotros y ellos”, publicado
inmediatamente después del primer asalto bolchevique a través del
hielo. Se expresó también en el término “comisariocracia”,
epíteto favorito de los marineros para designar al régimen
soviético: “Lenin dijo que ‘el comunismo es el poder soviético
más la electrificación’. Pero el pueblo está convencido de que
la forma bolchevique de comunismo es la comisariocracia más los
pelotones de fusilamiento”.35 Los funcionarios bolcheviques fueron
atacados como una nueva casta privilegiada de arribistas que gozaban
de una paga superior, mayores raciones de comida y barrios de
viviendas más cálidas, respecto del resto de la población.
Recuérdense los ataques contra Kalinin, que fue expulsado de la
Plaza del Ancla con gritos de: “Te las arreglas para vivir en forma
bastante confortable” y “Mira todos los cargos que has
conseguido, apuesto a que te llenas de dinero con ellos”. Los
funcionarios del partido fueron acusados reiteradamente de robar los
frutos de la revolución e imponer una nueva forma de esclavitud
sobre el “cuerpo y alma” de Rusia. “Tal es el brillante reino
del socialismo a que nos ha llevado la dictadura del Partido
Comunista”, se quejaba en su último número el diario rebelde
Izvestiia. “Hemos obtenido el socialismo de Estado con soviets de
funcionarios que votan obedientes de acuerdo con los dictados del
comité del partido y sus infalibles comisarios. El lema ‘Quien no
trabaje no comerá’ ha sido desvirtuado por el nuevo orden
‘soviético’ y transformado en ‘Todo para los comisarios’.
Para los obreros y campesinos y la intelligentsia trabajadora sólo
queda el trabajo descolorido y sin descanso en un ambiente
carcelario.”36 Como era de esperar, los principales blancos de la
cólera de Kronstadt fueron Zinoviev y Trotsky, que “se sientan en
sus blandos sillones de las iluminadas habitaciones de los palacios
zaristas y consideran cuál es la mejor manera de verter la sangre de
los insurgentes”.37 Zinoviev incurrió en la abominación de los
marineros como patrón del partido de Petrogrado que había reprimido
a los obreros en huelga y que durante la rebelión se rebajó hasta
el punto de tomar como rehenes a las propias familias de aquéllos.
Pero la bête noire del furor rebelde fue Trotsky. Comisario de
Guerra y presidente del Consejo Revolucionario de Guerra, Trotsky fue
responsable del duro ultimátum del 5 de marzo y de ordenar el ataque
que se produjo tres días más tarde. Se le dirigió todo un arsenal
de epítetos: “sangriento mariscal de campo Trotsky”, “esta
reencarnación de Trepov”, “Maliuta Skuratov... cabeza de la
oprichnina comunista”, “el genio del mal en Rusia” que “como
un halcón cae sobre nuestra heroica ciudad”, un monstruo de la
tiranía “sumergido hasta las rodillas en la sangre de los
obreros”. “Oye, Trotsky –declaraba el periódico Izvestiia de
Kronstadt el 9 de marzo–, los líderes de la Tercera Revolución
están defendiendo el verdadero poder de los soviets contra el
ultraje de los comisarios.”38 Los rebeldes, fieles a su mentalidad
populista, trazaron una línea tajante entre Trotsky y Zinoviev por
un lado y Lenin por el otro –entre los traidores boyardos y el zar
al cual aquéllos ocultaban el sufrimiento del pueblo–.
Tradicionalmente, las clases bajas rusas habían dirigido su cólera
no contra el gobernante mismo, al cual veneraban como su padre
ungido, sino contra sus corruptos e intrigantes asesores, en los
cuales veían la encarnación de todo lo pernicioso y malvado. No se
trataba del remoto autócrata que oprimía a los pobres: “Dios está
en lo alto de los cielos –decía el viejo proverbio–, y el zar
está lejos”.
Más
bien, eran los terratenientes y funcionarios que actuaban en cada
lugar los que esquilmaban a los campesinos y a la gente de las
ciudades, manteniéndolos en la miseria y la degradación. Es
bastante interesante el hecho de que la conducta de Lenin en la
rebelión de Kronstadt haya tendido a consolidar esta imagen. Durante
la primera semana, mientras Trotsky y Zinoviev estaban en escena en
Petrogrado profiriendo amenazas y preparando una ofensiva contra los
insurgentes, Lenin permaneció en Moscú, comprometiéndose sólo en
lo que respecta a firmar la orden del 2 de marzo, por la cual se
ponía fuera de la ley a Kozlovsky y a sus supuestos cómplices.
Ninguna vez mencionó su nombre el diario de Kronstadt, que en su
lenguaje característico estaba ocupado denunciando a los “gendarmes”
Trotsky y Zinoviev por “ocultar la verdad” al pueblo.39 Sin
embargo, el 8 de marzo, en la sesión de apertura del Décimo
Congreso del Partido, Lenin surgió de entre bambalinas y condenó la
revuelta como obra de generales de la Guardia Blanca y elementos
pequeño-burgueses de la población. Después de este discurso el
Comité Revolucionario de Kronstadt lo criticó por primera vez. Los
campesinos y obreros, dijo el diario rebelde Izvestiia, “nunca
creyeron una palabra a Trotsky y Zinoviev” pero no esperaban que
Lenin se vinculara con su “hipocresía”. Un poema publicado en
Izvestiia hablaba amargamente de él calificándolo de “zar Lenin”,
y el diario denunciaba entonces a “la firma de Lenin, Trotsky y
compañía”, mientras que antes sólo había hablado de “Trotsky
y compañía, sedientos de sangre”.40 No obstante, incluso entonces
Lenin fue tratado con un grado de simpatía que lo mantuvo aparte de
la gente vinculada con él. De acuerdo con el diario rebelde
Izvestiia del 14 de marzo, Lenin había dicho a sus colegas durante
una reciente discusión de la cuestión de los sindicatos: “Todo
esto me aburre mortalmente. Aun sin mi enfermedad, me gustaría
mandar todo el asunto al diablo y huir a cualquier parte”. “Pero
–comentaba Izvestiia– las cohortes de Lenin no le permitirían
huir. Él es su prisionero, y debe proferir calumnias como lo hacen
ellos.”41 Aquí tenemos, en su forma más pura, la antigua leyenda
del zar benevolente como cautivo sin remedio de sus traidores
boyardos. Lenin siguió siendo venerado como una especie de figura
paterna. Por consiguiente, cuando se arrancaron los retratos de
Trotsky y de otros líderes bolcheviques de las paredes de las
oficinas de Kronstadt, se permitió que subsistieran los de Lenin.42
La misma actitud persistió aun después de haber sido ahogada en
sangre la rebelión. En un campo de concentración finlandés,
Yakovenko, vicepresidente del Comité Revolucionario Provisional,
distinguía tajantemente entre Lenin y sus colegas. Yakovenko,
marinero barbudo, alto y de poderosa contextura, había luchado del
lado bolchevique en la Revolución de Octubre y se sintió indignado
ante la traición de los ideales y promesas por el partido. Con su
rostro rojo de cólera se desató contra el “asesino Trotsky” y
el “bribón Zinoviev”. “Respeto a Lenin –dijo–. Pero
Trotsky y Zinoviev lo arrastran consigo. Me gustaría tenerlos a
estos dos en mis manos.”43 Trotsky en particular era el símbolo
viviente del Comunismo de Guerra, de todo aquello contra lo cual se
habían rebelado los marineros. Su nombre se vinculaba con la
centralización y la militarización, con la disciplina de hierro y
la regimentación. En la cuestión de los sindicatos, había adoptado
una línea dura y dogmática, en contraste con el enfoque considerado
y conciliatorio de Lenin. Tenía en poca consideración al
campesinado como fuerza revolucionaria, mientras que Lenin había
comprendido siempre que resultaba esencial la cooperación de la
población rural para alcanzar y mantener el poder, actitud que sus
contemporáneos ortodoxos despreciaban como una supervivencia de la
herejía Narodnik. En cambio Trotsky era intolerante, flamígero y
altanero, mostraba lo que Lenin en su famoso “testamento” iba a
llamar una “muy excesiva confianza en sí mismo”. Lenin mismo era
estimado por sus hábitos simples de vida y su falta de pretensiones
personales. Además, Lenin era Gran Ruso de la región media del
Volga, el corazón de la Rusia campesina. Frugal, no ostentoso,
austero, era considerado como un simple hijo de Rusia que compartía
las ansiedades del pueblo y era accesible a éste en su época de
sufrimiento. Trotsky y Zinoviev, por contraste, eran de origen judío
y estaban identificados con el ala internacionalista del movimiento
comunista, mas bien que con Rusia misma. Zinoviev, de hecho, era
presidente del Comintern. Y Trotsky, según el Comité Revolucionario
de Kronstadt, fue responsable durante la Guerra Civil por la muerte
de millares de personas inocentes “de una nacionalidad diferente de
la suya”.44 Aunque los rebeldes negaban al mismo tiempo todo
prejuicio antisemita, no hay duda de que los sentimientos contra los
judíos eran muy fuertes entre los marineros del Báltico, muchos de
los cuales provenían de Ucrania y de los confines occidentales, que
eran las regiones clásicas de virulento antisemitismo en Rusia. Para
hombres con sus antecedentes campesinos y obreros, los judíos eran
un chivo emisario habitual en épocas de estrechez y desazón.
Además, sus sentimientos regionalistas los llevaban a desconfiar de
los elementos “ajenos” que residían en su medio, y como la
revolución había eliminado a los terratenientes y los capitalistas,
su hostilidad se dirigía entonces contra los comunistas y los
judíos, que ellos tendían a identificar. 158-172
Aunque
los rebeldes experimentaban sólo desprecio por los funcionarios
comunistas, no sentían hostilidad hacia los miembros rasos del
partido o los ideales del comunismo como tal. Es cierto que algunos
de los miembros del Comité Revolucionario Provisional, cuando se los
entrevistó luego en Finlandia, hablaron con amargura de los
comunistas que “usurparon los derechos del pueblo”.48 Pero su
antagonismo se había agudizado a raíz de la sangrienta represión
de la revuelta, y en todo caso pensaban en el liderazgo del partido
más bien que en sus adherentes comunes. En verdad, no fueron pocos
los insurgentes, incluidos Petrichenko y Kilgast, presidente y
secretario del Comité Revolucionario, que eran ex comunistas para
quienes los ideales de la revolución habían sido contaminados y era
necesario restaurar su pureza original. Característica de su
pensamiento era la afirmación de un marinero, aún miembro del
partido, de que Rusia se había transformado en una “horrorosa
ciénaga” a raíz de la acción de un “pequeño círculo de
burócratas comunistas que por detrás de la máscara comunista se
han construido un confortable nido en nuestra república”.49 Pese a
toda su animosidad hacia la jerarquía bolchevique, los marineros
nunca requirieron la disolución del partido o que se lo excluyera de
desempeñar un rol en el gobierno o la sociedad rusos. 173
Otra
carta provenía de un comandante rojo de la guarnición de Kronstadt,
hijo de un populista que había sido condenado al exilio en el
célebre “juicio de los 193”, durante la década de 1870. “He
llegado a comprender –escribía– que las políticas del Partido
Comunista han llevado al país a un camino que no tiene salida. El
partido se ha burocratizado... Se rehúsa a oír la voz de las masas
a las cuales desea imponer su voluntad... Sólo la libertad de
expresión y una mayor oportunidad de participar en la reconstrucción
del país por medio de procedimientos electorales sujetos a
inspección puede sacar a nuestro país de su letargo... Me niego a
considerarme en lo sucesivo miembro del Partido Comunista ruso. Apoyo
la resolución aprobada por la asamblea multitudinaria del 1° de
marzo, y pongo con ello mis energías y capacidades [a disposición
del Comité Revolucionario].”59 177
Los
bolcheviques, además de los reveses militares que sufrían, tenían
otras serias dificultades con las cuales luchar. Se informó, por
ejemplo, que los obreros ferroviarios de Krasnoe Selo, empalme de
vías situado al sudoeste de Petrogrado, se rehusaban a transportar a
las tropas enviadas contra Kronstadt. En otro caso, un miembro de la
juventud comunista, que venía de Moscú, observó que su tren se
detenía reiteradamente durante el corto trayecto que va de
Petrogrado a Oranienbaum, y aunque el maquinista se quejaba de la
mala calidad del petróleo, los voluntarios sospecharon que jugaba
sucio.12 Mucho más serio fue un incidente ocurrido el 16 de marzo,
en la víspera misma del asalto final. En Oranienbaum, los fusileros
de la división 27 de Omsk, que se habían distinguido contra los
Blancos en la Guerra Civil, se amotinaron exhortando “a dirigirse a
Petrogrado y batir a los judíos”. Tropas leales bajo el mando de
I. F. Fedko, uno de los expertos militares de la Academia del Estado
Mayor General, aislaron rápidamente la base, rodearon los cuarteles
de los amotinados de Omsk y arrestaron a los cabecillas. Pero el
virus de la desilusión era poderoso, y ni siquiera estuvieron
inmunes a él los fieles kursanty: más o menos al mismo tiempo se
descubrió una conspiración antibolchevique entre los cadetes de la
Escuela de Comando de Peterhof, y varios de éstos fueron arrestados
y llevados bajo vigilancia a Petrogrado.13 Sin embargo, pese a estos
casos de deslealtad, se produjo un notable mejoramiento de la moral
de las fuerzas rojas durante los dos últimos días antes del ataque
decisivo. Buena parte del crédito hay que atribuirlo a los delegados
del Décimo Congreso del Partido, provistos de un arma nueva y
poderosa: el 15 de marzo el Congreso de Moscú votó el reemplazo de
las requisiciones forzadas por un impuesto en especies. Cuando Lenin
anunció el nuevo programa ante la Asamblea, un portavoz de Siberia
declaró que “bastará con transmitir a toda Siberia el contenido
de este decreto para detener los desórdenes campesinos”.14 Los
delegados que estaban en el frente, informados de la noticia, se
apresuraron a comunicarla a las tropas. El efecto fue notable. De
inmediato, recordaba un comisario bolchevique, ocurrió un cambio
radical en el espíritu de los soldados, la mayoría de los cuales
era de origen campesino.15 La concesión marcaba el comienzo del fin
del Comunismo de Guerra y su anuncio ejerció una influencia decisiva
sobre el rendimiento de las fuerzas rojas en la batalla final. Más o
menos en esta época estaba también ocurriendo un cambio en el
espíritu de Kronstadt, pero en la dirección opuesta. 190, 191
Contrariamente a lo esperado, Petrogrado mostró pocos signos de
unirse a la rebelión. Unos pocos ejemplares de Izvestiia de
Kronstadt fueron pegados en las paredes de las fábricas, y en una
ocasión circuló un camión por las calles de la ciudad arrojando
panfletos de los rebeldes. El 7 de marzo los obreros de la fábrica
del arsenal aprobaron la resolución de Kronstadt y enviaron
delegados a otras empresas para exhortar a la realización de una
huelga general en apoyo de los insurgentes.20 Pero todos esos
esfuerzos quedaron en nada, y la ciudad, calmada por las concesiones
y acobardada por la presencia de las tropas, se mantuvo tranquila.
Los marineros se sintieron traicionados, y ese sentimiento duró
largo tiempo después de sofocado el movimiento. Los refugiados que
vivían en Finlandia en años posteriores se quejaron de que ellos
habían pensado que los obreros de Petrogrado “hablaban en serio”
y que las huelgas se desarrollarían hasta llegar a constituir una
revolución en gran escala. En forma similar, marineros capturados
que Dan encontró en la prisión acusaron a los obreros de venderse
al gobierno “por una libra de carne”.21 192, 193
Pese a
todas las acusaciones del gobierno, de que Kronstadt era una
conspiración de generales de los Guardias Blancos, los ex oficiales
zaristas desempeñaron un rol mucho más prominente en la fuerza
atacante que entre los defensores. 195
Pero el
significado de la rebelión no pasó inadvertido en el Congreso,
cuando éste se reunió en Moscú el 8 de marzo. Al mostrar a plena
luz la intensidad de la oposición popular, la revuelta despertó el
sentimiento de la urgencia de los procedimientos y despejó todas las
dudas acerca de la necesidad de realizar una reforma inmediata. El
partido comprendió la amenazante advertencia de los hechos. Había
quienes conjeturaban, en verdad, que la sublevación podría no haber
ocurrido nunca si la NPE se hubiera implantado un mes antes.4 Sea
como fuere, hubo acuerdo general en que las reformas no admitían más
demoras, pues se corría el riesgo de que los bolcheviques fueran
desalojados del poder por una arrolladora marea de cólera popular.
Kronstadt, según dijo Lenin, “iluminó la realidad mejor que
cualquier otra cosa”. Lenin comprendió que el motín no era un
incidente aislado sino que formaba parte de una amplia situación de
inquietud que abarcaba los levantamientos ocurridos en el campo, los
disturbios de las fábricas, y el creciente fermento dentro de las
fuerzas armadas. La crisis económica del Comunismo de Guerra,
observó Lenin, se había transformado “en una crisis política:
Kronstadt”, y el futuro del bolcheviquismo pendía de un hilo.5 El
Décimo Congreso del partido, uno de los más dramáticos de la
historia bolchevique, señaló un cambio fundamental en la política
soviética. Años antes, Lenin había establecido dos condiciones
para la victoria del socialismo en Rusia: el apoyo de una revolución
proletaria en el oeste y una alianza entre los obreros y campesinos
rusos.6 En 1921 no se había cumplido ninguna de estas condiciones.
Como resultado, Lenin se vio forzado a abandonar su creencia de que
sin el apoyo de una revolución europea era imposible la transición
al socialismo. Aquí reside, en esencia, la semilla del “socialismo
en un solo país”, doctrina desarrollada por Stalin unos pocos años
más tarde y que acarreó una disminución del proceso
revolucionario, una adaptación a las potencias capitalistas del
exterior y al campesinado interno. La necesidad inmediata y
predominante, de la cual dependía todo lo demás, era aplacar a la
población rural rebelde. Como explicó Lenin al Décimo Congreso,
“sólo un acuerdo con el campesinado puede salvar la revolución
socialista en Rusia hasta que se produzca la revolución en otros
países”.7 Tres años antes, en marzo de 1918, Lenin había hecho
una retirada similar en el frente internacional cuando rechazó una
“guerra revolucionaria” contra Alemania y firmó el tratado de
Brest-Litovsk. Ahora, para asegurarse el “período de respiro”
que se había negado a los bolcheviques en 1918, Lenin archivó el
Comunismo de Guerra y lo reemplazó por un programa interno más
cauteloso y conciliatorio. “Debemos satisfacer los deseos
económicos del campesinado medio e introducir el libre comercio
–declaró–, pues de otro modo será imposible la preservación
del poder del proletariado en Rusia, vista la demora de la revolución
mundial.”8 Así, el 15 de marzo, el Décimo Congreso del partido
aprobó lo que un delegado (el estudioso marxista D. B. Riazanov)
llamó un “Brest campesino”.9 La medida, que constituyó la
piedra angular de la Nueva Política Económica, reemplazó a las
recolecciones compulsivas de alimentos por un impuesto en especies
que concedió a los campesinos el derecho de disponer de sus
excedentes en el mercado libre. Éste fue sólo el primero de una
serie de pasos que llevaron del Comunismo de Guerra a una economía
mixta. 214. 215
La NPE
logró aliviar, en buena medida, las tensiones de la sociedad rusa.
Sin embargo, no consiguió satisfacer las exigencias de Kronstadt y
sus simpatizantes. Sin duda, había terminado la confiscación de
grano y se habían retirado los destacamentos camineros, disuelto los
batallones de trabajo y asegurado a los sindicatos un cierto grado de
independencia respecto del Estado. Pero las granjas estatales
permanecían intactas, y se había restaurado parcialmente el
capitalismo en el sector industrial. Además, contrariamente a los
principios de la democracia proletaria, los viejos directores y
especialistas técnicos siguieron dirigiendo las grandes fábricas;
los obreros siguieron siendo víctimas de la “esclavitud
asalariada”, excluidos como antes de todo rol directivo. 217
Después
de Kronstadt ya no se habló más de descentralizar la autoridad o de
relajar la disciplina militar dentro de la flota. Por el contrario,
Lenin propuso a Trotsky que se desmantelara la flota del Báltico,
puesto que los marineros no eran confiables y el valor militar de los
buques era cuestionable. Pero Trotsky se las arregló para persuadir
a su colega de que era innecesario un paso tan drástico. En cambio,
la armada soviética fue purgada de todos sus elementos disidentes y
completamente reorganizada, a la vez que las escuelas de cadetes
navales se llenaron de miembros de la juventud comunista para
asegurar un liderazgo fiel en el futuro. Al mismo tiempo, se hizo más
rígida la disciplina dentro del Ejército Rojo, mientras que se
abandonaron definitivamente los planes para crear una milicia popular
reclutada entre voluntarios de origen campesino y obrero.11 Más
importante aún, no se dio satisfacción ni a una sola demanda
política de los rebeldes. Lo que ocurrió, más bien, fue un
endurecimiento del dominio dictatorial. Las concesiones de la NPE, en
verdad, se realizaron expresamente para consolidar el monopolio
bolchevique del poder. En su esbozo de discurso al Décimo Congreso,
observaba Lenin: “La lección de Kronstadt: en política –el
estrechamiento de las filas (y el fortalecimiento de la disciplina)
dentro del partido, una lucha más enérgica contra los mencheviques
y los socialistas revolucionarios–; en economía –satisfacer en
la medida de lo posible al campesinado medio–”.12 Por
consiguiente, quedó paralizada la iniciativa popular y los soviets
libres fueron un sueño frustrado. El Estado se rehusó a restablecer
la libertad de expresión, de prensa y de reunión, como lo requería
la resolución del Petropavlosvk, o a liberar a los socialistas y
anarquistas acusados de crímenes políticos. Lejos de verse llevados
a formar un gobierno de coalición de soviets revitalizados, los
bolcheviques suprimieron metódicamente a los partidos del ala
izquierda. En la noche del 17 de marzo, por una melancólica
coincidencia, mientras el Comité Revolucionario de Kronstadt huía a
través del hielo hacia Finlandia, el depuesto gobierno menchevique
de Georgia, el último de su clase en Rusia Soviética, dejó el
puerto de Batum ubicado en el Mar Negro y partió para el exilio en
Europa occidental.13 Durante la Guerra Civil, los bolcheviques,
amenazados por todas partes por los Blancos, habían permitido que
los partidos prosoviéticos de izquierda tuvieran una precaria
existencia bajo un acoso y vigilancia continua. Después de Kronstadt
ya no se toleró ni siquiera eso. Toda pretensión de oposición
legal se abandonó en mayo de 1921, cuando Lenin declaró que el
lugar apropiado para los socialistas rivales era la cárcel o el
exilio, junto con los Guardias Blancos.14 Una nueva oleada de
represiones cayó sobre los mencheviques, sobre los socialistas
revolucionarios y los anarquistas, a los cuales las autoridades
acusaron de complicidad en la revuelta. A los más afortunados se les
permitió emigrar, pero millares de ellos fueron barridos por las
redes de la Cheka y desterrados al lejano norte, Siberia y Asia
Central. A fines del año los remanentes activos de la oposición
política habían sido silenciados o llevados a la clandestinidad, y
la consolidación del dominio unipartidario era casi completa. Así
Kronstadt, como todas las revueltas fracasadas contra regímenes
autoritarios, logró el fin opuesto al que se proponía: en lugar de
una nueva era de autogobierno popular, la dictadura comunista se
consolidó sobre el país más firmemente que nunca. El
robustecimiento del dominio bolchevique fue acompañado por una
tendencia a terminar con las divisiones dentro del partido mismo.
Lejos de conceder la “democracia partidaria”, Lenin anunció que
debían cesar de inmediato las querellas de facciones para que el
régimen pudiera sobrevivir a la crisis por la que pasaba. “Ha
llegado el tiempo –dijo al Décimo Congreso– de poner fin a la
oposición, de terminar con ella; hemos tenido bastante oposición.”15
Lenin utilizó a Kronstadt como garrote para golpear a los opositores
y forzarlos a la sumisión, al insinuar que las críticas realizadas
por éstos a las políticas del partido habían alentado a los
rebeldes a tomar las armas contra el gobierno.16 Sus puntos de vista
encontraron fuerte apoyo entre sus oyentes, que compartían sus
temores de que una revuelta de masas pudiera desalojarlos del poder.
“En la época actual –declaró un orador– hay tres facciones en
el partido, y este Congreso debe decir si seguiremos tolerando tal
situación. En mi opinión, no podemos ir contra el general Kozlovsky
con tres facciones, y así debe declararlo el Congreso del
partido.”17 Los delegados asintieron rápidamente. En una
resolución redactada en enérgicos términos aprobaron la
condenación del programa de la Oposición de los Obreros como una
“desviación sindicalista y anarquista” respecto de la tradición
marxista. Una segunda resolución, “Sobre la unidad partidaria”,
citaba a Kronstadt como ejemplo del modo en que las disputas internas
podían ser explotadas por las fuerzas de la contrarrevolución, y
solicitaba la disolución de todas las facciones y agrupamientos
dentro del partido. Su cláusula final, mantenida en secreto por casi
tres años, dio al Comité Central poderes extraordinarios para
expulsar a los miembros disidentes de las filas partidarias.18
Inmediatamente después, Lenin ordenó una purga del partido “de
arriba abajo” para eliminar elementos no confiables. A fines del
verano se había excluido a casi un cuarto del total de los miembros.
Para los
libertarios con sensibilidad como Alexander Berkman, Kronstadt fue
una experiencia que los hizo meditar y los llevó a reexaminar la
teoría y la praxis bolchevique. Sin embargo el levantamiento, pese a
todos sus aspectos dramáticos y trágicos, no impresionó a muchas
otras personas de la época como un evento decisivo. No desempeñó
ningún papel fundamental en la determinación de las políticas del
régimen de Lenin; el viraje hacia una relajación en las cuestiones
exteriores e internas se había venido preparando desde fines de la
Guerra Civil. Su importancia residía más bien, principalmente, en
que era símbolo de una crisis social más amplia –la transición
del Comunismo de Guerra a la NPE–, que Lenin en un discurso
dirigido al Cuarto Congreso del Comintern calificó como la más
grave de la historia soviética.19 Pero cuando el transcurrir del
tiempo trajo una nueva era de totalitarismo stalinista, la revuelta
adquirió también nueva significación. “En verdad –escribió
Emma Goldman en 1938, en el momento culminante de la gran purga–
las voces estranguladas en Kronstadt han crecido de volumen durante
estos diecisiete años.” “Qué lástima –agregaba– que el
silencio de los muertos hable a veces en voz más alta que la de los
vivos.”20 Desde la perspectiva de los juicios de Moscú y del
régimen stalinista de terror, muchos vieron a la rebelión como una
encrucijada fatal en la historia de la Revolución Rusa, que señaló
el triunfo de la represión burocrática y la derrota final de la
forma descentralizada y libertaria de socialismo. Esto no equivale a
decir que el totalitarismo soviético haya comenzado con la represión
de Kronstadt, ni siquiera que fuera ya inevitable en esa época. “Se
ha dicho a menudo –observó Víctor Serge– que ‘el germen del
stalinismo estaba en el bolcheviquismo en sus comienzos’. Pues
bien, no tengo nada que objetar. Sólo que los bolcheviques contenían
muchos otros gérmenes –una gran cantidad de otros gérmenes– y
quienes asistieron al entusiasmo de los primeros años de la primera
revolución victoriosa no deberían olvidarlo. ¿Es muy sensato
juzgar al hombre viviente por los gérmenes de muerte que la autopsia
revela en un cadáver, y que éste puede haber llevado consigo desde
su nacimiento?”21 En otras palabras, al principio de la década de
1920 la sociedad soviética tenía abiertos ante sí una cantidad de
caminos diferentes. Sin embargo, como acentuó Serge mismo, siempre
había estado presente en la teoría y la praxis bolchevique una
pronunciada veta autoritaria. El elitismo innato de Lenin, su
insistencia en el liderazgo centralizado y la estricta disciplina
partidaria, su represión de las libertades civiles y la sanción del
terror, todo esto dejó una profunda huella en el futuro desarrollo
del Partido Comunista y del Estado soviético. Durante la Guerra
Civil Lenin había tratado de justificar estas políticas como
expedientes a corto plazo requeridos por una situación de
emergencia. Pero esa emergencia no iba a terminar nunca, y entretanto
se iba construyendo el aparato para un futuro régimen totalitario.
Con la derrota de Kronstadt y la liquidación de la oposición del
ala izquierda, pasó a la historia la última demanda efectiva de que
se instalara una democracia de trabajadores. En lo sucesivo el
totalitarismo, si no inevitable, sería una eventualidad probable. En
1924 murió Lenin, y la dictadura bolchevique se sumió en una
tremenda lucha por el poder. Tres años más tarde se alcanzó un
clímax cuando el Comité Central, invocando la cláusula secreta de
la resolución del Décimo Congreso sobre unidad partidaria, expulsó
a Trotsky del partido e inmediatamente después lo envió al exilio.
217-221
¿Habría
podido la pandilla stalinista usurpar tan fácilmente el control de
un partido si éste hubiera admitido una mayor participación de las
masas y una mayor libertad de la oposición del ala izquierda?24 En
un tono similar, Anton Ciliga desafió la afirmación bolchevique de
que si no se hubiera sometido a Kronstadt, ésta habría desatado las
fuerzas de la reacción. Es posible, concedía Ciliga, pero lo cierto
es que la revolución murió en 1921.25 Al final, los vencedores de
Kronstadt cayeron víctimas del sistema que habían ayudado a crear.
Trotsky y Zinoviev fueron condenados como “enemigos del pueblo”
que habían fomentado deliberadamente la contrarrevolución. “El
judas Trotsky”, declaraba un panfleto soviético de 1939, había
llenado a Kronstadt de sus propios serviles, incluidos bandidos y
Guardias Blancos, mientras creaba deliberadamente una cortina de humo
con el problema de los sindicatos. Otra obra stalinista echaba la
culpa de la revuelta a “Tujachevsky, protegido de Trotsky y
comandante del Séptimo Ejército”, y al “viejo trotskista
Raskolnikov”, jefe de la flota del Báltico. Para dar cuenta de los
traidores, decía, el partido envió al “verdadero leninista” y
camarada de armas de Stalin, Kliment Voroshilov (que en realidad
desempeñó un papel menor como comisario en el frente de
Kronstadt).26 La revolución devoró a quienes la hicieron, uno por
uno. Zinoviev, Tujachevsky y Dybenko fueron fusilados en la Gran
Purga; Trotsky fue asesinado en México por un agente de la policía
secreta soviética; Raskolnikov y Lasevich se suicidaron. Muchos de
los delegados del partido que fueron a Kronstadt, incluidos Piatakov,
Zatonsky y Bubnov, desaparecieron en las prisiones de Stalin. Kalinin
fue casi el único que murió de muerte natural en 1946. 222, 223
Archinov, P. Historia del movimiento majnovista
"Nuestra Revolución
Rusa es, sin duda, y hasta el presente, una revolución política que
realiza con fuerzas populares intereses extraños al pueblo. El hecho
fundamental de esta revolución después de los sacrifi cios,
sufrimientos y esfuerzos revolucionarios de obreros y campesinos, fue
la toma del poder político, por un grupo intermedio, la
“intelligentzia” socialista revolucionaria, en realidad,
democracia socialista. Se ha escrito mucho sobre esa “intelligentzia”
socialista, rusa e internacional. Generalmente fue elogiada y llamada
portadora de ideales humanos superiores, luchadora de la verdad.
Algunas veces, fue criticada. Todo lo que se dijo y escribió sobre
ella, lo bueno y lo malo, tiene un defecto esencial: es ella misma la
que se defi nió, criticó y alabó. Para el espíritu independiente
de obreros y campesinos, ese método no es de ningún modo persuasivo
y no puede tener peso en sus relaciones, en las cuales el pueblo no
tendrá en cuenta más que
los los hechos. Ahora bien,
el hecho real, incontestable en la vida de la “intelligentzia”
socialista, es que gozó siempre de una situación social
privilegiada. Viviendo en los privilegios, el intelectual se
convierte en privilegiado, no sólo socialmente, sino también
psicológicamente. Todas sus aspiraciones espirituales, lo que
entiende por su “idea social”, encierran infaliblemente el
espíritu del privilegio de casta. Ese espíritu se manifi esta en
todo el desenvolvimiento de la “intelligentzia”. Si tomamos la
época de los decembristas13, como principio del movimiento
revolucionario de la “intelligentzia”, al pasar consecutivamente
por las etapas de ese movimiento, el narodnitschestvo y el
narodavoltchestvo14, el marxismo, en una palabra, el socialismo en
todas sus ramifi caciones, hallamos siempre ese espíritu de
privilegio de casta claramente expresado." 18
Las vagas aspiraciones
politicas de la intelligentzia rusa en 1825 se erigieron medio siglo
más tarde en un sistema socialista de Estado y la intelligentzia
misma se convirtió en una agrupación social y económicamente defi
nida: la democracia socialista. Sus relaciones con el pueblo se fi
jaron defi nitivamente; el pueblo marcha hacia su autogestión civil
y económica; la democracia trata de ejercer el poder sobre el
pueblo. La alianza entre ambos no puede celebrarse sino a través de
imposiciones y violencia; nunca de un modo natural, por la fuerza de
una comunidad de intereses. Estos dos elementos son hostiles. La idea
del Estado, de una dirección de las masas por la coerción, fue
siempre propia de individuos en quienes está ausente el sentimiento
de la igualdad y en quienes domina el egoísmo de individuos para
quienes el hombre es un ser torpe, sin voluntad, iniciativa ni
conciencia, incapaz de gobernarse a sí mismo. Esta idea fue siempre
característica de los grupos privilegiados que dominan al pueblo
trabajador: los estratos patricios, la casta militar, la nobleza,
clero, burguesía industrial y comercial. El socialismo de Estado
moderno no se ha mostrado por casualidad servidor celoso de la misma
idea. El socialismo estatista es la ideología de una nueva casta de
dominadores. Si observamos atentamente a los partidarios del
socialismo de Estado veremos que poseen aspiraciones centralistas y
se consideran el centro que ordena y dirige a la masa. Este rasgo
psicológico del socialismo de estado y de sus adictos es la
continuación de los grupos dominadores antiguos, extinguidos o en
vías de extinguirse. El segundo hecho destacable de nuestra
revolución es que los obreros y los campesinos han permanecido en la
situación anterior de “clases trabajadoras”, productores
dirigidos por el poder superior. La llamada construcción socialista,
que se lleva a cabo en Rusia, el aparato estatal de dirección del
país, la creación de nuevas relaciones sociales y políticas, no es
más que la edifi cación de una nueva clase dominante sobre los
productores: el establecimiento de un nuevo poder socialista entre
ellos. El plan de esta dominación fue elaborado durante años por
los líderes de la socialdemocracia, y conocido antes de la
Revolución Rusa con el nombre de “colectivismo”. Ahora se llama
“sistema soviético”. 19
al llamar a la Revolución
Rusa la “Revolución de Octubre”, se confunden a menudo dos
fenómenos diferentes: la consigna, bajo la cual las masas hicieron
la revolución, y el resultado de esa revolución. Las consignas del
movimiento de octubre de 1917 eran: “Las fábricas a los obreros.
La tierra a los campesinos”. El programa social y revolucionario de
las masas se resumía en esas palabras breves, pero profundas por su
sentido: aniquilamiento del capitalismo, supresión del asalariado,
de la esclavitud impuesta por el Estado, y organización de una vida
nueva basada sobre "...la autogestión de los productores. En
realidad, la revolución de octubre no cumplió de ningún modo ese
programa. El capitalismo no ha sido destruido sino reformado. El
asalariado y la explotación de los productores quedan en pie. Y en
cuanto al nuevo aparato estatal, no oprime menos a los trabajadores
que el aparato estatal del capitalismo. No se puede pues llamar
“revolución de octubre” más que en un sentido preciso y
estrecho, el de la realización de los fi nes y problemas del
Partido Comunista. La conmoción de octubre no es más que una etapa
en la marcha general de la Revolución Rusa, lo mismo que la de
febrero-marzo de 1917. El Partido Comunista aprovechó las fuerzas
revolucionarias del movimiento de octubre para sus propios fi nes y
este acto no representa toda nuestra revolución. El proceso general
de la revolución comprende una serie de corrientes que no se
detuvieron en octubre, sino que fueron más lejos, hacia la
realización de los problemas históricos de obreros y campesinos: la
comunidad trabajadora, igualitaria y no estatal. El “octubre”
actual prolongado y ya consolidado deberá dejar el puesto
indudablemente a una etapa ulterior popular de la revolución. En
caso contrario, la Revolución Rusa, como todas las precedentes, no
habrá sido más que un cambio, un traspaso de poder." 20
"...en el momento de
la revolución de 1917, el interés y el instinto de clase se
impusieron y arrastraron a los obreros y a los campesinos hacia sus fi
nes directos: la conquista de la tierra, talleres y fábricas. Cuando
estos objetivos fueron claramente comprendidos por la masa, lo que en
realidad había sucedido mucho antes de la revolución de 1917, una
parte de los marxistas, principalmente su ala izquierda, los
bolcheviques, abandonó rápidamente sus posiciones abiertamente
democrático-burguesas, lanzó consignas que se adaptaban a las
aspiraciones de los trabajadores, y en los días de la revolución
marchó con las masas insurrectas, tratando de adueñarse de su
movimiento. Y nuevamente, debido a las considerables fuerzas
intelectuales que componían las fi las del bolchevismo y también
gracias a las consignas socialistas que sedujeron a las masas, el
triunfo fue una vez más de la socialdemocracia. Hemos indicado más
arriba que la revolución de octubre se forjó a la luz de dos frases
de poderoso contenido: “¡Las fábricas a los obreros! ¡La tierra
a los campesinos!”. Los trabajadores les daban un sentido sencillo,
sin reservas. Según ellos, la revolución debía colocar la economía
industrial del país a disposición y bajo la dirección de los
campesinos. El espíritu de justicia y de autonomía comprendido en
estas consignas arrastró tanto a las masas que su parte más activa
estuvo dispuesta al día siguiente de la revolución a emprender la
organización de la vida sobre la base de tales fórmulas. En
diferentes ciudades, las uniones profesionales y los comités de
fábrica tomaron la administración de las empresas y de las
mercaderías, expulsaron a los propietarios y a los patrones,
establecieron ellos mismos las tarifas, etc. Pero todos estos
intentos chocaron con la resistencia férrea del Partido Comunista,
que se había convertido en el partido gobernante. Este partido, que
marchaba al lado de la masa revolucionaria, que adoptaba consignas
extremistas, a menudo anarquistas, cambió bruscamente su actitud tan
pronto como logró apoderarse del poder, una vez que el gobierno de
coalición fue derrotado.
La revolución, como
movimiento de los trabajadores bajo las consignas de octubre, había
terminado desde entonces para éste. El enemigo esencial de los
trabajadores –la burguesía industrial y agraria– está, decía,
vencida; el período de destrucción, de lucha contra el régimen
capitalista acabó; el período de la creación comunista, el de la
edifi cación proletaria comienza. La revolución debe, pues,
efectuarse ahora mediante los órganos del Estado solamente.
Prolongar la situación anterior, cuando los obreros eran dueños de
la calle, de los talleres y de las fábricas y cuando los campesinos,
no viendo ya ningún poder, trataban de arreglar su vida con entera
independencia, implicaba consecuencias peligrosas que podían
desorganizar la gran obra estatista del partido. Era preciso ponerle
fi n por todos los medios posibles, incluso la violencia del Estado.
Tal fue el cambio de frente en la acción del Partido Comunista desde
que se estableció en el poder. " 22
"Después de la caída
del zarismo en febrero-marzo de 1917, comenzó un período en que los
obreros y los campesinos no toleraban plazo alguno. Vieron en el
gobierno provisorio un enemigo seguro. Por eso no esperaron y
exigieron sus derechos por medios revolucionarios; primero sobre la
jornada de ocho horas, luego sobre los órganos de producción y de
consumo, y sobre la tierra. El Partido Comunista fue en estas
jornadas un aliado bien organizado. Es verdad que por esa unión
buscaba sus propios fi nes: pero la masa lo ignoraba. La masa veía
como un hecho que el Partido Comunista luchaba con ella contra el
régimen capitalista. El partido empleó todo el poder de su
organización, su experiencia política y organizadora, sus mejores
militantes en el seno de la clase obrera y del ejército. Dedicó
todas sus fuerzas a agrupar a las masas alrededor de sus consignas.
Actuaba con demagogia en las cuestiones del trabajador oprimido. Se
adueñaba de las palabras de unión de los campesinos con relación a
la tierra, de las de los obreros con relación al trabajo libre. Los
impulsó hacia una lucha decisiva contra el gobierno de coalición.
Con el tiempo, el Partido Comunista se afi anzó en en las fi las
de la clase obrera y desarrolló junto a ella una lucha infatigable
contra la burguesía, lucha que prosiguió hasta las jornadas de
octubre. Es pues natural que los obreros de la Gran Rusia adquirieran
el hábito de considerarlo su más decidido compañero en la lucha
revolucionaria. Esta circunstancia, unida a que los trabajadores
rusos tenían apenas sus propias organizaciones revolucionarias de
clase y estaban dispersos desde el punto de vista de la organización,
permitieron al partido tomar fácilmente en sus manos la dirección
de los acontecimientos. Y, cuando el gobierno de coalición fue
derribado por las masas de Petrogrado y de Moscú, era natural que el
poder pasara a los bolcheviques, que habían dirigido el golpe de
Estado." 23
"Capítulo III LA
INSURRECIÓN REVOLUCIONARIA EN UCRANIA - MAKHNO
El tratado de Brest-Litowsk,
entre los bolcheviques y el gobierno imperial alemán, abrió las
puertas de Ucrania a los austroalemanes. Entraron como señores. No
se limitaron a la acción militar: se inmiscuyeron en la vida
económica y política del país. Su objetivo era apropiarse de los
víveres. Para ello, restablecieron el poder de los nobles y de los
terratenientes derribados por el pueblo e instalaron el gobierno
autócrata del hetman Skoropadsky. En cuanto a las tropas
austro-alemanas que ocupaban Ucrania, eran sistemáticamente
engañadas por sus ofi ciales sobre la Revolución Rusa. Se referían
a ella como a una orgía de fuerzas ciegas que destruía el orden en
el país y que aterrorizaba a la honesta población trabajadora. De
esta manera se provocaba en los soldados una hostilidad contra los
campesinos y obreros rebeldes que favorecía la acción desalentadora
de los ejércitos austroalemanes. El saqueo económico de Ucrania por
los austroalemanes, con el asentimiento y la ayuda del gobierno de
Skoropadsky, fue de proporciones increíbles. Se robaba, se cargaba
con todo (trigo, ganado, aves de corral, materias primas, etc.) en
proporciones tales que los medios de transporte no bastaban. Como si
hubiesen caído sobre depósitos inmensos destinados al saqueo, los
austríacos y los alemanes se alzaban con todo, cargando un tren tras
otro, rumbo a sus países. Cuando los campesinos se resistían al
saqueo y trataban de no dejarse arrebatar el fruto de su trabajo, las
represalias, la horca, el fusilamiento, se ponían en práctica. La
ocupación de Ucrania por los austroalemanes es una de las páginas
más trágicas de la historia de la revolución. A la violencia de
los invasores, al saqueo de los militares, se opuso una reacción
feroz por parte de los terratenientes. El régimen del hetman fue el
aniquilamiento de las conquistas revolucionarias de campesinos y
obreros; una vuelta completa al pasado. Era pues natural que las
nuevas condiciones aceleraran la marcha del movimiento esbozado
antes, iniciado bajo Petliura y los bolcheviques. En todas partes,
principalmente en las aldeas, comenzó la rebelión contra los
terratenientes y los austroalemanes. Fue entonces cuando comenzó el
movimiento revolucionario de los campesinos de Ucrania conocido más
tarde con el nombre de insurrección revolucionaria." 25
"... centenares de
aldeas sufrieron un castigo despiadado de parte de la casta militar y
agraria. Esto sucedía en junio, julio y agosto de 1918. Entonces,
los campesinos, fi eles al movimiento, se organizaron en compañías
de guerrilleros y recurrieron a la guerra de emboscadas. Como si
hubiese existido una red de organizaciones invisibles, surgió casi
simultáneamente en diferentes lugares una multitud de destacamentos
de guerrilleros que inició sus ataques contra los terratenientes,
sus guardas y sus representantes en el poder. Habitualmente esos
destacamentos, compuestos de 20, 30 y hasta 100 jinetes bien armados,
caían bruscamente en la parte opuesta al lugar en donde se los
suponía, sobre una propiedad, sobre la guardia nacional,
exterminaban a los enemigos de los campesinos, y desaparecían tan
rápidamente como se habían presentado. Todo terrateniente que
perseguía a los campesinos, todos sus fi eles servidores eran
individualizados por los guerrilleros y amenazados con ser
suprimidos. Cada guardia, cada ofi cial alemán estaba condenado a
una muerte segura. Estos hechos, que ocurrían a diario en todos los
rincones del país, debilitaban la contrarrevolución agraria,
poniéndola en peligro, y preparaban el triunfo de los campesinos.
Hay que notar que al igual que las vastas insurrecciones campesinas
espontáneas, surgidas de los campesinos sin preparación alguna,
tales actos guerreros eran siempre dirigidos por ellos, sin el
socorro ni la dirección de ninguna organización política. Ese
medio de acción los llevó a satisfacer por sí mismos las
necesidades del movimiento, de dirigirlo y conducirlo hacia la
victoria. Durante toda la lucha contra el hetman y los
terratenientes, en los momentos más penosos, los campesinos
estuvieron solos frente a sus bien organizados y armados enemigos.
Esto tuvo, como veremos después, gran infl uencia sobre el carácter
de la insurrección revolucionaria. Su rasgo fundamental –en todas
partes donde se mantuvo hasta el fi n como movimiento de clase, sin
caer bajo la infl uencia de los partidos o de los elementos
nacionalistas– fue no sólo el haber nacido de lo más profundo de
las masas campesinas, sino también la conciencia que poseían los
campesinos de haber sido ellos mismos guías y animadores del
movimiento. Los destacamentos de los guerrilleros, sobre todo,
estaban convencidos de esa idea, y se sentían con fuerzas para
cumplir su misión." 26
" Mientras los
insurrectos levantaban en el sur de Ucrania la bandera negra del
anarquismo y entraban en la vía antiautoritaria de organización
libre de los trabajadores, las regiones del oeste y del noroeste del
país cayeron, después de haber derrotado al hetman, bajo la infl
uencia de elementos extraños y enemigos, principalmente de los
demócratas nacionalistas petliuristas. Durante más de dos años,
una parte de los guerrilleros del oeste de Ucrania sirvió de apoyo a
los petliuristas, que perseguían los intereses de la burguesía
liberal bajo el estandarte nacionalista. Así, los campesinos
insurrectos de Kiev, de Volinia, de Podolia y de parte de Poltava,
aun teniendo un origen común con el resto de los insurrectos, no
supieron encontrar su camino ni organizarse y cayeron bajo la férula
de los enemigos del trabajo, convirtiéndose en sus manos en
instrumentos ciegos. La insurrección del sur tomó un aspecto y tuvo
un sentido muy distinto. Se separó claramente de los elementos no
trabajadores de la sociedad contemporánea; se desembarazó rápida y
resueltamente de los prejuicios nacionales, religiosos, políticos y
otros del régimen de opresión y de esclavitud; se colocó en el
terreno de las exigencias reales de la clase de los proletarios de
las ciudades y de los campos y entabló una ruda guerra en nombre de
esas exigencias contra los enemigos múltiples del trabajo." 27
"He aquí, pues, a
Makhno en Guliay Polié, esta vez con la decisión irrevocable de
obtener la victoria de los campesinos o morir; en todo caso, decidido
a no abandonar la región. La noticia de su regreso se extendió
rápidamente. No tardó en mostrarse francamente a las vastas masas
campesinas, a través de discursos o de escritos, incitándoles a la
lucha contra el poder del hetman y de los propietarios, insistiendo
en que los trabajadores tenían en el momento la suerte en sus manos
y no debían dejarla escapar. Su llamado vibrante y enérgico se
difundió en pocas semanas por numerosas aldeas y distritos,
preparando a las masas para los grandes acontecimientos futuros.
Después, pasó a la acción. Su primera preocupación fue formar una
compañía revolucionaria militar con fuerza sufi ciente para
garantizar la libertad de agitación y de propaganda en las ciudades
y aldeas y comenzar al mismo tiempo las operaciones de las
guerrillas. Esta compañía fue rápidamente organizada. Había en
todas las aldeas elementos combativos dispuestos a obrar. No faltaba
más que un buen organizador; éste fue Makhno. La misión de su
compañía era: a) desarrollar un trabajo activo de propaganda y
organización entre los campesinos; b) llevar a cabo una lucha
implacable contra los enemigos. Como fundamento de esa lucha se
sostenía el principio según el cual “todo terrateniente que
persiga a los campesinos, todo agente de policía del hetman, todo ofi
cial ruso o alemán, en tanto que enemigo mortal e implacable de los
campesinos, no hallará piedad alguna y será suprimido”. Según
tal principio, debía ser ejecutado todo aquel que participara en la
opresión de los campesinos pobres y de los obreros, en la supresión
de sus derechos o en la usurpación de su trabajo y bienes." 29
"Siendo no sólo un
jefe militar notable, sino también buen agitador, Makhno
multiplicaba incansablemente los mitines en las numerosas aldeas de
la región. Informaba sobre las tareas actuales, sobre la revolución
social, sobre la vida en comunidad libre e independiente de los
campesinos trabajadores como fi n de la insurrección. Redactaba
manifi estos y circulares en ese sentido para los campesinos, para
los obreros, para los soldados austríacos y alemanes, para los
cosacos del Don, del Kuban, etcétera. “Vencer o morir, he aquí lo
que importa para los campesinos y obreros de Ucrania en el presente
momento histórico. Pero no podemos morir todos; somos muchos;
nosotros somos la humanidad. Por consiguiente venceremos. Pero no
venceremos para repetir el ejemplo de los años pasados, para poner
nuestra suerte en manos de nuevos amos; venceremos para tomar nuestro
destino en nuestras manos y organizar según la propia voluntad
nuestra vida y nuestra verdad” (de uno de los primeros manifi
estos de Makhno). Así hablaba Makhno a las vastas masas campesinas.
Pronto se convirtió en el eje de unión de las fuerzas rebeldes. En
casi todas las aldeas, los campesinos crearon grupos locales
clandestinos. Se unían a Makhno, lo sostenían en todas sus
empresas, seguían sus consejos y disposiciones. " 30
"La nacionalización de
la industria, al arrancar a los obreros de las manos de los
capitalistas privados, los entregó en las manos más implacables de
un único capitalista, presente en todas partes, el Estado. Las
relaciones entre los obreros y este nuevo patrón son las mismas que
existían antes entre el trabajo y el capital, con la diferencia de
que el Estado no solamente explota a los trabajadores, sino que los
castiga también, porque reúne en sí las dos funciones, la
explotación y la punición. La condición del trabajo asalariado no
ha cambiado; ha tomado solamente el carácter de un deber hacia el
Estado. Las uniones profesionales perdieron todos los derechos y
fueron transformados en órganos de vigilancia policial de la masa
trabajadora. El establecimiento de las tarifas, la dimensión del
salario, el derecho a emplear y a despedir a los obreros, la gestión
general de las empresas, su organización exterior, etcétera, todo
es supervisado por el partido, sus órganos o sus agentes. En cuanto
a las uniones profesionales en todos los dominios de la producción
su actuación es puramente formal; deben poner sus fi rmas en los
decretos del partido, que no pueden ser revocados ni cambiados. Es
claro que esto no es sino una simple sustitución del capitalismo
privado por un capitalismo de Estado. La nacionalización comunista
de la industria representa un nuevo tipo de relaciones en la
producción, según el cual la sujeción económica de la clase
obrera es mantenida por un solo puño, el Estado. Es evidente que de
esta manera no mejorará la situación de la clase obrera. El trabajo
obligatorio (para los obreros, claro está) y su militarización es
el verdadero espíritu de la fábrica nacionalizada. Citemos un
ejemplo. En el mes de agosto de 1918, los obreros de la antigua
manufactura Prokorov de Moscú se agitaron y amenazaron con rebelarse
a consecuencia de los bajos salarios y de un régimen policial
establecido en la fábrica. Organizaron, en la fábrica misma, varias
reuniones, expulsaron al comité de fábrica (que no era más que una
sección del partido) y tomaron en calidad de pago una pequeña parte
de la manufactura producida. Los miembros del comité central de la
unión de obreros textiles –después de que los obreros se
rehusaron a tratar con ellos– decidieron así: la conducta de los
obreros de la manufactura de Prokorov es una sombra en el prestigio
del poder soviético; toda acción ulterior de esos obreros había
difamado a las autoridades soviéticas ante los obreros de otros
establecimientos; eso es inadmisible. Por consiguiente la fábrica
debe ser cerrada y los obreros despedidos; debe establecerse una
comisión para crear en la fábrica un régimen fi rme; después de
lo cual habrá que reclutar nuevos cuadros de obreros. Así fue. "
36
"El aparato estatal
soviético está organizado en tal forma que todos los hilos
conductores se encuentran en manos de la democracia, que se autodefi
ne como la vanguardia del proletariado. Cualquiera que sea el dominio
de la administración del Estado, en todas partes hallamos los
puestos principales ocupados invariablemente por el mismo personaje,
el demócrata omnipresente. ¿Quién dirige todos los periódicos,
las revistas y las demás publicaciones? Son siempre políticos,
gentes que proceden del ambiente privilegiado de la democracia.
¿Quiénes son los autores y redactores de las publicaciones
centrales, que pretenden guiar al proletariado del mundo entero,
tales como Izvestia, del comité ejecutivo central de toda Rusia; La
Internacional comunista, o bien el órgano del comité central del
partido? Son exclusivamente grupos de la “intelligentzia”
democrática escogidos cuidadosamente. ¿Quién, en fi n, se
encuentra a la cabeza de los órganos políticos creados como su
denominación misma demuestra no por las necesidades de la labor,
sino por las de la política de dominación? ¿En qué manos se
encuentra el Comité Central del Partido, el Consejo de los
Comisarios del Pueblo, el Comité Ejecutivo Central Panruso, etc.? En
manos de los que han sido educados en la política, lejos del
trabajo, y para quienes el nombre de proletariado signifi ca lo que
para un pope incrédulo el nombre de Dios. Igualmente, se encuentran
en sus manos todos los órganos de la vida económica del país,
desde el Consejo Económico Nacional hasta los centros de menor
importancia. Vemos, pues, que todo el grupo de la socialdemocracia
ocupa en el Estado los puestos más importantes." 37
" No teniendo apoyo
natural en ninguna de las clases de la sociedad actual –ni en los
obreros, ni en los campesinos, ni en la nobleza, ni en la burguesía
(no estando económicamente organizada la democracia misma, no podía
contar con ellas)–, el Partido Comunista recurrió al terror y al
régimen de opresión general. Así se explica por qué el poder
comunista en Rusia se apresuró a multiplicar y consolidar una nueva
burguesía representada por el Partido Comunista, los altos
funcionarios y los cuadros de comando del ejército. Esta burguesía
le era indispensable como sostén permanente de clase en su lucha
contra las masas trabajadoras.
(...)
Pero, ¿cómo es que ese
grupo extraño y hostil a las masas trabajadoras consiguió imponerse
como guía de las fuerzas revolucionarias de esas masas, asumiendo el
poder en su nombre y consolidando su dominación? Las causas son dos,
el estado de desorganización en que se encontraban las masas en los
días de la revolución y su engaño por las consignas socialistas.
Las organizaciones profesionales obreras y campesinas de antes de
1917 habían quedado atrás en el espíritu revolucionario de los
trabajadores. El desborde revolucionario de las masas sobrepasó los
límites de esas organizaciones. Obreros y campesinos se encontraron
frente a la revolución sin el apoyo necesario de sus organizaciones
de clase. Ahora bien, a su lado, con esa masa, existía un partido
socialista perfectamente organizado, los bolcheviques. Este partido
tuvo participación directa en la destrucción de la burguesía
industrial y agraria por los obreros y los campesinos, arrastrando a
las masas y asegurándoles que esa revolución sería la revolución
social, la última, que llevaría a los oprimidos al socialismo, al
comunismo. Las masas, extrañas a toda política, acogieron esas
proclamas como evidentes. La participación del Partido Comunista en
la destrucción del régimen capitalista le atrajo gran confi anza.
La clase de los intelectuales –portadora de los ideales de la
democracia– ha sido siempre tan débil y restringida que las masas
no supieron nada de su existencia. Por consiguiente, en el momento de
la caída de la burguesía, su puesto fue ocupado por el bolchevismo,
su dirigente accidental, hábil en demagogia política." 38
"La Makhnovschina nació
en la época tempestuosa de la vida ucraniana, en el verano de 1918,
cuando todo el elemento campesino alentaba la rebelión. Desde los
primeros días de su existencia hasta los últimos no ha tenido paz.
Su evolución siguió, por consiguiente, un doble camino: el de la
inculcación de sus ideas fundamentales a las masas y el del
crecimiento y consolidación de sus fuerzas militares. A partir del
día en que todos los destacamentos guerrilleros se reunieron en un
solo ejército, éste se convirtió en el ejército revolucionario
unifi cado de las masas en rebelión. El estado de guerra en que se
encontraba Ucrania fue la causa de que las mejores fuerzas
organizadoras del movimiento entraran en el ejército. Por obra de
las circunstancias este último fue al mismo tiempo la autodefensa
armada de los campesinos y el guía de todo el movimiento, su
vanguardia revolucionaria. Organizó y dirigió activamente la
ofensiva contra la reacción de los terratenientes; consideró y
precisó el plan de la lucha; dio también las consignas del momento.
Sin embargo, no ha sido nunca una fuerza soberana, dominadora. Tomaba
siempre sus ideas de las masas y defendía su causa. Las masas
campesinas, por su parte, consideraban este ejército como el
organismo que las dirigía en la lucha18. La actitud de los
makhnovistas hacia el poder de Estado, los partidos políticos y los
grupos improductivos era la actitud de los campesinos. Y viceversa,
la Makhnovschina se identifi caba con los intereses de los
campesinos pobres y de los obreros, su dolor y su pensamiento. Así,
con ayuda de una infl uencia y acción mutuas, evolucionó el
Movimiento Makhnovista y se convirtió en un fenómeno social de la
vida rusa.
* * *
En octubre y noviembre de
1918 los destacamentos de Makhno iniciaron un ataque general contra
la reacción del hetman. Hacia esa época, las tropas austroalemanas
se encontraban desorientadas bajo la infl uencia de los
acontecimientos políticos que tenían lugar en sus países de
origen; no poseían ni la fuerza ni la energía de antes. Esto es lo
que aprovechó Makhno. Trató con las unidades de las tropas ganadas
por el espíritu revolucionario y con las que selló un pacto de
neutralidad. Esas unidades se dejaban desarmar fácilmente y los
makhnovistas aprovechaban para armarse a sus expensas. Donde Makhno
no conseguía tratar amistosamente con los austroalemanes, los
expulsaba de la región por la fuerza de las armas. Así, después de
un combate tenaz que duró tres días, Makhno ocupó defi
nitivamente Guliay Polié. Se afi rmó y organizó en ese lugar el
cuartel general de su ejército. El fi n del reinado del hetman
estaba próximo y la juventud campesina afl uía en masa hacia
Makhno. Su ejército consistía en ese momento en varios regimientos
de infantería y de caballería y también en una batería y una
cantidad de ametralladoras. " 41
" Los campesinos de la
región de Guliay Polié lo demostraron. Durante más de seis meses
–desde noviembre de 1918 hasta junio de 1919– vivieron sin ningún
poder político y no sólo no perdieron los lazos sociales entre sí,
sino que por el contrario crearon una nueva forma superior del orden
social: la comuna del trabajo libre y los soviets libres de los
trabajadores. Después de la expulsión de los terratenientes, la
tierra de la región pasó a los campesinos. Éstos comprendieron que
no bastaba con apoderarse de una extensión de terreno y contentarse
con ello. Las difi cultades de la vida les habían enseñado que los
enemigos los acechaban por todas partes y que debían mantenerse
unidos. En varios lugares se hicieron tentativas para organizar la
vida en común. Dada la hostilidad de los campesinos contra las
comunas ofi ciales (gubernamentales), en muchos lugares de la región
de Guliay Polié surgieron organizaciones campesinas llamadas comunas
del trabajo o comunas libres. Así, cerca de la aldea Pokrovskoyé se
organizó la primera comuna libre con el nombre de Rosa Luxemburg.
Sus miembros eran todos muy pobres. Al principio no contaba más que
con algunas decenas de hombres; después su número aumentó a más
de trescientos. Esta comuna fue creada por los campesinos más
indigentes de la región; su denominación de Rosa Luxemburg
testimonia la ausencia de todo espíritu de partido entre los
organizadores. Con la sencillez propia del pueblo, los campesinos
honraron la memoria de aquella heroína que había perecido en la
lucha revolucionaria." 42
"En el primer congreso
regional, que se realizó el 23 de enero de 1919 en el pueblo
Bolshaya Mijaylovka, los campesinos dirigieron su atención, sobre
todo, al gran peligro ofrecido por los movimientos de Petliura y
Denikin. " 43
"El Segundo Congreso
Regional de los Campesinos y Obreros Rebeldes se reunió tres semanas
después del primero, el 12 de febrero de 1919, en Guliay Polié. Fue
examinada en él la cuestión del peligro del avance de la
contrarrevolución de Denikin. El ejército de Denikin se componía
de elementos contrarrevolucionarios bien escogidos: ofi ciales de
los cuadros del antiguo ejército regular y cosacos del imperio. Los
campesinos sabían bien de qué manera se resolvería una lucha entre
ese ejército y ellos. Tomaron pues todas las medidas para reforzar
su defensa. El ejército insurreccional de los makhnovistas contaba
en esa época con unos 20.000 combatientes voluntarios. Muchos de
ellos estaban cansados, agotados por los combates de los últimos 5 ó
6 meses. Entre tanto las tropas de Denikin crecían rápidamente y
amenazaban la región libre. El Segundo Congreso de los Campesinos
resolvió declarar en toda la región una movilización voluntaria e
igualitaria de los últimos diez años. La movilización debía ser
voluntaria, es decir, apelaba a la conciencia y a la buena voluntad
de cada uno. La resolución del Congreso no tenía otro sentido que
el de destacar la necesidad de completar el ejército guerrillero con
nuevos combatientes20. Movilización igualitaria quería decir que
los campesinos de diferentes pueblos o distritos se encargarían de
completar el ejército sobre una base aproximadamente igual.
(...)
En este Segundo Congreso de
Campesinos, Obreros y Guerrilleros se creó un Consejo Militar
Revolucionario Regional, que se encargaría de la dirección general
de la lucha contra Petliura y Denikin, de sostener las relaciones
sociales entre los trabajadores de la región, de responder a las
necesidades de información y de contralor y, en fi n, de asegurar
el cumplimiento de las diversas resoluciones del congreso. Los
representantes de 32 distritos de Ekaterinoslav y de Tauride, así
como los de los destacamentos rebeldes constituyeron parte de él.
Este Consejo abarcó toda la región libre; ejecutaba las decisiones
del Congreso de orden social, político o militar y era, por decirlo
así, el órgano ejecutivo supremo de todo el movimiento. Pero no era
de ningún modo un órgano autoritario. No se le asignó sino una
función puramente ejecutiva. Se limitaba a ejecutar las
instrucciones y resoluciones de los congresos de los campesinos y
obreros. Podía ser disuelto en cualquier momento por el congreso y
cesar de existir. " 44
"... el ambiente de
guerra en toda la región hacía muy difícil la creación y el
funcionamiento de esos organismos y por eso su organización completa
nunca llegó a cumplirse. Sólo en 1920 pudieron publicarse las tesis
generales sobre los soviets libres de campesinos y obreros. Antes de
esa fecha los principios generales de los soviets fueron expuestos en
la Declaración del Consejo Revolucionario Militar de los
Guerrilleros Makhnovistas, en el capítulo sobre el régimen de los
soviets libres. " 45
"El primer encuentro de
los comandantes bolcheviques con Makhno se produjo bajo estos
auspiciosos augurios (en marzo de 1919). Makhno fue invitado
inmediatamente a unirse con todos sus destacamentos al Ejército
Rojo, para vencer juntos a Denikin. Las diferencias políticas e
ideológicas de los guerrilleros eran consideradas muy naturales y no
podían de ningún modo constituir un obstáculo a la unión sobre la
base de una causa común. Esas diferencias permanecerían
inviolables. "46
"Los guerrilleros se
convirtieron en una parte del Ejército Rojo bajo las siguientes
condiciones: a) los guerrilleros conservan su antiguo orden interno;
b) reciben comisarios políticos nombrados por la autoridad
comunista; c) se subordinan al comando rojo superior sólo en lo que
concierne a las operaciones militares estrictamente dichas; d) no
pueden ser alejados del frente de Denikin; e) obtienen municiones y
aprovisionamiento igual que el Ejército Rojo, f) mantienen su nombre
de Ejército Revolucionario Insurreccional y conservan sus banderas
negras. El ejército de los guerrilleros makhnovistas estaba
organizado de acuerdo con tres principios fundamentales: el
voluntarismo, el principio electoral y la autodisciplina. El
voluntarismo signifi caba que el ejército no se componía más que
de combatientes revolucionarios que entraban en él por su voluntad.
El principio electoral consistía en que los comandantes de todas las
unidades del ejército, los miembros del Estado Mayor y del consejo,
así como todas las personas que ocupaban en el ejército puestos
importantes en general debían ser elegidos y aceptados por los
guerrilleros de las secciones respectivas o por el conjunto del
ejército. La autodisciplina signifi ca que todas las reglas de la
disciplina del ejército eran elaboradas por comisiones de
guerrilleros, después revalidadas por las partes generales del
ejército y rigurosamente observadas bajo la responsabilidad de cada
revolucionario y de cada comandante. Todos estos principios fueron
mantenidos por el Ejército Makhnovista en su unión con el Ejército
Rojo. Primero recibió el nombre de “tercera brigada”, que fue
cambiado después por el de “Primera División Insurreccional
Revolucionaria Ucraniana”. Más tarde adoptó el nombre defi
nitivo de Ejército Revolucionario Insurreccional de Ucrania
(Makhnovistas). " 47
"El Consejo
Revolucionario Militar convocó el tercer congreso de campesinos,
obreros y guerrilleros para el 10 de abril de 1919. El congreso debía
determinar las tareas del movimiento y pronunciarse sobre las
perspectivas de la vida revolucionaria de la región. Los delegados
de 72 distritos, que representaban una masa de más de dos millones
de hombres, se reunieron en congreso; el trabajo fue intenso.
Lamentamos no tener a mano las actas del congreso. Se podría ver en
ellas con qué prudencia el pueblo escrutaba sus propios caminos en
la revolución, sus propias formas de vida. Al fi nal de sus tareas
el congreso recibió un telegrama del comandante de la división,
Dybenko, que declaraba al congreso como contrarrevolucionario y a sus
organizadores fuera de la ley. Éste fue el primer atentado manifi
esto de los bolcheviques contra la libertad de la región. El
congreso comprendió el alcance del ataque y votó una resolución de
protesta contra la agresión. La protesta fue impresa de inmediato y
distribuida entre los campesinos y los obreros de la región. Y
algunos días más tarde el Consejo Revolucionario Militar redactó
una respuesta a las autoridades comunistas representadas por Dybenko,
donde se destacaba la actuación de la región de Guliay Polié en la
revolución y se desenmascaraba a los contrarrevolucionarios. Esa
respuesta caracteriza de una manera típica a una parte y a otra. Se
reproduce a continuación.
¿es verdaderamente
contrarrevolucionario?
El “camarada” Dybenko
declaró contrarrevolucionario al congreso convocado en Guliay Polié
el 10 de abril y puso fuera de la ley a sus organizadores, a quienes,
según él, deben ser aplicadas las medidas represivas más
rigurosas. Publicamos aquí su telegrama textual: “De Novo
Alexeievka N° 283. El 10, hora 22.45. El camarada Batko Makhno,
donde se le encuentre, al Estado Mayor de la división de
Aleksandrovsk. Copia Volnovaka, Mariopol, al camarada Makhno, donde
se encuentre. Copia al soviet de Guliay Polié: Cualquier congreso
convocado en nombre del Estado Mayor Revolucionario Militar, disuelto
por orden mía, es considerado como manifi estamente
contrarrevolucionario y los organizadores serán sometidos a las
medidas represivas más rigurosas y hasta proclamados fuera de la
ley. Ordeno que se tomen inmediatamente medidas para que no se
produzcan tales cosas. Comandante de la división “dybenko”. Pero
antes de proclamar contrarrevolucionario al congreso, el “camarada”
Dybenko no se ha tomado el trabajo de informarse en nombre de quién
y con qué fi n fue convocado, lo que le hace decir que el congreso
fue convocado por el Estado Mayor Revolucionario Militar “disuelto”
de Guliay Polié, mientras que en realidad lo fue por el Comité
Ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar. Por consiguiente,
habiendo convocado este último el congreso, no sabe si está
considerado por el “camarada” Dybenko fuera de la ley. Si es así,
permita que informemos a su Excelencia por qué y con qué fi n fue
convocado este congreso, según su opinión, manifi estamente
contrarrevolucionario; y entonces no se le aparecerá tan espantoso
como lo imagina. El congreso, como se ha dicho ya, fue convocado por
el Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar de la región
de Guliay Polié. Fue convocado con el propósito de determinar la
línea de conducta futura del Consejo Revolucionario Militar (veis,
pues, “camarada” Dybenko, que se han celebrado ya tres de estos
congresos “contrarrevolucionarios”). Pero surge la cuestión: ¿De
dónde procede y con qué fi n fue creado el Consejo Revolucionario
Militar regional? Si no lo sabe aún, “camarada” Dybenko, vamos a
decírselo. El Consejo Revolucionario Militar Regional fue formado de
acuerdo con la resolución del segundo congreso, que tuvo lugar en
Guliay Polié el 12 de febrero del corriente año (Vea, pues, que
hace ya mucho tiempo; ustedes no estaban siquiera aquí.) El Consejo
fue formado entonces para organizar los soldados del frente y para
ejecutar la movilización voluntaria, porque la región estaba
rodeada de blancos y los destacamentos de guerrilleros compuestos de
los primeros voluntarios no bastaban ya para sostener el amplio
frente. No había en ese momento tropas soviéticas en nuestra
región; y además la población no esperaba gran ayuda de ellas,
pues consideraba la defensa de la región como su propio deber. Con
ese fi n se formó el Consejo Revolucionario Militar de la región
de Guliay Polié, compuesto, según la resolución del segundo
congreso, por un delegado de cada distrito; en total, 32 miembros
representantes de distritos de Ekaterinoslav y de Tauride. Más
adelante daremos explicaciones sobre el Consejo Revolucionario
Militar. Aquí se plantea otra cuestión: ¿De dónde procede el
segundo congreso regional?, ¿quién lo convocó?, ¿quién lo
autorizó?, ¿los que lo convocaron fueron declarados fuera de la
ley? Y si no, ¿por qué? El segundo congreso regional fue convocado
en Guliay Polié por iniciativa de un grupo compuesto de cinco
personas elegidas por el primer congreso. El segundo congreso se
realizó el 12 de febrero del corriente año y ante nuestro asombro,
las personas que lo convocaron no fueron puestas fuera de la ley,
porque no existían entonces aún esos héroes que se atrevieran a
atentar contra los derechos del pueblo conquistados a costa de su
propia sangre. Y ahora nos encontramos frente al mismo problema:
¿Cómo nació el primer congreso regional?, ¿quien lo convocó fue
puesto fuera de la ley?, ¿por qué no? “Camarada” Dybenko, según
parece usted es muy nuevo en el movimiento revolucionario de Ucrania,
y es preciso enseñarle sus comienzos mismos. Y bien, vamos a
hacerlo; y después de conocerlos usted se corrige en algo. El primer
congreso regional se realizó el 23 de enero del corriente año en el
primer campo insurreccional, en la Bolshaya Mijaylovka. Estaba
compuesto por delegados de los distritos situados cerca del frente.
Las tropas soviéticas estaban entonces muy lejos. La región se
encontraba aislada; por un lado estaban los denikinianos, por otro,
los petliuristas; algunos destacamentos de guerrilleros, con Batko
Makhno y Shchuss a la cabeza hacían frente a unos y a otros. Las
organizaciones y las instituciones sociales no tenían entonces
siempre los mismos nombres. En tal aldea había un “soviet”, en
tal otra una “regencia popular”, en una tercera un “Estado
Mayor militar revolucionario”, en una cuarta una “regencia
provincial”, etc.; pero el espíritu era en todas partes igualmente
revolucionario. El primer congreso se realizó para consolidar el
frente, así como para crear una cierta uniformidad de organización
y de acción en la región entera. Nadie lo había convocado; se
reunió espontáneamente, según el deseo y con la aprobación de la
población. En el congreso se hizo sentir la necesidad de arrancar al
Ejército Petliurista nuestros hermanos movilizados por la fuerza.
Con este fi n se eligió una delegación compuesta de cinco miembros
que debía pasar por el Estado Mayor de Batko Makhno y por otros
lugares donde fuera preciso penetrar hasta el ejército del
directorio ucraniano para anunciar a nuestros hermanos movilizados
que habían sido engañados y que debían abandonarlo. Además, la
delegación debía convocar a su regreso un segundo congreso, más
vasto, con el fi n de organizar toda la región liberada de
contrarrevolucionarios y de crear un frente de defensa más poderoso.
Los delegados convocaron, pues, a su regreso el segundo congreso
regional sin tener en cuenta ningún “partido”, “poder” o
“ley”. Porque ustedes, “camarada” Dybenko, y otros guardianes
de la misma ley estaban muy lejos; y porque los guías heroicos del
movimiento insurreccional no aspiraban al poder sobre el pueblo que
acababa de romper con sus propias manos las cadenas de la esclavitud,
el congreso no ha sido proclamado contrarrevolucionario y los que la
convocaron no han sido declarados fuera de la ley. Volvamos al
Consejo Regional. En el momento de la creación del Consejo
Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié, el poder
soviético apareció en la región. Pero conforme a la resolución
votada en el segundo congreso, el consejo regional no tenía ningún
derecho a dejar los asuntos a merced de la aprobación de las
autoridades soviéticas. Debía ejecutar las instrucciones del
congreso, sin desviarse, porque el Consejo no era un órgano de
comando, sino ejecutivo. Continuó pues obrando en la medida de sus
fuerzas, y siguió siempre en su labor la vía revolucionaria. Poco a
poco el poder soviético comenzó a promover obstáculos a la
actividad de este Consejo y los comisarios y otros funcionarios
bolcheviques llegaron a considerar al Consejo mismo como una
organización contrarrevolucionaria. Entonces los miembros de éste
decidieron convocar el tercer congreso regional para el 10 de abril
en Guliay Polié, a fi n de determinar la línea de conducta futura
del Consejo o bien para liquidarlo si el congreso lo consideraba
necesario. Y he ahí al congreso reunido. No son
contrarrevolucionarios los que acudieron a él, sino precisamente
aquellos que primero levantaron en Ucrania el estandarte de la
rebelión, el estandarte de la revolución social. Acudieron para
ayudar a coordinar la lucha general contra los opresores. Los
representantes de 72 departamentos de diferentes distritos y
provincias, así como los de varias unidades militares, llegaron al
congreso y todos consideraron que el Consejo Revolucionario Militar
de la región de Guliay Polié era necesario; hasta completaron su
comité ejecutivo y le encargaron la organización de una
movilización voluntaria e igualitaria en la región. El congreso
recibió con asombro el telegrama del “camarada” Dybenko que lo
declaraba “contrarrevolucionario”, cuando su propia región fue
la primera en levantar el estandarte de la insurrección. Por eso el
congreso votó una protesta enérgica contra ese telegrama. Tal es el
cuadro que debería abrirle los ojos, “camarada” Dybenko. ¡Vuelva
en sí! ¡Refl exione! ¿Tienen el derecho, ustedes, de declarar
contrarrevolucionarios a más de un millón de seres humanos que por
sí mismos, con sus manos callosas, han roto las cadenas de la
esclavitud y que construyen ahora su vida, por sí mismos también, a
su propio modo?
¡No! Si son verdaderamente
revolucionarios deben ayudar al pueblo a combatir a los opresores y a
construir una vida libre. ¿Pueden existir leyes promulgadas por
algunas personas que se autodefi nen revolucionarias que permitan
poner fuera de la ley a un pueblo más revolucionario que ellas? ¿Es
permitido, es razonable venir a establecer leyes de violencia a un
país cuyo pueblo acaba de derribar todos los legisladores y todas
las leyes? ¿Existe una ley según la cual un revolucionario tendría
derecho a aplicar las penas más rigurosas a la masa revolucionaria
de la que se dice defensor, por el simple hecho de que la masa en
cuestión ha conquistado sin su autorización los bienes prometidos
por él: la libertad y la igualdad? ¿El pueblo revolucionario puede
callar cuando otro revolucionario le quita la libertad que acaba de
conquistar? ¿Las leyes de la revolución ordenan fusilar a un
delegado que cree de su deber ejecutar el mandato conferido por la
masa revolucionaria que lo eligió? ¿Qué intereses debe defender un
revolucionario, los del partido o los del pueblo que con su sangre
impulsa la revolución? El Consejo Revolucionario Militar de la
región de Guliay Polié está fuera de la dependencia y de la infl
uencia de los partidos; no reconoce más que al pueblo que lo ha
elegido. Su deber consiste en realizar todo aquello que ese pueblo le
encargó y no obstaculizar a ninguno de los partidos socialistas de
izquierda en la propaganda de sus ideas. Por tanto, en el caso de que
la idea bolchevique hubiese tenido éxito entre los trabajadores, el
Consejo Revolucionario Militar –esta organización
contrarrevolucionaria desde el punto de vista de los bolcheviques–
sería reemplazada por otra organización más “revolucionaria” y
bolchevique. Pero en espera de ello, no nos obstaculicen, no ejerzan
coacción sobre nosotros. Si continúan –”camarada” Dybenko y
compañía– ejecutando la misma política que antes, si la creen
buena y sensata, ejecuten hasta el fi n sus oscuros designios.
Pongan fuera de la ley a todos los iniciadores de los congresos
regionales y también a los de aquellos convocados cuando ustedes y
su partido se mantenian en Kursk. Proclamen contrarrevolucionarios a
todos los que fueron los primeros en levantar el estandarte de la
insurrección y de la revolución social en Ucrania y obraron en
todas partes sin esperar su autorización y sin seguir su programa,
sino marchando hacia la izquierda. Pongan también fuera de la ley a
todos los que enviaron sus delegados a los congresos que ustedes
consideran contrarrevolucionarios. Declaren también fuera de la ley
a todos los combatientes desaparecidos que tomaron parte en el
movimiento insurreccional para la liberación del pueblo trabajador
entero. Proclamen ilegales y contrarrevolucionarios todos los
congresos reunidos sin vuestro permiso, pero sepan que la verdad
acaba por
vencer a la fuerza. El
Consejo no se desviará, a pesar de todas vuestras amenazas, de los
deberes que le han encargado porque no tiene derecho a ello y ustedes
tampoco lo tienen para usurpar los derechos del pueblo.
El Consejo Revolucionario
Militar de la región de Guliay-Polié: Chernoknisny: Presidente.
Kogan: Vicepresidente. Karahet: Secretario. Koval, Petrenko, Dotzenko
y otros: Miembros del Consejo.
Después de esta respuesta,
el problema de la Makhnovschina se planteó en las altas esferas
bolcheviques de manera urgente y clara. La prensa ofi cial, que se
había referido ya al movimiento en términos falsos, comenzó a
difamarlo sistemáticamente, atribuyéndole toda especie de absurdos,
de villanías y de crímenes. El ejemplo siguiente bastará para
mostrar el modo de proceder de los bolcheviques. A fi nes de abril o
principios de mayo de 1919 el general Shkuro, del cual se burló uno
de los prisioneros makhnovistas, envió una carta a Makhno donde
–después de haber elogiado su talento militar innato y de deplorar
que ese talento se haya desviado por las falsas rutas
revolucionarias– le ofrecía que se uniese al ejército de Denikin
para la salvación del pueblo ruso. La lectura de esta carta, en una
asamblea, provocó en los guerrilleros burlas por la ingenuidad y
estupidez del general reaccionario que ignoraba el ABC de la
revolución en Rusia y en Ucrania. Remitieron luego esta carta a la
redacción del periódico Put k Svobode para publicarla con un
comentario irónico. La carta, seguida de las burlas consiguientes,
apareció en el número 3 del periódico. ¿Qué hicieron entonces
los bolcheviques? Encontraron la carta en el periódico makhnovista,
la reimprimieron en sus periódicos y declararon con una total falta
de escrúpulos que esa carta había sido secuestrada por ellos en el
camino, que habían tenido lugar negociaciones sobre el asunto de una
unión entre Makhno y Shkuro y hasta que esa unión había sido
concertada. ¡Toda la lucha de “ideas” de los bolcheviques contra
la Makhnovschina se desarrollaba en forma semejante!" 48, 49, 50
“Convocatoria del cuarto
Congreso Extraordinario de los Delegados de los Campesinos, Obreros y
Guerrilleros. (Telegrama N° 416.)
A todos los Comités
Ejecutivos de distritos, de cantones, de comunas y de aldeas de
Ekaterinoslav, de Tauride y de las regiones vecinas. A todos los
destacamentos de la primera división insurreccional de Ucrania, de
Batko Makhno. A todas las tropas del Ejército Rojo dispuestas en las
mismas regiones. ¡A todos, a todos, a todos! En su sesión del 30 de
mayo, el Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar,
habiendo examinado la situación del frente, determinada por la
ofensiva de las bandas de los blancos, y considerando el estado
general político y económico del poder soviético, llegó a la
conclusión de que sólo las masas laboriosas mismas, y no las
personas o los partidos, pueden hallar una salida. Es por eso que el
Comité Ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar de la región de
Guliay Polié ha decidido convocar un Congreso extraordinario para el
15 de junio en Guliay Polié. Modo de elección. 1) Los campesinos y
los obreros elegirán un delegado por cada tres mil habitantes. 2)
Los guerrilleros y los soldados rojos delegarán un representante por
unidad de tropas (regimiento), división, etc. 3) Los estados
mayores: el de la división de Batko Makhno, dos delegados; los de
las brigadas uno cada una. 4) Los comités ejecutivos de distritos
enviarán un delegado por fracción (representación de partido). 5)
Las organizaciones de los partidos en los distritos –las que
admiten los fundamentos del régimen soviético– enviarán un
delegado por organización. Advertencias. a) Las elecciones de los
delegados de los obreros y campesinos tendrán lugar en asambleas
generales del pueblo, cantón, fábrica o taller; b) las asambleas
separadas de miembros de los soviets o de los Comités de esas
unidades no podrán proceder a esas elecciones; c) dado que el
Consejo Revolucionario Militar no posee los medios necesarios, los
delegados deberán venir provistos de víveres y de dinero. Orden del
día. a) Informe del Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario
Militar e informes de los delegados; b) la actualidad; c) el fi n,
la misión y las tareas del Soviet de delegados de los campesinos,
obreros, guerrilleros y soldados rojos de la región de Guliay Polié;
d) reorganización del Consejo Revolucionario Militar de la región;
e) organización militar de la región; f) cuestiones de
abastecimiento; g) cuestión agraria; h) cuestiones fi nancieras; i)
de las uniones de campesinos, trabajadores y obreros; j) cuestiones
de seguridad pública; k) establecimiento de instituciones judiciales
en la región; I) asuntos varios.
Firmado: El Comité
ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar. Guliay Polié, 31 de
mayo de 1919.”
En cuanto fue lanzado este
manifi esto los bolcheviques comenzaron una campaña militar en
regla contra la guliaipolschina. Mientras las tropas de los
guerrilleros perdían muchos hombres, resistiendo los asaltos de los
cosacos de Denikin, los bolcheviques, a la cabeza de varios
regimientos, irrumpían en las aldeas septentrionales de la región
insurrecta, prendían y ejecutaban sumarísimamente a los
trabajadores revolucionarios, destruían las comunas establecidas en
la región y las organizaciones análogas. Indudablemente, la
responsabilidad de esta agresión recae en Trotsky, que había
llegado en esos momentos a Ucrania. Se imagina uno sin difi cultad
cuáles fueron sus sentimientos cuando vio una región independiente,
y oyó el lenguaje de una población que vivía libremente y no
prestaba atención alguna al poder nuevo, cuando leyó los periódicos
de ese pueblo libre en los que se hablaba de él simplemente –sin
temor ni respeto– como de un funcionario de Estado. El, que había
amenazado con “barrer con una escoba de hierro” a todos los
anarquistas de Rusia, no podía experimentar sino una ciega
irritación, propia de los estatólatras de su género. Una serie de
órdenes suyas dirigidas contra los makhnovistas están impregnadas
por ese odio. Con habilidad extraordinaria, Trotsky se puso a
“liquidar” el Movimiento Makhnovista. Primero publicó la orden
siguiente en respuesta al manifi esto del Consejo Revolucionario
Militar de Guliay Polié:
“Orden n° 1824 del
Consejo Revolucionario Militar de la república.. - 14 de junio de
1919. - Járkov.
A todos los Comisarios
militares y a todos los Comités ejecutivos de los distritos de
Aleksandrovsk, de Mariopol, de Berdiansk, de Bakmut, Pavlograd y
Kerson. El Comité ejecutivo de Guliay Polié, de acuerdo con el
Estado Mayor de la brigada de Makhno, trata de convocar para el 15
del mes corriente un congreso de los soviets y de los insurrectos de
los distritos de Aleksandrovsk, Mariopol, Berdiansk, Melitopol,
Bakmut y Pavlograd. Dicho congreso está dirigido contra el poder de
los soviets en Ucrania y contra la organización del frente sur al
que pertenece la brigada de Makhno. Este congreso no podría tener
otro resultado que provocar alguna nueva revuelta infame del género
de la de Grigoriev y abrir, entregar el frente a los blancos, ante
los cuales la brigada de Makhno no hace sino retroceder sin cesar,
por la incapacidad, las tendencias criminales y la traición de sus
jefes.
1°) Se prohíbe constituir
dicho congreso, que no será permitido en ningún caso. 2°) Toda la
población campesina y obrera deberá ser prevenida oralmente y por
escrito de que la participación en dicho congreso será considerada
como un acto de alta traición contra la República de los Soviets y
el frente. 3°) Todos los delegados a dicho congreso deberán ser
arrestados de inmediato y llevados ante el Tribunal
RevolucionarioMilitar del 14° (antes 2°) ejército de Ucrania. 4°)
Las personas que difundan los manifi estos de Makhno deberán ser
arrestadas. 5°) La presente orden adquiere fuerza de ley por vía
telegráfi ca y debe ser ampliamente proclamada en todas partes,
hecha conocer en todos los lugares públicos y remitida a los
representantes de los comités ejecutivos de los cantones y de las
ciudades, así como a todos los representantes de las autoridades
soviéticas, a los comandantes y comisarios de las unidades de
tropas.
Trotsky, presidente del
consejo militar revolucionario de la República. Vatzetis, comandante
en jefe. - Aralov, miembro del consejo militar revolucionario de la
República. - Kochkarev, comisario militar de la región de Járkov.”
57, 58, 59
"Se estableció un
contacto entre los comandantes del Ejército Rojo y los guerrilleros;
se creó una especie de Estado Mayor común a ambos campos. Majlauk y
Vorochilov se encontraban en el mismo tren blindado que Makhno y
dirigían de acuerdo con él las operaciones militares. Pero al mismo
tiempo Vorochilov tenía orden de Trotsky de detener a Makhno y los
otros jefes responsables de la Makhnovschina, desarmar a las tropas
de los insurrectos y fusilar a los que se resistieran. Vorochilov no
esperaba más que el momento propicio para ejecutar su misión. Pero
Makhno fue advertido a tiempo y comprendió lo que debía hacer.
Examinada la situación y visto que podían sucederse de un día a
otro sangrientos acontecimientos, creyó que la mejor sería
abandonar su puesto de comandante del frente insurreccional. Hizo
conocer su opinión al Estado Mayor de los guerrilleros, añadiendo
que su trabajo en las fi las en calidad de simple voluntario sería
más útil en ese momento. Envió al comandante superior soviético
una declaración escrita, que se reproduce íntegra.
“A Vorochilov, Estado
Mayor del 14° ejército, a Trotsky Presidente del Consejo
Revolucionario Militar, en Járkov. A Lenin y Kamenev, en Moscú.
A consecuencia de la orden
1824 del Consejo militar revolucionario de la República envié al
Estado Mayor del 2° ejército y a Trotsky un despacho con el ruego
de dispensarme del puesto que ocupo actualmente. Ahora reitero mi
declaración y he aquí las razones en que creo deber apoyarla. A
pesar de que con los guerrilleros he hecho la guerra solo a las
bandas de los blancos de Denikin, no predicando al pueblo más que
amor a la libertad y a la acción propia, toda la prensa soviética
ofi cial, así como la del partido de los comunistas bolcheviques,
difunde contra mí rumores indignos de un revolucionario. Se ha
tratado de hacer de mí un bandido, un cómplice de Grigoriev, un
conspirador contra la República de los Soviets que aspira a
restablecer el orden capitalista. En un artículo titulado La
Makhnovschina (periódico V. Put, número 51) Trotsky plantea la
pregunta: “¿Contra quién se levantarán los insurrectos
makhnovistas?”. Y se ocupa de demostrar que en realidad la
Makhnovschina no sería más que un frente de batalla dirigido contra
el poder de los soviets. No dice una palabra del verdadero frente
contra los blancos, de una extensión de más de cien kilómetros y
donde los guerrilleros han sufrido desde hace seis meses y sufren
todavía pérdidas innumerables. La orden 1824 ya mencionada me
declara un conspirador contra la República de los soviets y un
conspirador estilo Grigoriev. Creo que pertenece al derecho
inviolable de los obreros y de los campesinos, derecho conquistado
por la revolución, la convocatoria de un congreso por sí mismos
para debatir y decidir asuntos privados o generales. Por eso la
prohibición hecha por la autoridad central de convocar tales
congresos, la declaración que los proclama ilícitos (orden 1824),
es una violación directa e insolente de los derechos de las masas
trabajadoras. Me doy perfectamente cuenta del punto de vista de las
autoridades centrales sobre mi misión. Estoy íntimamente persuadido
que esas autoridades consideran el movimiento insurreccional en su
conjunto como incompatible con su actividad estatal. Al mismo tiempo
las autoridades centrales creen que ese movimiento está
estrechamente unido a mi persona y me honra con su resentimiento y su
odio hacia el movimiento de los guerrilleros. Nada podría
demostrarlo mejor que el artículo de Trotsky del que acaba de
hablarse y en el cual, al presentar conscientemente calumnias y
mentiras, da pruebas de una animosidad dirigida contra mí
personalmente. Esa actitud hostil, y que se vuelve naturalmente
agresiva, de las autoridades centrales hacia el movimiento
insurreccional lleva ineluctablemente a la creación de un frente
interior particular, pues a ambos lados deberán encontrarse las
masas trabajadoras que hacen la revolución. Considero esta
eventualidad como un crimen inmenso hacia el pueblo trabajador,
crimen que no podría nunca perdonarse y yo creo que mi deber es
hacer lo posible por contrarrestarlo. El medio más seguro para
evitar que las autoridades no cometan ese crimen consiste, según mi
opinión, en el abandono del puesto que ocupo. Supongo que, hecho
esto, las autoridades centrales cesarán de lanzar sobre mí y sobre
los guerrilleros la sospecha de tramar conspiraciones antisoviéticas
y acabarán por considerar la insurrección de Ucrania desde un serio
punto de vista revolucionario, como una tribu hostil con la cual se
han tenido hasta el presente relaciones hipócritas, regateándole
las municiones y hasta saboteándole todo abastecimiento, merced a lo
cual los insurrectos tuvieron que sufrir a menudo pérdidas
innumerables en hombres y en territorio ganado en la revolución, lo
que habría podido ser evitado fácilmente si las autoridades
centrales hubieran aceptado otra táctica. Pido que se venga a
recibir la entrega de mis informes y de mis asuntos.
Batko Makhno, Gaichur, 9 de
junio de 1919.” 60, 61
"Las necesidades
puramente militares del momento absorbían casi todas las fuerzas de
los makhnovistas; les quedaba muy poco espacio para un trabajo
productivo en el interior. La atmósfera del combate que rodeaba toda
la región no era por lo demás propicia para ese género de
actividad. Sin embargo, también en este campo los makhnovistas
demostraron poseer espíritu de iniciativa y voluntad. Antes que
nada, querían evitar que se los tomara por un nuevo poder o un nuevo
partido. En cuanto entraban en una ciudad declaraban que no
representaban a ninguna autoridad, que su fuerza armada no obligaba a
nadie, que se limitaban a proteger la libertad de los trabajadores.
La libertad de los campesinos y los obreros, decían los
makhnovistas, pertenece a ellos y no puede ser limitada. A ellos les
toca obrar, construir, organizarse. En cuanto a los makhnovistas, no
podrían más que ayudarlos con tal o cual consejo u opinión y poner
a su disposición las fuerzas intelectuales o militares necesarias,
pero no podían ni querían en ningún caso imponerles nada" 68,
69
"Poco después de esas
conferencias, se realizó un congreso regional de campesinos y
obreros en Aleksandrovsk el 20 de octubre de 1919. Tomaron parte más
de doscientos delegados, de los cuales unos 180 eran campesinos y
sólo 20 ó 30 eran obreros. El congreso deliberó tanto sobre
cuestiones de orden militar (lucha contra Denikin, aumento del
ejército insurreccional y su abastecimiento) como sobre otras cosas
referentes a la constitución de la vida civil. Los trabajos del
congreso duraron cerca de una semana y se desarrollaron en un clima
entusiasta. A ello contribuían circunstancias particulares. En
primer lugar, el regreso del Ejército Makhnovista victorioso a su
región natal representaba un acontecimiento excepcional para los
campesinos, cada uno de los cuales tenía miembros de su familia
entre los guerrilleros. Pero mucho más signifi cativo era que el
congreso se hubiese reunido bajo los auspicios de una libertad
verdadera y absoluta; ninguna infl uencia superior se hizo sentir.
Y, para completar, el congreso tuvo un orador excelente en la persona
del anarquista Volin, que conmovió a los campesinos expresando sus
pensamientos y sus esperanzas. La idea de los soviets libres, que
trabajasen según los anhelos de los trabajadores de cada aldea; las
relaciones entre los campesinos y los obreros de las ciudades,
basadas en el cambio mutuo de los productos de su trabajo; la idea de
una organización igualitaria y anarquista de la vida, todas estas
tesis que Volin desarrollaba en sus informes eran las ideas de la
población campesina, que no concebía la revolución y la
organización revolucionaria de otro modo. Los representantes de los
partidos políticos trataron durante la primera jornada de introducir
un espíritu de discordia, pero fueron condenados por todo el
congreso y los trabajos de la asamblea se desarrollaron después con
la plena colaboración de los participantes. " (69)
"Con satisfacción
podemos notar aquí que los makhnovistas aplicaban íntegramente los
principios revolucionarios de la libertad de palabra, de conciencia,
de prensa y de asociación política y de partido. En las ciudades y
aldeas que ocuparon se comenzaba por suprimir las prohibiciones y
anular las restricciones impuestas por el poder a los órganos de
prensa y a las organizaciones políticas. Fue declarada la libertad
de prensa, de asociación y de reunión. Durante las seis semanas que
los makhnovistas pasaron en Ekaterinoslav surgieron cinco o seis
periódicos de distinta orientación; el periódico de los
socialistas revolucionarios de la derecha Narodovlastie (El Poder del
Pueblo), el de los socialistas revolucionarios de izquierda Znamia
Vozstania (Estandarte de la Rebelión), el de los bolcheviques
Zviezda (La Estrella) y otros. Sin embargo, eran los bolcheviques los
que no tenían demasiado derecho a esperar para ellos semejante
libertad de prensa y de asociación para las clases obreras. Sus
organizaciones locales tomaron parte
directa directa en la
invasión criminal de Guliay Polié en el mes de junio de 1919; en
buena justicia habrían debido sufrir ahora la responsabilidad. Pero
a fi n de no ensombrecer los grandes principios de la libertad de
palabra y de asociación, no fueron molestados y gozaron, igual que
las otras corrientes políticas, de todos los derechos conquistados
por la revolución proletaria. La única restricción que los
makhnovistas juzgaron necesario imponer a los bolcheviques, a los
socialistas revolucionarios de izquierda y a otros estatistas fue la
de no poder formar comités revolucionarios jacobinos que trataran de
ejercer sobre el pueblo una dictadura autoritaria. En Aleksandrovsk y
en Ekaterinoslav, en cuanto las tropas de Makhno se apoderaron de
esas ciudades, los bolcheviques se apresuraron a organizar ese género
de comités para establecer su poder. En Aleksandrovsk los miembros
del comité llegaron hasta a proponer a Makhno que dividieran la
esfera de acción en la ciudad, es decir, que ejerciera el poder
militar y reservara al comité libertad de acción y de autoridad en
el dominio político y civil. Makhno respondió que les aconsejaba
ocuparse de algún ofi cio honesto y amenazó ajusticiar a los
miembros del comité comunista si manifestaban intenciones de tomar
medidas autoritarias contra la población. En Ekaterinoslav, el
Comité Revolucionario fue disuelto. En estos casos los makhnovistas
obraban con energía. Al garantizar y defender la libertad de
palabra, de prensa y de asociación no debían vacilar en tomar
medidas contra aquellas organizaciones políticas que se atrevían a
imponer por la fuerza su autoridad a los trabajadores. Y cuando en el
mes de noviembre de 1919 el comandante del tercer regimiento
insurreccional (makhnovista), llamado de Crimea, Polonsky, se
encontró implicado en una de tales organizaciones, fue ejecutado
junto a otros miembros de esa organización. He aquí lo que
declararon los makhnovistas a propósito de la libertad de prensa y
de asociación:
“1) Todos los partidos,
organizaciones y corrientes políticas socialistas tienen el derecho
de difundir libremente sus ideas, sus teorías, sus puntos de vista y
sus opiniones, tanto oralmente como por escrito. No se admitirán
restricciones a la libertad de prensa y de palabra socialistas, y no
habrá persecuciones por este motivo. nota: Los comunicados de orden
militar no podrán ser impresos más que a condición expresa de que
hayan sido proporcionados por la dirección del órgano central de
los guerrilleros revolucionarios. 2) Aun dando a todos los partidos y
organizaciones políticas plena y entera libertad de difundir sus
ideas, el ejército de los guerrilleros previene a todos los partidos
que la preparación, organización e imposición de toda autoridad
política a las masas trabajadoras, no será admitida por los
guerrilleros, porque nada tiene que ver con la libertad de difundir
sus ideas.
Consejo Militar
Revolucionario de los Guerrilleros Makhnovistas, Ekaterinoslav, 5 de
noviembre de 1919”. 71, 72
"Varias divisiones del
Ejército Rojo llegaron hacia fi nes de diciembre a la región de
Aleksandrovsk y de Ekaterinoslav. Los soldados del Ejército Rojo y
los makhnovistas se saludaron fraternal y amistosamente. Se celebró
un mitin común en que los combatientes de ambos ejércitos se
tendieron recíprocamente la mano, declarando que luchaban de
concierto contra un enemigo común: el capitalismo y la
contrarrevolución. Este acuerdo duró ocho días aproximadamente.
Varias unidades del Ejército Rojo manifestaron la intención de
pasar a las fi las de los makhnovistas. Pero he ahí que a nombre
del comandante del Ejército Makhnovista, llegó del Consejo Militar
Revolucionario del XIV cuerpo del Ejército Rojo la orden de dirigir
las tropas de los insurrectos al frente polaco. Todos comprendieron
de inmediato que se trataba de un primer paso hacia un nuevo ataque
de los bolcheviques contra los makhnovistas. Enviar el ejército
insurreccional al frente polaco signifi caba cortar el tronco
principal del movimiento. Eso era lo que deseaban los bolcheviques a
fi n de poder dominar la región rebelde; pero los guerrilleros y
los makhnovistas se dieron perfectamente cuenta de ello. Además, la
orden por sí misma indignaba a los makhnovistas: ni el XIV cuerpo de
ejército ni ningún otro, por lo demás, se encontraba en situación
de dar orden alguna a los guerrilleros, que no estaban subordinados a
ninguna unidad roja y que habían llevado solos todo el peso de la
lucha con la contrarrevolución en Ucrania. El Consejo Militar
Revolucionario o de los guerrilleros respondió inmediatamente a la
orden en la forma siguiente: (por falta del documento escrito nos
limitamos a destacar sus aspectos fundamentales). El ejército de los
insurrectos makhnovistas ha testimoniado como ninguno su espíritu
revolucionario. Permanecerá siempre en su puesto de vanguardia en la
revolución ucraniana. No partirá para el frente polaco, con un
propósito desconocido. Esa marcha es por otra parte imposible a
consecuencia de la epidemia de tifus. La mitad de los hombres, todo
el Estado Mayor y el comando en persona están enfermos en el momento
de la respuesta. El Consejo Militar Revolucionario del Ejército
Makhnovista declara fuera de lugar y provocadora la orden emitida por
el XIV cuerpo de ejército. Esta respuesta de los makhnovistas iba
acompañada de un llamado a los soldados del Ejército Rojo,
previniéndoles que no fueran víctimas de las maniobras provocadoras
de sus jefes. Hecho esto, los makhnovistas se pusieron en marcha
hacia Guliay Polié. Llegaron a este punto sin obstáculos de ninguna
especie. Los soldados del Ejército Rojo no deseaban incidentes con
ese movimiento. Sólo algunos destacamentos insignifi cantes y unos
pocos miembros aislados, que habían quedado detrás del grueso de
las tropas, fueron hecho prisioneros por los bolcheviques. Hacia
mediados de enero de 1920 Makhno y los combatientes de su ejército
fueron declarados de nuevo fuera de la ley en nombre del Comité
Revolucionario de Ucrania, proscriptos por rehusarse a ir al frente
polaco. Y desde ese momento se trabó una lucha sin tregua entre los
makhnovistas y las autoridades comunistas. No creemos deber insistir
en detalles sobre las peripecias de esa lucha, que duró nueve meses.
Destacaremos sólo que fue igualmente encarnizada de ambas partes.
Los bolcheviques se apoyaban en numerosas divisiones de ejército,
bien provistas de víveres y de municiones. A fi n de evitar casos
de acuerdo fraternal entre los soldados del Ejército Rojo y los
makhnovistas, el comando bolchevique dirigió contra estos últimos
la división de tiradores letones y los destacamentos chinos, es
decir los cuerpos que menos comprendían la esencia de la Revolución
Rusa y que estaban dispuestos a obedecer más ciegamente las órdenes
de los jefes." 74
"A pesar de que las
tropas bolcheviques eran diez veces más numerosas, Makhno y sus
destacamentos siempre estaban fuera de su alcance. Pero los
bolcheviques lograron establecerse sólidamente en varios lugares y
detener el libre desarrollo de la región, esbozado en 1919, y hubo
ejecuciones en masa de los campesinos. Muchos recordarán que la
prensa soviética tenía el hábito de citar, al hablar de la lucha
contra los guerrilleros, las cifras de los makhnovistas derrotados,
hechos prisioneros y fusilados. Pero omitía decir que se trataba, en
la mayoría de los casos, no de insurrectos militantes en el
makhnovismo, sino de simples ciudadanos que testimoniaban alguna
simpatía hacia los makhnovistas. La llegada de los soldados del
ejército a tal o cual aldea era inevitablemente acompañada del
arresto de gran número de campesinos, ejecutados luego, sea como
guerrilleros, sea como rehenes. Los comandantes de las diversas
divisiones rojas tenían una inclinación particular hacia ese modo
innoble de hacer la guerra al makhnovismo. Fueron sobre todo las
divisiones 42 y 46 de tiradores rojos las que más se entregaron a
ese género de ejercicios. Guliay Polié, que pasó varias veces de
unas manos a otras, sufrió más que ninguna otra población. Cada
vez que las tropas bolcheviques entraban en ella o eran obligadas a
salir, los comandantes arrestaban a los campesinos de improviso en
las calles y los hacían pasar por las armas. Todo habitante de
Guliay Polié que haya sobrevivido a aquellos días podrá contar los
casos más brutales. Según los cálculos más moderados, la cifra de
los campesinos y obreros fusilados y mutilados por las autoridades
soviéticas en Ucrania durante ese período no baja de doscientos
mil. Una cantidad aproximada fue deportada a los confi nes de
Siberia y a otras partes de Rusia. "75
"El sistema de terror
aplicado por los bolcheviques contra los makhnovistas estaba
caracterizado por todos los síntomas del terror ejercido
habitualmente por las clases dominantes. Si los makhnovistas presos
no eran fusilados inmediatamente, se los encarcelaba, se los sometía
a toda suerte de torturas para obligarlos a renegar de su fe y de su
participación en el movimiento, denunciar a sus compañeros y tomar
servicio de policías bolcheviques. El ayudante del comandante del 13
regimiento de los guerrilleros, Berezovsky, que cayó prisionero de
los bolcheviques, se hizo agente de la Tcheka; pero no lo hizo, según
sus manifestaciones, más que después de haber sufrido la tortura.
De igual modo los bolcheviques no vacilaron en ofrecer en varias
ocasiones la vida y la libertad al jefe del destacamento, Chubenko,
si consentía en prestarles su apoyo para matar a Makhno. " 76
"Los makhnovistas no
podían quedar indiferentes ante el avance de Wrangel. Concebían
claramente que había que combatir a Wrangel sin retardo, sin dejarle
tiempo de afi rmarse en su lucha contra la revolución. Pero, ¿qué
hacer con los comunistas? Su dictadura era tan funesta y hostil para
la libertad del trabajo como Wrangel mismo. Pero la diferencia entre
Wrangel y los comunistas consistía en el hecho de que éstos
contaban con el apoyo de las masas, que creían en la revolución. Es
verdad que los comunistas engañaban a los trabajadores y que
aprovechaban su entusiasmo revolucionario en interés de su poder.
Pero sin embargo las masas que se oponían a Wrangel creían en la
revolución, y esto era de gran importancia. Después de una
deliberación sobre la cuestión, en una sesión del Consejo de los
Insurrectos Revolucionarios y del Estado Mayor del ejército, se
decidió dirigir la lucha sobre todo contra Wrangel. La masa de los
insurrectos daría luego su palabra decisiva al respecto." 79
"Durante los meses de
julio y agosto de 1920 fueron enviados despachos a Moscú y a Járkov
en nombre del Consejo y del comandante del ejército insurreccional.
La respuesta no llegaba. Los comunistas continuaban su campaña
contra los makhnovistas, haciéndoles la guerra y cubriéndolos de
calumnias. Pero en el mes de setiembre, cuando Ekaterinoslav fue
abandonada y Wrangel se apoderó de Berdiansk, Aleksandrovsk, Guliay
Polié, Sinelnikovo, una delegación plenipotenciaria del Comité
Central del Partido Comunista, con lvanov a la cabeza, llegó a
Starobelsk, donde estaban en ese momento los makhnovistas, a fi n de
entablar negociaciones con ellos respecto de una acción combinada
contra Wrangel. Esas negociaciones tuvieron lugar de inmediato en
Starobelsk mismo y allí fueron elaboradas las condiciones
preliminares del acuerdo militar y político entre los makhnovistas y
el poder soviético. Las cláusulas convenidas fueron enviadas a
Járkov para ser sometidas allí a una redacción defi nitiva y
ratifi cadas. A ese efecto, y con el fi n de mantener contactos
regulares con el Estado Mayor del frente meridional, se envió a
Járkov una delegación militar y política de los makhnovistas,
presidida por Kurilenko, Budanov y Popov. Entre el 10 y el 15 de
octubre de 1920 las cláusulas del acuerdo fueron redactadas defi
nitivamente y adoptadas por ambas partes en la siguiente forma:
“Convenio militar y
político preliminar entre el gobierno soviético de Ucrania y el
Ejército Insurreccional Revolucionario (makhnovista) de Ucrania.
Parte primera. Acuerdo
político 1. Liberación inmediata y cesación ulterior de toda
persecución sobre el territorio de las Repúblicas Soviéticas, de
todos los makhnovistas y anarquistas, excepto los que luchen con las
armas en la mano contra el gobierno de los soviets. 2. Libertad
entera de agitación y propaganda de sus ideas y principios, por la
palabra y por la prensa, para los makhnovistas y anarquistas, siempre
que no inciten a un derribamiento violento del poder de los soviets y
a condición de respetar la censura militar. En lo que concierne a
las publicaciones, los makhnovistas y los anarquistas, en calidad de
organizaciones revolucionarias reconocidas por el gobierno de los
soviets, disponen del aparato técnico del Estado de los soviets,
porque siguen las reglas técnicas de las publicaciones. 3. Libre
participación en las elecciones a los soviets; derecho de los
makhnovistas y los anarquistas a ser elegidos, así como libre
participación en la preparación del próximo quinto Congreso
Panucraniano de los Soviets, que se realizará en el mes de noviembre
del año corriente. Por mandato del gobierno de los soviets de la
República Socialista Soviética de Ucrania, Yakovlev.
Plenipotenciarios del Consejo y del Comando del Ejército
Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania, Kurilenko y
Popov Parte segunda. Acuerdo militar 1. El Ejército Insurreccional
Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania forma parte de las fuerzas
armadas de la República como ejército de guerrilleros subordinado
para las operaciones al comando superior del Ejército Rojo. Conserva
su estructura interna anteriormente establecida, sin adoptar las
bases y los principios de organización del Ejército Rojo regular.
2. El Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de
Ucrania, que pasa a través del territorio de los soviets, que
atraviesa los frentes, no acepta en sus fi las destacamentos del
Ejército Rojo ni desertores de este ejército27.
Notas a) Las unidades del
Ejército Rojo, así como los soldados rojos aislados que en la
retaguardia del frente de Wrangel se hayan unido al Ejército
Insurreccional Revolucionario deben pasar al Ejército Rojo cuando
encuentren sus unidades. b) Los guerrilleros makhnovistas que quedan
tras el frente de Wrangel, así como la población del país que
entra en las fi las del ejército insurreccional, permanecen en él
aunque hubieran estado movilizados por el Ejército Rojo. 3. Con el fi
n de aniquilar al enemigo común –el ejército blanco– el
Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania hará
conocer a las masas trabajadoras que marchan con él el acuerdo
concertado, invitando a la población a suspender toda acción hostil
contra el poder de los soviets; a fi n de obtener más éxito, el
Gobierno de los Soviets debe, por su parte, hacer publicar
inmediatamente las cláusulas del acuerdo concluido. 4. Las familias
de los combatientes del Ejército Insurreccional Revolucionario
(Makhnovista) que habitan el territorio de la República de los
Soviets gozarán de los mismos derechos que las de los soldados del
Ejército Rojo y serán provistos por el gobierno Soviético de
Ucrania de documentos al respecto. Firmado: Comandante del frente
Sur, Frunze. Miembros del Consejo Revolucionario del frente Sur, Bela
Kun, Gusev. Delegados plenipotenciarios del Consejo y del Comando del
Ejército Insurreccional Makhnovista, Kurilenko, Popov.
Cuarta cláusula del acuerdo
político28 Dado que uno de los puntos esenciales del Movimiento
Makhnovista es la lucha por la autogestión de los trabajadores, el
ejército insurreccional cree deber insistir sobre el punto siguiente
y cuarto: en la región en que opera el Ejército Makhnovista la
población obrera y campesina organizará sus instituciones libres
para la autogestión económica y política, que serán autónomas y
estarán asociadas federativamente (por pactos) con los órganos
gubernamentales de las Repúblicas Soviéticas”.
Las autoridades soviéticas
tardaron en publicar el acuerdo concluido. Los representantes
makhnovistas vieron en ello un signo poco prometedor. El sentido de
esa demora se hizo claro algún tiempo después cuando el Gobierno de
los Soviets desencadenó una nueva agresión contra los makhnovistas.
" 80, 81
organización
social y educación en las comunas
"Después de un largo
período de guerra ininterrumpida, el acuerdo concluido entre los
makhnovistas y el gobierno de los soviets parecía permitir algún
trabajo social moderado en la región. Decimos “algún”, porque,
no obstante el hecho de que en varios lugares se proseguía la lucha
encarnizada contra Wrangel (así por ejemplo, Guliay Polié pasó más
de una vez durante ese período de mano en mano), las autoridades
soviéticas, sin preocuparse demasiado por el acuerdo concluido,
continuaban un semibloqueo de la región y ponían obstáculos a la
labor revolucionaria de los trabajadores. Sin embargo, un núcleo
makhnovista activo quedó en Guliay Polié, y trató de desarrollar
la máxima energía en el campo de la organización social. La
atención principal estaba dirigida hacia la organización de
consejos libres de trabajadores que debían ejercer la función de
autogobierno de los obreros y campesinos del lugar. La base de esos
consejos sería la idea de entera independencia de cualquier
autoridad que quisiera imponerse. No debían rendir cuentas más que
a los trabajadores del lugar.
Los habitantes de Guliay
Polié emprendieron las primeras acciones prácticas en este campo.
Desde el 1° al 25 de noviembre de 1920 se reunieron unas 5 a 7 veces
para deliberar sobre la cuestión. El soviet libre de Guliay Polié
fue fundado hacia mediados del mes, pero no podía ser considerado
como defi nitivamente organizado porque, en calidad de ensayo
práctico de los trabajadores, de un género nuevo, tenían gran
necesidad de tiempo y de experiencia. También en esa época el
Consejo de los Insurrectos Revolucionarios elaboraron y publicaron
los “Estatutos fundamentales del Soviet libre de los trabajadores”
(a título de proyecto solamente). Los trabajadores de Guliay Polié
concedieron mucha atención a la cuestión concerniente a la
instrucción pública. Las incursiones de los diversos ejércitos
habían tenido una repercusión funesta sobre la enseñanza. Los
maestros, que no recibían desde hacía mucho tiempo remuneración
alguna, se habían dispersado, tratando de ganarse la vida de algún
modo. Los edifi cios escolares estaban abandonados. Cuando se
concluyó el acuerdo entre los makhnovistas y el Gobierno Soviético,
el problema escolar se mostró en toda su gravedad y exigió la
atención de las masas. Los makhnovistas decidieron que el problema
debía ser resuelto por los propios trabajadores. La cuestión
escolar, decían, así como toda otra perteneciente a las necesidades
inmediatas de los trabajadores, no podrá tener solución más que
por las propias fuerzas de éstos. A ellos incumbía el deber de
ocuparse de la instrucción de las nuevas generaciones. Pero esto no
era bastante. Al encargarse de la instrucción y de la educación de
la juventud, los trabajadores hacen más alta y más pura la idea de
la enseñanza. En manos del pueblo la escuela se convierte en una
fuente de conocimientos, en un medio para la educación y el
desenvolvimiento del hombre libre, tal como debe ser en una sociedad
libre. Por eso, desde los primeros pasos del autogobierno de los
trabajadores, la escuela debe ser, no sólo independiente y separada
de la Iglesia, sino también del Estado. Guiados por esta idea los
campesinos y los obreros de la región saludaron con alegría la idea
de la separación de la escuela del Estado, lo mismo que ante la
Iglesia. En Guliay Polié se encontraban adeptos de la idea de la
escuela libre de Francisco Ferrer, así como teóricos y discípulos
prácticos de las ideas de la “escuela unifi cada del trabajo”.
Este nuevo aspecto de la cuestión escolar causó un vivo movimiento
entre los habitantes de Guliay Polié. La mayoría de los
colaboradores que procedía del medio campesino también se unió a
trabajar en la nueva obra. Néstor Makhno, aunque gravemente herido
en una pierna, se interesaba vivamente en la cuestión; asistía a
todas las reuniones consagradas al asunto y pidió a las personas
competentes que le explicaran los principios de la “escuela unifi
cada del trabajo”. Los ensayos de los habitantes de Guliay Polié
en el dominio de los asuntos escolares fueron los siguientes: los
campesinos y los obreros se encargaban del mantenimiento del personal
pedagógico necesario para todas las escuelas de la población (en
Guliay Polié había varias escuelas primarias y dos liceos). Se
formó una comisión mixta de obreros, campesinos y maestros
encargada de proveer a las necesidades tanto económicas como
pedagógicas de la vida escolar. Después de haber adoptado la
separación de la escuela del Estado, los habitantes de Guliay Polié
adoptaron un plan de enseñanza libre que tenía mucho del plan de
Francisco Ferrer. La comisión escolar había elaborado ese plan en
detalle y preparado un estudio teórico profundo sobre el principio y
la organización de la escuela libre (desgraciadamente los documentos
que se relacionan con eso no se encuentran ahora en nuestras manos).
Al mismo tiempo se habían organizado en Guliay Polié cursos
especiales para la enseñanza entre los revolucionarios que no sabían
leer ni escribir o poco instruidos. En fi n, fueron también
organizados cursos de nociones políticas. Su propósito consistía
en brindar a los insurrectos nociones elementales sobre historia,
sociologia y otras ciencias conexas, a fi n de completar su
preparación militar e instruirlos para una comprensión más amplia
de los fi nes y de la estrategia revolucionarios. Los cursos estaban
a cargo de campesinos y obreros que habían leído y estudiado más.
El programa incluía: a) Economía política; b) Historia; c) Teoría
y práctica del socialismo y de anarquismo; d) Historia de la
Revolución Francesa (según Kropotkin); e) Historia de la
insurrección revolucionaria en el seno de la Revolución Rusa, etc.
El número de profesores de que disponían los makhnovistas no era
grande; a pesar de ello por los cuidados y la seriedad de profesores
y alumnos, el trabajo tuvo desde el primer día un carácter vivaz y
extremadamente concreto prometiendo para el porvenir un rol
importante en la vida del movimiento. " 81, 82
"En ese momento la
aventura de Wrangel pudo ser considerada como defi nitivamente
terminada. Para los que no estaban iniciados en los pormenores de la
política bolchevique, no parecía que esa circunstancia hubiera
debido infl uir en las relaciones entre los makhnovistas y el
Gobierno Soviético. Pero los que sabían a qué atenerse al respecto
vieron en ello el fi n del acuerdo. En cuanto se transmitió a
Guliay Polié el despacho de Simon Karetnik anunciando que se
encontraba con sus tropas en Crimea y que se dirigía contra
Simferopol, el ayudante de campo de Makhno, Grigori Vasilevsky,
gritó: “¿He ahí el fi n del acuerdo? No exageraré nada si digo
que dentro de ocho días los bolcheviques caerán sobre nosotros”.
Esto sucedió el 15 de noviembre y el 26 del mismo mes los comunistas
atacaron al Estado Mayor y a las tropas makhnovistas de Crimea, se
lanzaron al mismo tiempo sobre Guliay Polié, se apoderaron de los
representantes makhnovistas en Járkov, saquearon las organizaciones
anarquistas y detuvieron a los anarquistas, procediendo de igual modo
en la Ucrania entera." 83, 84
"Los makhnovistas, a
consecuencia de su concepción anarquista de la lucha, fueron siempre
enemigos de los complots políticos. " 85
"La infantería de los
bolcheviques se batía a disgusto y en ocasiones se dejaba tomar
prisionera en masa31.
31 Los soldados del Ejército
Rojo, en cuanto caían prisioneros, eran puestos en libertad,
aconsejándoseles que volvieran a sus hogares y no sirvieran más de
instrumentos del poder para subyugar al pueblo. Pero como los
makhnovistas se ponían de inmediato en marcha, los presos liberados
se encontraban 5 o 6 días después reintegrados en sus cuerpos
respectivos. Las autoridades soviéticas habían organizado
comisiones especiales para interceptar la fuga a los soldados del
Ejército Rojo libertados por los makhnovistas. De ese modo los
makhnovistas se encontraban en un círculo del que no podían salir.
En cuanto a los bolcheviques, para ellos la situación se presentaba
mucho más sencilla: conforme a las órdenes de la Comisión especial
para la lucha contra el makhnovismo, todos los makhnovistas
prisioneros eran fusilados sumarísimamente. Con vivo sentimiento no
podemos citar textualmente un documento signifi cativo, perdido a
causa de las condiciones de la vida en 1920. Ese documento era una
orden dada a la brigada de Bogucharsky del Ejército Rojo (brigada
41, salvo error), derrotada por los makhnovistas en diciembre de 1920
a la vista de la aldea griega de Constantina. He aquí su tenor (más
o menos): Conforme a las órdenes de la Comisión extraordinaria para
la lucha contra el makhnovismo, y a fi n de no estimular en el
corazón del ejército una actitud favorable a los sentimientos de
conciliación, todos los presos makhnovistas deberán ser fusilados
en el acto. [N. de A.]" 88
"... la lucha heroica
del grupo makhnovista contra los ejércitos del Estado soviético
estaba lejos de haber terminado. El comando bolchevique hacía todo
lo posible por apoderarse del núcleo principal del makhnovismo y por
destruirlo. Fueron puestas en marcha las divisiones de caballería y
de infantería de toda Ucrania para bloquear a Makhno. El cerco de
fuego y de muerte se estrechaba de nuevo alrededor de los héroes de
la revolución y el combate a vida o muerte volvió a iniciarse. En
una carta dirigida a un amigo suyo, Makhno describe del modo
siguiente el fi n de este episodio heroico del makhnovismo (esa
carta fue escrita por Makhno después de haber salido de Rusia):
“Dos días después de tu
partida, querido amigo, me apoderé de la ciudad de Korocha (en
Kursk); hice publicar varios miles de ejemplares de los ‘Estatutos
de los soviets libres’ y me dirigí por Vapniarka y la región del
Don hacia Ekaterinovslav y Tauride. Debía combatir diariamente
contra la infantería de los comunistas que nos seguía paso a paso,
y contra el segundo ejército de caballería lanzada contra mí por
el Estado Mayor bolchevique. Tú conoces bien nuestros jinetes,
frente a los cuales la caballería roja nunca pudo resistir si no era
sostenida por destacamentos de infantería y por autos blindados. Y
es por eso que logré, aunque al precio de importantes pérdidas,
abrirme camino sin cambiar de dirección. Nuestro ejército
demostraba cada día que era verdaderamente un ejército popular y
revolucionario; de acuerdo con las condiciones exteriores habría
debido desintegrarse a simple vista, pero al contrario aumentaba en
efectivos y en materia “En una de las innumerables batallas que
sostuvimos en el camino, nuestro destacamento especial de caballería
perdió más de 30 hombres; la mitad eran comandantes. Entre éstos
se encontraba nuestro querido y buen amigo, joven en años y viejo en
hechos de guerra, el jefe de ese destacamento, ‘Gavrusha’ Troyan.
Fue muerto de un balazo. A su lado murieron Apollon y muchos otros de
nuestros valerosos y abnegados camaradas. “A alguna distancia de
Guliay Polié fueron aumentados nuestros contingentes por nuevas
tropas, bien dispuestas, mandadas por Brova y Parkomenko. Poco tiempo
después, la primera brigada de la cuarta división de caballería de
Budenny, con su comandante Maslak, pasó de nuestro lado. La lucha
contra la autoridad y las arbitrariedades de los bolcheviques se
hacía más encarnizada. “Al comienzo del mes de marzo había dicho
a Brova y a Maslak que formaran con parte del ejército que se
encontraba conmigo un cuerpo especial para ser enviado al Don y al
Kuban. Bajo las órdenes de Parkomenko se formó otro grupo, que fue
enviado a la región de Voroneye (actualmente Parkomenko ha muerto y
un anarquista de Chuguyev lo reemplaza). Un tercer grupo de 600
lanceros y de tropas del regimiento de infantería de Ivaniuk ha sido
enviado a Járkov. “Entre tanto, nuestro mejor camarada y
revolucionario Vdovichenko fue herido en el curso de un combate y
debió ser enviado con un destacamento a Novospasovka para ser
atendido allí. Un cuerpo expedicionario de bolcheviques descubrió
su retiro; defendiéndose contra el enemigo, él y Matrosenko33
intentaron suicidarse. “Este último cayó rígido. La bala que se
disparó Vdovichenko quedó encajada en el cráneo un poco más abajo
del cerebro. Cuando los comunistas lo capturaron y supieron quién
era lo atendieron y lo salvaron de la muerte. Tuve pronto noticias
suyas. Se encontraba en el hospital de Aleksandrovsk y rogaba a los
camaradas que hallasen un medio para liberarlo. Se lo atormentaba
atrozmente, presionándolo para que renunciara al makhnovismo y fi
rmase un documento al respecto. Rechazó con desprecio esas ofertas,
no obstante estar tan débil que apenas podía hablar; por causa de
esa negativa debía ser fusilado de un momento a otro, pero no he
podido saber qué ha sucedido. “En ese tiempo emprendí una marcha
a través del Dnieper hacia Nikolaiev; desde allí volví a pasar el
Dnieper por encima de Perekop, y me dirigí a nuestra región, donde
estaba seguro de encontrar algunos de nuestros destacamentos. Pero
cerca de Melitopol el comandante comunista me preparó una emboscada.
Era imposible volver a cruzar el Dnieper porque había comenzado ya a
fundirse la nieve y el hielo del río estaba en movimiento. Es por
eso que fue preciso que montara a caballo34 y que dírigiese yo mismo
la maniobra del combate. Una parte de las tropas del enemigo fue
hábilmente evitada por las nuestras; obligué a la otra a mantenerse
en la defensa hostilizándola durante veinticuatro horas con ayuda de
nuestros exploradores; durante ese tiempo conseguí hacer una marcha
forzada de 60 verstas, batir al alba del 8 de marzo un tercer
ejército de los bolcheviques acampado a los bordes del lago Molochny
y entrar por el promontorio estrecho entre ese lago y el mar de Azov
en el espacio libre de la región del Alto Tokmak. Desde allí envié
a Kurilenko hacia la zona Berdiansk-Mariopol para dirigir el
movimiento insurreccional. Yo mismo, pasando por Guliay Polié, me
dirigí hacia Chernigov, de donde habían venido delegaciones de
campesinos de varios distritos a pedirme que los visitara. “Ya en
marcha mis tropas, es decir las de Petrenko, que consistían en 1500
lanceros y dos regimientos de infantería que se encontraban conmigo,
fueron detenidas y atacadas de fl anco por las fuertes divisiones de
los bolcheviques. Fue preciso que dirigiese yo mismo otra vez los
movimientos de contraataque, por lo demás con buenos resultados.
Derrotamos al enemigo en campo abierto y nos apoderamos de una gran
cantidad de prisioneros, de municiones, de armas, de cañones y de
caballos. Pero dos dias más tarde fuimos atacados de nuevo por
tropas nuevas y muy numerosas. Esos combates cotidianos habían
habituado de tal modo a nuestros hombres a la temeridad que el
heroísmo y el valor no tenían límites. A los gritos de ¡Vivir
libres o morir combatiendo!, los hombres se lanzaban a la pelea,
derrotaban al enemigo y lo obligaban a emprender la retirada. Durante
un contraataque una bala me atravesó de parte a parte, hiriéndome
en el muslo y en el apéndice intestinal; caí de mi montura. Esa
circunstancia fue la causa de nuestra retirada, porque alguien
inexperto gritó: “¡Batko ha muerto!”... “Se me transportó
durante doce verstas en un carruaje antes de hacerme cura alguna y
perdí mucha sangre. Extendido sin conocimiento, quedé bajo la
custodia de Lev Zinkovsky. Era el 14 de marzo. En la noche del 15,
todos los comandantes de nuestro ejército y los miembros de nuestro
Estado Mayor, con Belach a la cabeza, reunidos a mi cabecera me
rogaron que fi rmara la orden de enviar destacamentos de 100 a 200
hombres hacia Kurilenko, Kozin y otros que dirigían el movimiento
insurreccional en ciertos distritos. Lo que querían era que me
retirase con uno de los regimientos a un lugar relativamente
tranquilo en espera de que pudiera volver a montar; fi rmé la orden
y permití a Zabudko que formara un destacamento volante para obrar a
su arbitrio en la zona, sin perder contacto conmigo. En la mañana
del 16 los destacamentos habían partido, salvo el destacamento
especial que quedaba junto a mí. Entonces cayó sobre nosotros la
novena división de caballería roja, persiguiéndonos durante 13
horas sobre un recorrido de 180 verstas. En Sloboda, al borde del mar
de Azov cambiamos de caballos e hicimos un alto de cinco horas... “En
la madrugada del 17 nos dirigimos hacia Novospasovka y después de
haber marchado 17 kilómetros, nos encontramos con nuevas fuerzas de
caballería enemigas que habían sido lanzadas contra Kurilenko, pero
lo habían perdido de vista y cayeron sobre nosotros. Después de
habernos perseguido durante 25 kilómetros, deshechos de fatiga,
quebrantados y esta vez verdaderamente incapaces de combatir, se
arrojaron sobre nosotros. ¿Qué hacer? Yo no podía ponerme en pie;
debí quedar echado en el fondo de un carruaje, viendo a cien metros
de mí un espantoso combate cuerpo a cuerpo. Nuestros hombres morían
sólo por mí, nada más que por no abandonarme. Pero al fi n de
cuentas no había ya ninguna probabilidad de salvación ni para ellos
ni para mí. El enemigo era cinco o seis veces más fuerte que
nosotros y recibía constantemente refuerzos. De repente veo a
nuestras ametralladoras, que estaban conmigo, en su tiempo también,
acercarse a mi carruaje (eran cinco, bajo las órdenes de Mischa,
originario de la aldea de Chernigovka, cerca de Berdiansk) y los
cañoneros me dijeron: ‘Batko, eres necesario a la causa de nuestra
organización campesina. Esa causa nos es querida. Vamos a morir,
pero nuestra muerte te salvará y salvará a los que quedan fi eles
y que se encargan de atenderte; no olvides de repetir nuestras
palabras a nuestros padres’. Uno de ellos me abrazó, después no
los volví a ver. En ese momento Lev Zinkovsky me transportó en
brazos desde el carrito al cochecillo de un campesino que acababa de
encontrar en alguna parte (el campesino pasaba no lejos del lugar del
combate). Oía todavía crepitar las ametralladoras y estallar las
bombas; eran los ametralladoristas de las Lewis que impedían a los
bolcheviques avanzar. Tuvimos tiempo de recorrer tres o cuatro
kilómetros y de pasar el vado de la ribera. Y nuestros bravos
ametralladoristas murieron allí. “Algún tiempo después volvimos
a pasar por el mismo lugar y los campesinos de la aldea de
Starodubovka (distrito de Mariopol) nos mostraron una tumba en que
habían enterrado a nuestros camaradas. Hasta hoy, al pensar en esos
valientes combatientes, todos simples campesinos, no puedo menos que
llorar. Y sin embargo, querido amigo, es preciso que te lo diga, me
parece que ese episodio me ha curado. Por la noche del mismo día
monté a caballo y abandoné la región. “Hacia el mes de abril
volví a entrar en contacto con mis tropas y las que estaban más
próximas recibieron orden de ponerse en marcha hacia la región de
Poltava. En mayo los destacamentos de Foma Kozin y de Kurilenko se
reunieron formando un cuerpo de 2.000 lanceros y de algunos
regimientos de infantería. Se resolvió marchar contra Járkov y
expulsar a los amos de esa ciudad, al Partido Comunista. Pero éstos
estaban ya en acecho. Enviaron a mi encuentro más de 50 autos
blindados, varias divisiones de caballería y toda una armada de
infantes. La lucha contra esas tropas duró semanas enteras. “Un
mes más tarde, el camarada Shchuss moría en una batalla dada en esa
misma región; había sido jefe del Estado Mayor de las tropas de
Zabudko y había cumplido bravamente sus deberes. “Y un mes después
le tocó el turno a Kurilenko. Cubría el paso de nuestras tropas a
través de las vías férreas y se ocupaba personalmente de colocar
los destacamentos, quedando siempre a la vanguardia. Fue sorprendido
un día por la caballería de Budenny y pereció en la lucha. “El
18 de mayo de 1921 la caballería de Budenny se encontraba en marcha,
desde Ekaterinoslav hacia el Don, para dominar allí la insurrección
campesina, a cuyo frente se encontraban nuestros camaradas Brova y
Maslak, aquel mismo que había sido anteriormente jefe de la primera
brigada del cuerpo de ejército de Budenny y que se unió a nosotros
con todos los hombres que mandaba. “Nuestro grupo, incluidos yo y
nuestro Estado Mayor, estaba formado por varios destacamentos
reunidos y se encontraba bajo las órdenes de Petrenko-Platonov a 15
ó 20 kilómetros aproximadamente del camino por el cual avanzaba el
ejército de Budenny. Esa proximidad sedujo a este último, que sabía
muy bien que yo estaba siempre junto a dicho grupo. Dio al jefe del
destacamento de autos blindados número 21, que marchaba también a
la sofocación de la sublevación campesina, la orden de disponer 16
autos blindados y de bloquear los alrededores de la aldea de
Novogrigorievka. Budenny mismo se puso a la cabeza de una parte de la
división 19 de caballería (antigua división del “servicio
interior”) a través de los campos en dirección a Novogrigorievka
y llegó antes que el jefe del destacamento de autos blindados; este
último se vio obligado a evitar los barrancos y a buscar el vado de
las corrientes, a disponer autos como centinelas, etc. La vigilancia
de nuestros exploradores nos puso al corriente de todos esos
movimientos, lo que nos dio la posibilidad de tomar prevenciones.
Justamente en el momento en que Budenny se acercaba a nuestras
posiciones nos lanzamos a su encuentro. “En un instante Budenny,
que galopaba orgullosamente en primera fi la, huyó, abandonando a
sus compañeros. “El combate que se entabló fue una verdadera
pesadilla. Los soldados del Ejército Rojo enviados contra nosotros
habían pertenecido a las tropas estacionadas en la Rusia Central
para asegurar el orden interior. No habían combatido a nuestro lado
en Crimea, no nos conocían, se los había engañado diciéndoles que
éramos ‘vulgares bandidos’, así que su fi ereza estaba animada
por aquello de no retroceder ante vulgares malhechores.“En cuanto a
nuestros amigos, los insurrectos, se sentían en su derecho y estaban
fi rmemente decididos a vencer y a desarmar al adversario. “El
combate fue más encarnizado que ningún otro. Terminó con la
derrota de las tropas de Budenny, lo cual llevó a la descomposición
de su ejército y a la deserción de muchos soldados. “Luego formé
un destacamento con los siberianos y los envié a Siberia, armados y
provistos de lo necesario, bajo las órdenes del camarada Glazunov.
Al comienzo del mes de agosto de 1921 vimos en los periódicos
bolcheviques que ese destacamento había aparecido en Samara. Después
no se oyó hablar más de él. “Durante todo el verano de 1921 no
cesamos de combatir. “La sequía de ese verano y la mala cosecha
que tuvo por consecuencia en Ekaterinoslav, Tauride y en parte
también en Kerson y Poltava, así como en la región del Don, nos
obligaron a dirigirnos en parte hacia el Kuban y hacia Tzarintzin y
Saratov, en parte hacia Kiev y Chernigov. En esta última región
dirigía la lucha el camarada Kozin. Cuando nos volvimos a encontrar
me trasmitió la decisión tomada por los campesinos de Chernigov de
sostenernos enteramente en nuestra lucha por los soviets libres. “En
cuanto a mí, hice con los destacamentos de Zabudko y Petrenko un
viaje hacia el Volga, me replegué sobre el Don, volviendo a
encontrar en el camino muchas de nuestras tropas, que uní a las
tropas del grupo de Azov (antiguo grupo de Vdovichenko). “Al
comienzo de agosto de 1921, vista la gravedad de mis heridas, se
decidió que debía partir con algunos de nuestros comandantes al
extranjero para someterme a un tratamiento. Por ese tiempo fueron
también gravemente heridos los mejores de nuestros comandantes:
Kozin, Petrenko y Zabudko. “El 15 de agosto, acompañado de un
centenar dé jinetes, me dirigí hacia el Dnieper y en la mañana del
16 pasamos el río, entre Orlik y Kremenchug, Con ayuda de 17 barcas
de pescadores. El mismo día fui herido seis veces, pero ligeramente.
“En el curso del camino, a la orilla derecha del Dnieper, nos
encontramos con varios de nuestros destacamentos, a quienes
explicamos la razón de nuestra partida para el extranjero. Todos nos
decían la mismo: ‘Marchen, cuiden bien a nuestro Batko y regresen
en nuestra ayuda...’. El 19, a una distancia de 12 kilómetros de
Bobrinetz, encontramos la séptima división de caballería del
Ejército Rojo, acantonada a lo largo de la ribera del Inguletz.
Volver sobre nuestros pasos era la perdición, porque habíamos sido
advertidos por un regimiento de caballería a nuestra derecha que se
había precipitado a cortarnos la retirada. En un abrir y cerrar de
ojos, desenvainando los sables y a los gritos de ‘¡Hurrah!’
cargamos directamente sobre las ametralladoras de la división.
Conseguimos apoderarnos de 13 ametralladoras Maxim y de 3 Lewis.
Después continuamos nuestro camino. “En el instante en que nos
apoderamos de las ametralladoras la división se alarmó, formó
rápidamente y nos atacó. Parecía que habíamos caído en una
ratonera. Sin embargo no perdimos el valor y después de haber
derribado el 38° regimiento de la división, avanzamos sin detenemos
en un recorrido de 110 kilómetros, defendiéndonos sin cesar contra
los ataques furiosos de esas tropas; acabamos por escapar a sus
persecuciones, es verdad, pero después de haber perdido 17 de
nuestros mejores compañeros en el camino. “El 22 de agosto
tuvieron que ocuparse nuevamente de mí; una bala me habría
perforado la cabeza, entrando por la derecha, un poco más abajo de
la nuca y saliendo por la mejilla. Heme aquí de nuevo tendido en el
fondo de un carruaje. Pero esto no hizo sino apresurar nuestra
marcha. El 26 fuimos obligados a sostener un nuevo combate con los
rojos, en el curso del cual perecieron nuestros mejores camaradas y
combatientes, Petrenko, Platonov e Ivaniuk. Me vi obligado a cambiar
nuestro itinerario y el 28 de agosto pasé el Dnieper. Heme aquí en
el extranjero...” 89-92
"Desde su comienzo,
desde los primeros días, el movimiento conocido con el nombre de
makhnovismo recibió la adhesión de las clases pobres de todas las
nacionalidades que habitaban la región. En su mayor parte estaba
formada, naturalmente, por campesinos de nacionalidad ucraniana. Un 6
a 8% eran campesinos de la Rusia Central. Además la integraban
griegos, israelitas, caucásicos y gentes de otras nacionalidades.
Las aldeas situadas en los confi nes del mar de Azov y pobladas de
griegos y de judíos tenían relaciones constantes con el movimiento.
Varios de los mejores comandantes del ejército revolucionario eran
de origen griego y hasta último momento el ejército contó con
algunos destacamentos especiales de griegos. Formado por indigentes y
fundido en una sola esencia por la unión natural de los
trabajadores, el movimiento estuvo animado desde su comienzo por un
profundo sentimiento de fraternidad de los pueblos, que es propio del
trabajador oprimido. En su historia no hay un solo momento en que se
haya seguido una consigna puramente nacionalista. Toda la lucha de
los makhnovistas contra el bolchevismo fue dirigida en nombre de los
derechos y de los intereses del trabajo. Los denikinianos, los
austroalemanes, los petliuristas, las tropas de desembarco francesas
(en Berdiansk), los secuaces de Wrangel fueron considerados por los
makhnovistas, sobre todo, enemigos de la clase trabajadora. Cada una
de esas invasiones representaba para ellos ante todo una amenaza para
los trabajadores y no se interesaban en el pabellón nacional que
cubría esas incursiones. En la “Declaración” publicada por el
Consejo Revolucionario Militar del Ejército en octubre de 1919 los
makhnovistas decían en el capítulo consagrado a la cuestión de las
nacionalidades:
“Al hablar de la
independencia de Ucrania entendemos esa independencia, no como
nacional, en el sentido petliuriano, sino como la independencia
social y laboriosa de los obreros y de los campesinos. Declaramos que
el pueblo trabajador ucraniano (como cualquier otro) tiene derecho a
forjar su propio destino, no como nación, sino como unión de
trabajadores”. Sobre el problema del idioma que debía adoptarse en
las escuelas, los makhnovistas escribieron:
“La sección de cultura y
de instrucción del Ejército Makhnovista recibe constantemente
preguntas procedentes de maestros que desean saber en qué idioma
debe enseñarse en las escuelas ahora que las tropas de Denikin han
sido expulsadas. Los insurrectos revolucionarios, conforme a los
principios del verdadero socialismo, no podrían de ningún modo y
bajo ningún pretexto violar los deseos naturales del pueblo
ucraniano. Es por eso que la cuestión del idioma en que debe
enseñarse en las escuelas no podrá ser decidida por nuestro
ejército, sino por el pueblo a través de los maestros, de los
alumnos y de sus padres. Se deduce que todas las órdenes que emanan
del Consejo especial de Denikin, así como la orden número 22 del
general May Maiewsky que impiden el empleo de la lengua materna en
las escuelas serán consideradas en lo sucesivo nulas, puesto que han
sido impuestas por la fuerza a nuestras escuelas. En interés del
desenvolvimiento intelectual del pueblo, el idioma por adoptarse en
las escuelas debe ser aquél hacia el cual tiende naturalmente la
población, por eso la población, los maestros, los alumnos y sus
padres, y no las autoridades o el ejército, decidirán libremente la
cuestión.
Sección de Cultura y de
Instrucción del Ejército de los Insurrectos Makhnovistas. (Put k
Svobode, N° 10, del 18 de octubre de 1919)”. 93, 94
"Tenemos a mano un
manifi esto publicado por los makhnovistas de común acuerdo con los
anarquistas a propósito de casos de antisemitismo ocurridos en la
primavera de 1919, relacionados con el comienzo de la ofensiva
general de Denikin contra la revolución. He aquí el texto, con
algunas omisiones.
“¡A LOS OBREROS,
CAMPESINOS E INSURRECTOS!
¡Siempre con los oprimidos,
contra los opresores! En los días penosos de la reacción, cuando la
situación de los campesinos de Ucrania era particularmente dura y
parecía no tener salida, ustedes fueron los primeros en levantarse
como combatientes infl exibles e intrépidos por la gran causa de la
emancipación de las masas laboriosas... Ése fue el momento más
bello y el más lleno de alegría de nuestra revolución, porque
marchábais contra el enemigo con las armas en la mano, en calidad de
revolucionarios conscientes, animados por la alta idea de libertad y
de igualdad. Pero elementos nocivos y criminales lograron infi
ltrarse en nuestras fi las. Y al son de los cantos revolucionarios,
de los cantos fraternales de la próxima liberación de los
trabajadores, vinieron a mezclarse los sones terribles, los gritos
desgarradores de los pobres judíos atormentados hasta la muerte...
Sobre el fondo claro y resplandeciente de la revolución aparecieron
manchas sombrías imborrables, producidas por la sangre de los pobres
mártires judíos que, ahora como antes, continúan proporcionando,
según el capricho de la reacción criminal, víctimas inocentes de
la lucha de clases... Actos vergonzosos están en vías de ser
realizados. Pogroms antisemitas tienen lugar. ¡Campesinos, obreros e
insurrectos! Saben que los trabajadores de todas las nacionalidades
–rusos, judíos, polacos, alemanes, armenios, etc.– sucumben de
un modo semejante en el abismo de la miseria. Saben que millares de
jóvenes judías son vendidas y deshonradas por el capital, lo mismo
que las mujeres de otras nacionalidades. Saben cuántos honestos y
valientes judíos militares revolucionarios han dado su vida por
Rusia, por la libertad... La revolución y el honor de los
trabajadores nos obligan a gritar fuerte, para hacer estremecer las
fuerzas oscuras de la reacción, que todos hacemos la guerra a un
enemigo común: al capital y al principio de autoridad, que oprimen
igualmente a los trabajadores, sean de nacionalidad rusa, polaca,
judía, etc. Debemos proclamar que nuestros enemigos son los
explotadores y los opresores de todas las nacionalidades: el
fabricante ruso, el dueño de las fundiciones alemanas, el banquero
judío, el propietario latifundista polaco... La burguesía de todos
los países y de todas las nacionalidades se ha unifi cado para una
lucha encarnizada contra la revolución, contra las masas laboriosas
del mundo y de todas las nacionalidades. ¡Campesinos, obreros e
insurrectos! En este momento, cuando el enemigo internacional, la
burguesía de todos los países, se ha precipitado sobre la
Revolución Rusa y siembra a manos llenas la discordia nacional entre
las masas trabajadoras para falsear la revolución y quebrantar los
fundamentos de nuestra lucha de clases –la solidaridad y la unión
de todos los trabajadores– es a ustedes a quienes corresponde la
resistencia a los reaccionarios conscientes o inconscientes que ponen
en peligro la causa de la emancipación del pueblo trabajador de las
garras del capital y de la autoridad. Nuestro deber revolucionario es
sofocar en germen toda persecución nacional y hacer despiadadamente
justicia a todos los instigadores de pogroms antisemitas. El camino
hacia la liberación del trabajo será abierto por la unión de los
trabajadores de todo el universo. ¡Viva la Internacional del
Trabajo! ¡Viva la Comuna anarquista libre!
Comité Ejecutivo del
Consejo Militar Revolucionario de la Región de Guliay Polié. Grupo
de anarquistas del Nabat, de Guliay Polié. Comandante en jefe de los
insurrectos, Batko Makhno. Jefe del Estado Mayor del Ejército de los
Insurrectos Makhnovistas, B. Veretelnikov. Guliay Polié, mayo de
1919.” 96
"Los comentadores
bolcheviques, por su parte, no ven nada de nuevo en este texto con
relación con las posiciones de Bakunin y Kropotkin55. Efi mov hace
una interesante descripción de la práctica makhnovista de los
soviets libres: “Estos órganos de poder eran muy primitivos.
Carecían de un órgano central de gobierno, sólo existía el Soviet
Revolucionario Militar, que era al mismo tiempo una suerte de
parlamento y de órgano militar central, que trataba a la vez los
asuntos militares y civiles. Este órgano cumplía a la vez funciones
diversas y de gran amplitud. Pero cumpliendo con estas funciones sólo
se presentaba como un órgano de orientación y no disponía de
ningún derecho particular, todo el poder le pertenecía a los
órganos locales. Todo eso venía a ser que cada pueblo, cada
distrito se autogestionaba con total independencia. Sin embargo, la
estructura de este poder ilusorio era de tipo soviético: había
comités ejecutivos, los soviets de diputados, donde la gente electa
se reunía y se ocupaba de cuestiones diversas, pero no
fundamentales”56. 56 Efi mov: “Las operaciones contra Makhno,
de enero de 1920 a enero de 1921”, en Estudios de la asociación
militar y científi ca acerca de la Academia Militar (en ruso)
Moscú, 1921, tomo I, p. 196. "120
"La revolución rusa" José Vazeilles
Febrero de 1917
Sujánov, “Apuntes sobre la revolución”:
“Ese día no se registraron choques con la policía o las tropas. Pero al día siguiente el movimiento creció. La huelga se extendió a la mitad del proletariado de San Petersburgo. Grandes masas proletarias, con banderas rojas, cantando himnos revolucionarios se lanzaron a las calles y plazas.
A la consigna de ‘Pan’ se sumaron las que condenaban a la guerra y la burguesía zarista. A las masas de obreros se unieron las de estudiantes y otros sectores. La represión, paralelamente, tuvo que cobrar más intensidad. Pero resultaba imposible dispersar tal marea multitudinaria. Además, las crónicas registran para ese día algunas actitudes significativas de la relación entre las masas y los soldados. En la plaza Snamenski, un diputado vió a la muchedumbre aplaudir a los cosacos. Intrigado por el hecho, fue informado por un transeúnte de que los cosacos habían alejado a la policía a causa de los métodos brutas que ésta empleaba con la gente. Poco después, el general Martinov informaría que ‘la gran mayoría de los soldados no estaban conforme con la tarea de reducir la revuelta que se le había asignado y disparaban únicamente por haber sido obligados a ello’.
El día 25, el movimiento se transformó casi en huelga general, con características semejantes al día anterior. Pero el zarismo estaba aún más lejos que Sir Buchanan (diplomático británico) de sospechar que se avecinaba su caída. El zar, desde su Cuartel General, le dirigió al Comandante Militar de la Capital, en horas de la tarde, el siguiente telegrama:
‘Le ordeno poner fin, a partir de mañana, a todos los desórdenes en las calles de la capital, por ser inadmisibles en estos difíciles momentos en que nos encontramos en guerra con Alemania y Austria.’
Al caer la tarde parecía que las masas se dispersaban definitivamente, como los registró un dirigente menchevique: ‘A las cinco de la tarde parecía que el zarismo se hubiera impuesto nuevamente y que el movimiento hubiera quedado definitivamente sofocado.” (pp. 79, 80, 81)
“El día 26 fue decisivo en este sentido. Las fuerzas policiales habían sido retiradas. Por su parte, no se sentían suficientemente respaldadas por las tropas, si al ejercer su represión resultaban rebasadas por las masas. Por la otra, el gobierno calculaba que su odiosa presencia excitaba más la combatividad del pueblo.
Como era domingo, a los dirigentes de la base obrera les resultaba imposible medir la decisión de mantener la huelga. No obstante hubo manifestaciones.
Siguiendo las instrucciones del zar, las tropas recibieron orden de disparar sus armas sin vacilar. En muchos casos lo hicieron y creció el número de muertos.
Pero en muchos otros se negaron a ir más allá de los disparos al aire. La orden de endurecer la represión fue decisiva: la negativa a acatarla estaba a un paso de la sublevación. Y si esto sucedía entre los soldados entre los oficiales cundió la deserción. Así quedó preparado el terreno para el día 27, el decisivo. Desde temprano, los obreros que concurren a las fábricas realizan asambleas que por unanimidad resulten continuar la huelga y el movimiento. Paralelamente, los regimientos se van sublevando uno tras otro, comenzando por el regimiento de Volinski que salió a la calle con la expresa finalidad de exhortar a otras unidades a la sublevación. Así se unieron grupos de obreros armadas y soldados para destruir las comisarías y cuarteles de gendarmes. A media mañana, el jefe militar de la capital, general Jabálov, recibía consternado la noticia de que los regimientos Volinski, Preobrajenski y de Lituania, unidos a obreros armas, habían procedido a la destrucción del cuartel general de la gendarmería.
La mayoría de las tropas que no se sublevaron permanecieron neutrales. Los pocos regimientos que intentaron resistir la insurrección fueron rápidamente reducidos por los obreros y soldados revolucionarios. En total, durante los cinco días, se registraron en San Petersburgo un millar y medio de muertos. La revolución se produjo asimismo en las otras ciudades importantes de Rusia, pero los acontecimientos decisivos t6uvieron lugar en la capital.
‘La Revolución de febrero de 1917 que derribó a la dinastía de los Románov fue la explosión espontánea del descontento de una multitud exasperada por las privaciones impuestas por la guerra y por la patente disparidad en la distribución de las cargas sociales. La revolución fue saludada con júbilo y aprovechada por gran parte de la burguesía y de la clase de los funcionarios estatales, que no creían ya en la bondad de la autocracia como forma de Gobierno y que, sobre todo, no tenían ningún respeto al zar ni a sus consejeros; y fue de ese sector de la población de donde salió el primer gobierno provisional. Los partidos revolucionarios no tuvieron parte alguna en el desarrollo de la revolución. En realidad, éstos no la esperaban y al principio les dejó un tanto perplejos.’ (Carr, “la revolución bolchevique”)” (pp. 82, 83, 84)
“Durante los cinco días decisivos el Zar permaneció en el Cuartel General de Mogilev, fuera de la capital. Como hemos consignado, el día 25, aunque algo preocupado, creía posible reprimir los ‘disturbios’ tan sólo mediante una orden severa, como lo revela su telegrama al general Jabálov.
El 27 todavía juzgaba, según las crónicas, que los mensajes ansiosos y dramáticos que le enviaban sus ministros eran ‘tonterías’. Pero el día 28, ya consumada la revolución, la propia Zarina, menos deseosa todavía que Nicolás II de ver la realidad, le telegrafió desde la Capital: ‘Es necesario hacer concesiones. Las huelgas continúan y muchas tropas se han pasado a la revolución’.
Nicolás partió entonces en su tren imperial hacia San Petersburgo. Pero el tren fue detenido en la localidad de Vischera por los obreros ferroviarios que se negaron a darle paso. Entonces el tren desvió a Psdov. Mientras tanto, el Zar se convencía de la necesidad de hacer concesiones y trató de negociar, al tiempo que ordenaba a algunas tropas que avanzaran sobre San Petersburgo. Pero cuando Jabálov informó al General Ivánov, que avanzaba al frente de tales tropas, sobre la situación, éste decidió prudentemente detenerse donde estaba.
El 1º de marzo por la noche el Zar fue informado de que no contaba con ningún apoyo militar serio. Finalmente, el día 2, a las 3 de la tarde, abdicó, prestando un consentimiento puramente formal a una irreversible situación de hecho, aunque él creyera que todavía el suyo era un acto libre:
‘Para salvar a Rusia –escribió- y retener las tropas en el frente he decidido dar este paso. Manifesté mi conformidad, y desde el Cuartel General se envió un proyecto de manifiesto. Por la tarde llegaron de Petrogrado Guchkov y Chulguin, y después de entrevistarme con ellos, les entregué el manifiesto corregido y firmado. A la una de la noche me marché de Pskov con el corazón dolorido. Por todas partes traición, cobardía y engaño.’ (Nicolás II, “Diario íntimo”).
Pocos días después, junto con su familia, fue arrestado y puesto en prisión …” (pp. 87, 88)
“… el apartamiento de Miliúkov y de Guchkov del gabinete gubernamental iba a llevar a la formación de un gobierno de coalición democrática, más amplia que la del primero, que consistían tan sólo en la coalición octubrista-kadete más el agregado de Kerenski. Esta coalición pasará a contar con diez ministros capitalistas y seis socialista. El bloque liberal conserva así la mayoría. Los nuevos ministros socialistas son Tsereteli (Correos), Tchernov (Agricultura), Skóbelev (Trabajo), Terechtechenko (Asuntos Exteriores), Kerenski (Guerra y Marina). “ (p. 112, 113)
Ante la represión a los bolcheviques por parte del gobierno provisional Trotski dirige una carta pública al gobierno.
“Ciudadanos Ministros: entiendo que ustedes han decretado el arresto de los camaradas Lenin, Zinóviev y Kaménev, pero que la orden de detención no me incluye a mí. Considero por lo tanto necesario llamar la atención de ustedes sobre los siguientes hechos: 1. Yo comparto en principio la actitud de Lenin, Zinóviev y Kaménev y la he expresado en el periódico Vperiod y en todos mis discursos públicos. 2. Mi actitud frente a los sucesos del 3 al 4 de julio fue idéntica a la de los camaradas mencionados (…) Ustedes carecen de razones lógicas para eximirme del decreto en virtud del cual se han expedido órdenes de arresto contra Lenin, Zinóviev y Kaménev …
Carecen ustedes de razones para dudar de que yo sea un adversario tan irreconciliable de la política general del gobierno como los camaradas antes mencionados. Mi exención sólo subraya mejor el carácter contrarrevolucionario e injustificado de la medida que ustede3s han tomado contra ellos.’ (Trotski, Carta Abierta al Gobierno Provisorio).
El 23 de julio, efectivamente, fueron arrestados Trotski y Lunacharski. Varias semanas después, la Oganización Interdistrital, a la ambos pertenecían, ingresó al Partido bolchevique y Trotski pasó a ser miembro del Comité Central del mismo.” (pp. 125, 126)
“Con la derrota de Kornilov se desencadenó una nueva serie de acontecimientos que condujeron directamente a la insurrección de octubre. Así como la revolución abortada del 3 al 4 de julio inclinó la balanza a favor de la contrarrevolución, esta contrarrevolución abortada la inclinó mucho más vigorosamente en la dirección opuesta. El segundo gobierno de coalición se vino abajo. Los ministros ‘kadetes’ renunciaron porque no favorecían la acción de Kerenski contra Kornilov. Los ministros socialistas se retiraron porque sospechaban que Kerenski había intrigado previamente con Kornilov contra el soviet estimulando las ambiciones de aquél. Durante un mes, Kerenski, incapaz de reunificar los fragmentos de la coalición destrozada, gobernó a través de un llamado Directorio, un comité pequeño y muy poco representativo.” /Isaac Deutscher, Trotski, el profeta armado, en p. 131)
“El 23 de setiembre, el Sóviets de Petrogrado eligió a Trotski como su Presidente. Al asumir Trotski, en nombre del nuevo espíritu del soviet, exigió la renuncia de Kerenski y el traspaso del poder al Congreso de los soviets.” (p. 133)
“Pero el desenlace insurreccional de la revolución no se resolvía exclusivamente en preparativos militares en planes estratégicos, en traslados de regimientos. La lucha política continuaba a todo vapor. Los periódicos de los diversos partidos y tendencias se imprimían por millares y eran arrebatados a los vendedores por el público, agotándose rápidamente. Nunca el pueblo ruso había leído tanto y tan febrilmente interesado en las noticias, las posiciones, los desmentidos, las réplicas y contrarréplicas. Además de los periódicos, los volantes y manifiestos, y, desde luego, los discursos.” (p. 139)
“El 26 de octubre se produjo el desenlace, es decir, la caída del gobierno provisional. Según Trotski, la insurrección estaba prevista para el día 25 (lo cual coincide con la anterior transcripción de John Reed sobre el discurso de Lenin), pero comenzó con antelación y terminó después de lo previsto, es decir, recién en la noche del día 26 de octubre.
Ya el 25 a media mañana el Comité Militar Revolucionario dio un comunicado anunciando el triunfo de la insurrección. Según el dirigente mencionado, era apresurado porque el gobierno todavía no había sido depuesto, pero reconoce que, en realidad, la victoria en la capital al menos, era un hecho militar incuestionable. En efecto, el control militar de las centrales eléctricas y telefónicas, estaciones ferroviarias y puentes por los insurrectos era indudable.
En la noche anterior, todo estos puntos fundamentales habían sido ocupados por los Guardias Rojos y los regimiento regulares que respondían al Comité Militar Revolucionario (dirigido por Trotski) en una operación planeada cuidadosamente, y que se ejecutó con precisa velocidad y sin ninguna alharaca. Al mediodía se sabía ya que Kerenski había huído, y en poder de las fuerzas del Gobierno Provisional quedaba sólo el Palacio de Invierno, que sitió Antónov-Ovseienko.” (p. 143)
Los bolcheviques toman el poder
“De inmediato, al día siguiente, comenzó la tarea del nuevo poder soviético.
‘…Finalmente, Lenin se puso de pie, manteniéndose en el borde de la tribuna, paseó sobre los asistentes su ojillos semicerrados, aparentemente insensible a la inmensa ovación, que se prolongó durante varios minutos. Cuando ésta hubo terminado, dijo simplemente:
-ahora procederemos a la edificación del orden socialista.
Nuevamente se produjo en la sala un fuerte rugido humano.
-En primer lugar, es preciso adoptar medidas prácticas para la consecución de la paz … Ofreceremos la paz a todos los pueblos de los países beligerantes a base de las condiciones soviéticas: nada de anexiones, nada de indemnizaciones, derecho de los pueblos a determinar su propia existencia. Al mismo tiempo, de acuerdo con lo que hemos prometido, haremos públicos y denunciaremos todos los tratados secretos …’ (John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo)
A continuación, Lenin leyó la famosa Proclama, dirigida a los pueblos y gobiernos del mundo, en cuyo texto se desarrollaban los conceptos que acababa de exponer sintéticamente. Esto inauguró una línea nueva en la política internacional; en particular, la publicación de los pactos secretos para conocimientos de los pueblos significó un giro decisivo en las prácticas diplomáticas. La declaración fue aprobada por unanimidad. Más adelante, Lenin propuso la aprobación del decreto sobre la propiedad de la tierra. Éste abolía, sin indemnización, la propiedad latifundista, y atribuía poder a los comités agrarios de comarca, y a los Sóviets de campesinos de distrito, la potestad de disponer de las fincas expropiadas a los terratenientes. Su artículo 5º decía: ‘No serán expropiadas las tierras de los simples campesinos y de los simples cosacos.’ Esta resolución fue aprobada, así como la siguiente que instauró el primer gobierno soviético.
Para diferenciarse del tipo de gobierno anterior, buscaron un nombre acorde con la tradición revolucionaria popular, que se remontaba a la revolución francesa, y los ministros pasaron a denominarse Comisarios del Pueblo. Así, el gobierno pasó a ser ejercido por un Consejo de Comisarios del Pueblo.
El decreto respectivo iba creando las primeras bases constitucionales del Estado Soviético, al establecer que dicho Consejo era responsable ante el Congreso de los Sóviets de diputados obreros, campesinos y soldados de toda Rusia y su Comité Ejecutivo Central (Tsik), quienes tenían el derecho de revocar sus mandatos. Luego establecía también los nombres del primer Consejo: al frente, como presidente del Consejo: Vladimir I. Uliánov (Lenin); en interior: A. Rykov y en Negocios Extranjeros: León D. Bronstein (Trotski).
De los Asuntos Militares y Navales, se nombró un Comité formado V. A. Ovseienko (Antónov), Krylenko y Dybenko.
El resto de los “comisariatos” fue el siguiente: Agricultura: Millútin; Trabajo, Schilápnikov; Asuntos de las Nacionalidades, José V. Dzhugashvili (Stalin); Comercio e Industria, Noguin; Instrucción Pública, A. V. Lunacharski; Finanzas, I. Skvortsov (Stepánov); Justicia, G. I. Oppókov (Lómov); Abastecimiento, I. A. Teodórovich; Correos y Telégrafos, N. P. Avilov (Glévob).
Continuó reinando el silencio, pero cuando se comenzó la lectura de la lista de comisarios, estallaron los aplausos después de leerse cada nombre, sobre todo al llegar a los de Lenin y Trotski (…). La sala estaba erizada de bayonetas. El Comité Militar Revolucionario armaba a todo el mundo: el bolcheviquismo se preparaba para el combate decisivo contra Kerenski …” (John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo. En pp. 152 a 155)
“La necesidad de recurrir a especialistas formados en el antiguo régimen, no se limitó, desde luego, al plano militar. La construcción económica los necesito igualmente.” (p. 158)
“Las dificultades emergentes del atraso ruso fueron casi una obsesión de los últimos años de Lenin.
‘Lanzad una mirada al mapa de la República Federal Rusa. Al norte de Vologoa, al suroeste de Rostov del Don y de Saratov, al sur de Onrenburg y de Omsk, al norte de Tomsk se extienden territorios inmensos en los cuales encontraríamos decenas de Estados civilizados. En todos estos territorios reinan el patriarcado, la semibarbarie y la barbarie verdadera. ¿Y en los campos remotos del resto de Rusia? Por todas partes decenas de kilómetros de carreteras vecinales –más exactamente decenas de kilómetros sin carreteras- separan las aldeas del ferrocarril, es decir, del ligamen material con la civilización, con el capitalismo, con la gran industria, con la gran ciudad. ¿No predomina por todos lugares el patriarcado, el oblomovismo, la semibarbarie …? El capitalismo es un mal frente al socialismo. El capitalismo es un bien frente al período medieval, frente a la pequeña producción, frente al burocratismo que ha llevado a la dispersión de los pequeños productores … La raíz económica de nuestro burocratismo es variada: el fraccionamiento, la dispersión de los pequeños agricultores, su miseria, su incultura, la insuficiencia de carreteras, la ignorancia, la falta de cambios entre la agricultura y la industria, la ausencia de ligámenes y contactos entre éstas.” (Lenin, Sobre el impuesto en especies) (pp. 159, 160)
"La época contemporánea" de Maurice Crouzet
Crouzet, M. “La época contemporánea”
“El resultado más importante de la primera guerra mundial ha sido sin duda la revolución rusa (…) pues ha roto la unidad del mundo que casi se había realizado en 1913. Bajo la dirección de las principales potencias europeas y de los Estados Unidos, todos los países económica y militarmente ‘atrasados’ se habían incorporado de grado o por fuerza en el mismo sistema económico y social, adoptando los mismos ideales los mismos modos de pensar y la misma técnica. El año 1917 marca una brusca ruptura. A partir de esta fecha se levanta frente al mundo liberal y capitalista un sistema de organización completamente nuevo, cuyos principios fundamentales son radicalmente opuestos y que evolucionará según reglas propias. Partiendo de una economía agrícola primitiva, la Rusia bolchevique se transformará en una potencia industrial y militar de primer orden.
(…)
Capítulo primero: La Revolución Rusa
El régimen zarista se hunde en pocos días bajo la presión de un movimiento espontáneo, en cuya preparación los revolucionarios sólo han desempeñado, al principio, un papel limitado. Muy pronto la monarquía constitucional, que era el objetivo de los primeros jefes de la revolución debe dejar paso a una república liberal y burguesa, y al cabo de pocos meses el fracaso de este régimen es de tal magnitud que se desmorona a su vez; en esta ocasión el partido bolchevique emprende la fundación de un Estado socialista.
(…)
I. La casa en llamas
La rapidez con que se produce este hundimiento se explica por la completa descomposición del régimen zarista. El imperio de Nicolás II, fundado en la opresión de las nacionalidades sometidas y en el dominio de una aristocracia poco numerosa, se había visto seriamente amenazado por la derrota y por las intentonas revolucionarias de 1905; el restablecimiento de la autoridad se había conseguido tan sólo gracias a una firme represión, favorecida por la ayuda económica de Francia, pero los antagonismos internos subsistían en todas las esferas y la guerra los acentúa hasta hacerlos intolerables.
(…)
Los antagonismos sociales y nacionales
La política de rusificación dirigida por el gobierno, la iglesia ortodoxa y el ejército- no sólo sobre las nacionalidades claramente alógenas sino también sobre los ucranianos- se había agravado todavía más desde 1905-1906 levantando unánimemente a la población contra el régimen y provocando en todas partes el nacimiento de partidos nacionalistas de tendencia separatista. El crecimiento de la población hacía que el ‘hombre de tierra’ fuese más vivo entre los campesinos, al tiempo que el desarrollo de la gran industria provocaba la formación de una clase obrera numerosa y misérrima, en el seno de la cual la fuerte concentración industrial favorecía la aparición de una conciencia de clase. Relativamente poco numerosa, la burguesía estaba descontenta, y sufría la arrogancia, la corrupción y la incapacidad administrativa de un régimen arcaico que desconocía sus intereses y obstaculizaba su progreso.
(…)
El gobierno provisional burgués
Bajo la presión de los obreros y de los soldados amotinados el régimen se desmorona casi sin resistencia, abandonado por quienes detentan la autoridad salvo por una fracción de la policía. Como en 1905, los vencedores forman espontáneamente un Soviet constituído por diputados de los obreros y de los soldados cuyo Comité Ejecutivo está presidido por un menchevique y Kerensky, que es socialista revolucionario. Por su parte, bajo la presidencia del príncipe Lvov, ministro del Interior, la Duma ha instituído un gobierno provisional.
Tras la desaparición de la monarquía que los burgueses y nobles liberales hubieran querido mantener para restablecer la disciplina militar y el orden social, aparece un régimen dualista en el que se oponen el gobierno provisional ‘legal’ que representa a la burguesía liberal, aunque sin poder, y el activo y dinámico Soviet que hace presión sobre aquél y cuya influencia aumenta a medida que los Soviets se multiplican hasta en los más pequeños pueblos. El gobierno provisional, con sus reformas introduce en Rusia las libertades clásicas de los países occidentales: Independencia de la iglesia ortodoxa, jurados en la administración de justicia, consejos administrativos locales elegidos mediante sufragio universal y jornada de 8 horas; pero mantiene el principio de ‘la Rusia una e indivisible’ y sólo reconoce la independencia de Polonia. Prosigue la guerra, demora la reforma agraria y busca la colaboración de las antiguas clases dirigentes. Esta actitud favorece el progreso del partido bolchevique, cuyo programa radical es popular: paz, libertad para las nacionalidades, expropiación de las grandes fincas y nacionalización de la tierra, de los bancos y de las grandes empresas y control obrero sobre la producción. Mucho menos sangrienta que la de marzo, la revolución de octubre derroca el gobierno de Kerensky, abandonado por todos aquellos que habían de ser sus partidarios, en medio de la apatía del pueblo.”
"La Revolución Desconocida" de Volin (protagonista de la Revolución)
En el campo, la pauperización y el descontento crecían. Los campesinos -140 millones de hombres, mujeres y niños- eran considerados como ganado humano. Los castigos corporales existieron, de hecho, hasta 1904, aunque habían sido abolidos por la ley de 1863. Falta de cultura general e instrucción elemental; maquinaria primitiva e insuficiente; carencia de crédito, protección y socorro; impuestos harto elevados; trato arbitrario, despreciativo e implacable por parte de las autoridades y las clases superiores; reducción continua de las parcelas de terreno a consecuencia de divisiones entre los nuevos miembros de las familias; competencia entre los campesinos acomodados y los propietarios de tierras, tales eran las múltiples causas de esa miseria. «Incluso la comunidad campesina, el famoso mir, no alcanzaba a mantener a sus miembros. El gobierno de Alejandro III y el de su sucesor, Nicolás II, hicieron lo posible para reducir el mir a una simple unidad administrativa estrechamente vigilada y dirigida a látigo por el Estado, útil sobre todo para recoger o, mejor, arrancar por la fuerza los impuestos y los censos.» ("La Revolución desconocida" p. 21)
En 1900 se manifestó una importante divergencia en el seno del Partido Socialdemócrata; una parte de sus miembros, atenida al programa mínimo, entendía que la revolución rusa, inminente, sería una revolución burguesa, muy moderada en sus resultados. No creía en la posibilidad de pasar de un salto de la monarquía feudal al socialismo. Una república democrática burguesa, al abrir las puertas a una rápida evolución capitalista, echaría las bases del futuro socialismo: tal era su idea fundamental. Una revolución social en Rusia era, según su parecer,
imposible entonces.
Sin embargo, muchos miembros del partido eran de distinta opinión. Para ellos, la próxima revolución tenía ya todas las posibilidades de convertirse en una revolución social, con sus consecuencias lógicas. Estos socialistas renunciaban al programa mínimo y se preparaban a la conquista del poder por el partido y a la lucha inmediata y decisiva contra el capitalismo.
Líderes del primer grupo eran Plejanov, Martov y otros. El gran inspirador del segundo fue Lenin. La escisión definitiva entre ambos grupos se produjo en 1903, en el Congreso de Londres. Los socialdemócratas de tendencia leninista estaban allí en mayoría. Mayoría es, en ruso, bolshinstvó; a sus partidarios se les llamó bolcheviques (mayoritarios). Minoría es menshinstvó, de donde procede mencheviques (minoritarios). Las tendencias se denominaron bolchevismo, la mayoritaria, y menchevismo, la minoritaria.
Después de su victoria de 1917, los bolcheviques se constituyeron en Partido Comunista, en tanto que los mencheviques conservaron el nombre de Partido Socialdemócrata. (p. 43)
En enero de 1917 la situación se hizo ostensible. El caos económico, la miseria del pueblo trabajador y la desorganización social llegaron a tal punto que los habitantes de las grandes ciudades, en Petrogrado8 especialmente, comenzaron a carecer de combustibles, de ropas, carne, manteca, azúcar y aun de pan.
En febrero, la situación se agravó más. A pesar de los esfuerzos de la Duma, las asambleas provinciales, las municipalidades, los comités y las uniones, no sólo la población de las ciudades se vio ante el hambre, sino que el aprovisionamiento del ejército devino muy deficiente. Al mismo tiempo, el desastre militar fue completo. (p. 49)
El 24 de febrero comenzaron los tumultos en Petrogrado. Provocados sobre todo por la falta de víveres, no parecía que fueran a agravarse. Pero al día siguiente, 25 de febrero de 1917 (calendario antiguo), los acontecimientos recrudecieron; los obreros de la capital, sintiéndose solidarios con el país entero, en extrema agitación desde semanas, hambrientos, sin pan siquiera, se lanzaron a las calles y se negaron a dispersarse.
Este primer día, sin embargo, las manifestaciones se mantuvieron prudentes e inofensivas. En masas compactas, los obreros, con sus mujeres e hijos, llenaban las calles y gritaban: «¡Pan! ¡Pan! ¡No tenemos qué comer! ¡Que se nos alimente o que se nos fusile a todos! ¡Nuestros hijos mueren de hambre! ¡Pan! ¡Pan!»
El gobierno imprudente, envió contra los manifestantes policía, destacamentos de tropas a caballo y cosacos. Pero había pocas tropas en Petrogrado, salvo los reservistas poco seguros. Además, los obreros no se amedrentaron y ofrecían a los soldados sus pechos; tomaban a sus hijos en brazos y gritaban: «¡Matadnos, si queréis! ¡Más vale morir de un balazo que de hambre!...» Los soldados, con la sonrisa en los labios, trotaban prudentemente entre la muchedumbre, sin usar sus armas, sin escuchar las ordenes de los oficiales, que tampoco insistían. En algunos lugares los soldados confraternizaban con los obreros, llegando hasta entregarles sus fusiles, apearse y mezclarse con el pueblo. Esta actitud de las tropas envalentonaba a las masas. No obstante, en ciertos puntos la policía y los cosacos cargaron contra grupos de manifestantes con banderas rojas. Hubo muertos y heridos.
En los cuarteles de la capital y de los suburbios los regimientos de guarnición titubeaban aún en sumarse a la revolución. El gobierno vacilaba también en mandarlos a combatirla.
El 26 de febrero a la mañana, el gobierno decretó la disolución de la Duma. Fue como la señal, que todos parecían esperar, para la acción decisiva. La novedad, conocida en todas partes en seguida, estimuló a la lucha; las manifestaciones se transformaron revolucionariamente. «¡Abajo el zarismo! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la Revolución!», eran los gritos que enardecían a la muchedumbre, que adoptaba sucesivamente una actitud cada vez más decidida y amenazante. Se comenzó a atacar a la policía; muchos edificios administrativos fueron incendiados, entre ellos el Palacio de Justicia. Las calles se interceptaron con barricadas y pronto aparecieron numerosas banderas rojas. Los soldados seguían en su neutralidad benévola, pero se mezclaban cada vez más con la muchedumbre. El gobierno podía contar cada vez menos con ellos.
Lanzó entonces contra los rebeldes todas las fuerzas policiales de la capital. Los policías formaron deprisa destacamentos de ataque en masa: instalaron ametralladoras en los tejados de las casas y de algunas iglesias, ocupando todos los puntos estratégicos, Luego comenzaron una ofensiva general contra las masas sublevadas.
La lucha fue encarnizada durante todo el 26 de febrero. En muchas partes la policía fue desalojada, sus agentes muertos y sus ametralladoras silenciadas. Pero, a pesar de todo, ella resistía con tenacidad.
El Zar, a la sazón en el frente, fue prevenido telegráficamente de la gravedad de los acontecimientos. En la espera, la Duma decidió declararse en sesión permanente y no ceder a las tentativas de su disolución.
La acción decisiva fue el 27 de febrero.
Desde la mañana, regimientos de la guarnición, abandonando toda vacilación, se amotinaron, salieron de sus cuarteles, armas en mano, y ocuparon algunos puntos estratégicos de la ciudad, después de pequeñas escaramuzas con la policía. La Revolución ganaba terreno. En un momento dado, una masa compacta, particularmente amenazante, decidida y parcialmente armada, se concentró en la plaza Znamenskaya y en los alrededores de la estación Nicolayevski. El gobierno envió dos regimientos de caballería de la Guardia Imperial, los únicos con que podía aún contar, y fuertes destacamentos de policías a caballo y a pie. Las tropas debían sostener y rematar la acción policial.
Tras de la intimación usual, el oficial de policía dio orden de cargar. Pero entonces se produjo este último estupendo hecho: el oficial que mandaba los regimientos de la guardia, levantó su sable al grito de: «¡Adelante! ¡Contra la policía, a la carga!», y lanzó los dos regimientos contra las fuerzas policiales, que fueron desorganizadas, derribadas y destrozadas.
Pronto la última resistencia de la policía fue quebrada. Las tropas revolucionarias se apoderaron del arsenal y ocuparon todos los puntos vitales de la ciudad. Rodeados por una muchedumbre delirante, los regimientos, con sus banderas desplegadas, se dirigieron al Palacio Tauride, donde sesionaba la pobre cuarta Duma, y se pusieron a su disposición.
Poco más tarde, los últimos regimientos de la guarnición de Petrogrado y alrededores se sublevaron. El zarismo no tenía más fuerza armada leal en la capital. La población estaba libre. La Revolución triunfaba.
Se constituyó un gobierno provisional, que comprendía miembros influyentes de la Duma, y que fue frenéticamente aclamado por el pueblo.
El interior se plegó entusiasta a la revolución. Algunas tropas, traídas del frente de batalla, por orden del Zar, a la capital rebelde, no pudieron llegar. En las proximidades de la ciudad los ferroviarios se rehusaron a transportarlas y los soldados se indisciplinaron y se pasaron resueltamente a la revolución. Algunos volvieron al frente, otros se dispersaron tranquilamente por el país.
El mismo Zar, que se dirigía a la capital por ferrocarril, vio detenerse su tren en la estación de Dno y dar marcha atrás hasta Pskov. Allí fue entrevistado por una delegación de la Duma y por personajes militares plegados a la revolución. Era necesario rendirse ante la evidencia. Después de algunas cuestiones de detalle, Nicolás II firmó su abdicación, por sí y por su hijo Alexis, el 2 de marzo.
Un momento, el gobierno provisorio pensó en hacer subir al trono al hermano del ex emperador, el gran duque Miguel, pero éste declinó el ofrecimiento y declaró que la suerte del país y de la dinastía debía ser puesta en manos de una Asamblea Constituyente regularmente convocada. El frente aclamaba la revolución. El zarismo había caído. La Asamblea Constituyente fue inscripta en el orden del día. Esperando su convocación, el gobierno provisorio se constituía en autoridad oficial, «reconocida y responsable». Así terminó el primer acto de la revolución victoriosa.
El punto capital a destacar en tales hechos es que la acción de las masas fue espontánea, victoriosa lógica y fatalmente, tras un largo período de experiencias vividas y de preparación moral. No fue organizada ni guiada por ningún partido político. 51
Apoyada por el pueblo en armas (el ejército) triunfó. El elemento de organización debía intervenir, e intervino, inmediatamente después. A causa de la represión, todos los organismos centrales de los partidos políticos de izquierda, así como sus jefes, se encontraban, en el momento de la revolución, lejos de Rusia. Martov, del socialdemócrata; Chernov del socialista revolucionario; Lenin, Trotski, Lunacharski, Losovski, Rikov, Bujarin, etc., todos ellos vivían en el extranjero. Solo después de la Revolución de febrero volvieron al país. (p. 50,y 51y 52)
El gobierno provisional formado por la Duma era burgués y conservador. Sus miembros, Príncipe Lvov, Guchkov, Miliukov y otros, pertenecían (salvo Kerenski, vagamente socialista), políticamente al Partido Constitucional Demócrata, y socialmente a las clases privilegiadas. Para ellos, una vez vencido el absolutismo, la revolución estaba terminada. (p. 53)
Kerenski no osó ni abandonar la guerra, ni dar la espalda a la burguesía y apoyarse firmemente sobre la clase trabajadora. Ni siquiera se atrevió a continuar la revolución y a acelerar la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
¡La guerra a todo precio y por todos los medios!
Kerenski adoptó reformas inoportunas: restablecimiento de la pena de muerte y de los consejos de guerra en el frente; medidas represivas en la retaguardia; en seguida muchas visitas al frente para pronunciar arengas y discursos inflamados que debían, según él, hacer renacer en los soldados el entusiasmo guerrero de la primera hora, la guerra continuaba por la sola fuerza de la inercia, y quería darle mayor impulso con palabras y castigos, sin comprender la realidad.
Tanto peroraba, que su título de comandante en jefe (además de presidente del Consejo de Ministros) fue rápidamente modificado por el público en orador en jefe.
En dos meses, su popularidad cayó en el ridículo; los trabajadores y los soldados terminaron por burlarse de sus discursos, pues querían actos de paz y de revolución social, así como la convocación rápida de la Constituyente. La obstinación con que todos los gobiernos retardaron esta convocatoria fue una de las razones de su impopularidad. Los bolcheviques se aprovecharon de ello y prometieron la convocatoria de la Asamblea en cuanto estuvieran en el poder.
Las razones de la bancarrota del gobierno Kerenski fueron las mismas que provocaron el fracaso de los gobiernos precedentes: la imposibilidad para los socialistas moderados de cesar la guerra; la impotencia lastimosa de este cuarto gobierno para resolver los problemas urgentes y su intención de mantener la revolución dentro de los límites del régimen burgués.
Las lógicas consecuencias de esas insuficiencias fueron fatales, y agravaron la situación y precipitaron la caída de Kerenski.
El partido bolchevique, habiendo reunido sus mejores fuerzas y teniendo también un poderoso organismo de propaganda y de acción, derramaba diariamente a través del país, por miles de voces y artículos, críticas hábiles, sustanciosas, vigorosas, contra la política, la actitud y la actividad toda del gobierno y de todos los socialistas moderados.
Estaba por la inmediata terminación de la guerra, la desmovilización, la continuación de la revolución. Difundía, con máxima energía, sus ideas sociales y revolucionarias.
Repetía todos los días sus promesas de convocar inmediatamente la Constituyente y de resolver, en fin, rápidamente y con buen éxito, todos los problemas de la hora si llegaba al poder. Golpeaba diariamente el mismo clavo sin cansarse ni dejarse intimidar: ¡El poder! «Todo el poder para los Soviets», clamaba continuamente. El poder político para el comunismo, y todo quedaría arreglado y resuelto.
Cada vez más escuchado y seguido por los trabajadores intelectuales, por los obreros y por el ejército; multiplicando vertiginosamente el número de adherentes y penetrando así en todas las fábricas y empresas, el partido bolchevique disponía ya en junio de cuadros imponentes de militantes, agitadores, propagandistas, escritores, organizadores y hombres de acción. También disponía de fondos considerables. Y tenía a su cabeza un Comité Central poderoso, dirigido por Lenin. Desplegaba una actividad tremenda, febril, fulminante, y pronto se sintió, al menos moralmente, dueño de la situación, tanto más cuanto que no tenía rivales en la extrema avanzada. El Partido Socialista Revolucionario de izquierda, mucho más débil, no era más que un satélite; la propaganda anarquista estaba en sus comienzos, y el sindicalismo revolucionario no existía.
Kerenski, presionado por sus aliados, fascinado por sus sueños guerreros y probablemente por sus propios discursos, tuvo la desgracia de desencadenar, el 18 de junio, su famosa ofensiva sobre el frente alemán, que fracasó lamentablemente y dio un golpe terrible a su popularidad. Ya el 3 de julio estalló en Petrogrado una revuelta armada contra el gobierno, con participación de tropas, particularmente marinos de Kronstadt, a los gritos de «¡Abajo Kerenski! ¡Viva la revolución social! ¡Todo el poder para los Soviets!». Esta vez Kerenski pudo todavía, aunque con dificultad, dominar la situación. Pero perdió hasta la sombra de su antigua influencia. Un acontecimiento particular le dio el golpe de gracia. Desesperado por la marcha ascendente de la revolución y por la indecisión de Kerenski, un general blanco, Kornilov9, sacó del frente algunos millares de soldados, la mayoría pertenecientes a tropas caucasianas, especie de tropas coloniales, más fácilmente manejables y engañables, les mintió sobre lo que pasaba en la capital y los mando sobre Petrogrado, bajo el mando de un general leal, «para terminar con las bandas de criminales armados y defender al gobierno, impotente para exterminarlos».
Kerenski no ofreció a Kornilov más que una débil resistencia, de pura apariencia.
La capital fue salvada únicamente gracias a un impulso fogoso, a un prodigioso esfuerzo y al sacrificio de los mismos obreros. Con la ayuda de la izquierda del Soviet de Petrogrado, algunos miles de obreros se armaron a toda prisa y partieron por propia iniciativa al frente contra Kornilov. Una batalla en las proximidades de Petrogrado quedó indecisa. Los obreros no cedieron una pulgada de terreno, pero dejaron muchos cadáveres, y no estaban seguros de tener, al día siguiente, suficientes hombres y municiones. Gracias a una acción rápida y enérgica de ferroviarios y empleados del telégrafo, ayudados vigorosamente por comités de soldados del frente, el cuartel general de Kornilov fue aislado. Por la noche, los soldados de Kornilov, sorprendidos por la heroica resistencia de los bandidos, los criminales y holgazanes, y previendo el engaño, pudieron comprobar que los cadáveres todos tenían las manos callosas de los trabajadores auténticos. Algunos grupos socialistas del Cáucaso en Petrogrado decidieron hacer llegar una delegación al campamento de las tropas de Kornilov. La delegación se encaró con los soldados, los puso al corriente de la verdadera situación, destruyó definitivamente la fábula de los bandidos y los persuadió a abandonar la lucha fratricida. A la mañana siguiente, los soldados de Kornilov declararon que habían sido engañados, rehusaron batirse contra sus hermanos y volvieron al frente. Así fracasó esta aventura.
Al día siguiente la opinión pública acusó a Kerenski de haber estado secretamente en connivencia con Kornilov; verdadera o no, esta versión se divulgó; moralmente se responsabilizó al gobierno de Kerenski y en general a los socialistas moderados; el camino estaba despejado para una resuelta ofensiva del partido bolchevista.
Se produjo aún un hecho de importancia capital. En las nuevas elecciones de delegados a los Soviets, de los comités de fábrica y de las células del ejército, los bolchevistas obtuvieron una abrumadora victoria sobre los socialistas moderados; el partido bolchevique se apoderó definitivamente de toda la acción obrera y revolucionaria; con el concurso de los socialistas revolucionarios de izquierda, ganó también grandes simpatías entre el campesinado. Excelentes posiciones estratégicas estaban ahora en sus manos para una acción decisiva.
Lenin encaró la convocatoria de un congreso panruso de los soviets, que debía levantarse contra el poder de Kerenski, derribarlo con la ayuda del ejército e inaugurar el del partido bolchevique.
Los preparativos para la ejecución del plan comenzaron de inmediato, en parte públicamente y en parte reservadamente. Lenin, obligado a ocultarse, dirigía las operaciones a distancia. Kerenski, aun olfateando el peligro, era impotente para conjurarlo. Los acontecimientos se precipitaron, y el último acto del drama iba a comenzar.
En resumen, todos los gobiernos conservadores o moderados que se sucedieron de febrero a octubre de 1917 probaron su impotencia para resolver los problemas excepcionalmente graves y agudos que la revolución planteó, por lo que el país echo por tierra sucesivamente, en el corto espacio de ocho meses, al gobierno conservador burgués de factura constitucional, a la democracia burguesa y, al fin, al poder socialista moderado.
Dos hechos marcaron sobre todo esa impotencia: primero, la imposibilidad para el país de continuar la guerra, y para los gobiernos de hacerla cesar; segundo, la urgencia que el país atribuía a la convocatoria a la Asamblea Constituyente y la imposibilidad para los gobiernos de convocarla.
La vigorosa propaganda de la extrema izquierda por la inmediata paralización de la guerra, por la rápida convocación de la Constituyente y por la revolución social integral , como único medio de salvación, junto a otros factores de menor importancia, excitaron esta marcha fulminante de la revolución.
Así, la Revolución rusa, desencadenada a fines de febrero de 1917 contra el zarismo, quemó rápidamente las etapas de una revolución política burguesa, democrática y socialista moderada. En octubre, libre de obstáculos el camino, la revolución se asentó, efectiva y definitivamente, en el terreno de la Revolución social. Fue perfectamente lógico y natural que, después de la caída de todos los gobiernos y partidos políticos moderados, el pueblo se volviera hacia el partido bolchevique, último partido existente, el único que permanecía en pie, que había encarado sin temor la Revolución social y que prometía, a condición de llegar al poder, la solución rápida y feliz de todos los problemas.
La propaganda anarquista, lo repetimos, era todavía demasiado débil para tener una influencia inmediata y concreta sobre los acontecimientos. Y el movimiento sindicalista no existía.
Desde el punto de vista social, la situación era ésta: tres elementos fundamentales se hallaban en presencia: primero, la burguesía; segundo, la clase obrera; tercero, el partido bolchevique, que figuraba como ideología de vanguardia.
La burguesía era débil y el partido bolchevique no tuvo demasiadas dificultades en destruirla.
La clase obrera también era débil. No organizada, sin experiencia y, en el fondo, inconsciente de su verdadera tarea, no supo obrar inmediatamente ella misma, por su propia cuenta. Se dejo llevar por el Partido Comunista, que se apoderó de su acción. Esta insuficiencia de la clase obrera rusa en los comienzos de la revolución sería fatal para la secuencia de los acontecimientos y también para la Revolución integral. (Ya hemos hablado del nefasto Pasivo de la revolución abortada de 1905-1906: la clase obrera no conquistó el derecho de organizarse; permaneció desunida. En 1917 se resentiría de ello.)
El partido bolchevique, al apoderarse de la acción, en lugar de prestar simplemente apoyo a los trabajadores en sus esfuerzos para completar la Revolución y emanciparse, en lugar de ayudarlos en su lucha, papel que en su pensamiento los
obreros le asignaban y que debiera ser, normalmente, el de todas las ideologías revolucionarias, y que por nada exige la toma ni el ejercicio del poder político10, el partido bolchevique, una vez en el poder, se instaló en él como dueño absoluto; se corrompió rápidamente y se organizó como casta privilegiada y, por consiguiente; destruyó y subyugó a la clase obrera para explotarla en su provecho, bajo nuevas formas.
De este hecho, toda la revolución resultará falseada, desviada, pues cuando las masas populares comprendan el error y el peligro será demasiado tarde: después de una lucha dura y desigual contra los nuevos amos, sólidamente organizados administrativa, militar y policialmente, que durará unos tres años y será ignorada fuera de Rusia, el pueblo sucumbirá. La verdadera (pp. 58, 59, 60)
Conocidas la extrema debilidad del gobierno Kerenski y la simpatía de una aplastante mayoría popular, con el apoyo activo de la flota de Kronstadt, siempre a la vanguardia de la revolución, y de gran parte de las tropas de Petrogrado, el Comité Central del partido bolchevique fijó la insurrección para el día 25 de octubre. El Congreso panruso de los soviets fue convocado para la misma fecha.
Los miembros del Comité Central estaban convencidos de que este congreso de mayoría bolchevique y obediente a las directivas del partido debía proclamar y apoyar la revolución y reunir todas las fuerzas para hacer frente a la resistencia de Kerenski. La insurrección se produjo el día señalado por la tarde. Y, simultáneamente, el congreso de soviets se reunió en Petrogrado. No hubo combates en las calles ni se levantaron barricadas.
Abandonado por todo el mundo, el gobierno Kerenski, asido a verdaderas quimeras, permanecía en el Palacio de Invierno, defendido por un batallón seleccionado, otro compuesto de mujeres y algunos jóvenes oficiales aspirantes. Tropas bolcheviques, de acuerdo con un plan establecido en el Congreso de soviets y el Comité Central del partido, cercaron el palacio y atacaron sus defensas. La acción fue sostenida por naves de guerra de la flota del Báltico, de Kronstadt, alineadas sobre el río Neva, con el crucero Aurora. Después de una breve escaramuza y algunos disparos de cañón desde el crucero, las tropas bolcheviques se apoderaron del palacio.
Kerenski había huido. Los demás miembros de su gobierno fueron arrestados. Así, en Petrogrado la insurrección se limitó a una pequeña operación militar, conducida por el partido bolchevique. Habiendo quedado vacante el gobierno, el Comité Central del partido se instaló como vencedor en aquella revolución de palacio. (…)
En Moscú y otras partes la toma del poder por el partido bolchevique se efectuó con menos facilidad.
Moscú vivió días de combates encarnizados entre las fuerzas revolucionarias y las de la reacción, que dejaron muchas víctimas. Numerosos barrios de la ciudad resultaron muy dañados por el fuego de la artillería. Finalmente, la revolución la ocupó. En otras ciudades, igualmente la victoria costó violentas luchas.
El campo, en general, permaneció casi indiferente. Los campesinos estaban muy absorbidos por sus preocupaciones locales: desde hacía mucho tiempo se preocupaban en resolver por sí mismos el problema agrario; no temían el poder de los bolcheviques.
Puesto que tenían la tierra y no temían el retorno de los señores, estaban bastante satisfechos y eran indiferentes ante los defensores del trono. No esperaban nada malo de los bolcheviques, ya que se decía que éstos querían terminar la guerra, lo cual les parecía justo. No tenían, pues, ningún motivo para desconfiar de la nueva revolución. (pp. 62 y 63)
Los anarcosindicalistas expresaron así sus dudas y su pensamiento (Golos Truda, semanario de Petrogrado, número 11, 20 de octubre de 1917, editorial «¿Es éste el final?»):
La realización eventual de todo el poder para los soviets –la toma del poder político, mejor dicho-, ¿será el final? ¿Será esto todo? ¿Consumará este acto la obra destructiva de la revolución? ¿Allanará definitivamente el terreno para la gran edificación social, para el impulso creador del pueblo en revolución?
La victoria de los soviets –si se verifica- y, una vez más, la organización del poder que la siga, ¿significará efectivamente la victoria del Trabajo, de las fuerzas organizadas de los trabajadores, el comienzo de la verdadera construcción socialista? Esta victoria y este nuevo poder, ¿lograrán sacar la revolución del callejón sin salida en que se ha metido? ¿Lograrán abrir nuevos horizontes creadores a la revolución, a las masas, a todos? ¿Señalarán a la revolución el verdadero camino de un trabajo constructivo, la solución efectiva de todos los problemas candentes de la época?
Todo dependerá de la interpretación que los vencedores den a la palabra poder y a su noción de la organización del poder, y de qué modo la victoria será utilizada acto seguido por los elementos que dispondrán del llamado poder.
Si por poder se quiere significar que todo trabajo creador y toda actividad organizadora, en toda extensión del país, pasarán a las manos de los organismos obreros y campesinos, sostenidos por las masas armadas. Si se entiende por poder el pleno derecho de estos organismos de ejercer tal actividad y federarse con este fin, natural y libremente, comenzando así la nueva construcción económica y social que oriente la revolución hacía nuevos horizontes de paz, de igualdad económica y de verdadera libertad.
Si la palabra de orden «todo el poder para los soviets» no significa la instalación de núcleos de un poder político, subordinados a un centro político y autoritario general del Estado.
Si, en fin, el partido político aspirante al poder y a la dominación se elimina después de la victoria y cede efectivamente su lugar a una libre autoorganización de los trabajadores.
Si el poder de los soviets no deviene, en realidad, un poder estatista de un nuevo partido político.
Entonces, solamente entonces, la nueva crisis podrá ser la última y significar el principio de una nueva era.
Pero si se entiende por poder una actividad de núcleos políticos y autoritarios de partido, dirigidos por su centro político y autoritario (poder central del partido y del Estado); si la toma del poder los soviets significa, en realidad, la usurpación del poder por un nuevo partido político, con el fin de reconstruir, con ayuda de ese poder, desde arriba y desde el centro, toda la vida económica y social del país, y resolver igualmente los complicados problemas del momento y de la época, entonces, esta nueva etapa de la revolución no será tampoco definitiva. No dudamos un solo instante que este nuevo poder no sabrá comenzar la verdadera construcción socialista, ni siquiera satisfacer las necesidades y los intereses esenciales e inmediatos de la población. No dudamos que pronto las masas se decepcionarán de sus nuevos ídolos y habrán de volverse hacía nuevas otras soluciones. Entonces, tras un intervalo más o menos prolongado, la lucha recomenzará necesariamente. Y será el comienzo de la tercera y última etapa de la Revolución rusa, la que hará de ella, efectivamente, una Gran Revolución.
Será ésta una lucha entre las fuerzas vivas desplegadas por el impulso creador de las masas, por una parte, y el poder socialdemócrata, de espíritu centralista, defendiéndose furiosamente, por la otra; esto es: lucha de los organismos obreros y campesinos actuantes directamente y por iniciativa propia, que toman posesión de la tierra y de todos los medios de producción, de transporte y distribución, para establecer, en entera independencia, una vida humana verdaderamente nueva, por una parte; y la autoridad marxista política, por la otra; lucha, en fin, entre los sistemas libertario y autoritario, entre los dos principios que se disputan desde hace tanto tiempo la preeminencia: el principio anarquista y el marxista.
Sólo la victoria completa, definitiva, del principio anarquista, principio de autoorganización libre y natural de las masas, significará la verdadera victoria de la Gran Revolución.
No creemos en la posibilidad de cumplir la Revolución social por el procedimiento político.
No creemos que la obra de la nueva construcción social ni la solución de los problemas tan vastos, varios y complicados de nuestro tiempo puedan ser realizados por actos políticos, mediante la toma del poder, desde arriba, desde el centro…
¡Quién viva, verá! (pp. 82, 83)
Febrero de 1917
Sujánov, “Apuntes sobre la revolución”:
“Ese día no se registraron choques con la policía o las tropas. Pero al día siguiente el movimiento creció. La huelga se extendió a la mitad del proletariado de San Petersburgo. Grandes masas proletarias, con banderas rojas, cantando himnos revolucionarios se lanzaron a las calles y plazas.
A la consigna de ‘Pan’ se sumaron las que condenaban a la guerra y la burguesía zarista. A las masas de obreros se unieron las de estudiantes y otros sectores. La represión, paralelamente, tuvo que cobrar más intensidad. Pero resultaba imposible dispersar tal marea multitudinaria. Además, las crónicas registran para ese día algunas actitudes significativas de la relación entre las masas y los soldados. En la plaza Snamenski, un diputado vió a la muchedumbre aplaudir a los cosacos. Intrigado por el hecho, fue informado por un transeúnte de que los cosacos habían alejado a la policía a causa de los métodos brutas que ésta empleaba con la gente. Poco después, el general Martinov informaría que ‘la gran mayoría de los soldados no estaban conforme con la tarea de reducir la revuelta que se le había asignado y disparaban únicamente por haber sido obligados a ello’.
El día 25, el movimiento se transformó casi en huelga general, con características semejantes al día anterior. Pero el zarismo estaba aún más lejos que Sir Buchanan (diplomático británico) de sospechar que se avecinaba su caída. El zar, desde su Cuartel General, le dirigió al Comandante Militar de la Capital, en horas de la tarde, el siguiente telegrama:
‘Le ordeno poner fin, a partir de mañana, a todos los desórdenes en las calles de la capital, por ser inadmisibles en estos difíciles momentos en que nos encontramos en guerra con Alemania y Austria.’
Al caer la tarde parecía que las masas se dispersaban definitivamente, como los registró un dirigente menchevique: ‘A las cinco de la tarde parecía que el zarismo se hubiera impuesto nuevamente y que el movimiento hubiera quedado definitivamente sofocado.” (pp. 79, 80, 81)
“El día 26 fue decisivo en este sentido. Las fuerzas policiales habían sido retiradas. Por su parte, no se sentían suficientemente respaldadas por las tropas, si al ejercer su represión resultaban rebasadas por las masas. Por la otra, el gobierno calculaba que su odiosa presencia excitaba más la combatividad del pueblo.
Como era domingo, a los dirigentes de la base obrera les resultaba imposible medir la decisión de mantener la huelga. No obstante hubo manifestaciones.
Siguiendo las instrucciones del zar, las tropas recibieron orden de disparar sus armas sin vacilar. En muchos casos lo hicieron y creció el número de muertos.
Pero en muchos otros se negaron a ir más allá de los disparos al aire. La orden de endurecer la represión fue decisiva: la negativa a acatarla estaba a un paso de la sublevación. Y si esto sucedía entre los soldados entre los oficiales cundió la deserción. Así quedó preparado el terreno para el día 27, el decisivo. Desde temprano, los obreros que concurren a las fábricas realizan asambleas que por unanimidad resulten continuar la huelga y el movimiento. Paralelamente, los regimientos se van sublevando uno tras otro, comenzando por el regimiento de Volinski que salió a la calle con la expresa finalidad de exhortar a otras unidades a la sublevación. Así se unieron grupos de obreros armadas y soldados para destruir las comisarías y cuarteles de gendarmes. A media mañana, el jefe militar de la capital, general Jabálov, recibía consternado la noticia de que los regimientos Volinski, Preobrajenski y de Lituania, unidos a obreros armas, habían procedido a la destrucción del cuartel general de la gendarmería.
La mayoría de las tropas que no se sublevaron permanecieron neutrales. Los pocos regimientos que intentaron resistir la insurrección fueron rápidamente reducidos por los obreros y soldados revolucionarios. En total, durante los cinco días, se registraron en San Petersburgo un millar y medio de muertos. La revolución se produjo asimismo en las otras ciudades importantes de Rusia, pero los acontecimientos decisivos t6uvieron lugar en la capital.
‘La Revolución de febrero de 1917 que derribó a la dinastía de los Románov fue la explosión espontánea del descontento de una multitud exasperada por las privaciones impuestas por la guerra y por la patente disparidad en la distribución de las cargas sociales. La revolución fue saludada con júbilo y aprovechada por gran parte de la burguesía y de la clase de los funcionarios estatales, que no creían ya en la bondad de la autocracia como forma de Gobierno y que, sobre todo, no tenían ningún respeto al zar ni a sus consejeros; y fue de ese sector de la población de donde salió el primer gobierno provisional. Los partidos revolucionarios no tuvieron parte alguna en el desarrollo de la revolución. En realidad, éstos no la esperaban y al principio les dejó un tanto perplejos.’ (Carr, “la revolución bolchevique”)” (pp. 82, 83, 84)
“Durante los cinco días decisivos el Zar permaneció en el Cuartel General de Mogilev, fuera de la capital. Como hemos consignado, el día 25, aunque algo preocupado, creía posible reprimir los ‘disturbios’ tan sólo mediante una orden severa, como lo revela su telegrama al general Jabálov.
El 27 todavía juzgaba, según las crónicas, que los mensajes ansiosos y dramáticos que le enviaban sus ministros eran ‘tonterías’. Pero el día 28, ya consumada la revolución, la propia Zarina, menos deseosa todavía que Nicolás II de ver la realidad, le telegrafió desde la Capital: ‘Es necesario hacer concesiones. Las huelgas continúan y muchas tropas se han pasado a la revolución’.
Nicolás partió entonces en su tren imperial hacia San Petersburgo. Pero el tren fue detenido en la localidad de Vischera por los obreros ferroviarios que se negaron a darle paso. Entonces el tren desvió a Psdov. Mientras tanto, el Zar se convencía de la necesidad de hacer concesiones y trató de negociar, al tiempo que ordenaba a algunas tropas que avanzaran sobre San Petersburgo. Pero cuando Jabálov informó al General Ivánov, que avanzaba al frente de tales tropas, sobre la situación, éste decidió prudentemente detenerse donde estaba.
El 1º de marzo por la noche el Zar fue informado de que no contaba con ningún apoyo militar serio. Finalmente, el día 2, a las 3 de la tarde, abdicó, prestando un consentimiento puramente formal a una irreversible situación de hecho, aunque él creyera que todavía el suyo era un acto libre:
‘Para salvar a Rusia –escribió- y retener las tropas en el frente he decidido dar este paso. Manifesté mi conformidad, y desde el Cuartel General se envió un proyecto de manifiesto. Por la tarde llegaron de Petrogrado Guchkov y Chulguin, y después de entrevistarme con ellos, les entregué el manifiesto corregido y firmado. A la una de la noche me marché de Pskov con el corazón dolorido. Por todas partes traición, cobardía y engaño.’ (Nicolás II, “Diario íntimo”).
Pocos días después, junto con su familia, fue arrestado y puesto en prisión …” (pp. 87, 88)
“… el apartamiento de Miliúkov y de Guchkov del gabinete gubernamental iba a llevar a la formación de un gobierno de coalición democrática, más amplia que la del primero, que consistían tan sólo en la coalición octubrista-kadete más el agregado de Kerenski. Esta coalición pasará a contar con diez ministros capitalistas y seis socialista. El bloque liberal conserva así la mayoría. Los nuevos ministros socialistas son Tsereteli (Correos), Tchernov (Agricultura), Skóbelev (Trabajo), Terechtechenko (Asuntos Exteriores), Kerenski (Guerra y Marina). “ (p. 112, 113)
Ante la represión a los bolcheviques por parte del gobierno provisional Trotski dirige una carta pública al gobierno.
“Ciudadanos Ministros: entiendo que ustedes han decretado el arresto de los camaradas Lenin, Zinóviev y Kaménev, pero que la orden de detención no me incluye a mí. Considero por lo tanto necesario llamar la atención de ustedes sobre los siguientes hechos: 1. Yo comparto en principio la actitud de Lenin, Zinóviev y Kaménev y la he expresado en el periódico Vperiod y en todos mis discursos públicos. 2. Mi actitud frente a los sucesos del 3 al 4 de julio fue idéntica a la de los camaradas mencionados (…) Ustedes carecen de razones lógicas para eximirme del decreto en virtud del cual se han expedido órdenes de arresto contra Lenin, Zinóviev y Kaménev …
Carecen ustedes de razones para dudar de que yo sea un adversario tan irreconciliable de la política general del gobierno como los camaradas antes mencionados. Mi exención sólo subraya mejor el carácter contrarrevolucionario e injustificado de la medida que ustede3s han tomado contra ellos.’ (Trotski, Carta Abierta al Gobierno Provisorio).
El 23 de julio, efectivamente, fueron arrestados Trotski y Lunacharski. Varias semanas después, la Oganización Interdistrital, a la ambos pertenecían, ingresó al Partido bolchevique y Trotski pasó a ser miembro del Comité Central del mismo.” (pp. 125, 126)
“Con la derrota de Kornilov se desencadenó una nueva serie de acontecimientos que condujeron directamente a la insurrección de octubre. Así como la revolución abortada del 3 al 4 de julio inclinó la balanza a favor de la contrarrevolución, esta contrarrevolución abortada la inclinó mucho más vigorosamente en la dirección opuesta. El segundo gobierno de coalición se vino abajo. Los ministros ‘kadetes’ renunciaron porque no favorecían la acción de Kerenski contra Kornilov. Los ministros socialistas se retiraron porque sospechaban que Kerenski había intrigado previamente con Kornilov contra el soviet estimulando las ambiciones de aquél. Durante un mes, Kerenski, incapaz de reunificar los fragmentos de la coalición destrozada, gobernó a través de un llamado Directorio, un comité pequeño y muy poco representativo.” /Isaac Deutscher, Trotski, el profeta armado, en p. 131)
“El 23 de setiembre, el Sóviets de Petrogrado eligió a Trotski como su Presidente. Al asumir Trotski, en nombre del nuevo espíritu del soviet, exigió la renuncia de Kerenski y el traspaso del poder al Congreso de los soviets.” (p. 133)
“Pero el desenlace insurreccional de la revolución no se resolvía exclusivamente en preparativos militares en planes estratégicos, en traslados de regimientos. La lucha política continuaba a todo vapor. Los periódicos de los diversos partidos y tendencias se imprimían por millares y eran arrebatados a los vendedores por el público, agotándose rápidamente. Nunca el pueblo ruso había leído tanto y tan febrilmente interesado en las noticias, las posiciones, los desmentidos, las réplicas y contrarréplicas. Además de los periódicos, los volantes y manifiestos, y, desde luego, los discursos.” (p. 139)
“El 26 de octubre se produjo el desenlace, es decir, la caída del gobierno provisional. Según Trotski, la insurrección estaba prevista para el día 25 (lo cual coincide con la anterior transcripción de John Reed sobre el discurso de Lenin), pero comenzó con antelación y terminó después de lo previsto, es decir, recién en la noche del día 26 de octubre.
Ya el 25 a media mañana el Comité Militar Revolucionario dio un comunicado anunciando el triunfo de la insurrección. Según el dirigente mencionado, era apresurado porque el gobierno todavía no había sido depuesto, pero reconoce que, en realidad, la victoria en la capital al menos, era un hecho militar incuestionable. En efecto, el control militar de las centrales eléctricas y telefónicas, estaciones ferroviarias y puentes por los insurrectos era indudable.
En la noche anterior, todo estos puntos fundamentales habían sido ocupados por los Guardias Rojos y los regimiento regulares que respondían al Comité Militar Revolucionario (dirigido por Trotski) en una operación planeada cuidadosamente, y que se ejecutó con precisa velocidad y sin ninguna alharaca. Al mediodía se sabía ya que Kerenski había huído, y en poder de las fuerzas del Gobierno Provisional quedaba sólo el Palacio de Invierno, que sitió Antónov-Ovseienko.” (p. 143)
Los bolcheviques toman el poder
“De inmediato, al día siguiente, comenzó la tarea del nuevo poder soviético.
‘…Finalmente, Lenin se puso de pie, manteniéndose en el borde de la tribuna, paseó sobre los asistentes su ojillos semicerrados, aparentemente insensible a la inmensa ovación, que se prolongó durante varios minutos. Cuando ésta hubo terminado, dijo simplemente:
-ahora procederemos a la edificación del orden socialista.
Nuevamente se produjo en la sala un fuerte rugido humano.
-En primer lugar, es preciso adoptar medidas prácticas para la consecución de la paz … Ofreceremos la paz a todos los pueblos de los países beligerantes a base de las condiciones soviéticas: nada de anexiones, nada de indemnizaciones, derecho de los pueblos a determinar su propia existencia. Al mismo tiempo, de acuerdo con lo que hemos prometido, haremos públicos y denunciaremos todos los tratados secretos …’ (John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo)
A continuación, Lenin leyó la famosa Proclama, dirigida a los pueblos y gobiernos del mundo, en cuyo texto se desarrollaban los conceptos que acababa de exponer sintéticamente. Esto inauguró una línea nueva en la política internacional; en particular, la publicación de los pactos secretos para conocimientos de los pueblos significó un giro decisivo en las prácticas diplomáticas. La declaración fue aprobada por unanimidad. Más adelante, Lenin propuso la aprobación del decreto sobre la propiedad de la tierra. Éste abolía, sin indemnización, la propiedad latifundista, y atribuía poder a los comités agrarios de comarca, y a los Sóviets de campesinos de distrito, la potestad de disponer de las fincas expropiadas a los terratenientes. Su artículo 5º decía: ‘No serán expropiadas las tierras de los simples campesinos y de los simples cosacos.’ Esta resolución fue aprobada, así como la siguiente que instauró el primer gobierno soviético.
Para diferenciarse del tipo de gobierno anterior, buscaron un nombre acorde con la tradición revolucionaria popular, que se remontaba a la revolución francesa, y los ministros pasaron a denominarse Comisarios del Pueblo. Así, el gobierno pasó a ser ejercido por un Consejo de Comisarios del Pueblo.
El decreto respectivo iba creando las primeras bases constitucionales del Estado Soviético, al establecer que dicho Consejo era responsable ante el Congreso de los Sóviets de diputados obreros, campesinos y soldados de toda Rusia y su Comité Ejecutivo Central (Tsik), quienes tenían el derecho de revocar sus mandatos. Luego establecía también los nombres del primer Consejo: al frente, como presidente del Consejo: Vladimir I. Uliánov (Lenin); en interior: A. Rykov y en Negocios Extranjeros: León D. Bronstein (Trotski).
De los Asuntos Militares y Navales, se nombró un Comité formado V. A. Ovseienko (Antónov), Krylenko y Dybenko.
El resto de los “comisariatos” fue el siguiente: Agricultura: Millútin; Trabajo, Schilápnikov; Asuntos de las Nacionalidades, José V. Dzhugashvili (Stalin); Comercio e Industria, Noguin; Instrucción Pública, A. V. Lunacharski; Finanzas, I. Skvortsov (Stepánov); Justicia, G. I. Oppókov (Lómov); Abastecimiento, I. A. Teodórovich; Correos y Telégrafos, N. P. Avilov (Glévob).
Continuó reinando el silencio, pero cuando se comenzó la lectura de la lista de comisarios, estallaron los aplausos después de leerse cada nombre, sobre todo al llegar a los de Lenin y Trotski (…). La sala estaba erizada de bayonetas. El Comité Militar Revolucionario armaba a todo el mundo: el bolcheviquismo se preparaba para el combate decisivo contra Kerenski …” (John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo. En pp. 152 a 155)
“La necesidad de recurrir a especialistas formados en el antiguo régimen, no se limitó, desde luego, al plano militar. La construcción económica los necesito igualmente.” (p. 158)
“Las dificultades emergentes del atraso ruso fueron casi una obsesión de los últimos años de Lenin.
‘Lanzad una mirada al mapa de la República Federal Rusa. Al norte de Vologoa, al suroeste de Rostov del Don y de Saratov, al sur de Onrenburg y de Omsk, al norte de Tomsk se extienden territorios inmensos en los cuales encontraríamos decenas de Estados civilizados. En todos estos territorios reinan el patriarcado, la semibarbarie y la barbarie verdadera. ¿Y en los campos remotos del resto de Rusia? Por todas partes decenas de kilómetros de carreteras vecinales –más exactamente decenas de kilómetros sin carreteras- separan las aldeas del ferrocarril, es decir, del ligamen material con la civilización, con el capitalismo, con la gran industria, con la gran ciudad. ¿No predomina por todos lugares el patriarcado, el oblomovismo, la semibarbarie …? El capitalismo es un mal frente al socialismo. El capitalismo es un bien frente al período medieval, frente a la pequeña producción, frente al burocratismo que ha llevado a la dispersión de los pequeños productores … La raíz económica de nuestro burocratismo es variada: el fraccionamiento, la dispersión de los pequeños agricultores, su miseria, su incultura, la insuficiencia de carreteras, la ignorancia, la falta de cambios entre la agricultura y la industria, la ausencia de ligámenes y contactos entre éstas.” (Lenin, Sobre el impuesto en especies) (pp. 159, 160)
"La época contemporánea" de Maurice Crouzet
Crouzet, M. “La época contemporánea”
“El resultado más importante de la primera guerra mundial ha sido sin duda la revolución rusa (…) pues ha roto la unidad del mundo que casi se había realizado en 1913. Bajo la dirección de las principales potencias europeas y de los Estados Unidos, todos los países económica y militarmente ‘atrasados’ se habían incorporado de grado o por fuerza en el mismo sistema económico y social, adoptando los mismos ideales los mismos modos de pensar y la misma técnica. El año 1917 marca una brusca ruptura. A partir de esta fecha se levanta frente al mundo liberal y capitalista un sistema de organización completamente nuevo, cuyos principios fundamentales son radicalmente opuestos y que evolucionará según reglas propias. Partiendo de una economía agrícola primitiva, la Rusia bolchevique se transformará en una potencia industrial y militar de primer orden.
(…)
Capítulo primero: La Revolución Rusa
El régimen zarista se hunde en pocos días bajo la presión de un movimiento espontáneo, en cuya preparación los revolucionarios sólo han desempeñado, al principio, un papel limitado. Muy pronto la monarquía constitucional, que era el objetivo de los primeros jefes de la revolución debe dejar paso a una república liberal y burguesa, y al cabo de pocos meses el fracaso de este régimen es de tal magnitud que se desmorona a su vez; en esta ocasión el partido bolchevique emprende la fundación de un Estado socialista.
(…)
I. La casa en llamas
La rapidez con que se produce este hundimiento se explica por la completa descomposición del régimen zarista. El imperio de Nicolás II, fundado en la opresión de las nacionalidades sometidas y en el dominio de una aristocracia poco numerosa, se había visto seriamente amenazado por la derrota y por las intentonas revolucionarias de 1905; el restablecimiento de la autoridad se había conseguido tan sólo gracias a una firme represión, favorecida por la ayuda económica de Francia, pero los antagonismos internos subsistían en todas las esferas y la guerra los acentúa hasta hacerlos intolerables.
(…)
Los antagonismos sociales y nacionales
La política de rusificación dirigida por el gobierno, la iglesia ortodoxa y el ejército- no sólo sobre las nacionalidades claramente alógenas sino también sobre los ucranianos- se había agravado todavía más desde 1905-1906 levantando unánimemente a la población contra el régimen y provocando en todas partes el nacimiento de partidos nacionalistas de tendencia separatista. El crecimiento de la población hacía que el ‘hombre de tierra’ fuese más vivo entre los campesinos, al tiempo que el desarrollo de la gran industria provocaba la formación de una clase obrera numerosa y misérrima, en el seno de la cual la fuerte concentración industrial favorecía la aparición de una conciencia de clase. Relativamente poco numerosa, la burguesía estaba descontenta, y sufría la arrogancia, la corrupción y la incapacidad administrativa de un régimen arcaico que desconocía sus intereses y obstaculizaba su progreso.
(…)
El gobierno provisional burgués
Bajo la presión de los obreros y de los soldados amotinados el régimen se desmorona casi sin resistencia, abandonado por quienes detentan la autoridad salvo por una fracción de la policía. Como en 1905, los vencedores forman espontáneamente un Soviet constituído por diputados de los obreros y de los soldados cuyo Comité Ejecutivo está presidido por un menchevique y Kerensky, que es socialista revolucionario. Por su parte, bajo la presidencia del príncipe Lvov, ministro del Interior, la Duma ha instituído un gobierno provisional.
Tras la desaparición de la monarquía que los burgueses y nobles liberales hubieran querido mantener para restablecer la disciplina militar y el orden social, aparece un régimen dualista en el que se oponen el gobierno provisional ‘legal’ que representa a la burguesía liberal, aunque sin poder, y el activo y dinámico Soviet que hace presión sobre aquél y cuya influencia aumenta a medida que los Soviets se multiplican hasta en los más pequeños pueblos. El gobierno provisional, con sus reformas introduce en Rusia las libertades clásicas de los países occidentales: Independencia de la iglesia ortodoxa, jurados en la administración de justicia, consejos administrativos locales elegidos mediante sufragio universal y jornada de 8 horas; pero mantiene el principio de ‘la Rusia una e indivisible’ y sólo reconoce la independencia de Polonia. Prosigue la guerra, demora la reforma agraria y busca la colaboración de las antiguas clases dirigentes. Esta actitud favorece el progreso del partido bolchevique, cuyo programa radical es popular: paz, libertad para las nacionalidades, expropiación de las grandes fincas y nacionalización de la tierra, de los bancos y de las grandes empresas y control obrero sobre la producción. Mucho menos sangrienta que la de marzo, la revolución de octubre derroca el gobierno de Kerensky, abandonado por todos aquellos que habían de ser sus partidarios, en medio de la apatía del pueblo.”
"La Revolución Desconocida" de Volin (protagonista de la Revolución)
En el campo, la pauperización y el descontento crecían. Los campesinos -140 millones de hombres, mujeres y niños- eran considerados como ganado humano. Los castigos corporales existieron, de hecho, hasta 1904, aunque habían sido abolidos por la ley de 1863. Falta de cultura general e instrucción elemental; maquinaria primitiva e insuficiente; carencia de crédito, protección y socorro; impuestos harto elevados; trato arbitrario, despreciativo e implacable por parte de las autoridades y las clases superiores; reducción continua de las parcelas de terreno a consecuencia de divisiones entre los nuevos miembros de las familias; competencia entre los campesinos acomodados y los propietarios de tierras, tales eran las múltiples causas de esa miseria. «Incluso la comunidad campesina, el famoso mir, no alcanzaba a mantener a sus miembros. El gobierno de Alejandro III y el de su sucesor, Nicolás II, hicieron lo posible para reducir el mir a una simple unidad administrativa estrechamente vigilada y dirigida a látigo por el Estado, útil sobre todo para recoger o, mejor, arrancar por la fuerza los impuestos y los censos.» ("La Revolución desconocida" p. 21)
En 1900 se manifestó una importante divergencia en el seno del Partido Socialdemócrata; una parte de sus miembros, atenida al programa mínimo, entendía que la revolución rusa, inminente, sería una revolución burguesa, muy moderada en sus resultados. No creía en la posibilidad de pasar de un salto de la monarquía feudal al socialismo. Una república democrática burguesa, al abrir las puertas a una rápida evolución capitalista, echaría las bases del futuro socialismo: tal era su idea fundamental. Una revolución social en Rusia era, según su parecer,
imposible entonces.
Sin embargo, muchos miembros del partido eran de distinta opinión. Para ellos, la próxima revolución tenía ya todas las posibilidades de convertirse en una revolución social, con sus consecuencias lógicas. Estos socialistas renunciaban al programa mínimo y se preparaban a la conquista del poder por el partido y a la lucha inmediata y decisiva contra el capitalismo.
Líderes del primer grupo eran Plejanov, Martov y otros. El gran inspirador del segundo fue Lenin. La escisión definitiva entre ambos grupos se produjo en 1903, en el Congreso de Londres. Los socialdemócratas de tendencia leninista estaban allí en mayoría. Mayoría es, en ruso, bolshinstvó; a sus partidarios se les llamó bolcheviques (mayoritarios). Minoría es menshinstvó, de donde procede mencheviques (minoritarios). Las tendencias se denominaron bolchevismo, la mayoritaria, y menchevismo, la minoritaria.
Después de su victoria de 1917, los bolcheviques se constituyeron en Partido Comunista, en tanto que los mencheviques conservaron el nombre de Partido Socialdemócrata. (p. 43)
En enero de 1917 la situación se hizo ostensible. El caos económico, la miseria del pueblo trabajador y la desorganización social llegaron a tal punto que los habitantes de las grandes ciudades, en Petrogrado8 especialmente, comenzaron a carecer de combustibles, de ropas, carne, manteca, azúcar y aun de pan.
En febrero, la situación se agravó más. A pesar de los esfuerzos de la Duma, las asambleas provinciales, las municipalidades, los comités y las uniones, no sólo la población de las ciudades se vio ante el hambre, sino que el aprovisionamiento del ejército devino muy deficiente. Al mismo tiempo, el desastre militar fue completo. (p. 49)
El 24 de febrero comenzaron los tumultos en Petrogrado. Provocados sobre todo por la falta de víveres, no parecía que fueran a agravarse. Pero al día siguiente, 25 de febrero de 1917 (calendario antiguo), los acontecimientos recrudecieron; los obreros de la capital, sintiéndose solidarios con el país entero, en extrema agitación desde semanas, hambrientos, sin pan siquiera, se lanzaron a las calles y se negaron a dispersarse.
Este primer día, sin embargo, las manifestaciones se mantuvieron prudentes e inofensivas. En masas compactas, los obreros, con sus mujeres e hijos, llenaban las calles y gritaban: «¡Pan! ¡Pan! ¡No tenemos qué comer! ¡Que se nos alimente o que se nos fusile a todos! ¡Nuestros hijos mueren de hambre! ¡Pan! ¡Pan!»
El gobierno imprudente, envió contra los manifestantes policía, destacamentos de tropas a caballo y cosacos. Pero había pocas tropas en Petrogrado, salvo los reservistas poco seguros. Además, los obreros no se amedrentaron y ofrecían a los soldados sus pechos; tomaban a sus hijos en brazos y gritaban: «¡Matadnos, si queréis! ¡Más vale morir de un balazo que de hambre!...» Los soldados, con la sonrisa en los labios, trotaban prudentemente entre la muchedumbre, sin usar sus armas, sin escuchar las ordenes de los oficiales, que tampoco insistían. En algunos lugares los soldados confraternizaban con los obreros, llegando hasta entregarles sus fusiles, apearse y mezclarse con el pueblo. Esta actitud de las tropas envalentonaba a las masas. No obstante, en ciertos puntos la policía y los cosacos cargaron contra grupos de manifestantes con banderas rojas. Hubo muertos y heridos.
En los cuarteles de la capital y de los suburbios los regimientos de guarnición titubeaban aún en sumarse a la revolución. El gobierno vacilaba también en mandarlos a combatirla.
El 26 de febrero a la mañana, el gobierno decretó la disolución de la Duma. Fue como la señal, que todos parecían esperar, para la acción decisiva. La novedad, conocida en todas partes en seguida, estimuló a la lucha; las manifestaciones se transformaron revolucionariamente. «¡Abajo el zarismo! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la Revolución!», eran los gritos que enardecían a la muchedumbre, que adoptaba sucesivamente una actitud cada vez más decidida y amenazante. Se comenzó a atacar a la policía; muchos edificios administrativos fueron incendiados, entre ellos el Palacio de Justicia. Las calles se interceptaron con barricadas y pronto aparecieron numerosas banderas rojas. Los soldados seguían en su neutralidad benévola, pero se mezclaban cada vez más con la muchedumbre. El gobierno podía contar cada vez menos con ellos.
Lanzó entonces contra los rebeldes todas las fuerzas policiales de la capital. Los policías formaron deprisa destacamentos de ataque en masa: instalaron ametralladoras en los tejados de las casas y de algunas iglesias, ocupando todos los puntos estratégicos, Luego comenzaron una ofensiva general contra las masas sublevadas.
La lucha fue encarnizada durante todo el 26 de febrero. En muchas partes la policía fue desalojada, sus agentes muertos y sus ametralladoras silenciadas. Pero, a pesar de todo, ella resistía con tenacidad.
El Zar, a la sazón en el frente, fue prevenido telegráficamente de la gravedad de los acontecimientos. En la espera, la Duma decidió declararse en sesión permanente y no ceder a las tentativas de su disolución.
La acción decisiva fue el 27 de febrero.
Desde la mañana, regimientos de la guarnición, abandonando toda vacilación, se amotinaron, salieron de sus cuarteles, armas en mano, y ocuparon algunos puntos estratégicos de la ciudad, después de pequeñas escaramuzas con la policía. La Revolución ganaba terreno. En un momento dado, una masa compacta, particularmente amenazante, decidida y parcialmente armada, se concentró en la plaza Znamenskaya y en los alrededores de la estación Nicolayevski. El gobierno envió dos regimientos de caballería de la Guardia Imperial, los únicos con que podía aún contar, y fuertes destacamentos de policías a caballo y a pie. Las tropas debían sostener y rematar la acción policial.
Tras de la intimación usual, el oficial de policía dio orden de cargar. Pero entonces se produjo este último estupendo hecho: el oficial que mandaba los regimientos de la guardia, levantó su sable al grito de: «¡Adelante! ¡Contra la policía, a la carga!», y lanzó los dos regimientos contra las fuerzas policiales, que fueron desorganizadas, derribadas y destrozadas.
Pronto la última resistencia de la policía fue quebrada. Las tropas revolucionarias se apoderaron del arsenal y ocuparon todos los puntos vitales de la ciudad. Rodeados por una muchedumbre delirante, los regimientos, con sus banderas desplegadas, se dirigieron al Palacio Tauride, donde sesionaba la pobre cuarta Duma, y se pusieron a su disposición.
Poco más tarde, los últimos regimientos de la guarnición de Petrogrado y alrededores se sublevaron. El zarismo no tenía más fuerza armada leal en la capital. La población estaba libre. La Revolución triunfaba.
Se constituyó un gobierno provisional, que comprendía miembros influyentes de la Duma, y que fue frenéticamente aclamado por el pueblo.
El interior se plegó entusiasta a la revolución. Algunas tropas, traídas del frente de batalla, por orden del Zar, a la capital rebelde, no pudieron llegar. En las proximidades de la ciudad los ferroviarios se rehusaron a transportarlas y los soldados se indisciplinaron y se pasaron resueltamente a la revolución. Algunos volvieron al frente, otros se dispersaron tranquilamente por el país.
El mismo Zar, que se dirigía a la capital por ferrocarril, vio detenerse su tren en la estación de Dno y dar marcha atrás hasta Pskov. Allí fue entrevistado por una delegación de la Duma y por personajes militares plegados a la revolución. Era necesario rendirse ante la evidencia. Después de algunas cuestiones de detalle, Nicolás II firmó su abdicación, por sí y por su hijo Alexis, el 2 de marzo.
Un momento, el gobierno provisorio pensó en hacer subir al trono al hermano del ex emperador, el gran duque Miguel, pero éste declinó el ofrecimiento y declaró que la suerte del país y de la dinastía debía ser puesta en manos de una Asamblea Constituyente regularmente convocada. El frente aclamaba la revolución. El zarismo había caído. La Asamblea Constituyente fue inscripta en el orden del día. Esperando su convocación, el gobierno provisorio se constituía en autoridad oficial, «reconocida y responsable». Así terminó el primer acto de la revolución victoriosa.
El punto capital a destacar en tales hechos es que la acción de las masas fue espontánea, victoriosa lógica y fatalmente, tras un largo período de experiencias vividas y de preparación moral. No fue organizada ni guiada por ningún partido político. 51
Apoyada por el pueblo en armas (el ejército) triunfó. El elemento de organización debía intervenir, e intervino, inmediatamente después. A causa de la represión, todos los organismos centrales de los partidos políticos de izquierda, así como sus jefes, se encontraban, en el momento de la revolución, lejos de Rusia. Martov, del socialdemócrata; Chernov del socialista revolucionario; Lenin, Trotski, Lunacharski, Losovski, Rikov, Bujarin, etc., todos ellos vivían en el extranjero. Solo después de la Revolución de febrero volvieron al país. (p. 50,y 51y 52)
El gobierno provisional formado por la Duma era burgués y conservador. Sus miembros, Príncipe Lvov, Guchkov, Miliukov y otros, pertenecían (salvo Kerenski, vagamente socialista), políticamente al Partido Constitucional Demócrata, y socialmente a las clases privilegiadas. Para ellos, una vez vencido el absolutismo, la revolución estaba terminada. (p. 53)
Kerenski no osó ni abandonar la guerra, ni dar la espalda a la burguesía y apoyarse firmemente sobre la clase trabajadora. Ni siquiera se atrevió a continuar la revolución y a acelerar la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
¡La guerra a todo precio y por todos los medios!
Kerenski adoptó reformas inoportunas: restablecimiento de la pena de muerte y de los consejos de guerra en el frente; medidas represivas en la retaguardia; en seguida muchas visitas al frente para pronunciar arengas y discursos inflamados que debían, según él, hacer renacer en los soldados el entusiasmo guerrero de la primera hora, la guerra continuaba por la sola fuerza de la inercia, y quería darle mayor impulso con palabras y castigos, sin comprender la realidad.
Tanto peroraba, que su título de comandante en jefe (además de presidente del Consejo de Ministros) fue rápidamente modificado por el público en orador en jefe.
En dos meses, su popularidad cayó en el ridículo; los trabajadores y los soldados terminaron por burlarse de sus discursos, pues querían actos de paz y de revolución social, así como la convocación rápida de la Constituyente. La obstinación con que todos los gobiernos retardaron esta convocatoria fue una de las razones de su impopularidad. Los bolcheviques se aprovecharon de ello y prometieron la convocatoria de la Asamblea en cuanto estuvieran en el poder.
Las razones de la bancarrota del gobierno Kerenski fueron las mismas que provocaron el fracaso de los gobiernos precedentes: la imposibilidad para los socialistas moderados de cesar la guerra; la impotencia lastimosa de este cuarto gobierno para resolver los problemas urgentes y su intención de mantener la revolución dentro de los límites del régimen burgués.
Las lógicas consecuencias de esas insuficiencias fueron fatales, y agravaron la situación y precipitaron la caída de Kerenski.
El partido bolchevique, habiendo reunido sus mejores fuerzas y teniendo también un poderoso organismo de propaganda y de acción, derramaba diariamente a través del país, por miles de voces y artículos, críticas hábiles, sustanciosas, vigorosas, contra la política, la actitud y la actividad toda del gobierno y de todos los socialistas moderados.
Estaba por la inmediata terminación de la guerra, la desmovilización, la continuación de la revolución. Difundía, con máxima energía, sus ideas sociales y revolucionarias.
Repetía todos los días sus promesas de convocar inmediatamente la Constituyente y de resolver, en fin, rápidamente y con buen éxito, todos los problemas de la hora si llegaba al poder. Golpeaba diariamente el mismo clavo sin cansarse ni dejarse intimidar: ¡El poder! «Todo el poder para los Soviets», clamaba continuamente. El poder político para el comunismo, y todo quedaría arreglado y resuelto.
Cada vez más escuchado y seguido por los trabajadores intelectuales, por los obreros y por el ejército; multiplicando vertiginosamente el número de adherentes y penetrando así en todas las fábricas y empresas, el partido bolchevique disponía ya en junio de cuadros imponentes de militantes, agitadores, propagandistas, escritores, organizadores y hombres de acción. También disponía de fondos considerables. Y tenía a su cabeza un Comité Central poderoso, dirigido por Lenin. Desplegaba una actividad tremenda, febril, fulminante, y pronto se sintió, al menos moralmente, dueño de la situación, tanto más cuanto que no tenía rivales en la extrema avanzada. El Partido Socialista Revolucionario de izquierda, mucho más débil, no era más que un satélite; la propaganda anarquista estaba en sus comienzos, y el sindicalismo revolucionario no existía.
Kerenski, presionado por sus aliados, fascinado por sus sueños guerreros y probablemente por sus propios discursos, tuvo la desgracia de desencadenar, el 18 de junio, su famosa ofensiva sobre el frente alemán, que fracasó lamentablemente y dio un golpe terrible a su popularidad. Ya el 3 de julio estalló en Petrogrado una revuelta armada contra el gobierno, con participación de tropas, particularmente marinos de Kronstadt, a los gritos de «¡Abajo Kerenski! ¡Viva la revolución social! ¡Todo el poder para los Soviets!». Esta vez Kerenski pudo todavía, aunque con dificultad, dominar la situación. Pero perdió hasta la sombra de su antigua influencia. Un acontecimiento particular le dio el golpe de gracia. Desesperado por la marcha ascendente de la revolución y por la indecisión de Kerenski, un general blanco, Kornilov9, sacó del frente algunos millares de soldados, la mayoría pertenecientes a tropas caucasianas, especie de tropas coloniales, más fácilmente manejables y engañables, les mintió sobre lo que pasaba en la capital y los mando sobre Petrogrado, bajo el mando de un general leal, «para terminar con las bandas de criminales armados y defender al gobierno, impotente para exterminarlos».
Kerenski no ofreció a Kornilov más que una débil resistencia, de pura apariencia.
La capital fue salvada únicamente gracias a un impulso fogoso, a un prodigioso esfuerzo y al sacrificio de los mismos obreros. Con la ayuda de la izquierda del Soviet de Petrogrado, algunos miles de obreros se armaron a toda prisa y partieron por propia iniciativa al frente contra Kornilov. Una batalla en las proximidades de Petrogrado quedó indecisa. Los obreros no cedieron una pulgada de terreno, pero dejaron muchos cadáveres, y no estaban seguros de tener, al día siguiente, suficientes hombres y municiones. Gracias a una acción rápida y enérgica de ferroviarios y empleados del telégrafo, ayudados vigorosamente por comités de soldados del frente, el cuartel general de Kornilov fue aislado. Por la noche, los soldados de Kornilov, sorprendidos por la heroica resistencia de los bandidos, los criminales y holgazanes, y previendo el engaño, pudieron comprobar que los cadáveres todos tenían las manos callosas de los trabajadores auténticos. Algunos grupos socialistas del Cáucaso en Petrogrado decidieron hacer llegar una delegación al campamento de las tropas de Kornilov. La delegación se encaró con los soldados, los puso al corriente de la verdadera situación, destruyó definitivamente la fábula de los bandidos y los persuadió a abandonar la lucha fratricida. A la mañana siguiente, los soldados de Kornilov declararon que habían sido engañados, rehusaron batirse contra sus hermanos y volvieron al frente. Así fracasó esta aventura.
Al día siguiente la opinión pública acusó a Kerenski de haber estado secretamente en connivencia con Kornilov; verdadera o no, esta versión se divulgó; moralmente se responsabilizó al gobierno de Kerenski y en general a los socialistas moderados; el camino estaba despejado para una resuelta ofensiva del partido bolchevista.
Se produjo aún un hecho de importancia capital. En las nuevas elecciones de delegados a los Soviets, de los comités de fábrica y de las células del ejército, los bolchevistas obtuvieron una abrumadora victoria sobre los socialistas moderados; el partido bolchevique se apoderó definitivamente de toda la acción obrera y revolucionaria; con el concurso de los socialistas revolucionarios de izquierda, ganó también grandes simpatías entre el campesinado. Excelentes posiciones estratégicas estaban ahora en sus manos para una acción decisiva.
Lenin encaró la convocatoria de un congreso panruso de los soviets, que debía levantarse contra el poder de Kerenski, derribarlo con la ayuda del ejército e inaugurar el del partido bolchevique.
Los preparativos para la ejecución del plan comenzaron de inmediato, en parte públicamente y en parte reservadamente. Lenin, obligado a ocultarse, dirigía las operaciones a distancia. Kerenski, aun olfateando el peligro, era impotente para conjurarlo. Los acontecimientos se precipitaron, y el último acto del drama iba a comenzar.
En resumen, todos los gobiernos conservadores o moderados que se sucedieron de febrero a octubre de 1917 probaron su impotencia para resolver los problemas excepcionalmente graves y agudos que la revolución planteó, por lo que el país echo por tierra sucesivamente, en el corto espacio de ocho meses, al gobierno conservador burgués de factura constitucional, a la democracia burguesa y, al fin, al poder socialista moderado.
Dos hechos marcaron sobre todo esa impotencia: primero, la imposibilidad para el país de continuar la guerra, y para los gobiernos de hacerla cesar; segundo, la urgencia que el país atribuía a la convocatoria a la Asamblea Constituyente y la imposibilidad para los gobiernos de convocarla.
La vigorosa propaganda de la extrema izquierda por la inmediata paralización de la guerra, por la rápida convocación de la Constituyente y por la revolución social integral , como único medio de salvación, junto a otros factores de menor importancia, excitaron esta marcha fulminante de la revolución.
Así, la Revolución rusa, desencadenada a fines de febrero de 1917 contra el zarismo, quemó rápidamente las etapas de una revolución política burguesa, democrática y socialista moderada. En octubre, libre de obstáculos el camino, la revolución se asentó, efectiva y definitivamente, en el terreno de la Revolución social. Fue perfectamente lógico y natural que, después de la caída de todos los gobiernos y partidos políticos moderados, el pueblo se volviera hacia el partido bolchevique, último partido existente, el único que permanecía en pie, que había encarado sin temor la Revolución social y que prometía, a condición de llegar al poder, la solución rápida y feliz de todos los problemas.
La propaganda anarquista, lo repetimos, era todavía demasiado débil para tener una influencia inmediata y concreta sobre los acontecimientos. Y el movimiento sindicalista no existía.
Desde el punto de vista social, la situación era ésta: tres elementos fundamentales se hallaban en presencia: primero, la burguesía; segundo, la clase obrera; tercero, el partido bolchevique, que figuraba como ideología de vanguardia.
La burguesía era débil y el partido bolchevique no tuvo demasiadas dificultades en destruirla.
La clase obrera también era débil. No organizada, sin experiencia y, en el fondo, inconsciente de su verdadera tarea, no supo obrar inmediatamente ella misma, por su propia cuenta. Se dejo llevar por el Partido Comunista, que se apoderó de su acción. Esta insuficiencia de la clase obrera rusa en los comienzos de la revolución sería fatal para la secuencia de los acontecimientos y también para la Revolución integral. (Ya hemos hablado del nefasto Pasivo de la revolución abortada de 1905-1906: la clase obrera no conquistó el derecho de organizarse; permaneció desunida. En 1917 se resentiría de ello.)
El partido bolchevique, al apoderarse de la acción, en lugar de prestar simplemente apoyo a los trabajadores en sus esfuerzos para completar la Revolución y emanciparse, en lugar de ayudarlos en su lucha, papel que en su pensamiento los
obreros le asignaban y que debiera ser, normalmente, el de todas las ideologías revolucionarias, y que por nada exige la toma ni el ejercicio del poder político10, el partido bolchevique, una vez en el poder, se instaló en él como dueño absoluto; se corrompió rápidamente y se organizó como casta privilegiada y, por consiguiente; destruyó y subyugó a la clase obrera para explotarla en su provecho, bajo nuevas formas.
De este hecho, toda la revolución resultará falseada, desviada, pues cuando las masas populares comprendan el error y el peligro será demasiado tarde: después de una lucha dura y desigual contra los nuevos amos, sólidamente organizados administrativa, militar y policialmente, que durará unos tres años y será ignorada fuera de Rusia, el pueblo sucumbirá. La verdadera (pp. 58, 59, 60)
Conocidas la extrema debilidad del gobierno Kerenski y la simpatía de una aplastante mayoría popular, con el apoyo activo de la flota de Kronstadt, siempre a la vanguardia de la revolución, y de gran parte de las tropas de Petrogrado, el Comité Central del partido bolchevique fijó la insurrección para el día 25 de octubre. El Congreso panruso de los soviets fue convocado para la misma fecha.
Los miembros del Comité Central estaban convencidos de que este congreso de mayoría bolchevique y obediente a las directivas del partido debía proclamar y apoyar la revolución y reunir todas las fuerzas para hacer frente a la resistencia de Kerenski. La insurrección se produjo el día señalado por la tarde. Y, simultáneamente, el congreso de soviets se reunió en Petrogrado. No hubo combates en las calles ni se levantaron barricadas.
Abandonado por todo el mundo, el gobierno Kerenski, asido a verdaderas quimeras, permanecía en el Palacio de Invierno, defendido por un batallón seleccionado, otro compuesto de mujeres y algunos jóvenes oficiales aspirantes. Tropas bolcheviques, de acuerdo con un plan establecido en el Congreso de soviets y el Comité Central del partido, cercaron el palacio y atacaron sus defensas. La acción fue sostenida por naves de guerra de la flota del Báltico, de Kronstadt, alineadas sobre el río Neva, con el crucero Aurora. Después de una breve escaramuza y algunos disparos de cañón desde el crucero, las tropas bolcheviques se apoderaron del palacio.
Kerenski había huido. Los demás miembros de su gobierno fueron arrestados. Así, en Petrogrado la insurrección se limitó a una pequeña operación militar, conducida por el partido bolchevique. Habiendo quedado vacante el gobierno, el Comité Central del partido se instaló como vencedor en aquella revolución de palacio. (…)
En Moscú y otras partes la toma del poder por el partido bolchevique se efectuó con menos facilidad.
Moscú vivió días de combates encarnizados entre las fuerzas revolucionarias y las de la reacción, que dejaron muchas víctimas. Numerosos barrios de la ciudad resultaron muy dañados por el fuego de la artillería. Finalmente, la revolución la ocupó. En otras ciudades, igualmente la victoria costó violentas luchas.
El campo, en general, permaneció casi indiferente. Los campesinos estaban muy absorbidos por sus preocupaciones locales: desde hacía mucho tiempo se preocupaban en resolver por sí mismos el problema agrario; no temían el poder de los bolcheviques.
Puesto que tenían la tierra y no temían el retorno de los señores, estaban bastante satisfechos y eran indiferentes ante los defensores del trono. No esperaban nada malo de los bolcheviques, ya que se decía que éstos querían terminar la guerra, lo cual les parecía justo. No tenían, pues, ningún motivo para desconfiar de la nueva revolución. (pp. 62 y 63)
Los anarcosindicalistas expresaron así sus dudas y su pensamiento (Golos Truda, semanario de Petrogrado, número 11, 20 de octubre de 1917, editorial «¿Es éste el final?»):
La realización eventual de todo el poder para los soviets –la toma del poder político, mejor dicho-, ¿será el final? ¿Será esto todo? ¿Consumará este acto la obra destructiva de la revolución? ¿Allanará definitivamente el terreno para la gran edificación social, para el impulso creador del pueblo en revolución?
La victoria de los soviets –si se verifica- y, una vez más, la organización del poder que la siga, ¿significará efectivamente la victoria del Trabajo, de las fuerzas organizadas de los trabajadores, el comienzo de la verdadera construcción socialista? Esta victoria y este nuevo poder, ¿lograrán sacar la revolución del callejón sin salida en que se ha metido? ¿Lograrán abrir nuevos horizontes creadores a la revolución, a las masas, a todos? ¿Señalarán a la revolución el verdadero camino de un trabajo constructivo, la solución efectiva de todos los problemas candentes de la época?
Todo dependerá de la interpretación que los vencedores den a la palabra poder y a su noción de la organización del poder, y de qué modo la victoria será utilizada acto seguido por los elementos que dispondrán del llamado poder.
Si por poder se quiere significar que todo trabajo creador y toda actividad organizadora, en toda extensión del país, pasarán a las manos de los organismos obreros y campesinos, sostenidos por las masas armadas. Si se entiende por poder el pleno derecho de estos organismos de ejercer tal actividad y federarse con este fin, natural y libremente, comenzando así la nueva construcción económica y social que oriente la revolución hacía nuevos horizontes de paz, de igualdad económica y de verdadera libertad.
Si la palabra de orden «todo el poder para los soviets» no significa la instalación de núcleos de un poder político, subordinados a un centro político y autoritario general del Estado.
Si, en fin, el partido político aspirante al poder y a la dominación se elimina después de la victoria y cede efectivamente su lugar a una libre autoorganización de los trabajadores.
Si el poder de los soviets no deviene, en realidad, un poder estatista de un nuevo partido político.
Entonces, solamente entonces, la nueva crisis podrá ser la última y significar el principio de una nueva era.
Pero si se entiende por poder una actividad de núcleos políticos y autoritarios de partido, dirigidos por su centro político y autoritario (poder central del partido y del Estado); si la toma del poder los soviets significa, en realidad, la usurpación del poder por un nuevo partido político, con el fin de reconstruir, con ayuda de ese poder, desde arriba y desde el centro, toda la vida económica y social del país, y resolver igualmente los complicados problemas del momento y de la época, entonces, esta nueva etapa de la revolución no será tampoco definitiva. No dudamos un solo instante que este nuevo poder no sabrá comenzar la verdadera construcción socialista, ni siquiera satisfacer las necesidades y los intereses esenciales e inmediatos de la población. No dudamos que pronto las masas se decepcionarán de sus nuevos ídolos y habrán de volverse hacía nuevas otras soluciones. Entonces, tras un intervalo más o menos prolongado, la lucha recomenzará necesariamente. Y será el comienzo de la tercera y última etapa de la Revolución rusa, la que hará de ella, efectivamente, una Gran Revolución.
Será ésta una lucha entre las fuerzas vivas desplegadas por el impulso creador de las masas, por una parte, y el poder socialdemócrata, de espíritu centralista, defendiéndose furiosamente, por la otra; esto es: lucha de los organismos obreros y campesinos actuantes directamente y por iniciativa propia, que toman posesión de la tierra y de todos los medios de producción, de transporte y distribución, para establecer, en entera independencia, una vida humana verdaderamente nueva, por una parte; y la autoridad marxista política, por la otra; lucha, en fin, entre los sistemas libertario y autoritario, entre los dos principios que se disputan desde hace tanto tiempo la preeminencia: el principio anarquista y el marxista.
Sólo la victoria completa, definitiva, del principio anarquista, principio de autoorganización libre y natural de las masas, significará la verdadera victoria de la Gran Revolución.
No creemos en la posibilidad de cumplir la Revolución social por el procedimiento político.
No creemos que la obra de la nueva construcción social ni la solución de los problemas tan vastos, varios y complicados de nuestro tiempo puedan ser realizados por actos políticos, mediante la toma del poder, desde arriba, desde el centro…
¡Quién viva, verá! (pp. 82, 83)