martes, 18 de abril de 2017

Revolución Rusa

La perspectiva de Fontana

Fontana, J. (2017) El siglo de la revolución. Una Historia del mundo desde 1914. Barcelona: Ed. Planeta.

Cap. 2 La hora de la revolución


"En el congreso que la Internacional Socialista celebró en Basilea en noviembre de 1912 se proclamó que 'era deber de las clases obreras y de sus representantes parlamentarios ... realizar todos los esfuerzos para prevenir el inicio de la guerra' y que, si ésta finalmente estallaba, debían intervenir para su pronto fin 'y utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para levantar al pueblo y acelerar la caída del gobierno de la clase capitalista'. El congreso proclamaba, además, sus satisfacción ante 'la completa unanimidad de los partidos socialistas y de los sindicatos de todos los países en la guerra contra la guerra', y llamaba a 'los trabajadores de todos los países a oponer el poder de la solidaridad internacional del proletariado al imperialismo capitalista'.
Pero en la tarde del 4 de agosto de 1914 tanto los socialistas franceses como los alemanes aprobaron entusiásticamente en sus respectivos parlamentarios la declaración de guerra y votaron los créditos necesarios para su inicio. El SPD alemán, que había organizados actos contra la guerra hasta julio de 1914, no sólo la aceptó a comienzos de agosto, sino que se integró en una política de Burgfrieden o tregua, que implicaba el compromiso de no criticar al gobierno mientras durase la guerra, y se esforzó en desalentar las huelgas." (58)


"LA REVOLUCIÓN RUSA

Rusia entró en la guerra mal preparada, con una población descontenta del gobierno y una familia real desacreditada: un zar de limitada inteligencia, que le decía a su ministro de Asuntos exteriores, 'Procuro no pensar demasiado en ninguna cuestión', y una zarina alemana dominada por un monje embaucador... La autoridad del estado, confiada en las zonas de guerra a los militares, se colapsó. El esfuerzo por la guerra fue muy duro, hasta llevar el país al desastre. Habían movilizado más que ningún otro contrincante, unos quince millones de hombres, y tuvieron dos millones de muertos. En el verano de 1916 se decidió reclutar incluso a los musulmanes del Caúcaso y de Asia central, no para combatir, sino para formar batallones de trabajo, lo que provocó una serie de levantamientos locales. Antes de que comenzaran los movimientos revolucionarios de 1917, afirma Sanburn, 'la nación estaba al borde de la guerra civil'.
La mala organización del transporte fue responsable de que los vagones quedasen parados en las estaciones, mientras escaseaban los alimentos tanto en el frente como en la retaguardia. En la última semana de febrero1 de 1917 faltaba el pan en Petrogrado -la capital, que había cambiado su nombre de San Petersburgo para eliminar la terminación alemana 'burg'-, donde había manifestaciones, huelgas y una confusión general.
El 23 de febrero, el Día Internacional de la Mujer, se inició en la ciudad una huelga de las trabajadoras de las fábricas de tejidos, que el 25 se había convertido ya en huelga general, a la que el ejército replicó este día y el siguiente disparando sobre la multitud. El lunes 27, sin embargo, fueron los propios soldados los que se rebelaron y empezaron a unirse a los trabajadores para discutir con ellos la situación. Se formó entonces el 'Comité Ejecutivo provisional del sóviet de representantes de los trabajadores', al que se unieron después los representantes de los consejeros o sóviets de los soldados. Fue en estos momentos cuando los trabajdores de las fábricas comenzaron a ejercer un cierto grado de control a través de unos comités que, sostiene Samuel A. Smith, 'se convirtieron en una parte central del 'contraestado' que los obreros construyeron entre febrero y octubre, en cuyo nombre tomaron los bolcheviques el poder'.
En vista del hundimiento del gobierno -unos ministros fueron detenidos por los revolucionarios y otros huyeron- se formó un Comité provisional de la 'duma' (el parlamento, que en aquellos momentos no estaba en funciones, porque había agotado su mandato) con el objetivos de tomar el poder en sus manos, aceptando la exigencia de los revolucionarios de que en noviembre se convocase una Asamblea constituyente, elegida por sufragio universal, para decidir la forma de gobierno que había que adoptar.
El 22 de febrero, en la víspera de estos acontecimientos, el zar había marchado en tren al puesto de mando central del ejército (la Stavka) en Mogilev. Al enterarse de lo que sucedía en Petrogrado se limitó a ordenar por telégrafo que su suprimieran inmediatamente y por la fuerza los desórdenes2. Cuando a comienzos de marzo dos enviados del Comité de la duma le pidieron que abdicara, el zar decidió hacerlo en su hermando Miguel, para que su hijo Aleksiei, que padecía una enfermedad incurable, quedase al margen de estos conflictos. Esto creaba un complejo problema legal, de modo que el Comité decidió que la cuestión había de discutirse en la Asamblea constituyente de noviembre, y el gran duque Miguel renunció a la corona, reconociendo que el poder estaba de hecho en manos del gobierno salido de la revolución, que heredaba así la legitimidad de los zares.
(...)
La revolución de febrero, se ha dicho, fue un movimiento que surgió espontáneamente, sin líderes que la dirigieran, puesto que los partidos revolucionarios, sin líderes que la dirigieran, puestos que los partidos revolucionarios3 tenían a sus jefes en el exilio, en Siberia o en la cárcel. La situación cambió cuando el 3 de marzo el Gobierno provisional publicó una amnistía 'para todos los delitos políticos y religiosos, incluyendo actos terroristas, revueltas militares, crímenes agrarios, etc.'.
Stalin (Iósif V. Dzhugashvili) y Lev Kámenez, dos dirigentes bolcheviques, regresaron el 12 de marzo de Siberia y se hicieron cargo del periódico del partido, Pravda, en cuyas páginas defendían el programa de continuar la guerra y convocar una Asamblea constituyente en noviembre, de acuerdo con los planteamientos de mencheviques y socialistas revolucionarios, que dominaban entonces en los sóviets y que eran partidarios de la formación de una república burguesa y de aplazar el socialismo para el futuro.
El 3 de abril regresaba de su exilio en Zúrich Vladimir Uliánov, Lenin, el líder más destacado del partido bolchevique, que pudo hacer el viaje de Suiza a Rusia, en compañíade otros exiliados de su mismo partido, gracias a que el gobierno alemán, que lo que quería era favorecer la retirada de Rusia de la guerra, le facilitó que viajase en un vagón sellado hasta la costa del Báltico, para que, a través de Suecia y de Finlancia pudiese llegar a Petrogrado.4
En la solemne recepción que los bolcheviques le organizaron en la estación de Finlandia, Lenin, que desde Suiza había protestado contra la línea adoptada por los bolcheviques en defensa de una política más radical, dijo desde la plataforma del vagón: 'el pueblo necesita paz; el pueblo necesita pan; el pueblo necesita tierra. Y le dan guerra, hambre, no pan, y dejan a los terratenientes en la tierra. Hemos de luchar por la revolución social, luchar hasta el fin, hasta la victoria completa del proletariado'. A lo que añadiría poco después: 'Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa. Uno de estos días la totalidad del capitalismo europeo se vendrá abajo. La revolución rusa que vosotros habéis llevado a cabo ha preparado el camino y ha inaugurado una nueva época. ¡Viva la revolución socialista mundial!'.
El discurso de Lenin fue mal recibido inicialmente por los bolcheviques, que se habían acomodado a la idea de apoyar una revolución democrático-burguesa como primer paso de un largo trayecto hacia el socialismo. Las llamadas 'tesis de abril', con el lema de 'Paz, tierra y pan', presentaban un programa radical que propugnaba el final inmediato de la guerra a cualquier precio y la nacionalización de la tierra, que debía ser entregada a los sóviets de campesinos (nada de programas de reforma agraria). Pero el punto más innovador de este programa era el que sostenía que, ante los avances alcanzados desde febrero, no tenía sentido alguno optar, como hacía el gobierno provisional y sus aliados, por una república parlamentaria burguesa, sino que debía irse a un sistena en que el poder estuviese en manos de los sóvietes o consejos, que se encargarían de abolir gradualmente todos los mecanismos de poder del estado -la policía, el ejército y la burocracia- iniciando a´si el camino hacia su desaparición.
(...)
Las tesis fueron mal recibidas inicialmente por muchos militantes bolcheviques (el Comité del partido de Petrogrado las rechazó por 13 votos a 2); pero dejaron un fuerte impacto y, gracias a la insistencia de Lenin y a la forma en que evolucionó la realidad, acabaron convirtiéndose en el programa de otra revolución, más ambiciosa que la de febrero.
Progresivamente el control del gobierno sobre el país se desvanecía y el ejército se desintegraba en medio de las revueltas y las deserciones (los soldados de origen campesino, a los que llegaban rumores de que en sus pueblos se estaban repartiendo las fincas de los terratenientes, querían regresar a sus hogares). El gobierno, en el que a comienzos de mayo se integraron otro socialista revolucionario y un menchevique, no aceptaba adelantar las reformas, sino que sostejnía que había que continuar la guerra y esperar a la Asamblea constituyente. Contaba en estos momentos con el apoyo del congreso de los sóviets de Rusia, reunido en junio, que formó un nuevo comité en representación de todo el país (con 284 socialistas revolucionarios, 248 mencheviques y 195 bolcheviques) para reemplazar a los componentes del comité inicial, que se había limitado a reunir representantes de Petrogrado.
A comienzos de julio, coincidiendo con una desastrosa operación militar del ejército, grupos de soldados indignados promovieron en Petrogrado un movimiento contra el gobierno provisional, que las autoridades supusieron que había sido promovido por los bolcheviques. Los sublevados lograron sacar a la calle a decenas de miles de trabajadores que recorrieron la ciudad en unión de los soldados al grito de '¡Todo el poder para los sóviets!', sin más resultado que facilitar la represión del gobierno, que se propuso encarcelar a los líderes bolcheviques, a los que acusaba de estar a sueldo de los alemanes, lo cual obligó a Lenin a huir a Finlandia.
En estos mismo días dimitían del Gobierno provisional los ministros liberales (miembros del Partido Liberal Constitucional, conocidos como 'cadetes') y el 7 de julio lo hacía el príncipe Lvov, y se formaba un nuevo gobierno, presidido por Kérenski que aceptaba el compromiso de diferir las reformas hasta la Asamblea constituyente y se proponía restablecer el orden en el ejérctio con el fin de continuar la guerra, a la vez que anunciaba futuras concesiones a los trabajadores y a los campesinos.
Mientras tanto los generales exigían al gobierno que restableciera su autoridad -restaurando la pena de muerte, por ejemplo- y que acabase con el poder dual que ejercían los comités y soviéts. Kérenski mantenía negociaciones sobre estos puntos con el general Lavr Kornílov, a quien había dado el mando supremo del ejército, y parecía dispuesto a hacer concesiones a los militares, hasta que el 27 de agosto Kornílov envió tropas hacia la capital para proterla de desórdenes como los de julio y Kérenski, que había autorizado inicialmente este movimiento, temió que Kornílov pretendía derrocarle y cambió de actitud; destituyó al general y pidió auxilio al sóviet de Petrogrado, que movilizó a las masas en defensa de la revolución, con lo que consiguió que se paralizaran los ferrocarriles que habían de llevar las tropas a la capital e hizo fracasar una intentona contrarrevolucionaria que no había llegado ni siquiera a conseguir amplio apoyo militar (la guarnición de Moscú, por ejemplo, se negó a unirse a ella).

LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE

(...)
El llamamiento de Lenin a una acción inmediata para la toma del poder encontró resistencias por parte de dirigentes como Zinóviev y Kámenev, que opinaban que lo que había que hacer era prepararse para obtener el mayor número de diputados posible en las elecciones para la Asamblea constituyente, que había de celebrarse dentro de pocas semanas, pero Lenin consiguió que su plan fuese aprobado el 10 de octubre. Los bolcheviques, que no sólo dominaban ahora en los sóviets de Petrogrado y de Moscú, sino que había conseguido desarrollar en la capital una organización con capacidad para movilizar a los trabajadores de las fábricas, a los soldados de la guarnición y a los marinos de la flota del Báltico, se dispusieron a derribar el gobierno provisional con el fin de dar todo el poder a los sóviets y a sus organismos representativos. El método que había que seguir iba a ser el de dar un golpe incruento para derribar el gobierno, aislándolo para que no pudiese movilizar al ejército en su defensa, y conseguir que el segundo congreso de los sóviets, que había de reunirse estos mismo días en Petrogrado para elegir un nuevo comité ejecutivo, asumiese el poder político total.
El Comité Militar Revolucionario, que se había creado para hacer frente a un posible movimiento contrarrevolucionario en la capital, comenzó la operación tomando los puentes, que eran vitales para el control de la ciudad, y ocupó los telégrafos, los teléfonos, el correo y las estaciones de ferrocarril, sin encontrar resistencia.
Mientras Kérenski abandonaba el Palacio de Inverno en un automóvil de la embajada de Estados Unidos para ir a buscar ayuda contra el movimiento bolchevique, los ministros reunidos en aquel edificio, que era la sede del gobierno, reaccionaban adoptando medidas contra los bolcheviques y contra el Comité Militar, sin capacidad alguna para imponerlas. Lenin quería que el asalto al palacio, que significaría la liquidación del gobierno, concluyera antes de la reunión del congreso de los sóviets, pero hubo errores que provocaron el retarso de la operación. El asalto, en que murieron cinco soldados y un marinero entre los asaltantes, y ninguno de los defensores, no parece haber sido un acontecimiento épico -los mayores estragos los sufrió la bodega en que el zar guardaba las reservas de su vino preferido, el Chateau d'Yquem 1847. Fue, por otra parte, un suceso aislado, que se desarrolló sin que muchos habitantes de Petrogrado llegasen a enterarse de los que ocurría, en un día, el 25 de octubre, en que los tranvías funcionaban normalmente, los restaurantes y los cines estaban abiertos, se representaba Borís Godunov en el teatro Marinski, y Chaliapin cantaba Don Carlos en el Narodny Dom. Los informes de las comisarías de policía de muchos barrios hablaban de una noche tranquila y sin incidentes.
La 'revolución' se produjo en realidad en el interior del Instituto Smolny, en lo que había sido un centro de enseñanza para 'doncellas nobles', donde se celebraba el congreso de los sóviets, cuyas reuniones comenzaron a las 10:40 de la noche, con 670 delegados. 300 bolcheviques, 193 socialistas revolucionarios (más de la mitad de ellos de izquierda), 68 mencheviques, 14 mencheviques-internacionalistas, etc. Como el asalto al palacio no concluyó hasta las dos de la madrugada, no fue hasta entonces cuando se pudo anunciar a los congresistas que el gobierno provisional había caído y que el poder estaba en manos de los sóviets. Marcharon de la reunión algunos mencheviques y socialistas revolucionarios de derechas, que tenían ministros de su partido en el gobierno, lo que favoreció que los bolcheviques obtuvieran 390 votos -de los 625 delegados que seguían presentes en el congreso- a favor de la aceptación del poder, y Lenin consiguió que se votasen también los dos primeros decretos del nuevo gobierno: el de la paz, que hacía un llamamiento para negociar el fin inmediato de la guerra, y el de la tierra, que abolía la gran propiedad agraria y entregaba los latifundios de los nobles, de la corona y de la Iglesia a los comités y sóviets de los campesinos locales.
El fácil triunfo alcanzado en Petrogrado se repitió en otras ciudades del país, salvo en Moscú, donde la resistencia de los militares, dirigidos por el coronel Riabtsev, y de la burguesía dio lugar a una semana de luchas con unos quinientos muertos. (...)
Pero esto no significaba el triunfo de 'la revolución', sino tan sólo su comienzo. Mencheviques y socialistas revolucionarios (de los que se separó su ala izquierda, para aliarse a los bolcheviques) rechazaban el resultado del segundo congreso de los sóviets y confiaban en que el triunfo en las elecciones a la Asamblea les permitiría recuperar la dirección de la política, siguiento con el programa de febrero, que implicaba continuar en la línea del desarrollo de la revolución democrática burguesa. El partido bolchevique era esencialmente una fuerza urbana, con un gran peso en los sectores obreros y entre los soldados, pero sin la implantación que los socialistas revolucionarios tenían en el mundo campesino. De modo que cuando se celebraron, del 15 al 19 de noviembre de 1917, las elecciones para la Asamblea constituyente, los socialistas revolucionarios obtuvieron una amplia mayoría.5
(...)
La Asamblea constituyente se reunió por primera vez el 5 de enero de 1918 por la mañana, en comisiones separadas, y a las cuatro de la tarde en sesión plenaria, con la participación de 410 diputados. Los bolcheviques querían que se aprobase una 'Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado' que implicaba un reconocimiento de lo que se había realizado desde octubre, pero la Asamblea lo rechazó por 237 votos contra 146 Los bolcheviques la abandonaron y más tarde lo hicieron los socialistas revolucionarios de izquierda. A las 4 de la madrugada del 6 de enero el jefe de la guardia pidió a los diputados que seguían en la sala que concluyeran, y lo hicieron, tras haber adoptado algunos acuerdos sobre la tierra, sobre la proclamación de Rusia como república federal democrática y haber preparado una petición a las potencias para que definiesen las condiciones de una paz democrática.
Antes de retirarse acordaron volver a reunirse a las cinco de la tarde de aquel mismo día, pero no pudieron hacerlo, porque no se lo permitió la guardia, de acuerdo con un decreto que disolvía la Asamblea.
El tercer congreso de los sóviets (10-18 de enero de 1918), que reunió delegados de más de trescientos sóviets de obreros, soldados y campesino, aprobó la disolución de la Asamblea constituyente y votó la Declaración de los derechos del pueblo trabajdor y explotado', que iba a servir de base para la redacción de la constitución soviética.
(...) La dureza de las exigencias presentadas por los alemanes y sus aliados llevaron a Trotski a retirarse de las reuniones el 10 de febrero, defendiendo una política de 'ni guerra, ni paz', esto es, de cese de hostilidades sin acuerdo alguno (pero un día antes los alemanes habían firmado ya un tratado de paz por separado con Ucrania, que proclamaba así su independencia). Los negociadores de los imperios centrales declararon entonces que el armisticio iba a quedar sin efecto el día 17, y el 18 iniciaron de nuevo los combates, a los que los rusos no podían oponer una resistencia adecuada. Hubo entonces que aceptar unas condiciones todavía más duras que las que se les habían presentado en primera instancia, y el 3 de marzo se firmó un tratado por el que Rusia perdía Ucrania, que se iba a convertir en un protectorado alemán, parte de Polonia, Finlandia y la mayoría de los territorios del Báltico, además de otros en el Cáucaso, que pasaban a los turcos. (59-68)



1Las fechas del año 1917 que se indican corresponden al calendario juliano, que llevaba trece días de retraso respecto del gregoriano, vigente en la Europa occidental, por lo que la revolución de febrero, que se produjo en la última semana del mes, ocurrió en marzo de acuerdo con nuestro calendario, y la de octubre, que se inició el 24 y 25, ocurrió en nuestro noviembre. En esta narración mantendremos las fechas del calendario juliano para 1917.
2 Había recibido noticas de su esposa en que ésta le decía que todo se reducía a la agitación de jóvenes gamberros que corrían y gritaban que no había pan tan sólo para crear confusión, en compañía de trabajadores que no querían trabajar, a lo que añadía: 'Si el tiempo hubiese sido muy frío, seguramente se hubieran quedado en casa'.
3Los partidos revolucionarios más importantes eran en estos momentos el Partido socialista revolucionario, un grupo populista con fuerte arraigo entre los campesinos, que apoyaba la acción terrorista individual, y las dos ramas, escindidas en 1903, del Partido Obrero Socialdemócrata, de inspiración marxista y base obrera: los mencheviques, partidarios de una organización legal de masas y de una vía gradual al socialismo, y los bolcheviques, que propugnaban una organización revolucionaria, a modo de una vanguarida, y mantenían un programa más radical.
4Trotski, en cambio, que se encontraban en Nueva York, fue detenido por las autoridades británicas durante su viaje de regreso, y no llegó a Petrogrado hasta un mes más tarde (el 4 de mayo).
5Entre los 715 diputados elegidos había 370 socialistas revolucionarios, 179 bolcheviques, 40 socialistas revolucionarios de izquierda, 16 mencheviques, 17 cadetes (del Partido Constitucional Democrático) junto con otros de grupos nacionales diversos y de afiliación insegura.


Avrich, P. Kronstadt 1921. Argentina: Ed. Anarres


"1.LA CRISIS DEL COMUNISMO DE GUERRA
En el otoño de 1920 la Rusia Soviética comenzó a pasar por un inquieto período de transición de la guerra a la paz. Durante más de seis años el país había conocido una continua intranquilidad, pero en ese año, después de la guerra mundial, la revolución y la guerra civil, la atmósfera se iba despejando. El 12 de octubre el gobierno soviético firmó un armisticio con Polonia. Tres semanas más tarde el último de los generales Blancos, el barón Peter Wrangel, tuvo que huir por mar y así se ganó la Guerra Civil, aunque ésta dejó al país desgarrado y ensangrentado. En el sur, Néstor Macno, el guerrillero anarquista, seguía en libertad, pero en noviembre de 1920 su ejército, que había sido temible, fue dispersado y ya no constituyó una amenaza para el gobierno de Moscú. Se había recuperado Siberia, Ucrania y el Turquestán, junto con la cuenca carbonífera del Donetz y los campos petrolíferos de Bakú; en febrero de 1921 un ejército bolchevique completó la reconquista del Cáucaso capturando Tiflis y poniendo en fuga al gobierno menchevique de Georgia. Así, luego de tres años de existencia precaria, en que su destino pendió de un hilo día a día, el régimen soviético pudo jactarse de ejercer un control efectivo sobre la mayor parte del vasto y amplio territorio de Rusia. El fin de la Guerra Civil señaló una nueva era en las relaciones soviéticas con otros países. Los bolcheviques, archivando sus esperanzas de una inminente sublevación mundial, trataron de obtener el “período de respiro” que se les había negado en 1918 a raíz del estallido del conflicto civil. Entre las potencias occidentales, a raíz de ello, se habían esfumado las expectativas de un inminente colapso del gobierno de Lenin. Ambos bandos deseaban tener relaciones más normales, y a fines de 1920 no había ningún motivo para que este deseo no se realizara; al levantarse el bloqueo aliado y detenerse la intervención armada en Rusia Europea, se eliminaron los obstáculos más serios que se oponían al reconocimiento diplomático y a la reanudación del comercio. Además, durante el curso del año se habían celebrado tratados formales con los vecinos de Rusia ubicados sobre el Báltico, es decir, con Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania; y en febrero de 1921 se firmaron pactos de paz y amistad con Persia y Afganistán, mientras que estaba en perspectiva un acuerdo similar con los turcos. Entretanto, emisarios soviéticos, sobre todo Krasin en Londres y Vorovsky en Roma, negociaban acuerdos comerciales con una cantidad de naciones europeas, y las perspectivas del éxito en tales negociaciones eran brillantes. Y sin embargo, pese a todos estos desarrollos favorables, el invierno de 1920-1921 constituyó un período extremadamente crítico en la historia soviética. Lenin reconoció esto cuando dijo al Octavo Congreso de los Soviets, en diciembre de 1920, que una transición suave a la reconstrucción económica y social por vía pacífica no sería fácil de realizar.1 Aunque se había triunfado en el campo militar y la situación exterior iba mejorando rápidamente, los bolcheviques enfrentaban graves dificultades internas. Rusia estaba agotada y en bancarrota. Las cicatrices de la batalla eran visibles en todos los rincones del país. Durante los últimos dos años la tasa de mortalidad había subido bruscamente, la hambruna y la pestilencia se llevaban millones de víctimas, aparte de los millones que habían caído en combate. Desde la Época de las Perturbaciones, en el siglo XVII, el país no había visto tales sufrimientos y semejante devastación. La producción agrícola disminuyó en forma drástica; la industria y el transporte estaban en una situación desastrosa. Rusia, según las palabras de un contemporáneo, había surgido de la Guerra Civil en un estado de colapso económico “sin paralelo en la historia de la humanidad”.2 Había llegado el momento de restañar las heridas de la nación, y para ello se requería un cambio en la política interna que fuera paralelo con el alivio que ya se experimentaba en los asuntos exteriores. Sobre todo, esto significaba el abandono del “Comunismo de Guerra”, programa improvisado para enfrentar la emergencia de la Guerra Civil. Como su nombre implica, el Comunismo de Guerra llevaba el duro sello de la regimentación y la compulsión. Dictado por la escasez económica y la necesidad militar, se caracterizaba por una extremada centralización de los controles gubernamentales en todos los sectores de la vida social. Su piedra angular era la incautación forzada de los cereales de los que se despojaba al campesinado. Se enviaban destacamentos armados al campo para que requisaran el excedente de producción con el fin de abastecer a las ciudades y aprovisionar al Ejército Rojo, que constaba de unos cinco millones de hombres. Aunque se les habían dado instrucciones de que dejaran a los campesinos lo suficiente para sus necesidades personales, era común que los pelotones de requisición tomaran a punta de pistola los cereales destinados a consumo personal o separados para la próxima siembra. “La esencia del ‘Comunismo de Guerra’ –admitió Lenin mismo– consistió en que tomó en realidad del campesino todos sus excedentes y a veces no sólo eso sino también parte del cereal que éste necesitaba para su propia alimentación. Lo hizo para satisfacer los requerimientos del ejército y para mantener a los obreros.”3 Además de los cereales y vegetales, los destacamentos alimentarios confiscaron caballos, forraje, carros y otros elementos para uso militar, a menudo sin pago de ninguna clase, de modo que los campesinos tenían que prescindir de artículos tales como el azúcar, la sal y el kerosén, para no mencionar el jabón, las botas, los fósforos y el tabaco, o los clavos y los trozos de metal que necesitaban para realizar reparaciones esenciales. Hay pocas dudas de que la requisición compulsiva (llamada en ruso prodrazverstka) salvó al régimen bolchevique de la derrota, pues sin ella no podrían haber sobrevivido ni el ejército ni la población urbana, de los cuales el gobierno obtenía su apoyo principal. No obstante, el precio inevitable fue el enajenamiento del campesinado. Forzados por las armas a entregar sus excedentes y privados de compensación por artículos de consumo de extrema necesidad, los aldeanos respondieron del modo que era de esperar: los destacamentos alimentarios, cuando no tropezaron con la resistencia abierta, se vieron obstaculizados por tácticas evasivas en las que se utilizó a fondo hasta el último recurso de la astucia campesina. En 1920, una autoridad importante estimaba que los campesinos lograban sustraer con éxito más de una tercera parte del total de la cosecha a los equipos gubernamentales de acopiamiento.4 Además, los campesinos comenzaron a cultivar sólo la tierra necesaria para satisfacer sus propias necesidades directas, de modo que a fines de 1920 la cantidad de hectáreas sembradas en la Rusia europea era sólo de las tres quintas partes de la cifra correspondiente a 1913, que fue el último año normal antes del comienzo de la guerra y de la revolución.5 Una buena parte de esta baja fue resultado, por supuesto, de la devastación que experimentó el campo ruso, pero la política de la prodrazverstka contribuyó por cierto a la declinación catastrófica de la producción agrícola durante el período de la Guerra Civil. En 1921 la producción agrícola total había descendido a menos de la mitad de la cifra de preguerra, y la cantidad de ganado a más o menos dos tercios de ese número. En particular, fueron gravemente afectados productos básicos como el lino y la remolacha azucarera, que disminuyeron a una cifra de alrededor de un quinto a un décimo de sus niveles normales.6 Al mismo tiempo, la requisición forzada reencendió la lucha secular en Rusia entre la población rural y la autoridad estatal de base urbana. Lenin había comprendido desde hacía mucho tiempo que, a raíz de la atrasada situación económica y social de Rusia, resultaba esencial realizar una alianza táctica con el campesinado para que el partido pudiera alcanzar, y luego retener, el poder. Los bolcheviques, como mínimo, tenían que mantener neutrales a los campesinos. Fue este motivo, principalmente, el que llevó a la formación de un gobierno de coalición con los revolucionarios socialistas de izquierda en diciembre de 1917; y la misma consideración puede haber influido también en la elección de M. I. Kalinin –uno de los pocos bolcheviques de cierta prominencia cuyos orígenes campesinos eran perfectamente conocidos– como presidente de la República Soviética. Pero el principal medio para asegurarse el apoyo de los campesinos consistió en dar cumplimiento al viejo sueño de éstos, la chernyi peredel, es decir, una distribución general de tierras. Los decretos sobre tierras que promulgaron los bolcheviques el 26 de octubre de 1917 y el 19 de febrero de 1918, estaban en muy estrecha armonía con las urgencias populistas e igualitarias de la población rural. Adoptando el programa agrario de los revolucionarios socialistas, cuyas doctrinas fueron recortadas a medida de las aspiraciones del campesinado, el joven gobierno soviético abolió todas las propiedades rurales privadas y ordenó que la tierra se repartiera proporcionalmente sobre una base igual entre quienes la habían trabajado con sus propias manos y sin ayuda de trabajo contratado.7 Los dos decretos dieron nuevo ímpetu a un proceso que los aldeanos habían comenzado por sí mismos, varios meses antes, durante el verano de 1917, y en 1920 la tierra ya estaba dividida en más de 20 millones de pequeñas propiedades trabajadas por unidades familiares individuales. No puede asombrarnos, entonces, que la población rural recibiera con júbilo estas medidas iniciales de los bolcheviques, atenuadas sólo por la cautela tradicional de los campesinos ante los edictos oficiales que emanaban del Estado. Para los campesinos, la revolución bolchevique significó primero y ante todo la satisfacción de su hambre de tierras y la eliminación de la nobleza, y en ese momento sólo deseaban que se los dejara en paz. Atrincherándose en sus nuevas propiedades, miraban con suspicacia cualquier intromisión exterior. Y éstas no tardaron mucho en llegar. Cuando la Guerra Civil se agudizó y los equipos de requisición llegaron hasta el campo, los campesinos comenzaron a considerar a los bolcheviques como adversarios, más bien que como amigos y benefactores. Se quejaron de que Lenin y su partido habían eliminado a los señores y dado al pueblo la tierra sólo para quitarle el producto de su trabajo y su libertad de utilizarla como le pareciera adecuado. Además, los campesinos veían con malos ojos las granjas estatales que las autoridades habían establecido en algunas haciendas más grandes expropiadas a los nobles durante el período de la Guerra Civil. Para los aldeanos, una verdadera chernyi peredel significaba la división entre el pueblo de toda la tierra. Significaba además la abolición de la “esclavitud asalariada”, que se perpetuaba en las granjas estatales. Como Lenin mismo dijo: “El campesino piensa: si hay grandes granjas, entonces soy otra vez un agricultor a sueldo”.8 Como resultado de estas políticas, fueron bastantes los campesinos que llegaron a pensar que los bolcheviques y los comunistas eran gente diferente. A los primeros les atribuían el don precioso de la tierra, mientras acusaban amargamente a los últimos –particularmente a Trotsky, Zinoviev y a otros líderes comunistas cuyo origen “extranjero” era bien conocido– de imponerles una nueva forma de esclavitud, esta vez hacia el Estado en lugar de la nobleza. “Somos bolcheviques, no comunistas. Estamos en favor de los bolcheviques porque éstos expulsaron a los señores feudales, pero no estamos en favor de los comunistas porque ellos están en contra de la propiedad individual de la tierra.”9 Así describió Lenin la actitud de los campesinos en 1921. Un año más tarde su disposición de espíritu, como lo muestra un informe policial de la provincia de Smolensko, había cambiado muy poco: “Entre los campesinos no hay límite para las murmuraciones contra el gobierno soviético y los comunistas. En la conversación de todos los campesinos medios y de los campesinos pobres, por no hablar siquiera de los kulaks, se oye decir lo siguiente: ‘No están planeando la libertad para nosotros, sino la servidumbre. Ha comenzado el tiempo de Godunov, en que los campesinos estaban ligados a los dueños de la tierra. Ahora nosotros [estamos ligados] a la burguesía judía representada por gente como Modkowski, Aronson, etcétera’”.10 Sin embargo, el grueso de los campesinos, durante el tiempo que duró la Guerra Civil, continuó tolerando al régimen soviético como un mal menor en comparación con la restauración Blanca. Pese a su aguda antipatía por el partido gobernante, temían más aún un retorno de los nobles y la pérdida de su tierra. Los pelotones de recolección de alimentos encontraban por cierto a menudo resistencia en las aldeas, y esa resistencia costó bastantes vidas bolcheviques, pero los campesinos se abstuvieron de la oposición armada en una escala suficientemente seria como para amenazar la existencia del gobierno. Sin embargo, con la derrota del ejército de Wrangel en el verano de 1920, la situación cambió rápidamente. Una vez evaporado el peligro Blanco, el resentimiento de los campesinos contra la prodrazverstka y las granjas estatales creció más allá de todo control. Se produjeron oleadas de sublevaciones campesinas que barrieron la Rusia rural. Los estallidos más serios ocurrieron en la provincia de Tambov, en el sector medio del Volga, en Ucrania, en la región norte del Cáucaso, en el oeste de Siberia, zonas periféricas donde el control gubernamental era relativamente débil y la violencia popular tenía antecedentes de larga data.11
Las rebeliones cobraron rápidamente fuerza durante el invierno de 1920-1921. En ese período, según observó Lenin, “decenas y centenares de miles de soldados desbandados” volvieron a sus aldeas nativas y engrosaron las filas de las fuerzas guerrilleras.12 A comienzos de 1921 habían sido desmovilizados unos 2.500.000 hombres –casi la mitad del total de los efectivos del Ejército Rojo–, en una atmósfera de violencia e intranquilidad social que amenazaba la estructura misma del Estado. Se trataba de una situación de un tipo no infrecuente en Europa en los años que siguieron inmediatamente a la Primera Guerra Mundial, cuando la desmovilización militar en gran escala agravó las tensiones económicas existentes y agudizó el descontento popular. Pero en Rusia la situación era particularmente grave. En casi siete años de guerra, revolución y desorden civil se había alimentado un espíritu de ilegalidad que era difícil erradicar. La población civil desquiciada no había llegado aún a asentarse, cuando la desmovilización, como observó Lenin, desató a una horda de hombres inquietos cuya única ocupación era la guerra y que, naturalmente, concentraron sus energías en el bandidaje y la rebelión. Para Lenin la situación era equivalente a una resurrección de la Guerra Civil, pero en una forma distinta y más peligrosa –más peligrosa, según su punto de vista, porque no la estaban librando elementos sociales en bancarrota cuyo tiempo en la historia ya había pasado, sino las masas populares mismas–. El espectro de una enorme jacquerie,* una nueva revuelta de Pugachev, “ciega y despiadada” según la celebrada expresión de Pushkin, parecía acosar al gobierno, y esto en un momento en que las ciudades, centros tradicionales de apoyo bolchevique, se encontraban en una situación de agotamiento y debilidad y padecían también de intranquilidad profunda. Entre noviembre de 1920 y marzo de 1921 aumentó fuertemente el número de estallidos rurales. Sólo en febrero de 1921, en vísperas de la rebelión de Kronstadt, la Cheka informó de 118 levantamientos campesinos aislados en diversas partes del país.13 En el oeste de Siberia la marea de la rebelión arrolló casi toda la región de Tiumen y buena parte de las provincias vecinas de Cheliabinsk, Orenburg y Omsk. Las comunicaciones por medio del ferrocarril transiberiano se vieron seriamente interrumpidas, lo cual agravó la escasez ya grave de alimentos en las grandes ciudades de la Rusia europea. En la zona media del Volga, donde Stenka Razin y Pugachev habían reclutado el mayor número de partidarios, bandas de merodeadores armados –campesinos, veteranos del ejército, desertores– vagaban por el campo en busca de alimento y botín. Sólo una leve línea separaba el bandidaje de la revuelta social. Por todas partes hombres desesperados tendían emboscadas a los destacamentos de requisición y luchaban con decisión salvaje contra todos los que osaban interferir su acción. La lucha más encarnizada ocurrió quizás en la fértil provincia de Tambov, foco de revueltas campesinas desde el siglo XVII. Acaudillada por A. S. Antonov, ex socialista revolucionario cuyos talentos como luchador guerrillero y reputación como Robin Hood podían competir con los de Néstor Macno, la rebelión escapó de todo control durante más de un año hasta que el experto comandante rojo, Miguel Tujachevsky, que acababa de aplastar la revuelta de los marineros en Kronstadt, llegó con un gran ejército para sofocarla.14 Aparte de la elevada incidencia de las insurrecciones campesinas durante el invierno de 1920-1921, nos sorprende el elevado número de hombres que entraron en las filas rebeldes. En su punto máximo, el movimiento de Antonov contaba con unos 50.000 insurgentes, mientras que en un solo distrito del oeste de Siberia las guerrillas, según fuentes que probablemente no exageran, incluían a 60.000 hombres.15 Simples campesinos, armados con hachas, palos, horquillas y algunos rifles y pistolas, libraron batallas campales con formaciones regulares del ejército, y su desesperado valor provocó una tasa de deserción tan alta entre las tropas gubernamentales –muchos de cuyos componentes compartían los antecedentes y actitudes sociales de los guerrilleros–, que hubo que retirar a las unidades especiales de la Cheka y a los cadetes de la escuela de oficiales comunistas, cuya lealtad estaba fuera de toda duda. Al carecer de armas modernas y de organización efectiva, las bandas dispersas de campesinos no pudieron finalmente enfrentarse con las fuerzas rojas ya fogueadas. Además, los insurgentes no tenían ningún programa coherente, aunque sus eslogans eran en todas partes los mismos: “Abajo la requisición”, “Fuera los destacamentos que se incautan de alimentos”, “No entreguen sus excedentes”, “Abajo los comunistas y los judíos”. Aparte de esto, compartían un odio común contra las ciudades, de donde venían los comisarios y los destacamentos de requisición, y contra el gobierno que les enviaba a esos intrusos. La población de Tambov, según observaba un comandante militar bolchevique en esa provincia, consideraba a la autoridad soviética como responsable del envío de “los comisarios y funcionarios saqueadores”, fuerza tiránica que no conocía ni compartía la vida del pueblo. No es sorprendente, por lo tanto, que uno de los grupos rebeldes de Tambov se haya fijado como objetivo principal “el derrocamiento del gobierno de los comunistasbolcheviques que han reducido el país a la pobreza, la muerte y la desgracia”.16 Aunque la resistencia armada y la evasión a las requisiciones alimentarias fueron sus armas más contundentes, los campesinos pusieron también en juego otros medios tradicionales de protesta: las humildes peticiones al gobierno central. Entre noviembre de 1920 y marzo de 1921, las autoridades de Moscú fueron bombardeadas con llamados urgentes que venían de todas las regiones del país, en los cuales se pedía la finalización de las políticas coercitivas del Comunismo de Guerra. En un momento en que los Blancos ya estaban derrotados, argumentaban los peticionantes, perdía su justificación la requisición forzada de cereales. En su lugar los campesinos solicitaban el establecimiento de una tasa fija sobre su producción y el derecho a disponer de los excedentes como mejor les pareciera. Y como un incentivo más para la producción, pedían que aumentara el abastecimiento de bienes de consumo para el campo.17 No obstante, estas solicitudes del pueblo llano encontraron pocos oídos sensibles dentro de los círculos administrativos soviéticos, donde el pequeño terrateniente era considerado, en gran medida, como un pequeño-burgués incurable que, luego de haber obtenido la posesión de la tierra, dejó de apoyar a la revolución. Los bolcheviques temían, más que a cualquier otra cosa, al atrincheramiento capitalista en las aldeas rusas. Siempre atentos a los paralelos históricos, recordaban al campesinado de 1848, que sirvió como baluarte de la reacción en Europa occidental, y evitaron toda concesión que pudiera robustecer a los propietarios campesinos independientes de su propio país. Además, para muchos bolcheviques el sistema del Comunismo de Guerra, con su dirección estatal centralizada de la economía, llevaba las marcas esenciales distintivas de la sociedad socialista con que soñaban, y estaban poco dispuestos a abandonarlo para restablecer el mercado libre y fortalecer la existencia de un campesinado fuertemente atrincherado. Un enérgico expositor de este punto de vista fue Valerian Osinsky (cuyo nombre real era Obolensky), líder del grupo centralista democrático del ala izquierda dentro del partido comunista. Osinsky expresó su posición en una serie de influyentes artículos aparecidos en la segunda mitad del año 1920. Rechazando cualquier concesión que consistiera en la fijación de una tasa en especies o en la resurrección del libre comercio, exigía una mayor intervención estatal, y no una disminución de ella, en la vida agrícola. La única solución para la crisis agraria campesina, escribió Osinsky, reside en la “organización masiva compulsiva de la producción” bajo la dirección y el control de funcionarios del gobierno.18 Para lograrlo, proponía la formación de “comités de siembra” en cada localidad, con la misión principal de hacer aumentar la producción ampliando el área sembrada. Los nuevos comités reglamentarían también el uso de los equipos, los métodos de siembra, el cuidado del ganado y otras cuestiones que afectaban a la eficiencia de la producción. Osinsky sugería además que se exigiera a los campesinos que concentraran su semilla en un banco común de semillas, y que la distribución de ésta fuera determinada por el gobierno. Su punto de mira último era un sistema de explotación socializada de las granjas, en el cual todas las pequeñas propiedades se colectivizaran y la tarea agrícola se cumpliera sobre una base común. Lo que implicaban las recomendaciones de Osinsky no era meramente la conservación del Comunismo de Guerra, sino su reforzamiento prácticamente en todas las fases de la vida rural. Lejos de pacificar a los campesinos, sus propuestas sólo fueron un nuevo motivo de alarma, y aquéllos no tardaron en hacer oír su voz. Surgió una oportunidad a fines de diciembre de 1920, cuando se reunió en Moscú el Octavo Congreso de los Soviets. El plan de Osinsky ocupó un lugar central en las deliberaciones. Aunque la mayoría comunista lo aprobó por un margen de votos muy grande, la oposición se expresó por boca de los mencheviques y los socialistas revolucionarios, que hacían entonces su última aparición en una reunión nacional de esta clase. Feodor Dan y David Dallin por los mencheviques, y V. K. Volsky e I. N. Steinberg por los socialistas revolucionarios de derecha e izquierda, condenaron unánimemente las políticas de “bancarrota” del Comunismo de Guerra. Exigieron el inmediato reemplazo de las requisiciones de alimentos por una tasa fija en especies, con libertad de comercio respecto de los excedentes que sobrepasaran las obligaciones de los campesinos respecto del Estado. Todo enfoque basado en la compulsión, argumentaba Dan, sólo precipitaría la declinación del área sembrada y una reducción suplementaria de la producción de grano, que tanta falta hacía; la aplicación continuada de la fuerza ampliaría el abismo entre ciudad y campo, impulsando al campesinado a tomar las armas de la contrarrevolución. En una posición similar, Volsky exhortaba al gobierno a alentar la formación de cooperativas voluntarias y a abandonar las granjas estatales a las cuales se oponían tan encarnizadamente los campesinos. Y Dallin, al referirse a los comités de siembra de Osinsky, advertía que cualquier nuevo instrumento de coerción sólo agravaría la crisis existente.19 Otras objeciones a la política agrícola del gobierno fueron formuladas por los campesinos mismos en una sesión a puerta cerrada de los delegados rurales al congreso. Lenin asistió personalmente, y las notas que envió al Comité Central del partido y al Consejo de Comisarios del Pueblo son de enorme interés. La oposición al proyecto de Osinsky, como muestran las notas de Lenin, era unánime y contundente. Con desprecio no disimulado, un campesino de Siberia –región ya profundamente afectada por las rebeliones campesinas– denunció la idea de establecer comités de siembra y de que el Estado interfiriera más en los asuntos de las aldeas: “Osinsky no conoce Siberia. Yo he sembrado allí durante treinta y ocho años, pero Osinsky no sabe nada”. Otros delegados atacaron los esfuerzos del gobierno por colectivizar la agricultura, pero su peor animosidad se reservó para la confiscación de cereales mediante destacamentos armados que, decididos a cumplir sus cuotas arbitrarias, no hacían ningún distingo entre el campesino ocioso y el que trabajaba con ahínco. Había sido incautado tanto cereal, dijo un delegado, que ni los seres humanos ni los animales tenían nada que comer. Un campesino de Tula protestó diciendo que debido a las confiscaciones excesivas diez provincias fértiles de Rusia central (incluida la suya propia) se habían quedado sin semilla para la próxima siembra. Para elevar la producción de alimentos, dijo un delegado de Perm, debemos liberarnos de este flagelo de la requisición compulsiva. Los oradores protestaron, uno después de otro, afirmando que sólo se les había dado una pequeña compensación, y a veces ninguna, por su producción. “Si queréis que sembremos toda la tierra –declaró un campesino de la provincia de Minsk– dadnos sólo sal y hierro. No diré nada más.” Necesitamos caballos, ruedas, rastras, repiqueteaban otras voces. Dadnos metal para reparar nuestras herramientas y cobertizos, o moneda sólida con valor real para pagar al herrero y al carpintero. Un delegado de la provincia de Kostroma expresó la opinión de todo el grupo cuando declaró: “A los campesinos hay que darles incentivo, pues de otro modo no quieren trabajar. Puedo aserrar madera bajo el látigo, pero no se puede cultivar bajo el látigo”. “¿Cómo proporcionar incentivo? –preguntaba un campesino de Novgorod–. Es muy simple: un porcentaje fijo de requisición de grano y de ganado.”20 Lenin mismo no era de ninguna manera indiferente ante la situación por la que atravesaba el campesinado. Cuando se enteró, por ejemplo, de que los campesinos de un determinado distrito habían sido sometidos a confiscaciones excesivas y privados del grano necesario para sembrar, intervino personalmente en su ayuda.21 Ya en noviembre de 1920 había comenzado a considerar la posibilidad de “la transformación de las requisiciones de alimentos en una tasa en especies”,22 que era precisamente lo que los mismos aldeanos estaban solicitando. Pero, por lo menos por el momento, rechazó tal paso como prematuro. En efecto, el peligro de una reanudación de la Guerra Civil, dijo Lenin en el Octavo Congreso de los Soviets, aún no se había evaporado por completo. Estaba por firmar la paz formal con Polonia; y el ejército de Wrangel, abastecido por los franceses, seguía preparado en la vecina Turquía, listo para golpear en la primera oportunidad conveniente. Era obvio en tonces que no debía precipitarse la transición a un nuevo programa económico de época de paz.23 En una ocasión anterior Lenin había ejemplificado este punto con una fábula rusa. Hablando ante una asamblea de representantes rurales de la provincia de Moscú en octubre de 1920, admitió (con gritos de aprobación por parte del auditorio) que el campesinado gemía bajo una pesada carga de contribución, que había provocado una grave escisión entre ciudad y campo, entre obrero y campesino. Pero si el carnero y el chivo se pelean, preguntó Lenin refiriéndose al proletariado y el campesinado, ¿debemos permitir que el lince de la contrarrevolución los devore a ambos?24 Así, pese a las dudas cada vez más profundas, Lenin se atuvo a las viejas políticas del Comunismo de Guerra. En diciembre de 1920, en el Octavo Congreso de los Soviets, puso su sello de aprobación sobre el proyecto de Osinsky, de creación de un banco público de semillas y de una campaña de siembra en la primavera siguiente. A continuación el congreso aprobó una resolución que exigía un “amplio plan estatal de siembra compulsiva” bajo la dirección general del Comisariado de Agricultura. Se establecerían comités de siembra en cada provincia, distrito y municipio, encargados de administrar toda la mano de obra y equipo disponible para ampliar el área de tierra cultivada.25 Pero Lenin consideraba que, por lo menos en ese momento, no era factible realizar ningún intento más de colectivizar la agricultura. Ya no creía que el socialismo pudiera lograrse en un futuro cercano. Rusia, según afirmó en el Octavo Congreso de los Soviets, seguía siendo un país de pequeños campesinos, y los campesinos “no son socialistas”. Tratarlos como tales equivalía a construir el futuro de Rusia sobre arena movediza. Aunque se había clausurado el Sujárevka (el famoso mercado negro de Moscú), su espíritu vivía en el corazón de todo pequeño propietario. “Mientras vivamos en un país de pequeños campesinos –dijo Lenin–, el capitalismo tendrá en Rusia una base económica más fuerte que el comunismo.” Pero si la transición al socialismo iba a ser larga y difícil, agregaba, tanta mayor razón para no retirarse ante las fuerzas capitalistas en el campo. Así, la compulsión y no la concesión seguía siendo el santo y seña de la política agrícola bolchevique.26 La situación en las ciudades, que hasta entonces habían sido el principal baluarte de apoyo bolchevique, era en muchos aspectos peor que en el campo. Seis años de disturbios habían desquiciado la economía industrial de la nación. Aunque las estadísticas publicadas varían en muchos detalles, el cuadro que surge es casi el de un colapso.27 A fines de 1920 la producción industrial total había bajado a alrededor de un quinto de los niveles de 1913. El abastecimiento de petróleo y de materias primas alcanzó un estado particularmente crítico. Aunque los campos petrolíferos de Bakú y la cuenca carbonífera del Donetz se habían recuperado en la primavera y el otoño de 1920, el daño fue amplio y muy difícil de reparar. Muchas de las minas estaban inundadas y otras obras en curso quedaron destruidas. La producción total de carbón en Rusia, a fines de 1920, era sólo de un cuarto de los niveles de preguerra, y la de petróleo no pasaba de un tercio. Peor aún, la producción de hierro fundido bajó a menos del 3 por ciento de los niveles de 1913, y la producción de cobre casi se había detenido. Por falta de estos materiales básicos, los principales centros industriales del país se vieron forzados a reducir la producción en forma muy extrema. Muchas grandes fábricas sólo podían funcionar parcialmente, y su fuerza de trabajo disminuyó a una fracción de lo que había sido cuatro o cinco años antes. Algunos sectores importantes de la industria pesada llegaron a cesar por completo en su actividad. Y en las empresas productoras de bienes de consumo, la producción total disminuyó a menos de un cuarto de los niveles de preguerra. La manufactura de calzado se redujo a un décimo de lo normal, y sólo en veinte plantas textiles siguieron funcionando las máquinas. Integraban esta situación de desastre dos factores adicionales: los efectos asfixiantes del reciente bloqueo aliado y la desorganización del sistema de transportes del país. El bloqueo, impuesto después del tratado de Brest-Litovsk de 1918, fue finalmente levantado en 1920, pero el comercio interior no revivió hasta el año siguiente, e incluso entonces en muy pequeña escala. Como resultado, la Rusia Soviética se vio privada de equipo técnico, maquinaria y materias primas que necesitaba con urgencia y cuya falta impidió una rápida recuperación del sistema industrial. Al mismo tiempo, los medios de transporte quedaron gravemente desquiciados. En buena parte del país habían sido arrancados los rieles y destruidos los puentes por los ejércitos en retirada. Trotsky, al informar sobre la situación de los transportes al Octavo Congreso de los Soviets, observaba que más de la mitad de las locomotoras en Rusia estaban descompuestas; y la producción de nuevas máquinas había descendido al 15 por ciento de la cifra correspondiente a 1913.28 Como el abastecimiento de petróleo normal era a lo sumo intermitente, el personal ferroviario se vio reducido a hacer funcionar los trenes con madera, y esto aumentó el número de averías e interrupciones del servicio. Las comunicaciones estaban deterioradas en casi todas partes, y en algunos distritos la parálisis era total. La quiebra del sistema ferroviario detuvo la entrega de productos alimenticios a las ciudades hambrientas. Las provisiones llegaron a ser tan escasas que los obreros y otros habitantes de las ciudades se vieron reducidos a raciones de hambre. Las pequeñas cantidades de alimentos disponibles se distribuían de acuerdo con un sistema preferencial ideado originariamente para favorecer a los obreros de las industrias bélicas, pero que se mantuvo aun después de la terminación de la Guerra Civil. Así, a comienzos de 1921, los obreros de las fundiciones de Petrogrado y de los altos hornos (goriachie tsekhi) recibían una ración diaria de 800 gramos de pan negro, mientras que otros obreros que realizaban tareas excepcionalmente pesadas (udarniki) recibían 600 gramos, y las categorías menores no pasaban de 400 o incluso de 200 gramos.29 Pero aun esta magra asignación se distribuía sobre una base irregular. Según nuestras fuentes, la dieta de los trabajadores del transporte llegaba a un promedio de 700 a 1.000 calorías por día,30 cifra muy por debajo del mínimo necesario para enfrentar el trabajo de todo un día. La crisis alimentaria en las ciudades se complicó mucho a raíz de la desintegración del mercado regular durante el período de la Guerra Civil. Bajo el sistema del Comunismo de Guerra se abolió todo comercio privado y cesó virtualmente de existir el intercambio normal de bienes entre la ciudad y el campo. Su lugar lo ocupó rápidamente un mercado negro. Enjambres de vendedores ambulantes correteaban de aldea en aldea comprando pan y vegetales para venderlos o realizar operaciones de trueque con los hambrientos habitantes de las ciudades. A fines de 1920 el comercio ilícito había llegado a proporciones tales que suplantó en gran medida a los canales oficiales de distribución. Al mismo tiempo, la inflación alcanzó niveles vertiginosos. Sólo en el curso del año 1920 el precio del pan aumentó más de diez veces.31 El gobierno soviético, para atender a sus propios gastos, comenzó a imprimir dinero con un ritmo frenético, y como resultado de esta acción un rublo de oro que equivalía a 7 rublos papel y 85 kopecks en 1917, valía por lo menos 10.000 rublos papel tres años más tarde.32 A fines de 1920 los salarios reales de los trabajadores fabriles en Petrogrado habían descendido, según estimaciones oficiales, al 8,6 por ciento de sus niveles de preguerra.33 A medida que iba bajando el valor de la moneda, se pagaba a los trabajadores una proporción cada vez mayor de su salario en especies. La ración de comida (payok) llegó a constituir el núcleo del salario, al cual se agregaban los zapatos y vestimentas que el gobierno entregaba a los obreros y, a veces, una fracción de lo que producían, que ellos trocaban normalmente por comida. No obstante, los trabajadores fabriles raramente tenían lo necesario para poder alimentarse ellos mismos y sus familias, y se fueron uniendo a las oleadas de habitantes de las ciudades que abandonaban sus hogares y se trasladaban al campo en busca de alimento. Entre octubre de 1917 y agosto de 1920 (fecha en que se tomó un censo), la población de Petrogrado disminuyó de casi 2.500.000 habitantes a más o menos 750.000, lo cual equivale a una baja de casi dos tercios. Durante el mismo período Moscú perdió casi la mitad de sus habitantes, mientras que la población urbana total de Rusia declinó en alrededor de un tercio. Una buena proporción de esta migración la componían trabajadores industriales que iban volviendo a sus aldeas nativas y reanudaban su anterior forma de existencia campesina. En agosto de 1920 Petrogrado, por ejemplo, quedó con sólo un tercio de los 300.000 obreros fabriles de los que podía jactarse tres años antes, y el decrecimiento total de obreros en toda Rusia excedió el 50 por ciento.34 Parte de esta dramática declinación era atribuible, por supuesto, a la alta tasa de mortalidad en el frente, y parte a la gran cantidad de personas que volvían a sus aldeas para participar en el reparto de tierras; la dislocación de la industria y la falta de petróleo y vestimenta contribuyeron también a este éxodo. Pero la mayoría buscaba comida, especialmente durante 1919 y 1920, años en los cuales los abastecimientos de las ciudades se aproximaron con rapidez a niveles de hambre. Aun entre quienes prefirieron quedarse, había muchos operarios que restablecieron viejos vínculos con sus aldeas, haciendo viajes periódicos en busca de alimento o volviendo a ellas durante períodos de enfermedad, o para ayudar en la cosecha. Es irónico que esto ocurriera en un momento en que el país, según los cánones ideológicos del partido bolchevique, debía haber adquirido un carácter urbano e industrial cada vez más acentuado. Pero en lugar de ello, debido a los efectos del reparto de tierras y de la Guerra Civil, Rusia volvió a ser, en gran medida, la primitiva sociedad agraria de la cual sólo había comenzado a emerger en época reciente. Para el gobierno soviético, que gobernaba en nombre del proletariado industrial, la situación estaba cargada de peligrosas implicaciones. No sólo el desplazamiento de gente de la ciudad a la aldea diluía la base social de la autoridad bolchevique, sino que el renovado contacto entre campesinos y obreros servía para aumentar las tensiones populares existentes. Las quejas de los campesinos provocaron reacciones muy fuertes entre los visitantes urbanos, que pudieron ver con sus propios ojos el impacto que producía el Comunismo de Guerra en el campo. Y pronto se difundió un sentimiento de frialdad de los campesinos y obreros hacia sus parientes plebeyos que integraban el ejército y la armada. El resultado fue una ola creciente de disturbios rurales, agitación industrial e intranquilidad militar, que iba a alcanzar un clímax explosivo en Kronstadt, en marzo de 1921. Entretanto, la situación de las ciudades y pequeñas poblaciones seguía deteriorándose. A comienzos de 1921 los elementos mismos de la vida ciudadana se iban desintegrando. Debido a la crisis de abastecimiento petrolero, los talleres, las viviendas y las oficinas no pudieron calentarse en los meses inusitadamente rigurosos del invierno. No se podía comprar en ninguna parte ropas de abrigo y botas, y se hablaba de casos de personas que morían heladas en sus departamentos carentes de calefacción. El tifus y el cólera barrieron las ciudades y cobraron una cuota alarmante. Pero el alimento siguió constituyendo el peor problema: pese a la fuerte declinación de la población urbana, los abastecimientos no eran aún suficientes. Los operarios iban perdiendo su energía física y caían víctimas de todas las formas de desmoralización. A fines de 1920 la productividad promedio había descendido a un tercio de la tasa de 1913.35 Impulsados por el frío y el hambre, los hombres abandonaban sus máquinas durante días enteros para juntar madera y víveres en el campo circundante. Viajaban a pie o en vagones de ferrocarril atestados, llevando sus posesiones personales y los materiales que habían podido sustraer de las fábricas, con el fin de intercambiarlos por cualquier alimento que pudieran conseguir. El gobierno hizo todo lo posible para detener este tráfico ilegal. Se distribuyeron destacamentos armados que bloqueaban los caminos (zagraditel’nye otriady) con el fin de vigilar el acceso a las ciudades y confiscar los preciosos sacos de alimentos que los “especuladores” traían de vuelta para sus familias. La brutalidad de los destacamentos camineros se hizo proverbial en todo el país, y los comisariatos de Moscú se vieron inundados de quejas por los métodos arbitrarios que se aplicaban.36 Otra queja importante de la clase trabajadora era la referente a la creciente regimentación del trabajo bajo el sistema del Comunismo de Guerra. La fuerza impulsora de este desarrollo fue Trotsky, el Comisario de Guerra. Alentado por el éxito que había obtenido cuando logró dar forma a un Ejército Rojo rápidamente improvisado, Trotsky trató de aplicar métodos similares de disciplina militar a la tambaleante economía industrial. En enero de 1920, el Consejo de Comisarios del Pueblo decretó, en gran medida por instigación de Trotsky, una obligación general de trabajo para todos los adultos capaces y autorizó, al mismo tiempo, la asignación de personal militar ocioso para tareas civiles. A medida que se aproximaba el fin de la Guerra Civil, destacamentos enteros de soldados del Ejército Rojo, en lugar de ser licenciados, eran mantenidos como “ejércitos de trabajo” y se los destinaba a tareas tendientes a aliviar la creciente crisis petrolera y del transporte y a salvar del colapso a las industrias básicas. Se emplearon miles de veteranos en cortar madera, sacar carbón de las minas y reparar vías férreas, mientras otros millares eran asignados a tareas pesadas en las grandes fábricas urbanas. Entretanto, se intentó reforzar la disciplina laboral entre la fuerza civil de trabajo para reducir los hurtos y el ausentismo y elevar la producción individual. Sin embargo, los resultados de estas medidas políticas fueron desalentadores. Como era de esperar, el endurecimiento de la disciplina y la presencia de tropas en las fábricas provocaron un fuerte resentimiento en los obreros regulares y violentas quejas contra la “militarización del trabajo”, en las reuniones de fábricas y de sindicato. Y los soldados, por su parte, estaban ansiosos de volver a su hogar, una vez terminada la guerra. A muchos rusos les parecía que la “militarización del trabajo” había perdido su justificación en el momento mismo en que el gobierno trataba de ampliarla. Los líderes mencheviques compararon la nueva regimentación con la esclavitud egipcia, cuando los faraones utilizaban el trabajo forzado para construir las pirámides. Insistían en que la compulsión no lograría más éxito en la industria que el que había logrado en la agricultura.37 Con gran alarma de los observadores gubernamentales, tales argumentos iban obteniendo una resonancia positiva entre los operarios de las industrias, cuya desilusión respecto de los bolcheviques y de su programa de Comunismo de Guerra se iba aproximando al punto de las demostraciones abiertas contra el régimen. La “militarización del trabajo” fue parte de un esfuerzo más amplio tendiente a imponer el control central sobre la vacilante economía de la nación. Durante 1917 y 1918 los trabajadores industriales habían puesto en práctica el slogan sindicalista del “control de los obreros” sobre la producción.38 Esto significaba que los comités locales de fábrica y taller supervisaban la contratación y despido de los trabajadores, participaban en la fijación de los salarios, horarios y condiciones de trabajo, y vigilaban en general las actividades de la administración. En algunas empresas se dejó cesantes a directores, ingenieros y capataces impopulares, y las comisiones de trabajadores asumieron por sí mismas las tareas directivas, por lo común con resultados desastrosos. En el verano de 1918 la administración efectiva casi había desaparecido en la industria rusa, y el país estaba al borde del colapso económico. Los bolcheviques, que alentaron el control por los obreros en 1917 como medio para minar al Gobierno Provisional, se vieron entonces forzados a actuar para no ser devorados por la misma marea que había tragado a sus predecesores. Así, a partir de junio de 1918 se nacionalizaron las grandes fábricas y se abandonó en forma gradual el control por los obreros, instaurándose en cambio la dirección unipersonal y una estricta disciplina de trabajo. En noviembre de 1920 cuatro de cada cinco grandes empresas estaban ya bajo dirección individual, y la nacionalización se había extendido a la mayoría de las pequeñas fábricas y talleres.39 Cuando era posible, los “especialistas burgueses” volvían a sus cargos para proveer el asesoramiento y la supervisión técnica que tanto se requerían. Antes de terminar el año la proporción de empleados burocráticos respecto de trabajadores manuales era de aproximadamente el doble que en 1917.40 Había comenzado a florecer una nueva burocracia. Se trataba de un conjunto mixto, formado por personal administrativo veterano y neófitos sin práctica alguna; sin embargo, pese a las dispares valoraciones y perspectivas que tenían, compartían intereses peculiares que les eran propios y que los apartaban de los obreros del taller. Para estos últimos, la restauración del enemigo de clase en un lugar dominante dentro de la fábrica significó una traición a los ideales de la revolución. Según su punto de vista, su sueño de democracia proletaria, realizado momentáneamente en 1917, les era arrebatado para reemplazarlo por los métodos coercitivos y burocráticos del capitalismo. Los bolcheviques habían impuesto la “disciplina de hierro” en las fábricas, establecido destacamentos armados para imponer por la fuerza la voluntad de la dirección, y contemplado el uso de odiosos métodos de eficiencia tales como el “sistema de Taylor”. Que esto lo hiciera un gobierno en el que habían confiado y que pretendía gobernar en su nombre, era un amargo trago para los trabajadores. No es de extrañar entonces que durante el invierno de 1920-1921, en que la dislocación económica y social alcanzó un punto crítico, no pudieran ya silenciarse las murmuraciones de descontento, ni siquiera apelando a amenazas de expulsión con pérdida de las raciones. En las reuniones de fábrica, donde los oradores denunciaban en tono colérico la militarización y burocratización de la industria, las referencias críticas a las comodidades y privilegios de que gozaban los funcionarios bolcheviques suscitaron gritos indignados de acuerdo por parte de los oyentes. Los comunistas, se afirmaba, siempre obtenían los mejores trabajos y parecían sufrir menos hambre y frío que todos los demás. Comenzaron a surgir, a menudo simultáneamente, el antisemitismo y el antiintelectualismo; se formuló el cargo de que los bolcheviques pertenecían a una estirpe extranjera de intelectuales judíos que habían traicionado al pueblo ruso y contaminado la pureza de la revolución. Este creciente sentimiento de amargura y desilusión coincidió con un período de aguda controversia dentro del Partido Comunista mismo, donde no dejaba de manifestarse oposición a la política del Comunismo de Guerra. La controversia, que continuó desde diciembre de 1920 hasta marzo de 1921, y alcanzó su clímax en el Décimo Congreso del Partido, mientras estaba en curso la rebelión de Kronstadt, se centraba sobre el rol de los sindicatos en la sociedad soviética.41 Durante la prolongada y turbulenta disputa surgieron tres posiciones antagónicas. Trotsky, guiado por la concepción militar de la mano de obra a la que había llegado mientras era Comisario de Guerra, estaba en favor de la subordinación total de los sindicatos al Estado, que debía ser el único dotado de autoridad para designar y despedir funcionarios sindicales. Los más decididos opositores a este plan eran los miembros de la Oposición de Trabajadores, grupo compuesto en gran medida por obreros y ex obreros (sobre todo Alexander Shliapnikov y Yuri Lutovinov) que habían conservado su lealtad y simpatías proletarias. Lo que perturbaba especialmente a la Oposición de Trabajadores era el aparente cambio del régimen soviético que se había transformado en un nuevo Estado burocrático dominado por una minoría no proletaria. Shliapnikov, Lutovinov, Alexandra Kollontai y sus simpatizantes vituperaron la militarización de la fuerza de trabajo y la inauguración de la dirección unipersonal en las fábricas. Exigieron no sólo la total independencia de los sindicatos respecto del control del Estado y del partido, sino también la transferencia de la administración industrial a los sindicatos y a sus comités locales de fábrica, que según ellos debían organizarse en un Congreso Panruso de Productores. Insistían en que el partido no debía permitir que la iniciativa creadora de los trabajadores “fuera mutilada por la maquinaria burocrática que está saturada del espíritu rutinario que caracteriza al sistema capitalista de producción y control”.42 Lenin y sus partidarios (que constituían una gran mayoría entre los miembros del partido) trataron de atenuar la discordancia existente entre la exhortación de Trotsky al sometimiento de los sindicatos y el programa sindicalista de la Oposición de los Trabajadores. Según ellos lo veían, los sindicatos no debían ser absorbidos por el aparato estatal ni había que acordarles el control sobre la industria; más bien, debían retener una dosis real de autonomía, con el derecho a elegir a sus propios líderes y promover la libre discusión de los problemas laborales, mientras que el gobierno seguiría teniendo las riendas de la economía en sus propias manos. Lenin esperaba que sus propuestas de compromiso lograrían unir a los otros grupos. Se sintió profundamente perturbado por la disputa, que amenazaba con quebrar la frágil unidad partidaria en un momento tan crítico de la historia soviética. “Debemos tener la valentía de mirar de frente la amarga verdad”, dijo en enero de 1921, en el momento más agudo de la controversia. “El partido está enfermo. El partido tiembla de fiebre.” A menos que pueda curarse de su enfermedad “en forma rápida y radical”, advertía Lenin, ocurrirá “una escisión inevitable” que podría resultar fatal para la revolución.43 Los debates ocurridos dentro del Partido Comunista reflejan las crecientes tensiones de la sociedad rusa en su conjunto, a medida que avanzaba el invierno. Durante los tres años anteriores el pueblo había librado una desesperada lucha para preservar los frutos de la revolución y lograr una vida más libre y confortable, y creía que una vez derrotado el enemigo el gobierno lo liberaría con rapidez de los rigores de la disciplina bélica, y que en poco tiempo el sistema del Comunismo de Guerra se transformaría en un borroso recuerdo de una época perturbada, que ya había pasado a la historia. Pero no ocurrió nada parecido. Una vez ganada la Guerra Civil, no se abandonaron, ni siquiera se relajaron, las políticas del Comunismo de Guerra. Meses después de la derrota de Wrangel, el gobierno mostró pocos signos de que se trataran de restaurar las libertades elementales, fueran económicas o políticas. El impulso predominante de la política bolchevique siguió orientándose, más bien, hacia la compulsión y el control rígido. Como resultado de ello, se desarrolló rápidamente un sentimiento de amargo desaliento. Éste era el sentimiento que constituía el núcleo de la crisis en curso. Aun quienes concebían que el Comunismo de Guerra había servido a un propósito necesario, que durante la lucha a muerte contra los Blancos había salvado al ejército de la derrota y a las ciudades del hambre, estaban convencidos de que la compulsión ya no tenía utilidad alguna. Según su punto de vista, el Comunismo de Guerra no había sido nada más que un expediente temporario para enfrentar una situación de emergencia; como programa de época de paz constituía un tremendo fracaso y una carga que el pueblo ya no podía tolerar. No obstante, los bolcheviques no estaban dispuestos a derogarlo, como tampoco a dejar de sofocar a la oposición política. A manera de justificación, los portavoces partidarios insistían en que aún no había transcurrido la emergencia bélica, que el país seguía estando aislado y acosado por poderosos enemigos de todas partes, listos para el asalto cuando vieran el primer signo de debilidad interna. Pero cada medida represiva, aunque la dictara una urgencia económica o política, minaba aún más las pretensiones democráticas e igualitarias del gobierno. Voces de crítica argumentaban que eran los bolcheviques mismos quienes estaban traicionando los ideales de la revolución. Para Alexander Berkman, líder anarquista que había apoyado al régimen soviético durante la Guerra Civil, se había abjurado de los eslogans de 1917 y pisoteado las más entrañables esperanzas del pueblo. La injusticia prevalecía en todas partes, escribió Berkman en 1921, y una supuesta necesidad servía para encubrir la traición, el engaño y la opresión; los bolcheviques, aunque gobernaban en nombre de los trabajadores y de los campesinos, estaban destruyendo la iniciativa y la confianza de éstos en sí mismos, elementos de los cuales dependía el crecimiento y, en verdad, la supervivencia misma de la revolución.44 Los sentimientos de Berkman eran ampliamente compartidos por otros sectores de izquierda que, como los anarquistas, habían sido rudamente dejados de lado después de la toma del poder por los bolcheviques. En un discurso pronunciado ante el Octavo Congreso de los Soviets, el líder menchevique Feodor Dan llegó a formular la acusación de que al ahogar la iniciativa popular todo el sistema de los soviets había dejado de funcionar, excepto como mera fachada para una dictadura unipartidaria. Se suprimió la libertad de expresión o de reunión, dijo Dan, se aprisionó o desterró sin juicio previo a ciudadanos y se realizaron ejecuciones políticas en gran escala. Condenando estas prácticas terroristas, exigía la inmediata restauración de las libertades políticas y civiles y solicitaba nuevas elecciones para integrar los soviets en todas las localidades. El llamado de Dan encontró eco en un discurso pronunciado por el prominente socialista revolucionario de izquierda, I. N. Steinberg. Éste había sido comisario de justicia en el gobierno soviético y solicitaba la resurrección de la “democracia soviética” con amplia autonomía y autodirección en el nivel local.45 En verdad, este requerimiento repetía la antigua exigencia leninista de entregar “todo el poder a los soviets”, reivindicación que ahora volvían contra los bolcheviques sus críticos del ala izquierda. Dentro de las filas mismas del Partido Comunista, los centralistas democráticos defendían la concesión de mayor poder a los soviets locales como remedio para la excesiva centralización de la autoridad política ocurrida durante la Guerra Civil. Tampoco se limitaban tales apelaciones a un puñado de intelectuales radicales. Durante los meses del invierno la cólera popular se desarrolló en un amplio frente, que abarcaba a marineros y soldados, así como a campesinos y obreros, que anhelaban recuperar la anárquica libertad de 1917, a la vez que deseaban la restauración de la estabilidad social y el fin del derramamiento de sangre y la privación económica. A raíz de estas aspiraciones en cierto modo contradictorias, surgió una de las más serias crisis internas que los bolcheviques habían enfrentado desde la toma del poder. En marzo de 1921 el régimen soviético estuvo en peligro de ser barrido por una oleada de insurrecciones campesinas, disturbios laborales y fermento militar, que alcanzó su culminación en el levantamiento de Kronstadt. Era sobre todo el hambre y la privación lo que había creado la atmósfera para la crisis, y sería fácil criticar a los bolcheviques porque no hayan logrado atenuar el descontento abandonando el sistema del Comunismo de Guerra. No obstante, los bolcheviques necesitaban, no menos que los gobiernos del oeste, tiempo para evaluar la nueva situación que estaban enfrentando. La transición de la guerra a la paz, como dijo Lenin al Octavo Congreso de los Soviets, no era cosa sencilla. Nadie estaba seguro de cuál era el mejor curso de acción; no había ningún plano estratégico, ningún precedente que seguir. Desde el momento en que los bolcheviques tomaron el poder, sus políticas fueron el resultado de tanteos y tuvieron un carácter experimental e incierto; y pasados más de tres años, la improvisación seguía caracterizando sus discusiones y acciones. Algunos de los líderes partidarios, incluido Lenin mismo, comenzaron de hecho ya en noviembre de 1920 a considerar la posibilidad de moderar el Comunismo de Guerra, pero en ese momento estaba lejos de ser evidente –como iba a serlo sólo dos o tres meses más tarde– que fuera necesaria una reorientación inmediata para evitar un trastorno social de importancia. No obstante, subsiste el hecho de que tardó demasiado en producirse una relajación del clima interno. Dominados aún por la psicología bélica, y no dispuestos a abandonar el programa que se adaptaba a sus preconceptos ideológicos, los bolcheviques se aferraron a las políticas del Comunismo de Guerra y no las abandonaron hasta febrero de 1921, cuando Lenin dio los primeros pasos hacia el establecimiento de una Nueva Política Económica. No obstante, en ese momento ya a era demasiado tarde para evitar la tragedia de Kronstadt." 10 – 34


No es sorprendente que en tal momento la oposición política se pusiera en movimiento. Los mencheviques y las organizaciones socialistas revolucionarias de Petrogrado, aunque diezmadas por los arrestos y acosadas por la policía, se las arreglaron para distribuir una cantidad de proclamas entre la población trabajadora. El 27 de febrero, por ejemplo, apareció en las calles de la ciudad el siguiente manifiesto:
Es necesario un cambio fundamental en la política del gobierno. Ante todo, los trabajadores y campesinos necesitan libertad. No quieren vivir al arbitrio de las decisiones de los bolcheviques. Desean controlar su propio destino. Camaradas, apoyad el orden revolucionario. De una manera organizada y decidida exigimos: La liberación de todos los trabajadores socialistas y no partidarios arrestados; la abolición de la ley marcial; la libertad de expresión, prensa y reunión para todos los trabajadores; elecciones libres de comités de fábrica, sindicatos y soviets. Llamad a reunión, aprobad resoluciones, enviad delegados a las autoridades, poned en marcha la realización de vuestros requerimientos.19
Aunque el manifiesto no llevaba firma, presentaba los signos inequívocos de la agitación que, según ellos mismos admiten, Dan y los líderes mencheviques que lo acompañaban estaban guiando activamente a fines de febrero. La organización de Petrogrado, ayudada por impresores que le eran favorables, y entre los cuales los mencheviques siempre habían gozado de predicamento, logró imprimir muchos panfletos y proclamas donde se pedía la elección libre de los soviets y los sindicatos, la restauración de las libertades civiles, la finalización del terror y la liberación de los prisioneros socialistas y de otros sectores políticos del ala izquierda de las cárceles comunistas. En la esfera económica, los mencheviques pedían que el gobierno cesara con las requisiciones de cereales y con el establecimiento compulsivo de granjas estatales, y que restableciera la libertad de comercio entre la ciudad y el campo, con reglamentaciones que impidieran la especulación. 44

Como resultado, luego de varios días de tensa excitación, fueron disminuyendo rápidamente los disturbios en Petrogrado. El 2 o el 3 de marzo casi todas las fábricas en huelga volvieron al trabajo. Las concesiones gubernamentales produjeron cierto efecto, pero fue sobre todo el frío y el hambre lo que estimuló el cambio de actitud del pueblo. No obstante, esto no implica negar que la aplicación de la fuerza militar y de los arrestos masivos, por no hablar de la incansable propaganda realizada por las autoridades, fueron indispensables para restablecer el orden. Particularmente llamativa, a este respecto, fue la disciplina que mostró la organización partidaria local. Dejando de lado sus disputas internas, los bolcheviques de Petrogrado estrecharon rápidamente filas y procedieron a realizar la desagradable tarea de represión con eficacia y en forma expeditiva. Esto se aplica tanto a Zinoviev, jefe del partido local, como a cualquiera de sus subordinados. Pese a toda su reputación de cobarde, que era fácilmente invadido por el pánico cuando amenazaba el peligro, Zinoviev parece haber actuado con notable presencia de ánimo en la represión de los desórdenes que ocurrían a su alrededor. Además, el colapso del movimiento no se habría producido tan pronto si no hubiera sido por la profunda desmoralización de los habitantes de Petrogrado. Ocurría simplemente que los trabajadores estaban demasiado agotados como para sostener por largo tiempo cualquier clase de actividad política. El hambre y el frío habían reducido a muchos de ellos a un estado de indiferencia cercano a la apatía total. Más aún, carecían de liderazgo efectivo y de un programa coherente de acción. En el pasado, tales cosas habían sido proporcionadas por la intelligentsia radical. Pero en 1921, como observó Emma Goldman, los intelectuales de Petrogrado no estaban en condiciones de prestar a los obreros ninguna clase de apoyo importante, y no digamos de guía activa. Quienes habían sido una vez los abanderados de la protesta revolucionaria se sentían ahora demasiado fatigados y aterrorizados, demasiado paralizados por la futilidad del esfuerzo individual, como para levantar la voz y oponerse. Junto con la mayoría de sus camaradas que estaban en la prisión o el exilio, y algunos ya ejecutados, eran pocos los sobrevivientes dispuestos a arriesgar el mismo destino, especialmente cuando las probabilidades que tenían en contra resultaban tan abrumadoras y la más mínima protesta podía privar a sus familias de sus raciones.32 Además, para muchos intelectuales y trabajadores, los bolcheviques, pese a todos sus defectos, constituían aún la barrera más efectiva contra el resurgimiento de los Blancos y la derrota de la revolución. Por estas razones, las huelgas de Petrogrado estaban predestinadas a una breve existencia. En verdad, terminaron casi tan repentinamente como habían comenzado, sin haber alcanzado nunca el punto de la revuelta armada contra el régimen. Sin embargo, sus consecuencias fueron inmensas. Al excitar a los marineros de la cercana Kronstadt, muy atentos a los desarrollos insurreccionales de la vieja capital, dieron marco a lo que fue, en muchos aspectos, la más seria rebelión en la historia soviética. 51

. Ese mismo día, 26 de febrero, las tripulaciones del Petropavlovsk y del Sebastopol celebraron una reunión de emergencia y decidieron enviar una delegación a Petrogrado para averiguar lo que estaba ocurriendo. Ambos buques de guerra, aprisionados entonces uno junto a otro en el hielo del puerto de Kronstadt, habían sido durante largo tiempo un foco de sentimiento y actividad rebelde. Durante los días de julio de 1917, segur hemos visto, el Petropavlovsk constituyó un ejemplo de oposición militante al Gobierno Provisional; y en el mes siguiente cuatro de sus oficiales fueron fusilados bajo la dudosa acusación de apoyar al general Kornilov. Por lo tanto, no exagera Pavel Dybenko, ex miembro de la tripulación, cuando habla en sus memorias de “el siempre tormentoso Petropavlovsk”.70 El Sebastopol también había tenido una historia de conducta intemperante, pues su tripulación acababa de amotinarse a raíz de la restricción de las licencias en la flota. Cuando la delegación de Kronstadt llegó a Petrogrado, encontró las fábricas rodeadas por tropas y cadetes militares. En los talleres que aún funcionaban, destacamentos armados comunistas mantenían vigilancia sobre los obreros, que permanecían en silencio cuando los marineros se les acercaban. “Podría haberse pensado –observaba Petrichenko, figura líder de la revuelta en ciernes– que no eran fábricas sino prisiones de trabajos forzados de la época zarista.”71 El 28 ele febrero los emisarios, llenos de indignación ante las escenas a las que habían asistido, volvieron a Kronstadt y presentaron los resultados ante una asamblea histórica realizada a bordo del Petropavlovsk. Su informe expresaba, por supuesto, plena simpatía por las exigencias de los huelguistas, y solicitaba una mayor autodeterminación en las fábricas, así como en la flota. La asamblea votó luego una larga resolución que estaba destinada a transformarse en el estatuto político de la rebelión de Kronstadt:
Luego de haber oído el informe de los representantes enviados por la asamblea general de tripulaciones de buques a Petrogrado para investigar la situación allí reinante, resolvemos: 1. En vista de que los actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y campesinos, celebrar inmediatamente nuevas elecciones mediante voto secreto, con libertad para que todos los obreros y campesinos puedan realizar agitación en el período previo; 2. Dar libertad de expresión y prensa a los obreros y campesinos, a los anarquistas y a los partidos socialistas de izquierda; 3. Asegurar la libertad de reunión para los sindicatos y las organizaciones campesinas; 4. Llamar a una conferencia no partidaria de obreros, soldados del Ejército Rojo y marineros de Petrogrado, Kronstadt y de la provincia de Petrogrado, para una fecha no posterior al 10 de marzo de 1921; 5. Liberar a todos los prisioneros políticos de los partidos socialistas, así como a todos los obreros, campesinos, soldados y marineros encarcelados en vinculación con los movimientos laborales y campesinos; 6. Elegir una comisión que revise los procesos de quienes permanecen en las prisiones y campos de concentración; 7. Abolir todos los departamentos políticos, porque a ningún partido deben dársele privilegios especiales en la propagación de sus ideas o acordársele apoyo financiero del Estado para tales propósitos. En cambio, deben establecerse comisiones culturales y educacionales, elegidas localmente y financiadas por el Estado; 8. Retirar de inmediato todos los destacamentos de inspección caminera; 9. Igualar las raciones de todos los trabajadores, con excepción de los que realizan tareas insalubres; 10.Abolir los destacamentos comunistas de combate en todas las ramas del ejército, así como las guardias comunistas que se mantienen en las fábricas y talleres. Si tales guardias o destacamentos resultaran necesarios, se designarán en el ejército tomándolos de sus propias filas y en las fábricas y talleres a discreción de los obreros; 11.Dar a los campesinos plena libertad de acción respecto de la tierra, y también el derecho de tener ganado, con la condición de que se las arreglen con sus propios medios, es decir, sin emplear trabajo asalariado; 12.Requerir a todas las ramas del ejército, así como a nuestros camaradas los cadetes militares (kursanty), que aprueben nuestra resolución; 13.Pedir que la prensa dé amplia publicidad a todas nuestras resoluciones; 14.Designar una oficina de control itinerante; 15.Permitir la producción de los artesanos libres que utilicen su propio trabajo. PETRICHENKO, Presidente de la Asamblea de la Escuadra PEREPELKIN, Secretario.72
La resolución del Petropavlovsk fue un eco no sólo de los descontentos de la flota del Báltico, sino también de la masa rusa que habitaba en todas las ciudades y aldeas del país. Los marineros, que eran también de estirpe plebeya, deseaban que se aliviara la situación de sus camaradas campesinos y trabajadores. En verdad, de los 15 puntos de la resolución, sólo uno –la abolición de los departamentos políticos de la flota– se aplicaba específicamente a su propia situación. El resto del documento era una andanada dirigida contra las políticas del Comunismo de Guerra, cuya justificación, según los marineros y la población en general, había desaparecido desde hacía largo tiempo. El hecho de que alguno de los patrocinantes de la resolución, incluido Petríchenko, hubieran estado de licencia en su hogar hacía poco tiempo y visto con sus propios ojos la condición en que se encontraban los aldeanos, influyó indudablemente en sus exigencias en ayuda del campesinado. Esto era especialmente cierto respecto del punto 11, que habría permitido a los campesinos hacer uso de su tierra en la medida en que no se valieran de ayuda asalariada. Lo que esto implicaba era nada más ni menos que la abolición de las requisiciones de alimentos y también, quizá, la liquidación de las granjas estatales. Del mismo modo, la gira de inspección realizada por los marineros en las fábricas de Petrogrado puede explicar el hecho de que influyeran en su programa las principales demandas de los obreros: la abolición de las inspecciones camineras, de las raciones privilegiadas y de los destacamentos armados de fábrica. Pero no fueron estas exigencias económicas lo que alarmó tanto a las autoridades bolcheviques cuando les llegó la noticia de la asamblea celebrada en el Petropavlovsk. Algunas de las demandas, en verdad, tales como las referentes al retiro de los destacamentos de inspección caminera (punto 8), estuvieron a punto de ser concedidas por Zinoviev y sus subordinados de Petrogrado. Además, en ese mismo momento el gobierno estaba esbozando una nueva política económica que iría mucho más lejos que el programa de los marineros en lo referente a satisfacer los deseos populares. Fueron las exigencias políticas, más bien, que al apuntar como lo hicieron al corazón mismo de la dictadura bolchevique, impulsaron a las autoridades a solicitar la inmediata represión del movimiento de Kronstadt. Es cierto que los marineros no querían el derrocamiento del gobierno soviético; tampoco defendían una restauración de la Asamblea Constituyente o de los derechos políticos para la alta burguesía y las clases medias. Despreciaban a los elementos moderados y conservadores de la sociedad rusa como lo habían hecho siempre, y no pensaban de ninguna manera concederles respiro ni tranquilidad. Pero la declaración con que comienza la resolución –que “los actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y campesinos”–, representaba un claro desafío contra el monopolio bolchevique del poder político. El pedido de nuevas elecciones para integrar los soviets, vinculado como estaba con una exigencia de libre expresión para los trabajadores, campesinos y grupos políticos del ala izquierda, era algo que Lenin y sus seguidores no estaban dispuestos a tolerar. En efecto, la resolución del Petropavlovsk constituía un llamado para que el gobierno soviético se comportara de acuerdo con su propia constitución, y equivalía a una atrevida formulación de los mismos derechos y libertades que Lenin en persona había defendido en 1917. En su espíritu, implicaba una vuelta a Octubre y evocaba la vieja consigna leninista de “Todo el poder a los soviets”. Pero los bolcheviques lo veían bajo una luz diferente: al rechazar sus pretensiones de ser los únicos guardianes de la revolución, de representar con exclusividad a los obreros y campesinos, tal declaración no era más que un manifiesto contrarrevolucionario y había que tratarlo como tal. Con la aprobación de la resolución del Petropavlovsk se apresuró la marcha de los acontecimientos. Al día siguiente, 1° de marzo, se celebró en la Plaza del Ancla una reunión masiva de marineros, soldados y obreros. Asistieron alrededor de 15.000 personas, más de un cuarto del total de la población militar y civil de Kronstadt. Han llegado hasta nosotros varias exposiciones realizadas por testigos visuales, tanto comunistas como no comunistas,73 y en su conjunto proporcionan un cuadro vívido y detallado de lo que sucedió. En la plataforma de los oradores estaban dos funcionarios bolcheviques de alto rango, M. I. Kalinin y N. N. Kuzmin, que habían sido enviados desde Petrogrado para salvar la situación. De acuerdo con algunos informes, Zinoviev había acompañado a su colegas hasta Oranienbaum, pero decidió no seguir más allá por temor a que los marineros lo maltrataran.74 Kalinin, presidente de la República Soviética, era un ex obrero de fábrica nacido de una familia campesina de la provincia de Tver, y los rusos comunes, según parece, le tenían cierto afecto. Durante la semana anterior él había sido uno de los pocos oradores bolcheviques de Petrogrado que fueron escuchados con simpatía por los huelguistas. Se pensó quizás, entonces, que su popularidad podía resultar útil en esta ocasión para llamar a los marineros a la sensatez. Cuando llegó Kalinin, lo recibieron con música, banderas y una guardia militar de honor, signo alentador de que podrían aún evitarse los disturbios serios. Además, la reunión de la Plaza del Ancla comenzó en una atmósfera amistosa, presidida por el jefe bolchevique del Soviet de Kronstadt, P. D. Vasiliev. Pero los ánimos comenzaron a caldearse cuando se leyó el informe de los delegados que habían ido a investigar los disturbios de Petrogrado. Cuando se presentó a la asamblea la resolución del Petropavlovsk, la excitación llegó a un grado muy alto. Kalinin se puso de pie y comenzó a hablar contra ella, pero fue repetidamente interrumpido con burlas: “Basta, Kalinych, tú te las arreglas para vivir en forma bastante confortable. Mira todos los cargos que has conseguido. Apuesto a que te llenas de dinero con ellos.” “Nosotros sabemos perfectamente lo que necesitamos. En cuanto a ti, viejo, vete a tu hogar con tu mujer”. Kalinin se esforzó por hacerse oír, pero sus palabras fueron ahogadas por los silbidos y la rechifla. 69 – 73

La conferencia, presidida por Petrichenko, comenzó eligiendo un presidium de cinco hombres. Los delegados oyeron después unos pocos discursos, antes de encarar su tarea principal que consistía en organizar nuevas elecciones para integrar el Soviet. Los primeros en subir a la tribuna fueron los funcionarios comunistas Kuzmin y Vasiliev, que se habían opuesto a la resolución del Petropavlovsk el día anterior en la Plaza del Ancla. En esta oportunidad, para consternación de sus oyentes, prosiguieron con la misma retahíla crítica. El discurso de Kuzmin, en particular, provocó la indignación de los delegados. Al recordarles que aún no se había firmado una paz formal con Polonia, les advertía que cualquier división en la autoridad gubernamental –cualquier dvoevlastie, o poder dual– podía en ese momento tentar al mariscal Pilsudski a reanudar las hostilidades. Los ojos del oeste, decía, estaban fijados en la Rusia Soviética, atisbando los signos de debilidad interna. Respecto de los disturbios de Petrogrado, prosiguió Kuzmin, Kronstadt estaba groseramente mal informada tanto respecto de su gravedad como de su extensión. Habían constituido, sin duda, un chispazo momentáneo, pero que pasó muy rápido, y en ese momento la ciudad estaba tranquila. En un momento dado, Kuzmin, al aludir a la intranquilidad que reinaba en la flota del Báltico, defendió la conducta de comisarios como él mismo, a quienes los marineros, en asambleas recientes, habían hecho objeto de escarnio. Esto difícilmente pudiera agradar a sus oyentes. Pero lo que los enardeció más que cualquier otra cosa fueron las observaciones finales de Kuzmin, que encerraban la misma amenaza implícita que su discurso del día anterior. “Me tenéis a vuestra merced –les dijo–. Podéis incluso fusilarme si se os da por eso. Pero si os atrevierais a levantar la mano contra el gobierno, los bolcheviques lucharán hasta el extremo de sus fuerzas.” 84 El tono desafiante del discurso de Kuzmin exasperó por completo a su auditorio. Puesto que en el salón reinaba una atmósfera explosiva, Kuzmin debía haber procedido con más tacto.
Sin embargo, sus observaciones no carecían de ninguna manera de pertinencia. Puesto que era un hecho que aún no se había firmado ningún tratado con Polonia (estaba en vigor un armisticio desde octubre y se realizaban conversaciones de paz en Riga), la amenaza de una renovada intervención polaca, respaldada una vez más por oficiales franceses, no era cosa de poca monta. Petrogrado estaba en una ubicación particularmente expuesta, y los funcionarios soviéticos temían auténticamente que cualquier evidencia de dificultades internas pudiera robustecer la posición polaca en la mesa de negociaciones o llevar incluso a una reanudación abierta de la guerra. Además, era cierto que las huelgas de Petrogrado estaban atenuándose, luego de haber alcanzado su pico el último día de febrero. Pero los rumores de fusilamientos y de un amotinamiento en gran escala ya habían excitado a los marineros, y el 2 de marzo, en un momento en que los disturbios casi habían cesado, ellos estaban redactando el anuncio erróneo (para publicar el día siguiente) de que la ciudad estaba al borde de una “insurrección general”.85 Esta falsa interpretación, al alentar a los hombres de Kronstadt con la perspectiva de una sublevación masiva en el continente, los indujo a realizar serios actos que no pocos de ellos tendrían que lamentar después. Cuando Kuzmin descendió de la tribuna, Vasiliev, presidente del difunto Soviet, se dirigió a la asamblea en un tono similar. Cuando él terminó, la actitud general de la reunión se había vuelto abiertamente antibolchevique, pese al gran número de comunistas que había entre los delegados. La hostilidad de los marineros, como observó Alexander Berkman, no se dirigía contra el partido como tal, sino contra sus burócratas y comisarios, cuya arrogancia, a su parecer, estaba ejemplificada en los discursos de Kuzmin y Vasiliev. El del primero, dice Berkman, fue “una tea arrojada en un polvorín”.86 Los delegados estaban tan enfurecidos que los desventurados funcionarios, junto con el comisario de la Escuadra de Kronstadt (un bolchevique llamado Korshunov, cuya jurisdicción incluía al Petropavlovsk y al Sebastopol), fueron arrestados y sacados de la sala. Éste era un flagrante acto de insubordinación, mucho más serio que la breve detención sufrida por Kalinin el día anterior. Significó un enorme paso por el camino del amotinamiento abierto. En cambio, los delegados rechazaron una moción de arrestar a los otros comunistas presentes y despojarlos de sus armas. Aunque una minoría vocinglera expresó fuertes sentimientos anticomunistas, la mayoría de sus camaradas estaban decididos a adherirse a los principios de la resolución del Petropavlovsk, que era el estatuto de su incipiente movimiento, donde se garantizaba la libertad de expresión para todos los grupos políticos del ala izquierda, incluidos los bolcheviques. Pese a lo serio que era, el arresto de los tres oficiales no representó un paso irreversible. Sin embargo, esto no iba a tardar en ocurrir. Después que los guardias se llevaron de la sala a sus prisioneros, Petrichenko puso orden en la asamblea. La resolución del Petropavlovsk fue leída en alta voz y aprobada una vez más con entusiasmo, procedimiento que parecía entonces un ritual firmemente establecido. La conferencia trató luego el tema principal de su agenda, que era la elección de un nuevo Soviet. Pero fueron interrumpidos repentinamente por una voz de entre el auditorio. Pertenecía a un marinero del Sebastopol, que gritaba que estaban en camino quince vagones de comunistas armados con fusiles y ametralladoras que venían a interrumpir la asamblea. La noticia produjo el efecto de una bomba sumiendo a los delegados en la alarma y la confusión, y sólo después de un período de gran conmoción se restableció la calma necesaria para reanudar la asamblea. Algunos propusieron enviar una nueva delegación a Petrogrado para tratar de concertar una alianza con los huelguistas, pero esto se rechazó por temor a que ocurrieran más arrestos. Luego, perturbada por la perspectiva de un ataque bolchevique, la conferencia dio un paso fatal. Decidió establecer un Comité Revolucionario Provisional, encargado de administrar la ciudad y la guarnición hasta la formación de un nuevo Soviet. Por falta de tiempo para realizar elecciones propiamente dichas, se designó como Comité Revolucionario Provisional, bajo la presidencia de Petrichenko, al presidium de cinco miembros de la conferencia. Mediante esta acción el movimiento de Kronstadt se colocó fuera de los límites de la mera protesta. Había comenzado la rebelión. 78- 80

Desde el comienzo, las autoridades soviéticas comprendieron el peligro que representaba la agitación reinante en Kronstadt. Como el pueblo ruso estaba extremadamente descontento, la revuelta de los marineros podía provocar una conflagración masiva en todo el país. La posibilidad de intervención extranjera agregó una causa más de preocupación, y la posición estratégica de Kronstadt, a la entrada del Neva, colocaba a Petrogrado en serio peligro. Memoriosos de los paralelos históricos, los bolcheviques podían recordar muy bien que cuatro años antes estallidos subversivos ocurridos en las fuerzas armadas, junto con las huelgas y manifestaciones que se produjeron en la ex capital, habían conducido a la caída de la autocracia. Ahora su propio régimen enfrentaba un peligro similar. Si la “Kronstadt Roja” y el “Pedro Rojo” podían volverse contra el gobierno, ¿qué era de esperar del resto del país? No era de extrañar, por lo tanto, que se realizaran todos los esfuerzos posibles para desacreditar a los rebeldes. No era tarea fácil, pues Kronstadt había gozado durante largo tiempo de reputación por su fidelidad revolucionaria. En 1917 Trotsky mismo había llamado a los marinos de Kronstadt “el orgullo y la gloria” de la Revolución Rusa. Sin embargo, cuatro años más tarde se esforzaba por demostrar que éstos no eran los mismos revolucionarios leales de antes, sino elementos nuevos de una clase totalmente distinta. Millares de valientes ciudadanos de Kronstadt habían perecido en la Guerra Civil, argumentaba Trotsky, y muchos de los sobrevivientes se habían dispersado luego por todo el país. Así, se fueron los mejores hombres, y las filas de la flota se llenaron con campesinos sin instrucción reclutados en Ucrania y los confines del oeste, que eran en buena medida indiferentes a la lucha revolucionaria y en ocasiones, debido a diferencias de clase y de carácter nacional, se mostraban abiertamente hostiles al régimen soviético. Se formulaba además el cargo de que muchos de los reclutas provenían de regiones donde las guerrillas de Macno, Grigoriev y de otros anticomunistas habían logrado atraer a gran cantidad de partidarios, y traído consigo una “disposición de espíritu anarcobandidista” –en verdad, en algunos casos esos reclutas habían incluso luchado en estos grupos guerrilleros o en los ejércitos Blancos de Denikin y Wrangel–.1 Tal como lo retrataban los bolcheviques, el marinero de Kronstadt de 1921 era entonces “de una estructura social y psicológica diferente” respecto de su predecesor de la Revolución y la Guerra Civil: en el peor de los casos, un rufián corrupto y desmoralizado, indisciplinado, malhablado, y dado a jugar a los naipes y beber; y en el mejor, “un joven campesino vestido de marinero”, un simple rústico de aldea que se divertía llevando pantalones acampanados y un jopo muy engominado para atraer la mirada femenina.2 A estos reclutas novatos que venían del campo, decían los bolcheviques, los viejos “lobos marinos” les aplicaban una variedad de epítetos insultantes: Kleshniki, término derivado de los pantalones acampanados que tanto les gustaban; Zhorzhiki, o sea rústicos transformados en petimetres; y, lo peor de todo, Ivanmory (palurdos de mar), parodia burlesca de la palabra Voenmory (guerreros del mar), orgulloso título que llevaban los veteranos de la Guerra Civil.3 ¿En qué medida son exactas tales caracterizaciones? Puede haber pocas dudas de que durante los años de la Guerra Civil había ocurrido en verdad un gran cambio de personal en la flota del Báltico, y que muchos de los hombres de más edad habían sido reemplazados por conscriptos que provenían de los distritos rurales y traían consigo el descontento profundamente sentido del campesinado ruso. En 1921, de acuerdo con cifras oficiales, más de las tres cuartas partes de los marineros eran de origen campesino, proporción substancialmente mayor que la de 1917, año en el cual una parte considerable de la flota estaba constituida por obreros industriales provenientes del sector de Petrogrado.4 Petrichenko mismo reconoció más tarde que muchos de sus camaradas de armas eran campesinos del sur movidos por la situación de los aldeanos de su región. Sin embargo, esto no significa necesariamente que las pautas conductales de la flota hayan sufrido algún cambio fundamental. Por el contrario, junto a los clasificados como técnicos, que se tomaban en gran medida de la clase trabajadora, hubo siempre entre los marineros una gran cantidad de elementos revoltosos de origen campesino, que carecían de disciplina y estaban propensos a desmandarse a la menor provocación. En verdad, en 1905 y 1917 fueron estos mismos jóvenes del campo los que dieron a Kronstadt su reputación como foco de extremismo revolucionario. Y durante toda la Guerra Civil los habitantes de Kronstadt se habían mantenido como un grupo independiente y obstinado, difícil de controlar y muy poco constante en su apoyo al gobierno. Fue por esta razón que tantos de ellos –especialmente los perturbadores y descontentos crónicos– fueron transferidos a nuevos destinos alejados de los centros bolcheviques de poder. De los que quedaron, muchos ansiaban las libertades que habían conquistado en 1917, antes de que el nuevo régimen comenzara a establecer su dictadura unipartidaria en todo el país. 87-89

el cuadro resulta un poco distinto cuando observamos la composición del Comité Revolucionario Provisional, el estado mayor de la insurrección:7
1. PETRICHENKO, empleado de categoría, buque de guerra Petropavlovsk 2. YAKOVENKO, operador telefónico, distrito de Kronstadt 3. OSOSOV, maquinista, buque de batalla Sebastopol 4. ARKHIPOV, maquinista de categoría 5. PEREPELKIN, electricista, buque de guerra Sebastopol 6. PATRUSHEV, electricista de categoría, buque de batalla Petropavlovsk 7. KUPOLOV, asistente médico de categoría 8. VERSHININ, marinero, buque de batalla Sebastopol 9. TUKIN, obrero, fábrica electromecánica 10.ROMANENKO, guardián de los diques secos 11.ORESHIN, director de la Tercera Escuela de Trabajadores 12.VALK, obrero de aserradero 13. PAVLOV, obrero, fábrica de minas 14.BAIKOV, jefe de transporte del departamento de construcción de fortalezas 15.KILGAST, piloto de aguas profundas
De los 15 miembros del comité, 3 (Petrichenko, Yakovenko y Romanenko) tienen nombres evidentemente ucranianos y otros 2 (Valk y Kilgast) nombres germánicos. Además, Petrichenko, Yakovenko y Kilgast ocupaban posiciones clave en el comité, pues eran el presidente, el vicepresidente y el secretario, respectivamente. Según fuentes soviéticas, los sentimientos nacionalistas de Petrichenko eran tan fuertes que sus camaradas le pusieron el sobrenombre de “Petliura”, con referencia al conocido líder ucraniano.8 Y sabemos por Petrichenko mismo que “tres cuartas partes” de la guarnición de Kronstadt eran nativos de Ucrania, y algunos de ellos habían servido en las fuerzas antibolcheviques del sur antes de entrar en la armada soviética.9 Lo que todo esto indica es que los sentimientos nacionales desempeñaron probablemente algún papel en el estallido de la rebelión. Pero sigue siendo incierto, por falta de más pruebas, cuál fue exactamente la importancia de ese papel. Mucho más claros son los orígenes sociales humildes de los miembros del comité. Los marineros –normalmente de origen campesino y obrero– constituían una preponderante mayoría: aparentemente lo eran 9 de ellos, en su mayoría de nivel calificado pertenecientes al Petropavlovsk y al Sebastopol, que fueron los detonadores de la rebelión. Además, había 4 obreros y 2 empleados de oficina (un director de escuela y un funcionario de transportes). Así, el liderazgo del movimiento era innegablemente plebeyo ... 91-93

Desde el comienzo mismo los especialistas se dedicaron a la tarea de planear operaciones militares en apoyo de la insurrección. El 2 de marzo, como lo admitió Kozlovski mismo, él y sus colegas aconsejaron al Comité Revolucionario tomar la ofensiva de inmediato para ganar la iniciativa contra los bolcheviques.26 Los oficiales elaboraron un plan para un desembarco inmediato en Oranienbaum (en el continente, a unos ocho kilómetros al sur) con el fin de apoderarse del equipo militar de esta ciudad y establecer contacto con unidades favorables del ejército, y avanzar luego contra Petrogrado antes de que el gobierno tuviera tiempo de reunir una oposición efectiva. Los oficiales propusieron también realizar una expedición por sorpresa contra los molinos de trigo de Oranienbaum para obtener los abastecimientos alimentarios que tanto necesitaban. En otro plan más, puesto que no se disponía de rompehielos para realizar la tarea (la unidad más grande de Kronstadt, el Ermak, se había dirigido a Petrogrado a cargar petróleo), los especialistas en artillería aconsejaron a los marineros utilizar los cañones de la fortaleza y las baterías circundantes para liberar al Petropavlovsk y al Sebastopol, que estaban encajados en el hielo y se bloqueaban uno a otro parcialmente la línea de fuego, y formar también un foso en torno de la isla para hacerla inaccesible a una invasión de infantería.27 Pese a toda su actividad, sin embargo, los oficiales siguieron teniendo el carácter de meros asesores durante toda la rebelión. No participaron para nada, hasta donde llega nuestra información, en la iniciación o dirección de la revuelta, o en la elaboración de su programa político, que era totalmente extraño a su manera de pensar. Ningún oficial tomó parte en la redacción de la resolución del Petropavlovsk, ninguno se dirigió a la asamblea masiva reunida en la Plaza del Ancla, ninguno asistió a la conferencia del 2 de marzo celebrada en la Casa de la Educación, ninguno sirvió en el Comité Revolucionario Provisional. Su rol se limitaba más bien a dar asesoramiento técnico, como había ocurrido bajo los bolcheviques. Algunos de los rebeldes dijeron más tarde a Feodor Dan, cuando estaban en la misma cárcel en Petrogrado, que Kozlovski se limitó a cumplir con sus obligaciones como antes y no gozó de ninguna autoridad dentro del movimiento.28 Teniendo en cuenta el espíritu independiente de los marineros y su odio tradicional hacia los oficiales, es improbable, en todo caso, que Kozlovski y sus colegas hayan podido ejercer una influencia real entre ellos. El Comité Revolucionario Provisional, que mantuvo firmemente en su mano las riendas durante toda la revuelta, mostró su desconfianza hacia los especialistas rechazando repetidamente su consejo, por más sano y apropiado que pudiera ser. Pese a las exhortaciones de los oficiales, los marineros no quebraron el hielo que rodeaba a la isla ni siquiera trataron de liberar a los buques de guerra aprisionados por éste. No intentaron tampoco establecer una cabecera de puente en el continente y aprovechar la confusión inicial que reinaba en el campo bolchevique. En cambio, limitaron sus esfuerzos ofensivos a enviar un pequeño destacamento a través del hielo hasta Oranienbaum, en la noche del 2 al 3 de marzo, después de recibir noticias de que la Escuadrilla Aérea Naval había votado allí en favor de la adhesión a la revuelta, pero la expedición fue recibida con ráfagas de ametralladora y forzada a retirarse. 98, 99

en los archivos de esa organización hay un manuscrito sin firma rotulado como de “Máximo Secreto” y que lleva el título de “Memorándum sobre la Cuestión de la Organización de un Levantamiento en Kronstadt”.38 El memorándum tiene fecha de “1921” y presenta un plan detallado a aplicar eventualmente en una prevista rebelión de Kronstadt. A juzgar por la evidencia que contiene, resulta claro que el plan fue trazado en enero o comienzos de febrero de 1921 por un agente del Centro ubicado en Viborg o Helsingfors. Éste predice que ocurrirá una sublevación de los marineros durante “la próxima primavera”. Hay “signos abundantes e inequívocos” de descontento hacia los bolcheviques, escribe el agente, y si “un pequeño grupo de personas, mediante una acción rápida y decisiva, tomara el poder en Kronstadt”, los seguiría con entusiasmo el resto de la flota y la guarnición. “Entre los marineros –agrega– tal grupo ya estaba formado, listo y dispuesto a emprender las acciones más enérgicas.” Y si se asegurara apoyo externo, concluye, “podría descontarse el completo éxito del levantamiento”. El autor está obviamente muy familiarizado con la situación de Kronstadt. Hay un extenso y bien informado análisis de las fortificaciones de la base, en el cual se evalúa cuidadosamente el peligro del bombardeo de artillería desde Krasnaya Gorka, pero no se lo considera como amenaza seria para la rebelión. El documento acentúa, además, la necesidad de preparar abastecimientos alimentarios para los rebeldes con bastante anticipación a la fecha del levantamiento. El autor acentúa mucho este aspecto. Con ayuda francesa, dice, pueden apostarse naves de transporte cargadas de alimentos en el Báltico, que esperarán órdenes para seguir hasta Kronstadt. Como contingente militar operativo, continúa, debe movilizarse al Ejército ruso del general Wrangel, apoyado por una escuadra francesa y unidades de la flota del Mar Negro apostadas en Bizerta. (Un supuesto básico del Memorándum era el de que la revuelta no ocurriría hasta después del deshielo de primavera, momento en que Kronstadt sería inmune frente a una invasión desde el continente, y cuando ya estarían preparados los abastecimientos alimentarios necesarios y las fuerzas de Wrangel dispuestas para la acción.) A la llegada del Ejército ruso, continúa diciendo el Memorándum, toda la autoridad de Kronstadt pasaría inmediatamente a manos de su comandante en jefe. La fortaleza serviría entonces como “una base invulnerable” para desembarcar en el continente “con el fin de derrocar a la autoridad soviética en Rusia”. Sin embargo, el éxito de la operación dependería de la disposición de los franceses a proporcionar dinero, alimentos y apoyo naval. De otra manera, ocurriría igualmente una revuelta y estaría destinada al fracaso. Si el gobierno francés estuviera de acuerdo, concluye el Memorándum, sería entonces deseable que designara a “una persona con la cual pudieran entrar en acuerdos más detallados sobre este respecto los representantes de los organizadores de la rebelión, y a la cual pudieran comunicar los detalles del plan de la sublevación y acciones posteriores, así como facilitarle información más precisa respecto de los fondos que se requieren para la organización y demás aspectos financieros del levantamiento”.
Aunque no se conoce la identidad del autor, toda la evidencia disponible indica al profesor G. F. Tseidler, expatriado ruso en Viborg. Tseidler había sido director de la Cruz Roja Rusa en Petrogrado hasta la Revolución Bolchevique, oportunidad en que emigró a Finlandia y se transformó en jefe de la filial de la Cruz Roja Rusa en ese país. Estaba estrechamente vinculado con David Grimm, su ex colega en la Universidad de Petrogrado, que servía entonces en Helsingfors como principal agente del Centro Nacional (con el cual estaba también conectado Tseidler) y como representante oficial del general Wrangel en Finlandia. 102-104

, toda sublevación, aun la más elemental, tiene sus “agitadores” y “cabecillas”, que mueven a actuar a los descontentos, los organizan y dirigen. En el caso de Kronstadt, poco de lo que hicieron los rebeldes sugiere que haya habido una cuidadosa preparación anticipada. De haber existido un plan preestablecido, los marineros habrían esperado seguramente unas pocas semanas más a que se fundiera el hielo, pues ello eliminaba el peligro de un asalto de infantería, liberaba a la vez a los dos buques de guerra para la acción y abría una ruta suplementaria desde el oeste. Los rebeldes, además, permitieron que Kalinin volviera a Petrogrado, aunque éste habría sido un rehén valioso. Por añadidura, no trataron de tomar la ofensiva y se limitaron a enviar a Oranienbaum, a través del hielo, una fuerza de carácter simbólico. Es además significativo el gran número de comunistas que tomaron parte en el movimiento. Por lo menos en las primeras etapas, los conspiradores de Kronstadt se vieron aparentemente no como revolucionarios sino como un grupo de presión en favor de la reforma social y política. Esto era también, como señala George Katkov, lo que creyeron las autoridades de Petrogrado, pues de otra manera no hubieran enviado a Kalinin y Kuzmin a Kronstadt el 19 de marzo, ni Vasiliev, presidente bolchevique del Soviet de Kronstadt, hubiera presidido la asamblea masiva de la Plaza del Ancla en la cual se puso a votación la resolución del Petropavlovsk.46 Los marineros no necesitaban que los alentaran desde afuera para levantar la bandera de la insurrección. Durante meses se habían ido acumulando las quejas: alimento inadecuado e insuficiencia de petróleo, restricción de las licencias, administración burocrática de la flota, informes de opresión bolchevique en sus aldeas. En enero de 1921, como hemos visto, no menos de 5.000 marineros del Báltico renunciaron al Partido Comunista por su disgusto con la política del régimen. La deserción y la ausencia sin permiso fueron en aumento. Durante las licencias, los marineros tuvieron una visión bien clara de lo que eran las requisiciones de alimentos y se vieron expuestos ellos mismos a registro y a la incautación por parte de los destacamentos de inspección caminera que estaban distribuidos por todas partes. En febrero de 1921, por lo tanto, Kronstadt estaba claramente madura para una rebelión. Lo que la desencadenó no fueron las maquinaciones de los conspiradores emigrados y de los agentes extranjeros de inteligencia, sino la oleada de sublevaciones campesinas a lo largo del país y las perturbaciones laborales que ocurrieron en la vecina Petrogrado. Y cuando se produjo la revuelta, siguió la pauta de estallidos anteriores contra el gobierno central, ocurridos desde 1905 hasta la Guerra Civil, tanto contra el régimen zarista como el bolchevique. Un antecedente particularmente llamativo del movimiento de marzo de 1921 fue el amotinamiento ocurrido en la base naval de Petrogrado en octubre de 1918, que se adelantó a Kronstadt en su protesta contra las incautaciones de cereales y la designación de comisarios políticos desde arriba, en sus lemas de “soviets libres” y “abajo la comisariocracia”, y en el importante rol que desempeñaron entre sus instigadores los socialistas revolucionarios de izquierda, los maximalistas, los anarquistas, y los rebeldes no partidarios de estirpe ultrarradical. Los sublevados de Kronstadt mismo, tanto durante el levantamiento como luego en el exilio, rechazaron con indignación todas las acusaciones gubernamentales de colaboración con grupos contrarrevolucionarios, fueran internos o externos. Negaron en particular que tuvieran intención de restaurar el viejo orden. “Somos defensores del poder de todos los trabajadores –declaraba el diario rebelde Izvesia– y estamos contra la autoridad tiránica de cualquier partido.”47 Su revuelta, insistían ellos, fue completamente espontánea desde el comienzo al final. No actuó en sus filas literatura antibolchevique, no les llegó en ningún momento dinero o asistencia del exterior. Tal es el testimonio de los sobrevivientes que huyeron a Finlandia durante el asalto final bolchevique.48 De particular interés son las afirmaciones de Petrichenko mismo en el exilio. Nosotros los marineros de Kronstadt, dijo más o menos en un artículo que escribió en 1925, lejos de ser contrarrevolucionarios, somos los guardianes mismos de la revolución. Durante la Guerra Civil hemos luchado sin escatimar nuestra valentía para defender a Petrogrado y a Rusia contra los Blancos, y en marzo de 1921 se mantuvo incólume nuestra devoción a la causa. Separados del mundo exterior, no podíamos recibir ninguna ayuda de fuentes extranjeras aunque lo hubiésemos deseado. No hemos servido de agentes de ningún grupo externo: ni de los capitalistas, ni de los mencheviques, ni de los socialistas revolucionarios. Nuestra rebelión fue más bien un esfuerzo espontáneo para eliminar la opresión bolchevique. No teníamos ningún plan predeterminado de acción, sino que íbamos tanteando el camino a medida que las circunstancias nos lo imponían. Es posible que otros hayan trazado sus propios planes para una insurrección –en verdad, esto ocurre comúnmente en estas ocasiones–. Pero eso no tuvo nada que ver con el Comité Revolucionario Provisional. Durante todo el levantamiento la iniciativa nunca escapó de nuestras manos. Y cuando oímos decir que elementos del ala derecha trataban de explotar nuestra rebelión, pusimos de inmediato sobre aviso a quienes nos apoyaban en un artículo titulado “Caballeros o camaradas”.49 Petrichenko se refiere aquí al editorial principal del diario rebelde Izvestiia, del 6 de marzo. Allí se declaraba:
Vosotros, camaradas, estáis celebrando ahora una gran victoria incruenta sobre la dictadura comunista, pero vuestros enemigos la celebran con vosotros. Sin embargo, los motivos de vuestra alegría y de la de ellos son completamente opuestos. Mientras vosotros estáis inspirados por el ardiente deseo de restaurar el poder real de los soviets y por la noble esperanza de dar al trabajador trabajo libre y al campesino el derecho de disponer de su tierra y de los productos de su trabajo, ellos están inspirados por la esperanza de restablecer el látigo zarista y los privilegios de los generales. Vuestros intereses son diferentes, y por lo tanto ellos no son compañeros vuestros. Vosotros deseabais el derrocamiento del dominio comunista para lograr la reconstrucción pacífica y el trabajo creador. Ellos lo deseaban para lograr la esclavitud de los obreros y campesinos. Vosotros estáis buscando la libertad; ellos desean aherrojaros de nuevo. Vigilad atentamente. No dejéis que los lobos con piel de cordero se acerquen al puente de mando.50
Si pese al Memorándum Secreto los emigrados rusos no organizaron ni inspiraron la rebelión, tampoco permanecieron ociosos una vez que ésta se produjo.107-109

En contraste con los Kadetes y los socialistas revolucionarios los mencheviques en el exilio se mantuvieron apartados de las conspiraciones antibolcheviques y no hicieron ningún intento de ayudar a los rebeldes. Desde que Lenin y sus partidarios tomaron el poder, los mencheviques actuaron como un partido legal de oposición, que trataba de obtener una parte de la autoridad política mediante elecciones libres y parejas para la integración de los soviets. Durante la Guerra Civil, puesto que consideraban a los Blancos como un mal mayor que los bolcheviques, se opusieron a la insurrección armada contra el régimen y amenazaron con expulsar a cualquier miembro que se uniera a la contrarrevolución. (Iván Maisky, el futuro diplomático soviético, fue expulsado del partido después de entrar a formar parte del gobierno socialista revolucionario en Samara, que era antibolchevique militante.) Aún en 1921, pese a todas sus denuncias contra el despotismo y el terror bolchevique, los mencheviques se mantenían fieles a la creencia de que la lucha armada contra el gobierno de Lenin sólo podía beneficiar a los contrarrevolucionarios; y el diario Sotsialisticheski Vestnik (El correo socialista), que era el principal órgano menchevique en el exterior, si bien simpatizaba con los marineros de Kronstadt en la oposición que éstos ofrecían a la dictadura unipartidaria y las políticas del Comunismo de Guerra, se desvinculaba de los esfuerzos intervencionistas de los Kadetes y los socialistas revolucionarios. Nuestro propósito, manifestaba el diario, es combatir al bolcheviquismo no con cañones sino con la presión irresistible de las masas trabajadoras.
En síntesis, los rusos en el exilio (con la excepción parcial de los mencheviques) se alegraron ante la rebelión y trataron de ayudar a los insurgentes por todos los medios posibles. En esta medida, se justifican los cargos formulados por el Soviet contra ellos. Pero no es cierto que los emigrados hayan maquinado la rebelión. Por el contrario, pese a todas las intrigas que ocurrían en París y Helsingfors, la sublevación de Kronstadt fue un movimiento espontáneo y dueño de sí mismo desde el comienzo hasta el final. Lo que la evidencia muestra no es que la revuelta fuera el resultado de una conspiración, sino que existía aparentemente un complot incipiente dentro de los círculos rusos del exterior, y que los complotados, aunque compartían la hostilidad de los marineros contra el régimen existente, no desempeñaron ningún papel en el levantamiento efectivo. El Centro Nacional previó el estallido y trazó planes para ayudar a organizarlo y, con ayuda francesa, a abastecer a sus participantes de alimentos, medicinas, tropas y equipo militar. El objetivo último del Centro era asumir el control de la rebelión y hacer de Kronstadt el trampolín para una nueva intervención destinada a expulsar a los bolcheviques del poder. Sin embargo, tal como ocurrieron las cosas, no hubo tiempo de llevar a la práctica esos planes. La irrupción se produjo demasiado pronto, varias semanas antes de que se cumplieran las condiciones básicas del complot –la fusión del hielo, la creación de una línea de abastecimientos, la obtención del apoyo francés y el transporte del ejército disperso de Wrangel a una zona cercana al teatro de operaciones–. No puede resultar muy sorprendente que los Kadetes y los socialistas revolucionarios intentaran aprovechar la revuelta en beneficio propio. Pero al final fueron los marineros y su Comité Revolucionario los que dieron la tónica. Hasta que la situación se volvió desesperada no solicitaron apoyo exterior, pues esperaban con confianza que su propio ejemplo provocaría una revuelta masiva en Rusia continental. Tampoco llegaron a recibir la ayuda que los emigrados trataban de proporcionarles, y aparte de la visita del barón Vilken el 16 de marzo, casi no ocurrió ningún contacto directo, durante el curso del levantamiento, con quienes se suponía que trataban de ayudarlo. Diremos al pasar que la evidencia disponible no revela la existencia de ningún vínculo entre los exilados y los ex oficiales zaristas de Kronstadt, que hubieran sido la fuente más lógica de colaboración en cualquier conspiración Blanca. Sin embargo, lo que puede mostrarse es que se concluyó alguna clase de acuerdo entre los rebeldes y los emigrados después de haber sido aplastado el levantamiento y de la huida de sus líderes a Finlandia.119- 120

Nada de esto prueba, por supuesto, que haya existido vínculo alguno entre el Centro y el Comité Revolucionario, sea antes de la revuelta o durante ésta. Parecería más bien que la experiencia mutua de amargura y derrota, y una determinación común de derrocar al régimen soviético, los llevaron a unirse en época posterior. Los bolcheviques siguieron negando la naturaleza espontánea de la rebelión y echando la culpa de ella a todo un conjunto de grupos rusos de oposición –que van desde los monarquistas, a la derecha, hasta los anarquistas, a la izquierda– en cooperación con los servicios de espionaje aliados. Pero no se ha presentado hasta ahora ninguna prueba convincente que apoye estas acusaciones. Lenin mismo admitía otro tanto cuando afirmó ante el Décimo Congreso del Partido el 15 de marzo, que en Kronstadt “ellos no quieren a los Guardias Blancos, y tampoco quieren nuestro poder”.84 Aunque insistía en que los emigrados desempeñaron un importante papel en el asunto, Lenin reconoció que el levantamiento no fue una mera repetición de los movimientos Blancos de la Guerra Civil. Lo consideraba, más bien, como un signo del profundo abismo que había llegado a dividir a su partido del pueblo ruso. Si estaban implicados los Guardias Blancos, “al mismo tiempo el movimiento equivale a una contrarrevolución pequeño-burguesa, a una manifestación anarquista espontánea de tipo pequeño-burgués”. 122

Con estas observaciones Lenin y Bujarin, pese a toda la invectiva de la maquinaria propagandística oficial, lograron poner al desnudo la verdadera esencia de la rebelión de Kronstadt. El motín de los marineros tuvo menos que ver con las conspiraciones Blancas que con las revueltas espontáneas de campesinos y con la intranquilidad de la clase obrera que se extendía entonces a todo el país. Estos movimientos representaron, en su conjunto, una protesta masiva contra la dictadura bolchevique y su anticuado programa del Comunismo de Guerra. Fue una protesta del pueblo contra el gobierno, y el levantamiento de Kronstadt constituyó su expresión más elocuente y dramática. 123

los bolcheviques buscaban de todas las maneras posibles desacreditar a Kronstadt a los ojos del pueblo. Estaban especialmente preocupados por el efecto que la sublevación podía producir sobre el ejército. Si llegaban a necesitarse tropas soviéticas para reprimir el amotinamiento, había que pintarlo como un peligroso movimiento contrarrevolucionario. 129

Lo que las autoridades temían, en otras palabras, era no tanto la rebelión misma como aquello a lo que ésta podía llevar. El peligro real, según dijo Lenin al Décimo Congreso del Partido en su sesión de apertura, era que Kronstadt pudiera servir como “un paso, una escalera, un puente” para una restauración Blanca.9 Fue principalmente en este sentido que Lenin y sus colaboradores consideraron a los marineros como contrarrevolucionarios. “Mostradnos quiénes os apoyan –parecían decir– y os diremos quiénes sois.” Hablaban de los rebeldes mismos no como enemigos perversos del pueblo sino como hermanos descarriados, a los cuales había tanto que compadecer como condenar. “Hemos esperado lo más posible –dijo Trotsky en un desfile de las tropas que aplastaron la rebelión– para que nuestros ciegos camaradas, los marineros, vieran con sus propios ojos adónde llevaba el amotinamiento.” Y Bujarin se dirigió al Tercer Congreso del Comintern en un tono similar: “¿Quién dice que el levantamiento de Kronstadt fue Blanco? No. En bien de la idea, en bien de nuestra tarea, nos vimos forzados a reprimir la revuelta de nuestros equivocados hermanos. No podemos considerar a los marineros de Kronstadt como nuestros enemigos. Los queremos como verdaderos hermanos, de nuestra misma carne y sangre” 131

Al final, se emplearon en verdad las armas para someter a los rebeldes. Pero, ¿fue realmente necesaria la fuerza? ¿Cuál fue el grado de seriedad con que los bolcheviques trataron de llegar a un arreglo pacífico antes de poner en acción sus cañones? Según ellos mismos, realizaron todos los esfuerzos para evitar el derramamiento de sangre, pero la verdad es que podían haber hecho mucho más. Es cierto que durante la primera semana de la rebelión se realizaron muchos llamados a los insurgentes para que entraran en razón; el 1º de marzo, según sabemos, Kalinin y Kuzmin se dirigieron a Kronstadt en misión de paz y hablaron en una asamblea al aire libre en la Plaza del Ancla, y Kuzmin habló en la Casa de la Educación al día siguiente. Sin embargo, no ofrecieron hacer ninguna concesión, tales como las que se habían otorgado, por ejemplo, a los obreros en huelga de Petrogrado. Aunque la situación requería evidentemente tacto y espíritu conciliador, ambas cosas estuvieron visiblemente ausentes en los discursos de los dos funcionarios. Su actitud fue desafiante, beligerante, intransigente, y su tono resultó tan amenazador que sólo podía provocar aún más a los excitables marineros. Desde el comienzo, la actitud de las autoridades no fue de negociación seria sino de planteamiento de un ultimátum: recuperar la sensatez o sufrir las consecuencias. Esto resultó infortunado, y en verdad trágico, pues había buenas oportunidades de que los insurgentes respondieran a un enfoque más comprensivo y flexible. Pero los bolcheviques, enfrentados con una de las más graves crisis de su historia, no estaban con ánimo de compromiso. 132

“Esperamos lo más posible –dijo Trotsky un poco después de reprimida la rebelión– pero nos enfrentábamos con el peligro de que el hielo se derritiera y nos vimos obligados a realizar... el ataque.”13. 133


Zinoviev, en su triple rol de jefe del partido, presidente del Soviet de Petrogrado, y presidente del Comité de Defensa, hizo pleno uso del poder concentrado en sus manos. Durante toda la emergencia continuó actuando con eficacia y en forma expeditiva, mostrando en muy escasa medida la excitabilidad o la tendencia al pánico que se le achacaban. El 4 de marzo citó a una sesión especial al Soviet, en la cual Kronstadt fue el tema principal del orden del día. Aparte de los miembros regulares, se invitó a asistir a representantes de otras instituciones: sindicatos, comités de fábrica, unidades militares y organizaciones juveniles. Los líderes anarquistas Alexander Berkman y Emma Goldman, que aún estaban en términos amistosos con el gobierno, se hallaban presentes y dejaron vívidas descripciones de la sesión, a la cual pueden agregarse unos pocos detalles tomados de la prensa contemporánea.23 Desde el comienzo hasta el final la sesión fue tormentosa. Zinoviev y Kalinin denunciaron la revuelta como un complot de la Guardia Blanca, instigado por los mencheviques, los socialistas revolucionarios y los agentes de inteligencia de la Entente, luego de lo cual un hombre de la primera fila, un trabajador de la fábrica del Arsenal, se puso de pie y defendió a los insurgentes. Señalando con el dedo a Zinoviev, gritó: “Es la cruel indiferencia tuya y de tu partido lo que nos impulsó a la huelga y suscitó la simpatía de nuestros hermanos marineros, que habían luchado codo con codo con nosotros en la Revolución. No son culpables de ningún otro crimen, y tú lo sabes. Conscientemente los denigras y pides su destrucción”. Gritos
de “contrarrevolucionarios”, “traidor” y “bandido menchevique” –refiere Emma Goldman– transformaron la asamblea en un manicomio, pero el obrero se mantuvo firme y alzó su voz por sobre el tumulto: “Hace escasamente tres años, Lenin, Trotsky, Zinoviev y todos vosotros fuisteis denunciados como espías alemanes. Nosotros, los obreros y los marineros, os defendimos y salvamos del gobierno de Kerensky. ¡Cuidad que no os toque un destino similar!”. En ese punto, un marinero de Kronstadt se puso de pie para defender al orador anterior. Declaró que nada había cambiado en el espíritu revolucionario de sus camaradas. Estaban dispuestos a defender la Revolución hasta su última gota de sangre. Luego procedió a leer la resolución del Petropavlovsk, y la reunión, dice Goldman, se transformó en un pandemonium de gritos y confusión. Zinoviev, que replicó en medio de la conmoción, exigió la rendición inmediata de Kronstadt bajo pena de muerte. Pasando por alto las protestas de varios delegados, se aprobó una resolución donde se exhortaba a los marineros a abandonar su loca aventura y a devolver la autoridad al Soviet de Kronstadt, al que propiamente le correspondía ejercerla. Si se derramaba sangre, manifestaba la resolución, caerá sobre vuestras propias conciencias. “Decidid de inmediato. O estáis con nosotros contra el enemigo común, o pereceréis en medio de la vergüenza y la desgracia junto con los contrarrevolucionarios.”24 Una figura que se esperaba que asistiera a la reunión era Trotsky, el hombre de mayor talento con que contaba el gobierno para resolver perturbaciones en épocas de crisis, pero no llegó a tiempo. Cuando estalló la rebelión se encontraba en el oeste de Siberia, que era escenario de amplios disturbios campesinos. Al enterarse de las noticias volvió de inmediato a Moscú para consultar a Lenin, luego se dirigió de prisa hacia el norte, a Petrogrado, y llegó a la vieja capital el 4 o 5 de marzo. Su primer acto consistió en emitir un severo ultimátum (publicado el 5 de marzo) donde se exigía la capitulación inmediata e incondicional de los marineros amotinados:
El Gobierno de Obreros y Campesinos ha decretado que Kronstadt y los buques rebeldes deben someterse inmediatamente a la autoridad de la República Soviética. Por lo tanto, ordeno a todos los que han levantado su mano contra la patria socialista que abandonen las armas de inmediato. Los empecinados serán desarmados y entregados a las autoridades soviéticas. Los comisarios y otros representantes del gobierno que hayan sido arrestados deben ser liberados de inmediato. Sólo quienes se rindan en forma incondicional pueden contar con la misericordia de la República Soviética. Al mismo tiempo, estoy impartiendo órdenes para preparar la represión y el sometimiento de los amotinados por la fuerza de las armas. La responsabilidad por el daño que pueda sufrir la población pacífica recaerá enteramente sobre la cabeza de los amotinados contrarrevolucionarios. Esta advertencia es la última.25. 138-140

El mismo día, 5 de marzo, el Comité de Defensa de Petrogrado editó un nuevo panfleto y lo lanzó sobre Kronstadt desde aeroplanos. Si algo puede decirse de este nuevo documento, es que su lenguaje resultaba aún más provocativo que el ultimátum de Trotsky. Por detrás de los socialistas revolucionarios y los mencheviques, decía el panfleto, están mostrando sus dientes los oficiales Blancos. Los líderes reales de la rebelión son el general Kozlovsky y sus ayudantes, el capitán Burkser, Kostromitinov, Shirmanovsky y otros Guardias Blancos que os están engañando con promesas de democracia y libertad. En verdad, luchan por la restauración del zarismo, por un nuevo Viren [comandante de la base naval de Kronstadt hasta que se lo asesinó en febrero de 1917] que se siente sobre vuestros cuellos. Es una insolente mentira que Petrogrado, Siberia y Ucrania os respaldan. La verdad es que estáis rodeados por todas partes y vuestra posición es desesperada. El panfleto concluía con una advertencia profética: en el último minuto, los Kozlovskys y Petrichenkos os dejarán plantados y huirán a Finlandia. ¿Qué haréis entonces? Si los seguís, ¿creéis que encontraréis alimento en Finlandia? ¿No habéis oído lo que les ocurrió a los hombres de Wrangel, que están muriendo como moscas de hambre y enfermedad? El mismo destino os aguarda también a vosotros, a menos que os rindáis en el término de 24 horas. Si lo hacéis, se os perdonará; pero si resistís, “seréis acribillados como perdices”.27 140, 141

El 7 de marzo era el aniversario del Día de las Trabajadoras. En medio del ruido de los proyectiles que explotaban, la radio de Kronstadt envió un saludo a las mujeres trabajadoras del mundo. Los rebeldes denunciaban a los comunistas como “enemigos del pueblo trabajador”, y pedían que terminara la tiranía y el despotismo de todo tipo. “Que podáis lograr pronto vuestra liberación de toda forma de violencia y opresión. ¡Larga vida a las mujeres trabajadoras libres y revolucionarias! ¡Larga vida a la Revolución Social Mundial!”38 147

Apenas había comenzado la lucha el 8 de marzo, cuando el Soviet de Petrogrado anunció con tono de triunfo que los rebeldes “ya estaban en plena derrota”. El mismo día Lenin, en el discurso que pronunció en la sesión de apertura del Décimo Congreso del Partido en Moscú, mostró igual confianza en el resultado. “No tengo aún las últimas noticias de Kronstadt –dijo–, pero no abrigo ninguna duda de que esta rebelión, por detrás de la cual asoma la figura familiar del general de la Guardia Blanca, será liquidada dentro de unos pocos días, si no de horas.”43 Estas declaraciones, como se vio después, eran prematuras. En realidad el asalto del 8 de marzo resultó un fracaso liso y llano. Los comunistas perdieron centenares de hombres sin lograr abrir siquiera una brecha en las defensas de Kronstadt.44 149

En un editorial titulado “Que lo sepa todo el mundo”, el Comité Revolucionario acusaba enérgicamente al “mariscal de campo” Trotsky de responsabilidad por el derramamiento de sangre. Para evitar mayor violencia, el Comité proponía de nuevo que se enviara a Kronstadt una delegación no partidaria para enterarla de los verdaderos hechos referentes al movimiento. “Que todos los trabajadores del mundo sepan que nosotros, los defensores del poder soviético, estamos protegiendo las conquistas de la Revolución Social. Venceremos o moriremos sobre las ruinas de Kronstadt, luchando por la causa justa de la clase trabajadora. Los trabajadores del mundo serán nuestros jueces. La sangre de los inocentes caerá sobre las cabezas de los fanáticos comunistas, ebrios de poder. ¡Larga vida al poder de los soviets!”46 150

La rebelión de Kronstadt sólo duró un poco más de dos semanas. Sin embargo, en ese breve lapso, se estableció una comuna revolucionaria de tipo notable bajo el liderazgo del Comité Revolucionario Provisional, cuyos miembros, si bien no podían plantearse una estrategia de largo plazo, mostraron dotes considerables de improvisación y autoorganización. El Comité, según hemos visto, había sido creado el 2 de marzo y lo componía un presidium de cinco hombres elegidos en la reunión celebrada en la Casa de la Educación. Pero pronto resultó claro que se requeriría un cuerpo más amplio para manejar la administración y defensa de la ciudad y de la guarnición. Así, en la noche del 4 de marzo unos 200 delegados de las fábricas y unidades militares de Kronstadt –presumiblemente los mismos que habían participado en la asamblea de la Casa de la Educación dos días antes– se reunieron en el club de la guarnición y en medio de gritos de “!Victoria o muerte!”, eligieron un Comité Revolucionario ampliado de 15 miembros.1 153

Fueron los marineros, que constituían el elemento más militante de la población de Kronstadt, quienes constituyeron la fuerza impulsora de esta actividad. En cuestiones de organización, planeamiento y propaganda los marineros de los buques de guerra tomaron la iniciativa desde el comienzo y siguieron desempeñando un papel predominante en el movimiento a lo largo de su breve historia. Ni un solo soldado (y mucho menos un oficial) ocupó una banca en el Comité Revolucionario Provisional, y los obreros y empleados civiles sólo formaban una pequeña minoría de éste. Pero si bien los marineros tomaron a su cargo la dirección, la guarnición de Kronstadt –”los especialistas militares” y las tropas del Ejército Rojo que constituían los efectivos de las baterías y los fuertes circundantes– pronto se adhirió, y también la gente de la ciudad, siempre susceptible a la influencia de los marinos, con los cuales sus propias ocupaciones los ponían en estrecho contacto, ofreció su apoyo activo. Durante un intervalo efímero Kronstadt se sintió sacudida y salió de su indiferencia y desesperanza. Un periodista finlandés que visitó la isla en el momento álgido de la rebelión se sintió impresionado por el “entusiasmo de sus habitantes, por su renacido sentimiento de que cumplían un propósito y tenían una misión”.7 El estado de ánimo en Kronstadt, según se ha observado con frecuencia,8 constituía un retorno al estado de efervescencia y gran excitación de 1917. Para los marineros que se llamaban a sí mismos “comuneros”, 1917 era la Edad de Oro, y anhelaban recuperar el espíritu de la Revolución, época en que se descartaron las trabas de la disciplina y sus ideales no estaban aún contaminados por las exigencias del poder. Cuatro años antes, cuando unieron su suerte a la de los bolcheviques, pensaron que compartían los mismos objetivos; los bolcheviques, según todas las apariencias, eran compañeros revolucionarios de la extrema izquierda, apóstoles de la sublevación masiva que eliminaría la coerción y la injusticia y conserjes de una república de trabajadores formada por soviets libres. “El socialismo –declaró Lenin mismo en noviembre de 1917– no se crea por órdenes de arriba. El automatismo burocrático de Estado es ajeno a su espíritu; el socialismo es vivo, creador, es creación de las masas populares mismas.”9 En los meses sucesivos, sin embargo, se asistió al surgimiento de una dictadura centralizada, y los marineros se sintieron traicionados. Tuvieron la sensación de que una nueva elite privilegiada había abandonado los principios democráticos por los cuales ellos habían luchado. Durante la Guerra Civil se mantuvieron leales a los bolcheviques, pero estaban decididos a hacer que la Revolución retomara su derrotero original. Y una vez eliminado el peligro de los Blancos, se levantaron para cumplir los compromisos de Octubre. Como movimiento político, entonces, la revuelta de Kronstadt fue un intento que realizaron los revolucionarios desilusionados para deshacerse del “dominio obsesionante” de la dictadura comunista, tal como la describió el diario rebelde Izvestiia,10 y restablecer el poder efectivo de los soviets. Históricamente, el soviet se remontaba a la comuna aldeana, la institución rusa tradicional de autogobierno local. Como observó Emma Goldman, no era sino “el viejo mir ruso en una forma avanzada y más revolucionaria. Estaba tan profundamente enraizado en el pueblo que surgió en forma natural del suelo ruso como las flores en el campo”.11 Para Lenin, sin embargo, los soviets libres, independientes del control partidario, fueron siempre objeto de anatema. Él desconfiaba en forma instintiva de la acción espontánea del pueblo. Temía que los órganos de la democracia local pudieran servir como puente potencial para la reacción o conducir al caos económico y social. Sin embargo, cuando se produjo la Revolución y surgieron soviets locales por todas partes, Lenin reconoció su valor como fuerza capaz de destruir el viejo orden y como medio de adquirir poder. La consigna “Todo el poder a los soviets” se transformó en uno de sus principales lemas partidarios. Sin embargo, después del golpe de Octubre, Lenin volvió a su centralismo original al imponer una dictadura revolucionaria a las masas anárquicas e indisciplinadas. Y aunque se siguió defendiendo al sistema soviético como una forma nueva y superior de gobierno, como la “dictadura del proletariado” entrevista por Marx, los soviets
fueron sometidos en forma progresiva al control partidario, de modo que en 1931 se habían transformado en meros sellos de goma de una burocracia en surgimiento. Contra esta forma pervertida de la revolución se levantaron en su protesta los marineros. El conflicto, según hemos visto, ocurría entre el ideal popular de una “república de obreros” y una “dictadura del proletariado” que era de hecho una dictadura de los bolcheviques. Como los marineros se oponían al dominio exclusivo de cualquier partido en particular, trataban de quebrar el monopolio comunista del poder garantizando la libertad de expresión, prensa y reunión para los obreros y los campesinos, y solicitando que se realizaran nuevas elecciones para integrar los soviets. Los marineros, como observó Berkman, fueron los más firmes sostenedores del sistema soviético; su grito de guerra era el lema bolchevique de 1917: “Todo el poder a los soviets”.12 Pero en contraste con los bolcheviques, pedían soviets libres y no encadenados, que representaran a todas las organizaciones del ala izquierda –socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas, maximalistas– y reflejaran las verdaderas aspiraciones del pueblo. Así, el lema con que el periódico rebelde Izvestiia encabezaba sus ediciones tenía una nueva peculiaridad: “Todo el poder a los soviets pero no a los partidos”. “Nuestra causa es justa –declaraba la radio del Petropavlovsk el 6 de marzo–. Estamos en favor del poder a los soviets pero no a los partidos, en favor de una representación de los trabajadores libremente elegidos. Los soviets, capturados y manipulados por el Partido Comunista, han sido siempre sordos a todas nuestras demandas y necesidades; la única réplica que hemos recibido siempre fueron las balas.”13 Pero si bien los rebeldes pedían soviets libres, no eran demócratas en el sentido de que defendieran la igualdad de derechos y libertades para todos. Como los bolcheviques a los que ellos condenaban, sostenían una rigurosa actitud de clase respecto de la sociedad rusa. Cuando hablaban de libertad, era libertad sólo para los obreros y campesinos, no para los terratenientes o las clases medias. 155-157

Los sublevados de Kronstadt (siguiendo una inveterada práctica rusa) cargaron sobre el gobierno –y sólo sobre él– todos los males que afligían al país. Poca culpa se echó al caos y a la destrucción provocados por la Guerra Civil misma, a las inevitables devastaciones de los ejércitos en lucha, a la intervención y al bloqueo de los aliados, a la inevitable escasez de petróleo y materias primas, o a las dificultades que implicaba alimentar a los hambrientos y curar a los enfermos en medio del hambre y la pestilencia. Toda la responsabilidad del sufrimiento y las dificultades se atribuía más bien al régimen bolchevique: “El dominio comunista ha reducido a toda Rusia a una pobreza, hambre, frío y otras privaciones sin precedentes. Están cerradas las fábricas y molinos, los ferrocarriles se hallan al borde de la quiebra. El campo ha sido esquilmado hasta los huesos. No tenemos pan, ni ganado, ni herramientas para trabajar la tierra. No tenemos vestimentas, ni zapatos, ni petróleo. Los obreros están hambrientos y ateridos. Los campesinos y la gente de las ciudades han perdido toda esperanza de que sus vidas lleguen a mejorar. Día a día se acercan cada vez más a la muerte. Los traidores comunistas os han reducido a todo esto”.16 Los marineros, como el campesinado del que provenían muchos de ellos, condenaron severamente la “nueva servidumbre” del régimen bolchevique, particularmente la incautación de alimentos por parte de destacamentos armados de recolección. “Tenía razón el campesino –declaraba Izvestiia de Kronstadt– que dijo al Octavo Congreso de los Soviets: ‘Todo anda a las mil maravillas: la tierra es nuestra pero los cereales son vuestros, el agua es nuestra pero los peces son vuestros, los bosques son nuestros pero la madera es vuestra’.”17 Todos los aldeanos que resistían a las depredaciones del gobierno, agregaba el diario, eran denunciados como “kulaks” y “enemigos del pueblo”, sin que importara el grado de pobreza o desesperación en que se encontraran. Izvestiia criticaba además el establecimiento de granjas estatales en algunas de las mejores tierras expropiadas a la burguesía, práctica que no sólo privó a los campesinos de lo que ellos consideraban su legítima posesión sino que también trajo consigo la costumbre de utilizar mano de obra asalariada como en la época zarista. Esto, según el punto de vista de los insurgentes, violaba el espíritu esencial de la Revolución, que había abolido la “esclavitud del salario” y la explotación en todas sus formas. Izvestiia defendió el derecho de los campesinos a llevar a cabo cultivos en pequeña escala mediante sus propios esfuerzos y para su propio beneficio. Las granjas estatales no eran sino “las estancias del nuevo terrateniente: el Estado. Esto es lo que los campesinos han recibido del socialismo de los bolcheviques, en lugar del libre uso de sus tierras recién conquistadas. A cambio del cereal que les requisaron y de las vacas y caballos que les confiscaron, obtuvieron expediciones punitivas de la Cheka y pelotones de fusilamiento. Un excelente sistema de intercambio en un Estado de Trabajadores: ¡Plomo y bayonetas por pan!”.18 En lo que respecta a la industria, los rebeldes deseaban igualmente que los obreros y pequeños artesanos tuvieran libertad para controlar su propio destino y gozar de los productos de su trabajo. Sin embargo, no propiciaban el “control por los trabajadores”, como se ha supuesto a menudo. La mera supervisión de la producción por comités locales de fábrica era, según su punto de vista, a la vez inadecuada e ineficaz: inadecuada, porque en lugar de permitir que los trabajadores manejaran por sí mismos las fábricas, dejaba en posiciones clave de responsabilidad a los ex gerentes y técnicos; e ineficiente, porque no proporcionaba la necesaria coordinación con otras empresas. Tampoco aprobaban la nacionalización de la industria con control estatal de la producción a cargo de gerentes y especialistas técnicos designados. “Luego de desorganizar la producción bajo el sistema de ‘control para los trabajadores’ –declaraba Izvestiia de Kronstadt–, los bolcheviques procedieron a nacionalizar las fábricas y talleres. El trabajador se transformó de esclavo del capitalista en esclavo de las empresas estatales.” Al mismo tiempo, los sindicatos se habían transformado en un “edificio comunista centralizado”, reducidos a un papelerío inútil en lugar de manejar las fábricas y ayudar al progreso educacional y cultural de los trabajadores. Sólo nuevas elecciones podían convertir a los sindicatos en instituciones libres para la “amplia autodeterminación” de los trabajadores. En lo que respecta a los artesanos y trabajadores especializados independientes, había que darles completa libertad siempre que no emplearan trabajo asalariado. “La Kronstadt revolucionaria –proclamaba el Comité Provisional– está luchando por un tipo diferente de socialismo, por una República Soviética de los trabajadores, en la cual el productor mismo sea el único dueño y pueda disponer de sus productos como le parezca adecuado.”19 La nota dominante de la rebelión fue entonces la desilusión que provocó el dominio comunista. Los bolcheviques, decía el diario rebelde Izvestiia, sólo temían perder el poder, y así consideraban “permisibles todos los medios: la calumnia, la violencia, el engaño, el asesinato, la venganza sobre las familias de los rebeldes”.20 El significado de la revolución había sido caricaturizado, los trabajadores y campesinos sometidos, todo el país silenciado por el partido y su policía secreta, las prisiones llenas no con contrarrevolucionarios sino con trabajadores e intelectuales. “En lugar del viejo régimen –lamentaba Izvestiia– se ha establecido un nuevo régimen de arbitrariedad, insolencia, favoritismo, robo y especulación, un régimen terrible en el cual uno debe tender sus manos a las autoridades por cada trozo de pan, por cada botón, un régimen en el cual uno no se pertenece ni siquiera a sí mismo, en que no puede disponer de su propio trabajo, un régimen de esclavitud y degradación... La Rusia Soviética se ha transformado en un campo de concentración que abarca toda Rusia.”21 ¿Qué había entonces que hacer? ¿Cómo podía hacerse volver a la revolución a su sendero original? Hasta el 8 de marzo, fecha en que los bolcheviques lanzaron su asalto inicial, los insurgentes continuaron esperando una reforma pacífica. Convencidos de la justicia de su causa, confiaban en conseguir el apoyo de todo el país –y de Petrogrado en particular– para forzar al gobierno a realizar concesiones políticas y económicas. Sin embargo, el ataque comunista señaló una nueva fase en la rebelión. Toda posibilidad de negociación y compromiso se interrumpió en forma abrupta. La violencia era el único camino que quedaba para ambos bandos. El 8 de marzo los marineros proclamaron una nueva divisa: apelaron a toda la población rusa para que se les uniera en una “tercera revolución” con el fin de terminar la tarea comenzada en febrero y en octubre de 1917: “Los trabajadores y campesinos marchan adelante sin interrupción, dejando detrás de sí a la Asamblea Constituyente, con su régimen burgués, y a la dictadura del Partido Comunista, con su Cheka y su capitalismo de Estado, cuyo lazo corredizo rodea el cuello de las masas trabajadoras y amenaza con estrangularlas... Aquí en Kronstadt se ha establecido la piedra fundamental de la tercera revolución, al eliminar las últimas cadenas de las masas trabajadoras y abrir un nuevo y amplio camino para la creatividad socialista”.
Se han realizado repetidas tentativas, tanto por parte de historiadores occidentales como soviéticos, para hacer coincidir el programa de Kronstadt con el de alguno de los partidos antibolcheviques de izquierda. ¿En qué medida son válidas tales comparaciones? En una cantidad de puntos las exigencias rebeldes coincidían por cierto con las de la oposición política del ala izquierda. Los mencheviques, los socialistas revolucionarios y los anarquistas habían estado protestando contra el monopolio bolchevique del poder y contra el sistema del Comunismo de Guerra. Todos ellos pedían soviets y sindicatos libres, libertades civiles para los trabajadores y campesinos, y que se pusiera fin al terror y se liberara a los socialistas y anarquistas arrestados. Y el pedido de que se formara una coalición gubernamental en la cual estuvieran representados todos los partidos socialistas ya lo habían realizado los socialistas revolucionarios y los mencheviques en octubre de 1917, e incluso había prestado franco apoyo a ello un grupo de bolcheviques: “Asumimos la posición de que es necesario constituir un gobierno socialista de todos los partidos del Soviet. Afirmamos que para proceder de otra manera hay un solo camino: la preservación de un gobierno puramente bolchevique mediante el terror político. No podemos aceptar esto y no lo aceptaremos. Vemos que tal política llevará... al establecimiento de un régimen irresponsable y a la ruina de la revolución y del país”.23 Los rebeldes compartían un rasgo notable con los socialistas revolucionarios, a saber, una preocupación predominante por las necesidades de los campesinos y pequeños productores y una correlativa falta de interés por las complejidades de la industria en gran escala. Pero se rehusaban, en cambio, a aprobar la exigencia fundamental de los socialistas revolucionarios, es decir, la restauración de la Asamblea Constituyente, o a aceptar el apoyo que les ofrecía el respetado líder socialista revolucionario Víctor Chernov. Por este solo hecho resulta evidente que los socialistas revolucionarios no ejercieron una influencia predominante dentro del movimiento rebelde. Lo mismo es cierto respecto de los mencheviques. Los mencheviques habían sido, sin duda, los campeones más esforzados de los soviets desde su primera aparición en 1905, y la idea de Kronstadt, de que se estableciera una junta no partidaria de trabajadores, soldados y marineros, recuerda una propuesta similar del líder menchevique Akselrod, que había constituido la base teórica para el establecimiento del Soviet original de Petersburgo. Sin embargo, la influencia menchevique nunca llegó a ser muy grande en Kronstadt, baluarte tradicional de la extrema izquierda. Una cantidad de activos mencheviques podía encontrarse entre los artesanos y trabajadores de la ciudad y de los astilleros (los dos miembros del Comité Revolucionario a los cuales las fuentes soviéticas identifican como mencheviques, Valk y Romanenko, eran obreros), pero el programa de Kronstadt prestó una atención relativamente pequeña a cuestiones que afectaban al proletariado industrial. Además, el número de mencheviques que había entre los marineros –que constituían la columna vertebral de la insurrección– era despreciable. También vale la pena notar que a lo largo de toda la revuelta el liderazgo menchevique en Petrogrado y fuera de la ciudad se negó a aprobar el derrocamiento de los bolcheviques por la fuerza de las armas. La influencia de los anarquistas, por contraste, había sido siempre muy fuerte dentro de la flota, y se los acusó a veces de inspirar el levantamiento. Pero esto es en gran medida falso. Para comenzar, los anarquistas más prominentes de Kronstadt en años recientes ya no estaban en escena: Anatoli Zhelezniakov, el valiente y joven marinero que había dispersado a la Asamblea Constituyente, fue muerto en acción contra los Blancos;24 I. S. Bleikhman, un orador popular de la Plaza del Ancla en 1917, murió unos pocos meses antes de la revuelta; y su camarada Efim Yarchuk, figura líder en el Soviet de Kronstadt durante la revolución, estaba entonces en Moscú, y cuando no se hallaba en prisión la Cheka lo mantenía estrechamente vigilado. Ni siquiera la historia que escribió Yarchuk acerca de Kronstadt asigna un rol sobresaliente a los anarquistas en 1921, y tampoco lo hace ninguna otra fuente anarquista de ese período. Una lista completa de los anarquistas que murieron en la Guerra Civil o cayeron víctimas de la persecución soviética durante los primeros años de la década de 1920 incluye a Zhelezniakov, Yarchuk y Bleikhman, pero no a otros que residieran en Kronstadt.25 Sólo un miembro del Comité Revolucionario Provisional (Perepelkin) fue vinculado siempre con los anarquistas, y eso en forma indirecta. Además, el diario del movimiento no menciona a los anarquistas más que una vez, al publicar el texto del manifiesto del Petropavlovsk, que exigía “libertad de expresión y prensa para los obreros y campesinos, anarquistas y partidos socialistas del ala izquierda”.26 Con todo, el espíritu del anarquismo, tan poderoso en Kronstadt durante el año 1917, no se había disipado de ninguna manera. Perepelkin puede haber sido el único anarquista conocido entre los líderes rebeldes, pero como coautor de la resolución del Petropavlovsk y cabeza de la agitación y propaganda, estaba en buena posición para difundir sus puntos de vista libertarios. Algunos de los lemas del movimiento –”soviets libres”, “tercera revolución”, “abajo con la comisariocracia”– habían sido lemas anarquistas durante la Guerra Civil, y “todo el poder a los soviets pero no a los partidos” tenía también una resonancia anarquista. En cambio, la mayoría de los anarquistas se hubieran resistido contra cualquier defensa del “poder” y los marineros, por su parte, nunca solicitaron la completa eliminación del Estado, reivindicación que constituye uno de los puntos fundamentales de cualquier plataforma anarquista. En todo caso, los anarquistas de toda Rusia se sintieron exaltados por el levantamiento. Saludaron a Kronstadt como “la Segunda Comuna de París”,27 y denunciaron coléricamente al gobierno por enviar tropas contra la ciudad. En el punto álgido de la insurrección, apareció un panfleto anarquista en las calles de Petrogrado; en él se criticaba a la población por volver la espalda a los rebeldes, por permanecer silenciosa mientras la artillería tronaba en el golfo de Finlandia. Los marineros se levantaron por vosotros, por el pueblo de Petrogrado, manifestaba el panfleto. Tenéis que sacudiros vuestro letargo y uniros a la lucha contra la dictadura comunista, luego de lo cual prevalecerá el anarquismo.28 Otros anarquistas, entre tanto, como Berkman y Goldman, estaban tratando vanamente de mediar en el conflicto y evitar un baño de sangre. En síntesis, la rebelión no estuvo inspirada ni maquinada por ningún partido o grupo en particular. Sus participantes eran radicales de varias clases –socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas y comunistas rasos– que no poseían ninguna ideología sistemática ni trazaron minuciosamente un plan de acción. Su credo, compuesto de elementos provenientes de varias estirpes revolucionarias, era vago y mal definido, y constituía más una lista de agravios, un grito de protesta contra la miseria y la opresión, que un programa coherente y constructivo. En lugar de propuestas específicas, particularmente en el dominio de la agricultura y de la industria, los insurgentes preferían confiar en lo que Kropotkin llamó “el espíritu creador de las masas”, que operaría a traves de soviets libremente elegidos. La mejor forma de describir su ideología quizá sea considerarla como una especie de anarcopopulismo, cuya urgencia más profunda era realizar el viejo programa Narodnik, de “tierra y libertad” y “la voluntad del pueblo”, el antiguo sueño de una federación laxa de comunas autónomas en las cuales campesinos y trabajadores vivirían en armoniosa cooperación, junto con una plena actividad económica y política organizada desde abajo. El grupo político más cercano a los rebeldes por su temperamento y perspectiva era el de los maximalistas socialistas revolucionarios, minúsculo brote ultramilitante del partido socialista revolucionario, que ocupaba un lugar en el espectro revolucionario entre los socialistas revolucionarios del ala izquierda y los anarquistas, pues compartía elementos de ambos. En casi todos los puntos importantes el programa de Kronstadt, tal como se publicó en el diario rebelde Izvestiia, coincidía con el de los maximalistas, lo cual contribuye a dar crédito a la afirmación soviética de que el director del diario era un maximalista (llamado Lamanov).29 Los maximalistas predicaban una doctrina de revolución total. Se oponían a la restauración de la Asamblea Constituyente y solicitaban, en cambio, “una república soviética de trabajadores” fundada en soviets libremente elegidos, con un mínimo de autoridad estatal central. Políticamente esto coincidía con el objetivo de los habitantes de Kronstadt, y la divisa “El poder a los soviets pero no a los partidos” había sido originariamente el lema en torno del cual se reunían los maximalistas. Los paralelos en la esfera económica resultan no menos sorprendentes. En agricultura los maximalistas denunciaron las requisiciones de cereales y el establecimiento de granjas estatales, y exigieron que se devolviera toda la tierra a los campesinos para que pudieran utilizarla sin obstáculos. En industria, rechazaban el control por los trabajadores sobre los administradores burgueses, en favor de la “organización social de la producción y su dirección sistemática por representantes del pueblo trabajador”. Para los maximalistas, como para los rebeldes, esto no significaba la nacionalización de las fábricas y un sistema centralizado de dirección estatal; por el contrario, advertían repetidamente que la centralización lleva en forma directa a la “burocratización, pues reduce al trabajador al papel de mero engranaje dentro de una vasta máquina impersonal. Su divisa era “No la dirección estatal y el control por los trabajadores, sino la dirección por los trabajadores y el control estatal”, de modo que el gobierno cumpliría las tareas de planeamiento y coordinación. Era esencial, en síntesis, transferir los medios de producción al pueblo que los utilizaba. Éste era el mensaje que contenían todos los lemas maximalistas: “Toda la tierra a los campesinos”, “Todas las fábricas a los obreros”, “Todo el pan y los productos a los trabajadores”.30 Por el lenguaje y los mitos sociales de sus participantes, resulta claro que la mentalidad de la rebelión era esencialmente anarcopopulista. La propaganda se hallaba en Kronstadt a cargo de hombres cuyas emociones y retórica estaban cercanas a los sentimientos de los campesinos y obreros. Expresaba eslogans y frases atractivas, poseía una ruda elocuencia popular que captaba el espíritu del pueblo en general. Los agitadores rebeldes escribían y hablaban (como observó más tarde un entrevistador)31 en una lengua casera libre de la jerga marxista y de expresiones extranjerizantes. Se evitaba la palabra “proletariado”, y se exigía, de una manera verdaderamente populista, una sociedad en la cual todos los “trabajadores” –campesinos, obreros y la “intelligentsia trabajadora”– desempeñaran un papel predominante. Preferían hablar de una revolución “social” más bien que “socialista”, pues veían el conflicto de clases no en el estrecho sentido de obreros industriales contra burguesía, sino en el sentido tradicional Narodnik, de las masas laboriosas en su conjunto en lucha contra todos los que medraban con su miseria y explotación, incluidos los políticos y burócratas, así como los terratenientes y capitalistas. Las ideologías occidentales –el marxismo y el liberalismo por igual– tenían poco lugar en su perspectiva mental. Su desconfianza hacia el gobierno parlamentario estaba profundamente enraizada en la herencia populista y anarquista: Herzen, Lavrov y Bakunin habían rechazado el Parlamento como una institución corrupta y ajena, cuyas deliberaciones estaban en realidad destinadas a salvaguardar los intereses de la clase alta y las clases medias contra las reivindicaciones de los rechazados y desposeídos, cuyo sendero de salvación residía en el autogobierno local, basado en la comuna tradicional rusa. Los habitantes de Kronstadt mostraban además una fuerte veta de nacionalismo eslavo, que no resulta sorprendente en vista de sus orígenes predominantemente campesinos. Aunque se proclamaban internacionalistas, los marineros mostraron poco interés por el movimiento revolucionario mundial. Lo que decían se centraba más bien en el pueblo ruso y en su destino, y su tema de una “tercera revolución” muestra una cualidad mesiánica afín a la de la doctrina de la “tercera Roma” de la Muscovy del siglo XVI: “La autocracia ha caído. La Asamblea Constituyente partió hacia la región de los condenados. La comisariocracia está tambaleando. Ha llegado el momento de que el verdadero poder esté en manos de los trabajadores, el poder de los soviets”.32 A veces, sin embargo, su regionalismo campesino se mezclaba curiosamente con elementos provenientes de la tradición revolucionaria europea, como ocurrió cuando una ceremonia funeral ortodoxa en homenaje a los rebeldes caídos, realizada en la catedral de los marinos de la Plaza del Ancla, terminó con las estrofas de la “Marseillaise”.33 Pero predominó el carácter populista del movimiento, que se manifestó no sólo en el culto religioso de los participantes y en su credo social, sino también en los mitos populares tradicionales que recorrían como hilos rojos la trama ideológica de la rebelión. Un mito de esta clase, profundamente enraizado en la psicología campesina, era el del Estado centralizado como cuerpo artificial injertado por la fuerza en la sociedad rusa, desarrollo ajeno que caía pesadamente sobre el pueblo y era la causa de su sufrimiento. El odio popular hacia el gobierno y sus funcionarios tenía profundas raíces en la historia rusa, que se remontaban a las revueltas cosacas y campesinas de los siglos XVII y XVIII.34 Para Stenka Razin y Pugachev la clase media gobernante no pertenecía al pueblo ruso, al narod, sino que formaba una clase aparte, una estirpe de parásitos que chupaban la sangre a los campesinos. Se trataba de una visión maniquea en la cual las fuerzas del bien, encarnadas por el pueblo común, estaban en lucha contra las fuerzas del mal, encarnadas por el Estado y sus funcionarios. Los marineros de Kronstadt eran descendientes directos de estos primitivos rebeldes, herederos de la tradición de revuelta espontánea (buntarstvo) contra el despotismo burocrático. Estaban listos para luchar contra “los comisarios y burócratas”, como Razin y Pugachev habían luchado contra “los boyardos y funcionarios”. Los desaguisados de la nobleza se transformaron en los del nuevo estrato gobernante, el Partido Comunista, al cual se atribuyeron todas las desdichas del pueblo, desde el hambre y la guerra civil hasta la esclavitud y la explotación. Este inveterado sentimiento de alienación respecto de los funcionarios estatales se expresó en forma sucinta en el título de un editorial rebelde, “Nosotros y ellos”, publicado inmediatamente después del primer asalto bolchevique a través del hielo. Se expresó también en el término “comisariocracia”, epíteto favorito de los marineros para designar al régimen soviético: “Lenin dijo que ‘el comunismo es el poder soviético más la electrificación’. Pero el pueblo está convencido de que la forma bolchevique de comunismo es la comisariocracia más los pelotones de fusilamiento”.35 Los funcionarios bolcheviques fueron atacados como una nueva casta privilegiada de arribistas que gozaban de una paga superior, mayores raciones de comida y barrios de viviendas más cálidas, respecto del resto de la población. Recuérdense los ataques contra Kalinin, que fue expulsado de la Plaza del Ancla con gritos de: “Te las arreglas para vivir en forma bastante confortable” y “Mira todos los cargos que has conseguido, apuesto a que te llenas de dinero con ellos”. Los funcionarios del partido fueron acusados reiteradamente de robar los frutos de la revolución e imponer una nueva forma de esclavitud sobre el “cuerpo y alma” de Rusia. “Tal es el brillante reino del socialismo a que nos ha llevado la dictadura del Partido Comunista”, se quejaba en su último número el diario rebelde Izvestiia. “Hemos obtenido el socialismo de Estado con soviets de funcionarios que votan obedientes de acuerdo con los dictados del comité del partido y sus infalibles comisarios. El lema ‘Quien no trabaje no comerá’ ha sido desvirtuado por el nuevo orden ‘soviético’ y transformado en ‘Todo para los comisarios’. Para los obreros y campesinos y la intelligentsia trabajadora sólo queda el trabajo descolorido y sin descanso en un ambiente carcelario.”36 Como era de esperar, los principales blancos de la cólera de Kronstadt fueron Zinoviev y Trotsky, que “se sientan en sus blandos sillones de las iluminadas habitaciones de los palacios zaristas y consideran cuál es la mejor manera de verter la sangre de los insurgentes”.37 Zinoviev incurrió en la abominación de los marineros como patrón del partido de Petrogrado que había reprimido a los obreros en huelga y que durante la rebelión se rebajó hasta el punto de tomar como rehenes a las propias familias de aquéllos. Pero la bête noire del furor rebelde fue Trotsky. Comisario de Guerra y presidente del Consejo Revolucionario de Guerra, Trotsky fue responsable del duro ultimátum del 5 de marzo y de ordenar el ataque que se produjo tres días más tarde. Se le dirigió todo un arsenal de epítetos: “sangriento mariscal de campo Trotsky”, “esta reencarnación de Trepov”, “Maliuta Skuratov... cabeza de la oprichnina comunista”, “el genio del mal en Rusia” que “como un halcón cae sobre nuestra heroica ciudad”, un monstruo de la tiranía “sumergido hasta las rodillas en la sangre de los obreros”. “Oye, Trotsky –declaraba el periódico Izvestiia de Kronstadt el 9 de marzo–, los líderes de la Tercera Revolución están defendiendo el verdadero poder de los soviets contra el ultraje de los comisarios.”38 Los rebeldes, fieles a su mentalidad populista, trazaron una línea tajante entre Trotsky y Zinoviev por un lado y Lenin por el otro –entre los traidores boyardos y el zar al cual aquéllos ocultaban el sufrimiento del pueblo–. Tradicionalmente, las clases bajas rusas habían dirigido su cólera no contra el gobernante mismo, al cual veneraban como su padre ungido, sino contra sus corruptos e intrigantes asesores, en los cuales veían la encarnación de todo lo pernicioso y malvado. No se trataba del remoto autócrata que oprimía a los pobres: “Dios está en lo alto de los cielos –decía el viejo proverbio–, y el zar está lejos”.
Más bien, eran los terratenientes y funcionarios que actuaban en cada lugar los que esquilmaban a los campesinos y a la gente de las ciudades, manteniéndolos en la miseria y la degradación. Es bastante interesante el hecho de que la conducta de Lenin en la rebelión de Kronstadt haya tendido a consolidar esta imagen. Durante la primera semana, mientras Trotsky y Zinoviev estaban en escena en Petrogrado profiriendo amenazas y preparando una ofensiva contra los insurgentes, Lenin permaneció en Moscú, comprometiéndose sólo en lo que respecta a firmar la orden del 2 de marzo, por la cual se ponía fuera de la ley a Kozlovsky y a sus supuestos cómplices. Ninguna vez mencionó su nombre el diario de Kronstadt, que en su lenguaje característico estaba ocupado denunciando a los “gendarmes” Trotsky y Zinoviev por “ocultar la verdad” al pueblo.39 Sin embargo, el 8 de marzo, en la sesión de apertura del Décimo Congreso del Partido, Lenin surgió de entre bambalinas y condenó la revuelta como obra de generales de la Guardia Blanca y elementos pequeño-burgueses de la población. Después de este discurso el Comité Revolucionario de Kronstadt lo criticó por primera vez. Los campesinos y obreros, dijo el diario rebelde Izvestiia, “nunca creyeron una palabra a Trotsky y Zinoviev” pero no esperaban que Lenin se vinculara con su “hipocresía”. Un poema publicado en Izvestiia hablaba amargamente de él calificándolo de “zar Lenin”, y el diario denunciaba entonces a “la firma de Lenin, Trotsky y compañía”, mientras que antes sólo había hablado de “Trotsky y compañía, sedientos de sangre”.40 No obstante, incluso entonces Lenin fue tratado con un grado de simpatía que lo mantuvo aparte de la gente vinculada con él. De acuerdo con el diario rebelde Izvestiia del 14 de marzo, Lenin había dicho a sus colegas durante una reciente discusión de la cuestión de los sindicatos: “Todo esto me aburre mortalmente. Aun sin mi enfermedad, me gustaría mandar todo el asunto al diablo y huir a cualquier parte”. “Pero –comentaba Izvestiia– las cohortes de Lenin no le permitirían huir. Él es su prisionero, y debe proferir calumnias como lo hacen ellos.”41 Aquí tenemos, en su forma más pura, la antigua leyenda del zar benevolente como cautivo sin remedio de sus traidores boyardos. Lenin siguió siendo venerado como una especie de figura paterna. Por consiguiente, cuando se arrancaron los retratos de Trotsky y de otros líderes bolcheviques de las paredes de las oficinas de Kronstadt, se permitió que subsistieran los de Lenin.42 La misma actitud persistió aun después de haber sido ahogada en sangre la rebelión. En un campo de concentración finlandés, Yakovenko, vicepresidente del Comité Revolucionario Provisional, distinguía tajantemente entre Lenin y sus colegas. Yakovenko, marinero barbudo, alto y de poderosa contextura, había luchado del lado bolchevique en la Revolución de Octubre y se sintió indignado ante la traición de los ideales y promesas por el partido. Con su rostro rojo de cólera se desató contra el “asesino Trotsky” y el “bribón Zinoviev”. “Respeto a Lenin –dijo–. Pero Trotsky y Zinoviev lo arrastran consigo. Me gustaría tenerlos a estos dos en mis manos.”43 Trotsky en particular era el símbolo viviente del Comunismo de Guerra, de todo aquello contra lo cual se habían rebelado los marineros. Su nombre se vinculaba con la centralización y la militarización, con la disciplina de hierro y la regimentación. En la cuestión de los sindicatos, había adoptado una línea dura y dogmática, en contraste con el enfoque considerado y conciliatorio de Lenin. Tenía en poca consideración al campesinado como fuerza revolucionaria, mientras que Lenin había comprendido siempre que resultaba esencial la cooperación de la población rural para alcanzar y mantener el poder, actitud que sus contemporáneos ortodoxos despreciaban como una supervivencia de la herejía Narodnik. En cambio Trotsky era intolerante, flamígero y altanero, mostraba lo que Lenin en su famoso “testamento” iba a llamar una “muy excesiva confianza en sí mismo”. Lenin mismo era estimado por sus hábitos simples de vida y su falta de pretensiones personales. Además, Lenin era Gran Ruso de la región media del Volga, el corazón de la Rusia campesina. Frugal, no ostentoso, austero, era considerado como un simple hijo de Rusia que compartía las ansiedades del pueblo y era accesible a éste en su época de sufrimiento. Trotsky y Zinoviev, por contraste, eran de origen judío y estaban identificados con el ala internacionalista del movimiento comunista, mas bien que con Rusia misma. Zinoviev, de hecho, era presidente del Comintern. Y Trotsky, según el Comité Revolucionario de Kronstadt, fue responsable durante la Guerra Civil por la muerte de millares de personas inocentes “de una nacionalidad diferente de la suya”.44 Aunque los rebeldes negaban al mismo tiempo todo prejuicio antisemita, no hay duda de que los sentimientos contra los judíos eran muy fuertes entre los marineros del Báltico, muchos de los cuales provenían de Ucrania y de los confines occidentales, que eran las regiones clásicas de virulento antisemitismo en Rusia. Para hombres con sus antecedentes campesinos y obreros, los judíos eran un chivo emisario habitual en épocas de estrechez y desazón. Además, sus sentimientos regionalistas los llevaban a desconfiar de los elementos “ajenos” que residían en su medio, y como la revolución había eliminado a los terratenientes y los capitalistas, su hostilidad se dirigía entonces contra los comunistas y los judíos, que ellos tendían a identificar. 158-172


Aunque los rebeldes experimentaban sólo desprecio por los funcionarios comunistas, no sentían hostilidad hacia los miembros rasos del partido o los ideales del comunismo como tal. Es cierto que algunos de los miembros del Comité Revolucionario Provisional, cuando se los entrevistó luego en Finlandia, hablaron con amargura de los comunistas que “usurparon los derechos del pueblo”.48 Pero su antagonismo se había agudizado a raíz de la sangrienta represión de la revuelta, y en todo caso pensaban en el liderazgo del partido más bien que en sus adherentes comunes. En verdad, no fueron pocos los insurgentes, incluidos Petrichenko y Kilgast, presidente y secretario del Comité Revolucionario, que eran ex comunistas para quienes los ideales de la revolución habían sido contaminados y era necesario restaurar su pureza original. Característica de su pensamiento era la afirmación de un marinero, aún miembro del partido, de que Rusia se había transformado en una “horrorosa ciénaga” a raíz de la acción de un “pequeño círculo de burócratas comunistas que por detrás de la máscara comunista se han construido un confortable nido en nuestra república”.49 Pese a toda su animosidad hacia la jerarquía bolchevique, los marineros nunca requirieron la disolución del partido o que se lo excluyera de desempeñar un rol en el gobierno o la sociedad rusos. 173

Otra carta provenía de un comandante rojo de la guarnición de Kronstadt, hijo de un populista que había sido condenado al exilio en el célebre “juicio de los 193”, durante la década de 1870. “He llegado a comprender –escribía– que las políticas del Partido Comunista han llevado al país a un camino que no tiene salida. El partido se ha burocratizado... Se rehúsa a oír la voz de las masas a las cuales desea imponer su voluntad... Sólo la libertad de expresión y una mayor oportunidad de participar en la reconstrucción del país por medio de procedimientos electorales sujetos a inspección puede sacar a nuestro país de su letargo... Me niego a considerarme en lo sucesivo miembro del Partido Comunista ruso. Apoyo la resolución aprobada por la asamblea multitudinaria del 1° de marzo, y pongo con ello mis energías y capacidades [a disposición del Comité Revolucionario].”59 177

Los bolcheviques, además de los reveses militares que sufrían, tenían otras serias dificultades con las cuales luchar. Se informó, por ejemplo, que los obreros ferroviarios de Krasnoe Selo, empalme de vías situado al sudoeste de Petrogrado, se rehusaban a transportar a las tropas enviadas contra Kronstadt. En otro caso, un miembro de la juventud comunista, que venía de Moscú, observó que su tren se detenía reiteradamente durante el corto trayecto que va de Petrogrado a Oranienbaum, y aunque el maquinista se quejaba de la mala calidad del petróleo, los voluntarios sospecharon que jugaba sucio.12 Mucho más serio fue un incidente ocurrido el 16 de marzo, en la víspera misma del asalto final. En Oranienbaum, los fusileros de la división 27 de Omsk, que se habían distinguido contra los Blancos en la Guerra Civil, se amotinaron exhortando “a dirigirse a Petrogrado y batir a los judíos”. Tropas leales bajo el mando de I. F. Fedko, uno de los expertos militares de la Academia del Estado Mayor General, aislaron rápidamente la base, rodearon los cuarteles de los amotinados de Omsk y arrestaron a los cabecillas. Pero el virus de la desilusión era poderoso, y ni siquiera estuvieron inmunes a él los fieles kursanty: más o menos al mismo tiempo se descubrió una conspiración antibolchevique entre los cadetes de la Escuela de Comando de Peterhof, y varios de éstos fueron arrestados y llevados bajo vigilancia a Petrogrado.13 Sin embargo, pese a estos casos de deslealtad, se produjo un notable mejoramiento de la moral de las fuerzas rojas durante los dos últimos días antes del ataque decisivo. Buena parte del crédito hay que atribuirlo a los delegados del Décimo Congreso del Partido, provistos de un arma nueva y poderosa: el 15 de marzo el Congreso de Moscú votó el reemplazo de las requisiciones forzadas por un impuesto en especies. Cuando Lenin anunció el nuevo programa ante la Asamblea, un portavoz de Siberia declaró que “bastará con transmitir a toda Siberia el contenido de este decreto para detener los desórdenes campesinos”.14 Los delegados que estaban en el frente, informados de la noticia, se apresuraron a comunicarla a las tropas. El efecto fue notable. De inmediato, recordaba un comisario bolchevique, ocurrió un cambio radical en el espíritu de los soldados, la mayoría de los cuales era de origen campesino.15 La concesión marcaba el comienzo del fin del Comunismo de Guerra y su anuncio ejerció una influencia decisiva sobre el rendimiento de las fuerzas rojas en la batalla final. Más o menos en esta época estaba también ocurriendo un cambio en el espíritu de Kronstadt, pero en la dirección opuesta. 190, 191



Contrariamente a lo esperado, Petrogrado mostró pocos signos de unirse a la rebelión. Unos pocos ejemplares de Izvestiia de Kronstadt fueron pegados en las paredes de las fábricas, y en una ocasión circuló un camión por las calles de la ciudad arrojando panfletos de los rebeldes. El 7 de marzo los obreros de la fábrica del arsenal aprobaron la resolución de Kronstadt y enviaron delegados a otras empresas para exhortar a la realización de una huelga general en apoyo de los insurgentes.20 Pero todos esos esfuerzos quedaron en nada, y la ciudad, calmada por las concesiones y acobardada por la presencia de las tropas, se mantuvo tranquila. Los marineros se sintieron traicionados, y ese sentimiento duró largo tiempo después de sofocado el movimiento. Los refugiados que vivían en Finlandia en años posteriores se quejaron de que ellos habían pensado que los obreros de Petrogrado “hablaban en serio” y que las huelgas se desarrollarían hasta llegar a constituir una revolución en gran escala. En forma similar, marineros capturados que Dan encontró en la prisión acusaron a los obreros de venderse al gobierno “por una libra de carne”.21 192, 193

Pese a todas las acusaciones del gobierno, de que Kronstadt era una conspiración de generales de los Guardias Blancos, los ex oficiales zaristas desempeñaron un rol mucho más prominente en la fuerza atacante que entre los defensores. 195

Pero el significado de la rebelión no pasó inadvertido en el Congreso, cuando éste se reunió en Moscú el 8 de marzo. Al mostrar a plena luz la intensidad de la oposición popular, la revuelta despertó el sentimiento de la urgencia de los procedimientos y despejó todas las dudas acerca de la necesidad de realizar una reforma inmediata. El partido comprendió la amenazante advertencia de los hechos. Había quienes conjeturaban, en verdad, que la sublevación podría no haber ocurrido nunca si la NPE se hubiera implantado un mes antes.4 Sea como fuere, hubo acuerdo general en que las reformas no admitían más demoras, pues se corría el riesgo de que los bolcheviques fueran desalojados del poder por una arrolladora marea de cólera popular. Kronstadt, según dijo Lenin, “iluminó la realidad mejor que cualquier otra cosa”. Lenin comprendió que el motín no era un incidente aislado sino que formaba parte de una amplia situación de inquietud que abarcaba los levantamientos ocurridos en el campo, los disturbios de las fábricas, y el creciente fermento dentro de las fuerzas armadas. La crisis económica del Comunismo de Guerra, observó Lenin, se había transformado “en una crisis política: Kronstadt”, y el futuro del bolcheviquismo pendía de un hilo.5 El Décimo Congreso del partido, uno de los más dramáticos de la historia bolchevique, señaló un cambio fundamental en la política soviética. Años antes, Lenin había establecido dos condiciones para la victoria del socialismo en Rusia: el apoyo de una revolución proletaria en el oeste y una alianza entre los obreros y campesinos rusos.6 En 1921 no se había cumplido ninguna de estas condiciones. Como resultado, Lenin se vio forzado a abandonar su creencia de que sin el apoyo de una revolución europea era imposible la transición al socialismo. Aquí reside, en esencia, la semilla del “socialismo en un solo país”, doctrina desarrollada por Stalin unos pocos años más tarde y que acarreó una disminución del proceso revolucionario, una adaptación a las potencias capitalistas del exterior y al campesinado interno. La necesidad inmediata y predominante, de la cual dependía todo lo demás, era aplacar a la población rural rebelde. Como explicó Lenin al Décimo Congreso, “sólo un acuerdo con el campesinado puede salvar la revolución socialista en Rusia hasta que se produzca la revolución en otros países”.7 Tres años antes, en marzo de 1918, Lenin había hecho una retirada similar en el frente internacional cuando rechazó una “guerra revolucionaria” contra Alemania y firmó el tratado de Brest-Litovsk. Ahora, para asegurarse el “período de respiro” que se había negado a los bolcheviques en 1918, Lenin archivó el Comunismo de Guerra y lo reemplazó por un programa interno más cauteloso y conciliatorio. “Debemos satisfacer los deseos económicos del campesinado medio e introducir el libre comercio –declaró–, pues de otro modo será imposible la preservación del poder del proletariado en Rusia, vista la demora de la revolución mundial.”8 Así, el 15 de marzo, el Décimo Congreso del partido aprobó lo que un delegado (el estudioso marxista D. B. Riazanov) llamó un “Brest campesino”.9 La medida, que constituyó la piedra angular de la Nueva Política Económica, reemplazó a las recolecciones compulsivas de alimentos por un impuesto en especies que concedió a los campesinos el derecho de disponer de sus excedentes en el mercado libre. Éste fue sólo el primero de una serie de pasos que llevaron del Comunismo de Guerra a una economía mixta. 214. 215

La NPE logró aliviar, en buena medida, las tensiones de la sociedad rusa. Sin embargo, no consiguió satisfacer las exigencias de Kronstadt y sus simpatizantes. Sin duda, había terminado la confiscación de grano y se habían retirado los destacamentos camineros, disuelto los batallones de trabajo y asegurado a los sindicatos un cierto grado de independencia respecto del Estado. Pero las granjas estatales permanecían intactas, y se había restaurado parcialmente el capitalismo en el sector industrial. Además, contrariamente a los principios de la democracia proletaria, los viejos directores y especialistas técnicos siguieron dirigiendo las grandes fábricas; los obreros siguieron siendo víctimas de la “esclavitud asalariada”, excluidos como antes de todo rol directivo. 217

Después de Kronstadt ya no se habló más de descentralizar la autoridad o de relajar la disciplina militar dentro de la flota. Por el contrario, Lenin propuso a Trotsky que se desmantelara la flota del Báltico, puesto que los marineros no eran confiables y el valor militar de los buques era cuestionable. Pero Trotsky se las arregló para persuadir a su colega de que era innecesario un paso tan drástico. En cambio, la armada soviética fue purgada de todos sus elementos disidentes y completamente reorganizada, a la vez que las escuelas de cadetes navales se llenaron de miembros de la juventud comunista para asegurar un liderazgo fiel en el futuro. Al mismo tiempo, se hizo más rígida la disciplina dentro del Ejército Rojo, mientras que se abandonaron definitivamente los planes para crear una milicia popular reclutada entre voluntarios de origen campesino y obrero.11 Más importante aún, no se dio satisfacción ni a una sola demanda política de los rebeldes. Lo que ocurrió, más bien, fue un endurecimiento del dominio dictatorial. Las concesiones de la NPE, en verdad, se realizaron expresamente para consolidar el monopolio bolchevique del poder. En su esbozo de discurso al Décimo Congreso, observaba Lenin: “La lección de Kronstadt: en política –el estrechamiento de las filas (y el fortalecimiento de la disciplina) dentro del partido, una lucha más enérgica contra los mencheviques y los socialistas revolucionarios–; en economía –satisfacer en la medida de lo posible al campesinado medio–”.12 Por consiguiente, quedó paralizada la iniciativa popular y los soviets libres fueron un sueño frustrado. El Estado se rehusó a restablecer la libertad de expresión, de prensa y de reunión, como lo requería la resolución del Petropavlosvk, o a liberar a los socialistas y anarquistas acusados de crímenes políticos. Lejos de verse llevados a formar un gobierno de coalición de soviets revitalizados, los bolcheviques suprimieron metódicamente a los partidos del ala izquierda. En la noche del 17 de marzo, por una melancólica coincidencia, mientras el Comité Revolucionario de Kronstadt huía a través del hielo hacia Finlandia, el depuesto gobierno menchevique de Georgia, el último de su clase en Rusia Soviética, dejó el puerto de Batum ubicado en el Mar Negro y partió para el exilio en Europa occidental.13 Durante la Guerra Civil, los bolcheviques, amenazados por todas partes por los Blancos, habían permitido que los partidos prosoviéticos de izquierda tuvieran una precaria existencia bajo un acoso y vigilancia continua. Después de Kronstadt ya no se toleró ni siquiera eso. Toda pretensión de oposición legal se abandonó en mayo de 1921, cuando Lenin declaró que el lugar apropiado para los socialistas rivales era la cárcel o el exilio, junto con los Guardias Blancos.14 Una nueva oleada de represiones cayó sobre los mencheviques, sobre los socialistas revolucionarios y los anarquistas, a los cuales las autoridades acusaron de complicidad en la revuelta. A los más afortunados se les permitió emigrar, pero millares de ellos fueron barridos por las redes de la Cheka y desterrados al lejano norte, Siberia y Asia Central. A fines del año los remanentes activos de la oposición política habían sido silenciados o llevados a la clandestinidad, y la consolidación del dominio unipartidario era casi completa. Así Kronstadt, como todas las revueltas fracasadas contra regímenes autoritarios, logró el fin opuesto al que se proponía: en lugar de una nueva era de autogobierno popular, la dictadura comunista se consolidó sobre el país más firmemente que nunca. El robustecimiento del dominio bolchevique fue acompañado por una tendencia a terminar con las divisiones dentro del partido mismo. Lejos de conceder la “democracia partidaria”, Lenin anunció que debían cesar de inmediato las querellas de facciones para que el régimen pudiera sobrevivir a la crisis por la que pasaba. “Ha llegado el tiempo –dijo al Décimo Congreso– de poner fin a la oposición, de terminar con ella; hemos tenido bastante oposición.”15 Lenin utilizó a Kronstadt como garrote para golpear a los opositores y forzarlos a la sumisión, al insinuar que las críticas realizadas por éstos a las políticas del partido habían alentado a los rebeldes a tomar las armas contra el gobierno.16 Sus puntos de vista encontraron fuerte apoyo entre sus oyentes, que compartían sus temores de que una revuelta de masas pudiera desalojarlos del poder. “En la época actual –declaró un orador– hay tres facciones en el partido, y este Congreso debe decir si seguiremos tolerando tal situación. En mi opinión, no podemos ir contra el general Kozlovsky con tres facciones, y así debe declararlo el Congreso del partido.”17 Los delegados asintieron rápidamente. En una resolución redactada en enérgicos términos aprobaron la condenación del programa de la Oposición de los Obreros como una “desviación sindicalista y anarquista” respecto de la tradición marxista. Una segunda resolución, “Sobre la unidad partidaria”, citaba a Kronstadt como ejemplo del modo en que las disputas internas podían ser explotadas por las fuerzas de la contrarrevolución, y solicitaba la disolución de todas las facciones y agrupamientos dentro del partido. Su cláusula final, mantenida en secreto por casi tres años, dio al Comité Central poderes extraordinarios para expulsar a los miembros disidentes de las filas partidarias.18 Inmediatamente después, Lenin ordenó una purga del partido “de arriba abajo” para eliminar elementos no confiables. A fines del verano se había excluido a casi un cuarto del total de los miembros.
Para los libertarios con sensibilidad como Alexander Berkman, Kronstadt fue una experiencia que los hizo meditar y los llevó a reexaminar la teoría y la praxis bolchevique. Sin embargo el levantamiento, pese a todos sus aspectos dramáticos y trágicos, no impresionó a muchas otras personas de la época como un evento decisivo. No desempeñó ningún papel fundamental en la determinación de las políticas del régimen de Lenin; el viraje hacia una relajación en las cuestiones exteriores e internas se había venido preparando desde fines de la Guerra Civil. Su importancia residía más bien, principalmente, en que era símbolo de una crisis social más amplia –la transición del Comunismo de Guerra a la NPE–, que Lenin en un discurso dirigido al Cuarto Congreso del Comintern calificó como la más grave de la historia soviética.19 Pero cuando el transcurrir del tiempo trajo una nueva era de totalitarismo stalinista, la revuelta adquirió también nueva significación. “En verdad –escribió Emma Goldman en 1938, en el momento culminante de la gran purga– las voces estranguladas en Kronstadt han crecido de volumen durante estos diecisiete años.” “Qué lástima –agregaba– que el silencio de los muertos hable a veces en voz más alta que la de los vivos.”20 Desde la perspectiva de los juicios de Moscú y del régimen stalinista de terror, muchos vieron a la rebelión como una encrucijada fatal en la historia de la Revolución Rusa, que señaló el triunfo de la represión burocrática y la derrota final de la forma descentralizada y libertaria de socialismo. Esto no equivale a decir que el totalitarismo soviético haya comenzado con la represión de Kronstadt, ni siquiera que fuera ya inevitable en esa época. “Se ha dicho a menudo –observó Víctor Serge– que ‘el germen del stalinismo estaba en el bolcheviquismo en sus comienzos’. Pues bien, no tengo nada que objetar. Sólo que los bolcheviques contenían muchos otros gérmenes –una gran cantidad de otros gérmenes– y quienes asistieron al entusiasmo de los primeros años de la primera revolución victoriosa no deberían olvidarlo. ¿Es muy sensato juzgar al hombre viviente por los gérmenes de muerte que la autopsia revela en un cadáver, y que éste puede haber llevado consigo desde su nacimiento?”21 En otras palabras, al principio de la década de 1920 la sociedad soviética tenía abiertos ante sí una cantidad de caminos diferentes. Sin embargo, como acentuó Serge mismo, siempre había estado presente en la teoría y la praxis bolchevique una pronunciada veta autoritaria. El elitismo innato de Lenin, su insistencia en el liderazgo centralizado y la estricta disciplina partidaria, su represión de las libertades civiles y la sanción del terror, todo esto dejó una profunda huella en el futuro desarrollo del Partido Comunista y del Estado soviético. Durante la Guerra Civil Lenin había tratado de justificar estas políticas como expedientes a corto plazo requeridos por una situación de emergencia. Pero esa emergencia no iba a terminar nunca, y entretanto se iba construyendo el aparato para un futuro régimen totalitario. Con la derrota de Kronstadt y la liquidación de la oposición del ala izquierda, pasó a la historia la última demanda efectiva de que se instalara una democracia de trabajadores. En lo sucesivo el totalitarismo, si no inevitable, sería una eventualidad probable. En 1924 murió Lenin, y la dictadura bolchevique se sumió en una tremenda lucha por el poder. Tres años más tarde se alcanzó un clímax cuando el Comité Central, invocando la cláusula secreta de la resolución del Décimo Congreso sobre unidad partidaria, expulsó a Trotsky del partido e inmediatamente después lo envió al exilio. 217-221

¿Habría podido la pandilla stalinista usurpar tan fácilmente el control de un partido si éste hubiera admitido una mayor participación de las masas y una mayor libertad de la oposición del ala izquierda?24 En un tono similar, Anton Ciliga desafió la afirmación bolchevique de que si no se hubiera sometido a Kronstadt, ésta habría desatado las fuerzas de la reacción. Es posible, concedía Ciliga, pero lo cierto es que la revolución murió en 1921.25 Al final, los vencedores de Kronstadt cayeron víctimas del sistema que habían ayudado a crear. Trotsky y Zinoviev fueron condenados como “enemigos del pueblo” que habían fomentado deliberadamente la contrarrevolución. “El judas Trotsky”, declaraba un panfleto soviético de 1939, había llenado a Kronstadt de sus propios serviles, incluidos bandidos y Guardias Blancos, mientras creaba deliberadamente una cortina de humo con el problema de los sindicatos. Otra obra stalinista echaba la culpa de la revuelta a “Tujachevsky, protegido de Trotsky y comandante del Séptimo Ejército”, y al “viejo trotskista Raskolnikov”, jefe de la flota del Báltico. Para dar cuenta de los traidores, decía, el partido envió al “verdadero leninista” y camarada de armas de Stalin, Kliment Voroshilov (que en realidad desempeñó un papel menor como comisario en el frente de Kronstadt).26 La revolución devoró a quienes la hicieron, uno por uno. Zinoviev, Tujachevsky y Dybenko fueron fusilados en la Gran Purga; Trotsky fue asesinado en México por un agente de la policía secreta soviética; Raskolnikov y Lasevich se suicidaron. Muchos de los delegados del partido que fueron a Kronstadt, incluidos Piatakov, Zatonsky y Bubnov, desaparecieron en las prisiones de Stalin. Kalinin fue casi el único que murió de muerte natural en 1946. 222, 223


Archinov, P. Historia del movimiento majnovista


"Nuestra Revolución Rusa es, sin duda, y hasta el presente, una revolución política que realiza con fuerzas populares intereses extraños al pueblo. El hecho fundamental de esta revolución después de los sacrifi cios, sufrimientos y esfuerzos revolucionarios de obreros y campesinos, fue la toma del poder político, por un grupo intermedio, la “intelligentzia” socialista revolucionaria, en realidad, democracia socialista. Se ha escrito mucho sobre esa “intelligentzia” socialista, rusa e internacional. Generalmente fue elogiada y llamada portadora de ideales humanos superiores, luchadora de la verdad. Algunas veces, fue criticada. Todo lo que se dijo y escribió sobre ella, lo bueno y lo malo, tiene un defecto esencial: es ella misma la que se defi nió, criticó y alabó. Para el espíritu independiente de obreros y campesinos, ese método no es de ningún modo persuasivo y no puede tener peso en sus relaciones, en las cuales el pueblo no tendrá en cuenta más que
los los hechos. Ahora bien, el hecho real, incontestable en la vida de la “intelligentzia” socialista, es que gozó siempre de una situación social privilegiada. Viviendo en los privilegios, el intelectual se convierte en privilegiado, no sólo socialmente, sino también psicológicamente. Todas sus aspiraciones espirituales, lo que entiende por su “idea social”, encierran infaliblemente el espíritu del privilegio de casta. Ese espíritu se manifi esta en todo el desenvolvimiento de la “intelligentzia”. Si tomamos la época de los decembristas13, como principio del movimiento revolucionario de la “intelligentzia”, al pasar consecutivamente por las etapas de ese movimiento, el narodnitschestvo y el narodavoltchestvo14, el marxismo, en una palabra, el socialismo en todas sus ramifi caciones, hallamos siempre ese espíritu de privilegio de casta claramente expresado." 18


Las vagas aspiraciones politicas de la intelligentzia rusa en 1825 se erigieron medio siglo más tarde en un sistema socialista de Estado y la intelligentzia misma se convirtió en una agrupación social y económicamente defi nida: la democracia socialista. Sus relaciones con el pueblo se fi jaron defi nitivamente; el pueblo marcha hacia su autogestión civil y económica; la democracia trata de ejercer el poder sobre el pueblo. La alianza entre ambos no puede celebrarse sino a través de imposiciones y violencia; nunca de un modo natural, por la fuerza de una comunidad de intereses. Estos dos elementos son hostiles. La idea del Estado, de una dirección de las masas por la coerción, fue siempre propia de individuos en quienes está ausente el sentimiento de la igualdad y en quienes domina el egoísmo de individuos para quienes el hombre es un ser torpe, sin voluntad, iniciativa ni conciencia, incapaz de gobernarse a sí mismo. Esta idea fue siempre característica de los grupos privilegiados que dominan al pueblo trabajador: los estratos patricios, la casta militar, la nobleza, clero, burguesía industrial y comercial. El socialismo de Estado moderno no se ha mostrado por casualidad servidor celoso de la misma idea. El socialismo estatista es la ideología de una nueva casta de dominadores. Si observamos atentamente a los partidarios del socialismo de Estado veremos que poseen aspiraciones centralistas y se consideran el centro que ordena y dirige a la masa. Este rasgo psicológico del socialismo de estado y de sus adictos es la continuación de los grupos dominadores antiguos, extinguidos o en vías de extinguirse. El segundo hecho destacable de nuestra revolución es que los obreros y los campesinos han permanecido en la situación anterior de “clases trabajadoras”, productores dirigidos por el poder superior. La llamada construcción socialista, que se lleva a cabo en Rusia, el aparato estatal de dirección del país, la creación de nuevas relaciones sociales y políticas, no es más que la edifi cación de una nueva clase dominante sobre los productores: el establecimiento de un nuevo poder socialista entre ellos. El plan de esta dominación fue elaborado durante años por los líderes de la socialdemocracia, y conocido antes de la Revolución Rusa con el nombre de “colectivismo”. Ahora se llama “sistema soviético”. 19

al llamar a la Revolución Rusa la “Revolución de Octubre”, se confunden a menudo dos fenómenos diferentes: la consigna, bajo la cual las masas hicieron la revolución, y el resultado de esa revolución. Las consignas del movimiento de octubre de 1917 eran: “Las fábricas a los obreros. La tierra a los campesinos”. El programa social y revolucionario de las masas se resumía en esas palabras breves, pero profundas por su sentido: aniquilamiento del capitalismo, supresión del asalariado, de la esclavitud impuesta por el Estado, y organización de una vida nueva basada sobre "...la autogestión de los productores. En realidad, la revolución de octubre no cumplió de ningún modo ese programa. El capitalismo no ha sido destruido sino reformado. El asalariado y la explotación de los productores quedan en pie. Y en cuanto al nuevo aparato estatal, no oprime menos a los trabajadores que el aparato estatal del capitalismo. No se puede pues llamar “revolución de octubre” más que en un sentido preciso y estrecho, el de la realización de los fi nes y problemas del Partido Comunista. La conmoción de octubre no es más que una etapa en la marcha general de la Revolución Rusa, lo mismo que la de febrero-marzo de 1917. El Partido Comunista aprovechó las fuerzas revolucionarias del movimiento de octubre para sus propios fi nes y este acto no representa toda nuestra revolución. El proceso general de la revolución comprende una serie de corrientes que no se detuvieron en octubre, sino que fueron más lejos, hacia la realización de los problemas históricos de obreros y campesinos: la comunidad trabajadora, igualitaria y no estatal. El “octubre” actual prolongado y ya consolidado deberá dejar el puesto indudablemente a una etapa ulterior popular de la revolución. En caso contrario, la Revolución Rusa, como todas las precedentes, no habrá sido más que un cambio, un traspaso de poder." 20

"...en el momento de la revolución de 1917, el interés y el instinto de clase se impusieron y arrastraron a los obreros y a los campesinos hacia sus fi nes directos: la conquista de la tierra, talleres y fábricas. Cuando estos objetivos fueron claramente comprendidos por la masa, lo que en realidad había sucedido mucho antes de la revolución de 1917, una parte de los marxistas, principalmente su ala izquierda, los bolcheviques, abandonó rápidamente sus posiciones abiertamente democrático-burguesas, lanzó consignas que se adaptaban a las aspiraciones de los trabajadores, y en los días de la revolución marchó con las masas insurrectas, tratando de adueñarse de su movimiento. Y nuevamente, debido a las considerables fuerzas intelectuales que componían las fi las del bolchevismo y también gracias a las consignas socialistas que sedujeron a las masas, el triunfo fue una vez más de la socialdemocracia. Hemos indicado más arriba que la revolución de octubre se forjó a la luz de dos frases de poderoso contenido: “¡Las fábricas a los obreros! ¡La tierra a los campesinos!”. Los trabajadores les daban un sentido sencillo, sin reservas. Según ellos, la revolución debía colocar la economía industrial del país a disposición y bajo la dirección de los campesinos. El espíritu de justicia y de autonomía comprendido en estas consignas arrastró tanto a las masas que su parte más activa estuvo dispuesta al día siguiente de la revolución a emprender la organización de la vida sobre la base de tales fórmulas. En diferentes ciudades, las uniones profesionales y los comités de fábrica tomaron la administración de las empresas y de las mercaderías, expulsaron a los propietarios y a los patrones, establecieron ellos mismos las tarifas, etc. Pero todos estos intentos chocaron con la resistencia férrea del Partido Comunista, que se había convertido en el partido gobernante. Este partido, que marchaba al lado de la masa revolucionaria, que adoptaba consignas extremistas, a menudo anarquistas, cambió bruscamente su actitud tan pronto como logró apoderarse del poder, una vez que el gobierno de coalición fue derrotado.
La revolución, como movimiento de los trabajadores bajo las consignas de octubre, había terminado desde entonces para éste. El enemigo esencial de los trabajadores –la burguesía industrial y agraria– está, decía, vencida; el período de destrucción, de lucha contra el régimen capitalista acabó; el período de la creación comunista, el de la edifi cación proletaria comienza. La revolución debe, pues, efectuarse ahora mediante los órganos del Estado solamente. Prolongar la situación anterior, cuando los obreros eran dueños de la calle, de los talleres y de las fábricas y cuando los campesinos, no viendo ya ningún poder, trataban de arreglar su vida con entera independencia, implicaba consecuencias peligrosas que podían desorganizar la gran obra estatista del partido. Era preciso ponerle fi n por todos los medios posibles, incluso la violencia del Estado. Tal fue el cambio de frente en la acción del Partido Comunista desde que se estableció en el poder. " 22


"Después de la caída del zarismo en febrero-marzo de 1917, comenzó un período en que los obreros y los campesinos no toleraban plazo alguno. Vieron en el gobierno provisorio un enemigo seguro. Por eso no esperaron y exigieron sus derechos por medios revolucionarios; primero sobre la jornada de ocho horas, luego sobre los órganos de producción y de consumo, y sobre la tierra. El Partido Comunista fue en estas jornadas un aliado bien organizado. Es verdad que por esa unión buscaba sus propios fi nes: pero la masa lo ignoraba. La masa veía como un hecho que el Partido Comunista luchaba con ella contra el régimen capitalista. El partido empleó todo el poder de su organización, su experiencia política y organizadora, sus mejores militantes en el seno de la clase obrera y del ejército. Dedicó todas sus fuerzas a agrupar a las masas alrededor de sus consignas. Actuaba con demagogia en las cuestiones del trabajador oprimido. Se adueñaba de las palabras de unión de los campesinos con relación a la tierra, de las de los obreros con relación al trabajo libre. Los impulsó hacia una lucha decisiva contra el gobierno de coalición. Con el tiempo, el Partido Comunista se afi anzó en en las fi las de la clase obrera y desarrolló junto a ella una lucha infatigable contra la burguesía, lucha que prosiguió hasta las jornadas de octubre. Es pues natural que los obreros de la Gran Rusia adquirieran el hábito de considerarlo su más decidido compañero en la lucha revolucionaria. Esta circunstancia, unida a que los trabajadores rusos tenían apenas sus propias organizaciones revolucionarias de clase y estaban dispersos desde el punto de vista de la organización, permitieron al partido tomar fácilmente en sus manos la dirección de los acontecimientos. Y, cuando el gobierno de coalición fue derribado por las masas de Petrogrado y de Moscú, era natural que el poder pasara a los bolcheviques, que habían dirigido el golpe de Estado." 23

"Capítulo III LA INSURRECIÓN REVOLUCIONARIA EN UCRANIA - MAKHNO
El tratado de Brest-Litowsk, entre los bolcheviques y el gobierno imperial alemán, abrió las puertas de Ucrania a los austroalemanes. Entraron como señores. No se limitaron a la acción militar: se inmiscuyeron en la vida económica y política del país. Su objetivo era apropiarse de los víveres. Para ello, restablecieron el poder de los nobles y de los terratenientes derribados por el pueblo e instalaron el gobierno autócrata del hetman Skoropadsky. En cuanto a las tropas austro-alemanas que ocupaban Ucrania, eran sistemáticamente engañadas por sus ofi ciales sobre la Revolución Rusa. Se referían a ella como a una orgía de fuerzas ciegas que destruía el orden en el país y que aterrorizaba a la honesta población trabajadora. De esta manera se provocaba en los soldados una hostilidad contra los campesinos y obreros rebeldes que favorecía la acción desalentadora de los ejércitos austroalemanes. El saqueo económico de Ucrania por los austroalemanes, con el asentimiento y la ayuda del gobierno de Skoropadsky, fue de proporciones increíbles. Se robaba, se cargaba con todo (trigo, ganado, aves de corral, materias primas, etc.) en proporciones tales que los medios de transporte no bastaban. Como si hubiesen caído sobre depósitos inmensos destinados al saqueo, los austríacos y los alemanes se alzaban con todo, cargando un tren tras otro, rumbo a sus países. Cuando los campesinos se resistían al saqueo y trataban de no dejarse arrebatar el fruto de su trabajo, las represalias, la horca, el fusilamiento, se ponían en práctica. La ocupación de Ucrania por los austroalemanes es una de las páginas más trágicas de la historia de la revolución. A la violencia de los invasores, al saqueo de los militares, se opuso una reacción feroz por parte de los terratenientes. El régimen del hetman fue el aniquilamiento de las conquistas revolucionarias de campesinos y obreros; una vuelta completa al pasado. Era pues natural que las nuevas condiciones aceleraran la marcha del movimiento esbozado antes, iniciado bajo Petliura y los bolcheviques. En todas partes, principalmente en las aldeas, comenzó la rebelión contra los terratenientes y los austroalemanes. Fue entonces cuando comenzó el movimiento revolucionario de los campesinos de Ucrania conocido más tarde con el nombre de insurrección revolucionaria." 25

"... centenares de aldeas sufrieron un castigo despiadado de parte de la casta militar y agraria. Esto sucedía en junio, julio y agosto de 1918. Entonces, los campesinos, fi eles al movimiento, se organizaron en compañías de guerrilleros y recurrieron a la guerra de emboscadas. Como si hubiese existido una red de organizaciones invisibles, surgió casi simultáneamente en diferentes lugares una multitud de destacamentos de guerrilleros que inició sus ataques contra los terratenientes, sus guardas y sus representantes en el poder. Habitualmente esos destacamentos, compuestos de 20, 30 y hasta 100 jinetes bien armados, caían bruscamente en la parte opuesta al lugar en donde se los suponía, sobre una propiedad, sobre la guardia nacional, exterminaban a los enemigos de los campesinos, y desaparecían tan rápidamente como se habían presentado. Todo terrateniente que perseguía a los campesinos, todos sus fi eles servidores eran individualizados por los guerrilleros y amenazados con ser suprimidos. Cada guardia, cada ofi cial alemán estaba condenado a una muerte segura. Estos hechos, que ocurrían a diario en todos los rincones del país, debilitaban la contrarrevolución agraria, poniéndola en peligro, y preparaban el triunfo de los campesinos. Hay que notar que al igual que las vastas insurrecciones campesinas espontáneas, surgidas de los campesinos sin preparación alguna, tales actos guerreros eran siempre dirigidos por ellos, sin el socorro ni la dirección de ninguna organización política. Ese medio de acción los llevó a satisfacer por sí mismos las necesidades del movimiento, de dirigirlo y conducirlo hacia la victoria. Durante toda la lucha contra el hetman y los terratenientes, en los momentos más penosos, los campesinos estuvieron solos frente a sus bien organizados y armados enemigos. Esto tuvo, como veremos después, gran infl uencia sobre el carácter de la insurrección revolucionaria. Su rasgo fundamental –en todas partes donde se mantuvo hasta el fi n como movimiento de clase, sin caer bajo la infl uencia de los partidos o de los elementos nacionalistas– fue no sólo el haber nacido de lo más profundo de las masas campesinas, sino también la conciencia que poseían los campesinos de haber sido ellos mismos guías y animadores del movimiento. Los destacamentos de los guerrilleros, sobre todo, estaban convencidos de esa idea, y se sentían con fuerzas para cumplir su misión." 26


" Mientras los insurrectos levantaban en el sur de Ucrania la bandera negra del anarquismo y entraban en la vía antiautoritaria de organización libre de los trabajadores, las regiones del oeste y del noroeste del país cayeron, después de haber derrotado al hetman, bajo la infl uencia de elementos extraños y enemigos, principalmente de los demócratas nacionalistas petliuristas. Durante más de dos años, una parte de los guerrilleros del oeste de Ucrania sirvió de apoyo a los petliuristas, que perseguían los intereses de la burguesía liberal bajo el estandarte nacionalista. Así, los campesinos insurrectos de Kiev, de Volinia, de Podolia y de parte de Poltava, aun teniendo un origen común con el resto de los insurrectos, no supieron encontrar su camino ni organizarse y cayeron bajo la férula de los enemigos del trabajo, convirtiéndose en sus manos en instrumentos ciegos. La insurrección del sur tomó un aspecto y tuvo un sentido muy distinto. Se separó claramente de los elementos no trabajadores de la sociedad contemporánea; se desembarazó rápida y resueltamente de los prejuicios nacionales, religiosos, políticos y otros del régimen de opresión y de esclavitud; se colocó en el terreno de las exigencias reales de la clase de los proletarios de las ciudades y de los campos y entabló una ruda guerra en nombre de esas exigencias contra los enemigos múltiples del trabajo." 27

"He aquí, pues, a Makhno en Guliay Polié, esta vez con la decisión irrevocable de obtener la victoria de los campesinos o morir; en todo caso, decidido a no abandonar la región. La noticia de su regreso se extendió rápidamente. No tardó en mostrarse francamente a las vastas masas campesinas, a través de discursos o de escritos, incitándoles a la lucha contra el poder del hetman y de los propietarios, insistiendo en que los trabajadores tenían en el momento la suerte en sus manos y no debían dejarla escapar. Su llamado vibrante y enérgico se difundió en pocas semanas por numerosas aldeas y distritos, preparando a las masas para los grandes acontecimientos futuros. Después, pasó a la acción. Su primera preocupación fue formar una compañía revolucionaria militar con fuerza sufi ciente para garantizar la libertad de agitación y de propaganda en las ciudades y aldeas y comenzar al mismo tiempo las operaciones de las guerrillas. Esta compañía fue rápidamente organizada. Había en todas las aldeas elementos combativos dispuestos a obrar. No faltaba más que un buen organizador; éste fue Makhno. La misión de su compañía era: a) desarrollar un trabajo activo de propaganda y organización entre los campesinos; b) llevar a cabo una lucha implacable contra los enemigos. Como fundamento de esa lucha se sostenía el principio según el cual “todo terrateniente que persiga a los campesinos, todo agente de policía del hetman, todo ofi cial ruso o alemán, en tanto que enemigo mortal e implacable de los campesinos, no hallará piedad alguna y será suprimido”. Según tal principio, debía ser ejecutado todo aquel que participara en la opresión de los campesinos pobres y de los obreros, en la supresión de sus derechos o en la usurpación de su trabajo y bienes." 29

"Siendo no sólo un jefe militar notable, sino también buen agitador, Makhno multiplicaba incansablemente los mitines en las numerosas aldeas de la región. Informaba sobre las tareas actuales, sobre la revolución social, sobre la vida en comunidad libre e independiente de los campesinos trabajadores como fi n de la insurrección. Redactaba manifi estos y circulares en ese sentido para los campesinos, para los obreros, para los soldados austríacos y alemanes, para los cosacos del Don, del Kuban, etcétera. “Vencer o morir, he aquí lo que importa para los campesinos y obreros de Ucrania en el presente momento histórico. Pero no podemos morir todos; somos muchos; nosotros somos la humanidad. Por consiguiente venceremos. Pero no venceremos para repetir el ejemplo de los años pasados, para poner nuestra suerte en manos de nuevos amos; venceremos para tomar nuestro destino en nuestras manos y organizar según la propia voluntad nuestra vida y nuestra verdad” (de uno de los primeros manifi estos de Makhno). Así hablaba Makhno a las vastas masas campesinas. Pronto se convirtió en el eje de unión de las fuerzas rebeldes. En casi todas las aldeas, los campesinos crearon grupos locales clandestinos. Se unían a Makhno, lo sostenían en todas sus empresas, seguían sus consejos y disposiciones. " 30


"La nacionalización de la industria, al arrancar a los obreros de las manos de los capitalistas privados, los entregó en las manos más implacables de un único capitalista, presente en todas partes, el Estado. Las relaciones entre los obreros y este nuevo patrón son las mismas que existían antes entre el trabajo y el capital, con la diferencia de que el Estado no solamente explota a los trabajadores, sino que los castiga también, porque reúne en sí las dos funciones, la explotación y la punición. La condición del trabajo asalariado no ha cambiado; ha tomado solamente el carácter de un deber hacia el Estado. Las uniones profesionales perdieron todos los derechos y fueron transformados en órganos de vigilancia policial de la masa trabajadora. El establecimiento de las tarifas, la dimensión del salario, el derecho a emplear y a despedir a los obreros, la gestión general de las empresas, su organización exterior, etcétera, todo es supervisado por el partido, sus órganos o sus agentes. En cuanto a las uniones profesionales en todos los dominios de la producción su actuación es puramente formal; deben poner sus fi rmas en los decretos del partido, que no pueden ser revocados ni cambiados. Es claro que esto no es sino una simple sustitución del capitalismo privado por un capitalismo de Estado. La nacionalización comunista de la industria representa un nuevo tipo de relaciones en la producción, según el cual la sujeción económica de la clase obrera es mantenida por un solo puño, el Estado. Es evidente que de esta manera no mejorará la situación de la clase obrera. El trabajo obligatorio (para los obreros, claro está) y su militarización es el verdadero espíritu de la fábrica nacionalizada. Citemos un ejemplo. En el mes de agosto de 1918, los obreros de la antigua manufactura Prokorov de Moscú se agitaron y amenazaron con rebelarse a consecuencia de los bajos salarios y de un régimen policial establecido en la fábrica. Organizaron, en la fábrica misma, varias reuniones, expulsaron al comité de fábrica (que no era más que una sección del partido) y tomaron en calidad de pago una pequeña parte de la manufactura producida. Los miembros del comité central de la unión de obreros textiles –después de que los obreros se rehusaron a tratar con ellos– decidieron así: la conducta de los obreros de la manufactura de Prokorov es una sombra en el prestigio del poder soviético; toda acción ulterior de esos obreros había difamado a las autoridades soviéticas ante los obreros de otros establecimientos; eso es inadmisible. Por consiguiente la fábrica debe ser cerrada y los obreros despedidos; debe establecerse una comisión para crear en la fábrica un régimen fi rme; después de lo cual habrá que reclutar nuevos cuadros de obreros. Así fue. " 36


"El aparato estatal soviético está organizado en tal forma que todos los hilos conductores se encuentran en manos de la democracia, que se autodefi ne como la vanguardia del proletariado. Cualquiera que sea el dominio de la administración del Estado, en todas partes hallamos los puestos principales ocupados invariablemente por el mismo personaje, el demócrata omnipresente. ¿Quién dirige todos los periódicos, las revistas y las demás publicaciones? Son siempre políticos, gentes que proceden del ambiente privilegiado de la democracia. ¿Quiénes son los autores y redactores de las publicaciones centrales, que pretenden guiar al proletariado del mundo entero, tales como Izvestia, del comité ejecutivo central de toda Rusia; La Internacional comunista, o bien el órgano del comité central del partido? Son exclusivamente grupos de la “intelligentzia” democrática escogidos cuidadosamente. ¿Quién, en fi n, se encuentra a la cabeza de los órganos políticos creados como su denominación misma demuestra no por las necesidades de la labor, sino por las de la política de dominación? ¿En qué manos se encuentra el Comité Central del Partido, el Consejo de los Comisarios del Pueblo, el Comité Ejecutivo Central Panruso, etc.? En manos de los que han sido educados en la política, lejos del trabajo, y para quienes el nombre de proletariado signifi ca lo que para un pope incrédulo el nombre de Dios. Igualmente, se encuentran en sus manos todos los órganos de la vida económica del país, desde el Consejo Económico Nacional hasta los centros de menor importancia. Vemos, pues, que todo el grupo de la socialdemocracia ocupa en el Estado los puestos más importantes." 37

" No teniendo apoyo natural en ninguna de las clases de la sociedad actual –ni en los obreros, ni en los campesinos, ni en la nobleza, ni en la burguesía (no estando económicamente organizada la democracia misma, no podía contar con ellas)–, el Partido Comunista recurrió al terror y al régimen de opresión general. Así se explica por qué el poder comunista en Rusia se apresuró a multiplicar y consolidar una nueva burguesía representada por el Partido Comunista, los altos funcionarios y los cuadros de comando del ejército. Esta burguesía le era indispensable como sostén permanente de clase en su lucha contra las masas trabajadoras.
(...)
Pero, ¿cómo es que ese grupo extraño y hostil a las masas trabajadoras consiguió imponerse como guía de las fuerzas revolucionarias de esas masas, asumiendo el poder en su nombre y consolidando su dominación? Las causas son dos, el estado de desorganización en que se encontraban las masas en los días de la revolución y su engaño por las consignas socialistas. Las organizaciones profesionales obreras y campesinas de antes de 1917 habían quedado atrás en el espíritu revolucionario de los trabajadores. El desborde revolucionario de las masas sobrepasó los límites de esas organizaciones. Obreros y campesinos se encontraron frente a la revolución sin el apoyo necesario de sus organizaciones de clase. Ahora bien, a su lado, con esa masa, existía un partido socialista perfectamente organizado, los bolcheviques. Este partido tuvo participación directa en la destrucción de la burguesía industrial y agraria por los obreros y los campesinos, arrastrando a las masas y asegurándoles que esa revolución sería la revolución social, la última, que llevaría a los oprimidos al socialismo, al comunismo. Las masas, extrañas a toda política, acogieron esas proclamas como evidentes. La participación del Partido Comunista en la destrucción del régimen capitalista le atrajo gran confi anza. La clase de los intelectuales –portadora de los ideales de la democracia– ha sido siempre tan débil y restringida que las masas no supieron nada de su existencia. Por consiguiente, en el momento de la caída de la burguesía, su puesto fue ocupado por el bolchevismo, su dirigente accidental, hábil en demagogia política." 38

"La Makhnovschina nació en la época tempestuosa de la vida ucraniana, en el verano de 1918, cuando todo el elemento campesino alentaba la rebelión. Desde los primeros días de su existencia hasta los últimos no ha tenido paz. Su evolución siguió, por consiguiente, un doble camino: el de la inculcación de sus ideas fundamentales a las masas y el del crecimiento y consolidación de sus fuerzas militares. A partir del día en que todos los destacamentos guerrilleros se reunieron en un solo ejército, éste se convirtió en el ejército revolucionario unifi cado de las masas en rebelión. El estado de guerra en que se encontraba Ucrania fue la causa de que las mejores fuerzas organizadoras del movimiento entraran en el ejército. Por obra de las circunstancias este último fue al mismo tiempo la autodefensa armada de los campesinos y el guía de todo el movimiento, su vanguardia revolucionaria. Organizó y dirigió activamente la ofensiva contra la reacción de los terratenientes; consideró y precisó el plan de la lucha; dio también las consignas del momento. Sin embargo, no ha sido nunca una fuerza soberana, dominadora. Tomaba siempre sus ideas de las masas y defendía su causa. Las masas campesinas, por su parte, consideraban este ejército como el organismo que las dirigía en la lucha18. La actitud de los makhnovistas hacia el poder de Estado, los partidos políticos y los grupos improductivos era la actitud de los campesinos. Y viceversa, la Makhnovschina se identifi caba con los intereses de los campesinos pobres y de los obreros, su dolor y su pensamiento. Así, con ayuda de una infl uencia y acción mutuas, evolucionó el Movimiento Makhnovista y se convirtió en un fenómeno social de la vida rusa.
* * *
En octubre y noviembre de 1918 los destacamentos de Makhno iniciaron un ataque general contra la reacción del hetman. Hacia esa época, las tropas austroalemanas se encontraban desorientadas bajo la infl uencia de los acontecimientos políticos que tenían lugar en sus países de origen; no poseían ni la fuerza ni la energía de antes. Esto es lo que aprovechó Makhno. Trató con las unidades de las tropas ganadas por el espíritu revolucionario y con las que selló un pacto de neutralidad. Esas unidades se dejaban desarmar fácilmente y los makhnovistas aprovechaban para armarse a sus expensas. Donde Makhno no conseguía tratar amistosamente con los austroalemanes, los expulsaba de la región por la fuerza de las armas. Así, después de un combate tenaz que duró tres días, Makhno ocupó defi nitivamente Guliay Polié. Se afi rmó y organizó en ese lugar el cuartel general de su ejército. El fi n del reinado del hetman estaba próximo y la juventud campesina afl uía en masa hacia Makhno. Su ejército consistía en ese momento en varios regimientos de infantería y de caballería y también en una batería y una cantidad de ametralladoras. " 41


" Los campesinos de la región de Guliay Polié lo demostraron. Durante más de seis meses –desde noviembre de 1918 hasta junio de 1919– vivieron sin ningún poder político y no sólo no perdieron los lazos sociales entre sí, sino que por el contrario crearon una nueva forma superior del orden social: la comuna del trabajo libre y los soviets libres de los trabajadores. Después de la expulsión de los terratenientes, la tierra de la región pasó a los campesinos. Éstos comprendieron que no bastaba con apoderarse de una extensión de terreno y contentarse con ello. Las difi cultades de la vida les habían enseñado que los enemigos los acechaban por todas partes y que debían mantenerse unidos. En varios lugares se hicieron tentativas para organizar la vida en común. Dada la hostilidad de los campesinos contra las comunas ofi ciales (gubernamentales), en muchos lugares de la región de Guliay Polié surgieron organizaciones campesinas llamadas comunas del trabajo o comunas libres. Así, cerca de la aldea Pokrovskoyé se organizó la primera comuna libre con el nombre de Rosa Luxemburg. Sus miembros eran todos muy pobres. Al principio no contaba más que con algunas decenas de hombres; después su número aumentó a más de trescientos. Esta comuna fue creada por los campesinos más indigentes de la región; su denominación de Rosa Luxemburg testimonia la ausencia de todo espíritu de partido entre los organizadores. Con la sencillez propia del pueblo, los campesinos honraron la memoria de aquella heroína que había perecido en la lucha revolucionaria." 42

"En el primer congreso regional, que se realizó el 23 de enero de 1919 en el pueblo Bolshaya Mijaylovka, los campesinos dirigieron su atención, sobre todo, al gran peligro ofrecido por los movimientos de Petliura y Denikin. " 43

"El Segundo Congreso Regional de los Campesinos y Obreros Rebeldes se reunió tres semanas después del primero, el 12 de febrero de 1919, en Guliay Polié. Fue examinada en él la cuestión del peligro del avance de la contrarrevolución de Denikin. El ejército de Denikin se componía de elementos contrarrevolucionarios bien escogidos: ofi ciales de los cuadros del antiguo ejército regular y cosacos del imperio. Los campesinos sabían bien de qué manera se resolvería una lucha entre ese ejército y ellos. Tomaron pues todas las medidas para reforzar su defensa. El ejército insurreccional de los makhnovistas contaba en esa época con unos 20.000 combatientes voluntarios. Muchos de ellos estaban cansados, agotados por los combates de los últimos 5 ó 6 meses. Entre tanto las tropas de Denikin crecían rápidamente y amenazaban la región libre. El Segundo Congreso de los Campesinos resolvió declarar en toda la región una movilización voluntaria e igualitaria de los últimos diez años. La movilización debía ser voluntaria, es decir, apelaba a la conciencia y a la buena voluntad de cada uno. La resolución del Congreso no tenía otro sentido que el de destacar la necesidad de completar el ejército guerrillero con nuevos combatientes20. Movilización igualitaria quería decir que los campesinos de diferentes pueblos o distritos se encargarían de completar el ejército sobre una base aproximadamente igual.
(...)
En este Segundo Congreso de Campesinos, Obreros y Guerrilleros se creó un Consejo Militar Revolucionario Regional, que se encargaría de la dirección general de la lucha contra Petliura y Denikin, de sostener las relaciones sociales entre los trabajadores de la región, de responder a las necesidades de información y de contralor y, en fi n, de asegurar el cumplimiento de las diversas resoluciones del congreso. Los representantes de 32 distritos de Ekaterinoslav y de Tauride, así como los de los destacamentos rebeldes constituyeron parte de él. Este Consejo abarcó toda la región libre; ejecutaba las decisiones del Congreso de orden social, político o militar y era, por decirlo así, el órgano ejecutivo supremo de todo el movimiento. Pero no era de ningún modo un órgano autoritario. No se le asignó sino una función puramente ejecutiva. Se limitaba a ejecutar las instrucciones y resoluciones de los congresos de los campesinos y obreros. Podía ser disuelto en cualquier momento por el congreso y cesar de existir. " 44

"... el ambiente de guerra en toda la región hacía muy difícil la creación y el funcionamiento de esos organismos y por eso su organización completa nunca llegó a cumplirse. Sólo en 1920 pudieron publicarse las tesis generales sobre los soviets libres de campesinos y obreros. Antes de esa fecha los principios generales de los soviets fueron expuestos en la Declaración del Consejo Revolucionario Militar de los Guerrilleros Makhnovistas, en el capítulo sobre el régimen de los soviets libres. " 45

"El primer encuentro de los comandantes bolcheviques con Makhno se produjo bajo estos auspiciosos augurios (en marzo de 1919). Makhno fue invitado inmediatamente a unirse con todos sus destacamentos al Ejército Rojo, para vencer juntos a Denikin. Las diferencias políticas e ideológicas de los guerrilleros eran consideradas muy naturales y no podían de ningún modo constituir un obstáculo a la unión sobre la base de una causa común. Esas diferencias permanecerían inviolables. "46

"Los guerrilleros se convirtieron en una parte del Ejército Rojo bajo las siguientes condiciones: a) los guerrilleros conservan su antiguo orden interno; b) reciben comisarios políticos nombrados por la autoridad comunista; c) se subordinan al comando rojo superior sólo en lo que concierne a las operaciones militares estrictamente dichas; d) no pueden ser alejados del frente de Denikin; e) obtienen municiones y aprovisionamiento igual que el Ejército Rojo, f) mantienen su nombre de Ejército Revolucionario Insurreccional y conservan sus banderas negras. El ejército de los guerrilleros makhnovistas estaba organizado de acuerdo con tres principios fundamentales: el voluntarismo, el principio electoral y la autodisciplina. El voluntarismo signifi caba que el ejército no se componía más que de combatientes revolucionarios que entraban en él por su voluntad. El principio electoral consistía en que los comandantes de todas las unidades del ejército, los miembros del Estado Mayor y del consejo, así como todas las personas que ocupaban en el ejército puestos importantes en general debían ser elegidos y aceptados por los guerrilleros de las secciones respectivas o por el conjunto del ejército. La autodisciplina signifi ca que todas las reglas de la disciplina del ejército eran elaboradas por comisiones de guerrilleros, después revalidadas por las partes generales del ejército y rigurosamente observadas bajo la responsabilidad de cada revolucionario y de cada comandante. Todos estos principios fueron mantenidos por el Ejército Makhnovista en su unión con el Ejército Rojo. Primero recibió el nombre de “tercera brigada”, que fue cambiado después por el de “Primera División Insurreccional Revolucionaria Ucraniana”. Más tarde adoptó el nombre defi nitivo de Ejército Revolucionario Insurreccional de Ucrania (Makhnovistas). " 47

"El Consejo Revolucionario Militar convocó el tercer congreso de campesinos, obreros y guerrilleros para el 10 de abril de 1919. El congreso debía determinar las tareas del movimiento y pronunciarse sobre las perspectivas de la vida revolucionaria de la región. Los delegados de 72 distritos, que representaban una masa de más de dos millones de hombres, se reunieron en congreso; el trabajo fue intenso. Lamentamos no tener a mano las actas del congreso. Se podría ver en ellas con qué prudencia el pueblo escrutaba sus propios caminos en la revolución, sus propias formas de vida. Al fi nal de sus tareas el congreso recibió un telegrama del comandante de la división, Dybenko, que declaraba al congreso como contrarrevolucionario y a sus organizadores fuera de la ley. Éste fue el primer atentado manifi esto de los bolcheviques contra la libertad de la región. El congreso comprendió el alcance del ataque y votó una resolución de protesta contra la agresión. La protesta fue impresa de inmediato y distribuida entre los campesinos y los obreros de la región. Y algunos días más tarde el Consejo Revolucionario Militar redactó una respuesta a las autoridades comunistas representadas por Dybenko, donde se destacaba la actuación de la región de Guliay Polié en la revolución y se desenmascaraba a los contrarrevolucionarios. Esa respuesta caracteriza de una manera típica a una parte y a otra. Se reproduce a continuación.
¿es verdaderamente contrarrevolucionario?
El “camarada” Dybenko declaró contrarrevolucionario al congreso convocado en Guliay Polié el 10 de abril y puso fuera de la ley a sus organizadores, a quienes, según él, deben ser aplicadas las medidas represivas más rigurosas. Publicamos aquí su telegrama textual: “De Novo Alexeievka N° 283. El 10, hora 22.45. El camarada Batko Makhno, donde se le encuentre, al Estado Mayor de la división de Aleksandrovsk. Copia Volnovaka, Mariopol, al camarada Makhno, donde se encuentre. Copia al soviet de Guliay Polié: Cualquier congreso convocado en nombre del Estado Mayor Revolucionario Militar, disuelto por orden mía, es considerado como manifi estamente contrarrevolucionario y los organizadores serán sometidos a las medidas represivas más rigurosas y hasta proclamados fuera de la ley. Ordeno que se tomen inmediatamente medidas para que no se produzcan tales cosas. Comandante de la división “dybenko”. Pero antes de proclamar contrarrevolucionario al congreso, el “camarada” Dybenko no se ha tomado el trabajo de informarse en nombre de quién y con qué fi n fue convocado, lo que le hace decir que el congreso fue convocado por el Estado Mayor Revolucionario Militar “disuelto” de Guliay Polié, mientras que en realidad lo fue por el Comité Ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar. Por consiguiente, habiendo convocado este último el congreso, no sabe si está considerado por el “camarada” Dybenko fuera de la ley. Si es así, permita que informemos a su Excelencia por qué y con qué fi n fue convocado este congreso, según su opinión, manifi estamente contrarrevolucionario; y entonces no se le aparecerá tan espantoso como lo imagina. El congreso, como se ha dicho ya, fue convocado por el Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié. Fue convocado con el propósito de determinar la línea de conducta futura del Consejo Revolucionario Militar (veis, pues, “camarada” Dybenko, que se han celebrado ya tres de estos congresos “contrarrevolucionarios”). Pero surge la cuestión: ¿De dónde procede y con qué fi n fue creado el Consejo Revolucionario Militar regional? Si no lo sabe aún, “camarada” Dybenko, vamos a decírselo. El Consejo Revolucionario Militar Regional fue formado de acuerdo con la resolución del segundo congreso, que tuvo lugar en Guliay Polié el 12 de febrero del corriente año (Vea, pues, que hace ya mucho tiempo; ustedes no estaban siquiera aquí.) El Consejo fue formado entonces para organizar los soldados del frente y para ejecutar la movilización voluntaria, porque la región estaba rodeada de blancos y los destacamentos de guerrilleros compuestos de los primeros voluntarios no bastaban ya para sostener el amplio frente. No había en ese momento tropas soviéticas en nuestra región; y además la población no esperaba gran ayuda de ellas, pues consideraba la defensa de la región como su propio deber. Con ese fi n se formó el Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié, compuesto, según la resolución del segundo congreso, por un delegado de cada distrito; en total, 32 miembros representantes de distritos de Ekaterinoslav y de Tauride. Más adelante daremos explicaciones sobre el Consejo Revolucionario Militar. Aquí se plantea otra cuestión: ¿De dónde procede el segundo congreso regional?, ¿quién lo convocó?, ¿quién lo autorizó?, ¿los que lo convocaron fueron declarados fuera de la ley? Y si no, ¿por qué? El segundo congreso regional fue convocado en Guliay Polié por iniciativa de un grupo compuesto de cinco personas elegidas por el primer congreso. El segundo congreso se realizó el 12 de febrero del corriente año y ante nuestro asombro, las personas que lo convocaron no fueron puestas fuera de la ley, porque no existían entonces aún esos héroes que se atrevieran a atentar contra los derechos del pueblo conquistados a costa de su propia sangre. Y ahora nos encontramos frente al mismo problema: ¿Cómo nació el primer congreso regional?, ¿quien lo convocó fue puesto fuera de la ley?, ¿por qué no? “Camarada” Dybenko, según parece usted es muy nuevo en el movimiento revolucionario de Ucrania, y es preciso enseñarle sus comienzos mismos. Y bien, vamos a hacerlo; y después de conocerlos usted se corrige en algo. El primer congreso regional se realizó el 23 de enero del corriente año en el primer campo insurreccional, en la Bolshaya Mijaylovka. Estaba compuesto por delegados de los distritos situados cerca del frente. Las tropas soviéticas estaban entonces muy lejos. La región se encontraba aislada; por un lado estaban los denikinianos, por otro, los petliuristas; algunos destacamentos de guerrilleros, con Batko Makhno y Shchuss a la cabeza hacían frente a unos y a otros. Las organizaciones y las instituciones sociales no tenían entonces siempre los mismos nombres. En tal aldea había un “soviet”, en tal otra una “regencia popular”, en una tercera un “Estado Mayor militar revolucionario”, en una cuarta una “regencia provincial”, etc.; pero el espíritu era en todas partes igualmente revolucionario. El primer congreso se realizó para consolidar el frente, así como para crear una cierta uniformidad de organización y de acción en la región entera. Nadie lo había convocado; se reunió espontáneamente, según el deseo y con la aprobación de la población. En el congreso se hizo sentir la necesidad de arrancar al Ejército Petliurista nuestros hermanos movilizados por la fuerza. Con este fi n se eligió una delegación compuesta de cinco miembros que debía pasar por el Estado Mayor de Batko Makhno y por otros lugares donde fuera preciso penetrar hasta el ejército del directorio ucraniano para anunciar a nuestros hermanos movilizados que habían sido engañados y que debían abandonarlo. Además, la delegación debía convocar a su regreso un segundo congreso, más vasto, con el fi n de organizar toda la región liberada de contrarrevolucionarios y de crear un frente de defensa más poderoso. Los delegados convocaron, pues, a su regreso el segundo congreso regional sin tener en cuenta ningún “partido”, “poder” o “ley”. Porque ustedes, “camarada” Dybenko, y otros guardianes de la misma ley estaban muy lejos; y porque los guías heroicos del movimiento insurreccional no aspiraban al poder sobre el pueblo que acababa de romper con sus propias manos las cadenas de la esclavitud, el congreso no ha sido proclamado contrarrevolucionario y los que la convocaron no han sido declarados fuera de la ley. Volvamos al Consejo Regional. En el momento de la creación del Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié, el poder soviético apareció en la región. Pero conforme a la resolución votada en el segundo congreso, el consejo regional no tenía ningún derecho a dejar los asuntos a merced de la aprobación de las autoridades soviéticas. Debía ejecutar las instrucciones del congreso, sin desviarse, porque el Consejo no era un órgano de comando, sino ejecutivo. Continuó pues obrando en la medida de sus fuerzas, y siguió siempre en su labor la vía revolucionaria. Poco a poco el poder soviético comenzó a promover obstáculos a la actividad de este Consejo y los comisarios y otros funcionarios bolcheviques llegaron a considerar al Consejo mismo como una organización contrarrevolucionaria. Entonces los miembros de éste decidieron convocar el tercer congreso regional para el 10 de abril en Guliay Polié, a fi n de determinar la línea de conducta futura del Consejo o bien para liquidarlo si el congreso lo consideraba necesario. Y he ahí al congreso reunido. No son contrarrevolucionarios los que acudieron a él, sino precisamente aquellos que primero levantaron en Ucrania el estandarte de la rebelión, el estandarte de la revolución social. Acudieron para ayudar a coordinar la lucha general contra los opresores. Los representantes de 72 departamentos de diferentes distritos y provincias, así como los de varias unidades militares, llegaron al congreso y todos consideraron que el Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié era necesario; hasta completaron su comité ejecutivo y le encargaron la organización de una movilización voluntaria e igualitaria en la región. El congreso recibió con asombro el telegrama del “camarada” Dybenko que lo declaraba “contrarrevolucionario”, cuando su propia región fue la primera en levantar el estandarte de la insurrección. Por eso el congreso votó una protesta enérgica contra ese telegrama. Tal es el cuadro que debería abrirle los ojos, “camarada” Dybenko. ¡Vuelva en sí! ¡Refl exione! ¿Tienen el derecho, ustedes, de declarar contrarrevolucionarios a más de un millón de seres humanos que por sí mismos, con sus manos callosas, han roto las cadenas de la esclavitud y que construyen ahora su vida, por sí mismos también, a su propio modo?
¡No! Si son verdaderamente revolucionarios deben ayudar al pueblo a combatir a los opresores y a construir una vida libre. ¿Pueden existir leyes promulgadas por algunas personas que se autodefi nen revolucionarias que permitan poner fuera de la ley a un pueblo más revolucionario que ellas? ¿Es permitido, es razonable venir a establecer leyes de violencia a un país cuyo pueblo acaba de derribar todos los legisladores y todas las leyes? ¿Existe una ley según la cual un revolucionario tendría derecho a aplicar las penas más rigurosas a la masa revolucionaria de la que se dice defensor, por el simple hecho de que la masa en cuestión ha conquistado sin su autorización los bienes prometidos por él: la libertad y la igualdad? ¿El pueblo revolucionario puede callar cuando otro revolucionario le quita la libertad que acaba de conquistar? ¿Las leyes de la revolución ordenan fusilar a un delegado que cree de su deber ejecutar el mandato conferido por la masa revolucionaria que lo eligió? ¿Qué intereses debe defender un revolucionario, los del partido o los del pueblo que con su sangre impulsa la revolución? El Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié está fuera de la dependencia y de la infl uencia de los partidos; no reconoce más que al pueblo que lo ha elegido. Su deber consiste en realizar todo aquello que ese pueblo le encargó y no obstaculizar a ninguno de los partidos socialistas de izquierda en la propaganda de sus ideas. Por tanto, en el caso de que la idea bolchevique hubiese tenido éxito entre los trabajadores, el Consejo Revolucionario Militar –esta organización contrarrevolucionaria desde el punto de vista de los bolcheviques– sería reemplazada por otra organización más “revolucionaria” y bolchevique. Pero en espera de ello, no nos obstaculicen, no ejerzan coacción sobre nosotros. Si continúan –”camarada” Dybenko y compañía– ejecutando la misma política que antes, si la creen buena y sensata, ejecuten hasta el fi n sus oscuros designios. Pongan fuera de la ley a todos los iniciadores de los congresos regionales y también a los de aquellos convocados cuando ustedes y su partido se mantenian en Kursk. Proclamen contrarrevolucionarios a todos los que fueron los primeros en levantar el estandarte de la insurrección y de la revolución social en Ucrania y obraron en todas partes sin esperar su autorización y sin seguir su programa, sino marchando hacia la izquierda. Pongan también fuera de la ley a todos los que enviaron sus delegados a los congresos que ustedes consideran contrarrevolucionarios. Declaren también fuera de la ley a todos los combatientes desaparecidos que tomaron parte en el movimiento insurreccional para la liberación del pueblo trabajador entero. Proclamen ilegales y contrarrevolucionarios todos los congresos reunidos sin vuestro permiso, pero sepan que la verdad acaba por
vencer a la fuerza. El Consejo no se desviará, a pesar de todas vuestras amenazas, de los deberes que le han encargado porque no tiene derecho a ello y ustedes tampoco lo tienen para usurpar los derechos del pueblo.
El Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay-Polié: Chernoknisny: Presidente. Kogan: Vicepresidente. Karahet: Secretario. Koval, Petrenko, Dotzenko y otros: Miembros del Consejo.
Después de esta respuesta, el problema de la Makhnovschina se planteó en las altas esferas bolcheviques de manera urgente y clara. La prensa ofi cial, que se había referido ya al movimiento en términos falsos, comenzó a difamarlo sistemáticamente, atribuyéndole toda especie de absurdos, de villanías y de crímenes. El ejemplo siguiente bastará para mostrar el modo de proceder de los bolcheviques. A fi nes de abril o principios de mayo de 1919 el general Shkuro, del cual se burló uno de los prisioneros makhnovistas, envió una carta a Makhno donde –después de haber elogiado su talento militar innato y de deplorar que ese talento se haya desviado por las falsas rutas revolucionarias– le ofrecía que se uniese al ejército de Denikin para la salvación del pueblo ruso. La lectura de esta carta, en una asamblea, provocó en los guerrilleros burlas por la ingenuidad y estupidez del general reaccionario que ignoraba el ABC de la revolución en Rusia y en Ucrania. Remitieron luego esta carta a la redacción del periódico Put k Svobode para publicarla con un comentario irónico. La carta, seguida de las burlas consiguientes, apareció en el número 3 del periódico. ¿Qué hicieron entonces los bolcheviques? Encontraron la carta en el periódico makhnovista, la reimprimieron en sus periódicos y declararon con una total falta de escrúpulos que esa carta había sido secuestrada por ellos en el camino, que habían tenido lugar negociaciones sobre el asunto de una unión entre Makhno y Shkuro y hasta que esa unión había sido concertada. ¡Toda la lucha de “ideas” de los bolcheviques contra la Makhnovschina se desarrollaba en forma semejante!" 48, 49, 50

“Convocatoria del cuarto Congreso Extraordinario de los Delegados de los Campesinos, Obreros y Guerrilleros. (Telegrama N° 416.)
A todos los Comités Ejecutivos de distritos, de cantones, de comunas y de aldeas de Ekaterinoslav, de Tauride y de las regiones vecinas. A todos los destacamentos de la primera división insurreccional de Ucrania, de Batko Makhno. A todas las tropas del Ejército Rojo dispuestas en las mismas regiones. ¡A todos, a todos, a todos! En su sesión del 30 de mayo, el Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar, habiendo examinado la situación del frente, determinada por la ofensiva de las bandas de los blancos, y considerando el estado general político y económico del poder soviético, llegó a la conclusión de que sólo las masas laboriosas mismas, y no las personas o los partidos, pueden hallar una salida. Es por eso que el Comité Ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar de la región de Guliay Polié ha decidido convocar un Congreso extraordinario para el 15 de junio en Guliay Polié. Modo de elección. 1) Los campesinos y los obreros elegirán un delegado por cada tres mil habitantes. 2) Los guerrilleros y los soldados rojos delegarán un representante por unidad de tropas (regimiento), división, etc. 3) Los estados mayores: el de la división de Batko Makhno, dos delegados; los de las brigadas uno cada una. 4) Los comités ejecutivos de distritos enviarán un delegado por fracción (representación de partido). 5) Las organizaciones de los partidos en los distritos –las que admiten los fundamentos del régimen soviético– enviarán un delegado por organización. Advertencias. a) Las elecciones de los delegados de los obreros y campesinos tendrán lugar en asambleas generales del pueblo, cantón, fábrica o taller; b) las asambleas separadas de miembros de los soviets o de los Comités de esas unidades no podrán proceder a esas elecciones; c) dado que el Consejo Revolucionario Militar no posee los medios necesarios, los delegados deberán venir provistos de víveres y de dinero. Orden del día. a) Informe del Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar e informes de los delegados; b) la actualidad; c) el fi n, la misión y las tareas del Soviet de delegados de los campesinos, obreros, guerrilleros y soldados rojos de la región de Guliay Polié; d) reorganización del Consejo Revolucionario Militar de la región; e) organización militar de la región; f) cuestiones de abastecimiento; g) cuestión agraria; h) cuestiones fi nancieras; i) de las uniones de campesinos, trabajadores y obreros; j) cuestiones de seguridad pública; k) establecimiento de instituciones judiciales en la región; I) asuntos varios.
Firmado: El Comité ejecutivo del Consejo Revolucionario Militar. Guliay Polié, 31 de mayo de 1919.”
En cuanto fue lanzado este manifi esto los bolcheviques comenzaron una campaña militar en regla contra la guliaipolschina. Mientras las tropas de los guerrilleros perdían muchos hombres, resistiendo los asaltos de los cosacos de Denikin, los bolcheviques, a la cabeza de varios regimientos, irrumpían en las aldeas septentrionales de la región insurrecta, prendían y ejecutaban sumarísimamente a los trabajadores revolucionarios, destruían las comunas establecidas en la región y las organizaciones análogas. Indudablemente, la responsabilidad de esta agresión recae en Trotsky, que había llegado en esos momentos a Ucrania. Se imagina uno sin difi cultad cuáles fueron sus sentimientos cuando vio una región independiente, y oyó el lenguaje de una población que vivía libremente y no prestaba atención alguna al poder nuevo, cuando leyó los periódicos de ese pueblo libre en los que se hablaba de él simplemente –sin temor ni respeto– como de un funcionario de Estado. El, que había amenazado con “barrer con una escoba de hierro” a todos los anarquistas de Rusia, no podía experimentar sino una ciega irritación, propia de los estatólatras de su género. Una serie de órdenes suyas dirigidas contra los makhnovistas están impregnadas por ese odio. Con habilidad extraordinaria, Trotsky se puso a “liquidar” el Movimiento Makhnovista. Primero publicó la orden siguiente en respuesta al manifi esto del Consejo Revolucionario Militar de Guliay Polié:
“Orden n° 1824 del Consejo Revolucionario Militar de la república.. - 14 de junio de 1919. - Járkov.
A todos los Comisarios militares y a todos los Comités ejecutivos de los distritos de Aleksandrovsk, de Mariopol, de Berdiansk, de Bakmut, Pavlograd y Kerson. El Comité ejecutivo de Guliay Polié, de acuerdo con el Estado Mayor de la brigada de Makhno, trata de convocar para el 15 del mes corriente un congreso de los soviets y de los insurrectos de los distritos de Aleksandrovsk, Mariopol, Berdiansk, Melitopol, Bakmut y Pavlograd. Dicho congreso está dirigido contra el poder de los soviets en Ucrania y contra la organización del frente sur al que pertenece la brigada de Makhno. Este congreso no podría tener otro resultado que provocar alguna nueva revuelta infame del género de la de Grigoriev y abrir, entregar el frente a los blancos, ante los cuales la brigada de Makhno no hace sino retroceder sin cesar, por la incapacidad, las tendencias criminales y la traición de sus jefes.
1°) Se prohíbe constituir dicho congreso, que no será permitido en ningún caso. 2°) Toda la población campesina y obrera deberá ser prevenida oralmente y por escrito de que la participación en dicho congreso será considerada como un acto de alta traición contra la República de los Soviets y el frente. 3°) Todos los delegados a dicho congreso deberán ser arrestados de inmediato y llevados ante el Tribunal RevolucionarioMilitar del 14° (antes 2°) ejército de Ucrania. 4°) Las personas que difundan los manifi estos de Makhno deberán ser arrestadas. 5°) La presente orden adquiere fuerza de ley por vía telegráfi ca y debe ser ampliamente proclamada en todas partes, hecha conocer en todos los lugares públicos y remitida a los representantes de los comités ejecutivos de los cantones y de las ciudades, así como a todos los representantes de las autoridades soviéticas, a los comandantes y comisarios de las unidades de tropas.
Trotsky, presidente del consejo militar revolucionario de la República. Vatzetis, comandante en jefe. - Aralov, miembro del consejo militar revolucionario de la República. - Kochkarev, comisario militar de la región de Járkov.” 57, 58, 59


"Se estableció un contacto entre los comandantes del Ejército Rojo y los guerrilleros; se creó una especie de Estado Mayor común a ambos campos. Majlauk y Vorochilov se encontraban en el mismo tren blindado que Makhno y dirigían de acuerdo con él las operaciones militares. Pero al mismo tiempo Vorochilov tenía orden de Trotsky de detener a Makhno y los otros jefes responsables de la Makhnovschina, desarmar a las tropas de los insurrectos y fusilar a los que se resistieran. Vorochilov no esperaba más que el momento propicio para ejecutar su misión. Pero Makhno fue advertido a tiempo y comprendió lo que debía hacer. Examinada la situación y visto que podían sucederse de un día a otro sangrientos acontecimientos, creyó que la mejor sería abandonar su puesto de comandante del frente insurreccional. Hizo conocer su opinión al Estado Mayor de los guerrilleros, añadiendo que su trabajo en las fi las en calidad de simple voluntario sería más útil en ese momento. Envió al comandante superior soviético una declaración escrita, que se reproduce íntegra.
“A Vorochilov, Estado Mayor del 14° ejército, a Trotsky Presidente del Consejo Revolucionario Militar, en Járkov. A Lenin y Kamenev, en Moscú.
A consecuencia de la orden 1824 del Consejo militar revolucionario de la República envié al Estado Mayor del 2° ejército y a Trotsky un despacho con el ruego de dispensarme del puesto que ocupo actualmente. Ahora reitero mi declaración y he aquí las razones en que creo deber apoyarla. A pesar de que con los guerrilleros he hecho la guerra solo a las bandas de los blancos de Denikin, no predicando al pueblo más que amor a la libertad y a la acción propia, toda la prensa soviética ofi cial, así como la del partido de los comunistas bolcheviques, difunde contra mí rumores indignos de un revolucionario. Se ha tratado de hacer de mí un bandido, un cómplice de Grigoriev, un conspirador contra la República de los Soviets que aspira a restablecer el orden capitalista. En un artículo titulado La Makhnovschina (periódico V. Put, número 51) Trotsky plantea la pregunta: “¿Contra quién se levantarán los insurrectos makhnovistas?”. Y se ocupa de demostrar que en realidad la Makhnovschina no sería más que un frente de batalla dirigido contra el poder de los soviets. No dice una palabra del verdadero frente contra los blancos, de una extensión de más de cien kilómetros y donde los guerrilleros han sufrido desde hace seis meses y sufren todavía pérdidas innumerables. La orden 1824 ya mencionada me declara un conspirador contra la República de los soviets y un conspirador estilo Grigoriev. Creo que pertenece al derecho inviolable de los obreros y de los campesinos, derecho conquistado por la revolución, la convocatoria de un congreso por sí mismos para debatir y decidir asuntos privados o generales. Por eso la prohibición hecha por la autoridad central de convocar tales congresos, la declaración que los proclama ilícitos (orden 1824), es una violación directa e insolente de los derechos de las masas trabajadoras. Me doy perfectamente cuenta del punto de vista de las autoridades centrales sobre mi misión. Estoy íntimamente persuadido que esas autoridades consideran el movimiento insurreccional en su conjunto como incompatible con su actividad estatal. Al mismo tiempo las autoridades centrales creen que ese movimiento está estrechamente unido a mi persona y me honra con su resentimiento y su odio hacia el movimiento de los guerrilleros. Nada podría demostrarlo mejor que el artículo de Trotsky del que acaba de hablarse y en el cual, al presentar conscientemente calumnias y mentiras, da pruebas de una animosidad dirigida contra mí personalmente. Esa actitud hostil, y que se vuelve naturalmente agresiva, de las autoridades centrales hacia el movimiento insurreccional lleva ineluctablemente a la creación de un frente interior particular, pues a ambos lados deberán encontrarse las masas trabajadoras que hacen la revolución. Considero esta eventualidad como un crimen inmenso hacia el pueblo trabajador, crimen que no podría nunca perdonarse y yo creo que mi deber es hacer lo posible por contrarrestarlo. El medio más seguro para evitar que las autoridades no cometan ese crimen consiste, según mi opinión, en el abandono del puesto que ocupo. Supongo que, hecho esto, las autoridades centrales cesarán de lanzar sobre mí y sobre los guerrilleros la sospecha de tramar conspiraciones antisoviéticas y acabarán por considerar la insurrección de Ucrania desde un serio punto de vista revolucionario, como una tribu hostil con la cual se han tenido hasta el presente relaciones hipócritas, regateándole las municiones y hasta saboteándole todo abastecimiento, merced a lo cual los insurrectos tuvieron que sufrir a menudo pérdidas innumerables en hombres y en territorio ganado en la revolución, lo que habría podido ser evitado fácilmente si las autoridades centrales hubieran aceptado otra táctica. Pido que se venga a recibir la entrega de mis informes y de mis asuntos.
Batko Makhno, Gaichur, 9 de junio de 1919.” 60, 61

"Las necesidades puramente militares del momento absorbían casi todas las fuerzas de los makhnovistas; les quedaba muy poco espacio para un trabajo productivo en el interior. La atmósfera del combate que rodeaba toda la región no era por lo demás propicia para ese género de actividad. Sin embargo, también en este campo los makhnovistas demostraron poseer espíritu de iniciativa y voluntad. Antes que nada, querían evitar que se los tomara por un nuevo poder o un nuevo partido. En cuanto entraban en una ciudad declaraban que no representaban a ninguna autoridad, que su fuerza armada no obligaba a nadie, que se limitaban a proteger la libertad de los trabajadores. La libertad de los campesinos y los obreros, decían los makhnovistas, pertenece a ellos y no puede ser limitada. A ellos les toca obrar, construir, organizarse. En cuanto a los makhnovistas, no podrían más que ayudarlos con tal o cual consejo u opinión y poner a su disposición las fuerzas intelectuales o militares necesarias, pero no podían ni querían en ningún caso imponerles nada" 68, 69


"Poco después de esas conferencias, se realizó un congreso regional de campesinos y obreros en Aleksandrovsk el 20 de octubre de 1919. Tomaron parte más de doscientos delegados, de los cuales unos 180 eran campesinos y sólo 20 ó 30 eran obreros. El congreso deliberó tanto sobre cuestiones de orden militar (lucha contra Denikin, aumento del ejército insurreccional y su abastecimiento) como sobre otras cosas referentes a la constitución de la vida civil. Los trabajos del congreso duraron cerca de una semana y se desarrollaron en un clima entusiasta. A ello contribuían circunstancias particulares. En primer lugar, el regreso del Ejército Makhnovista victorioso a su región natal representaba un acontecimiento excepcional para los campesinos, cada uno de los cuales tenía miembros de su familia entre los guerrilleros. Pero mucho más signifi cativo era que el congreso se hubiese reunido bajo los auspicios de una libertad verdadera y absoluta; ninguna infl uencia superior se hizo sentir. Y, para completar, el congreso tuvo un orador excelente en la persona del anarquista Volin, que conmovió a los campesinos expresando sus pensamientos y sus esperanzas. La idea de los soviets libres, que trabajasen según los anhelos de los trabajadores de cada aldea; las relaciones entre los campesinos y los obreros de las ciudades, basadas en el cambio mutuo de los productos de su trabajo; la idea de una organización igualitaria y anarquista de la vida, todas estas tesis que Volin desarrollaba en sus informes eran las ideas de la población campesina, que no concebía la revolución y la organización revolucionaria de otro modo. Los representantes de los partidos políticos trataron durante la primera jornada de introducir un espíritu de discordia, pero fueron condenados por todo el congreso y los trabajos de la asamblea se desarrollaron después con la plena colaboración de los participantes. " (69)


"Con satisfacción podemos notar aquí que los makhnovistas aplicaban íntegramente los principios revolucionarios de la libertad de palabra, de conciencia, de prensa y de asociación política y de partido. En las ciudades y aldeas que ocuparon se comenzaba por suprimir las prohibiciones y anular las restricciones impuestas por el poder a los órganos de prensa y a las organizaciones políticas. Fue declarada la libertad de prensa, de asociación y de reunión. Durante las seis semanas que los makhnovistas pasaron en Ekaterinoslav surgieron cinco o seis periódicos de distinta orientación; el periódico de los socialistas revolucionarios de la derecha Narodovlastie (El Poder del Pueblo), el de los socialistas revolucionarios de izquierda Znamia Vozstania (Estandarte de la Rebelión), el de los bolcheviques Zviezda (La Estrella) y otros. Sin embargo, eran los bolcheviques los que no tenían demasiado derecho a esperar para ellos semejante libertad de prensa y de asociación para las clases obreras. Sus organizaciones locales tomaron parte
directa directa en la invasión criminal de Guliay Polié en el mes de junio de 1919; en buena justicia habrían debido sufrir ahora la responsabilidad. Pero a fi n de no ensombrecer los grandes principios de la libertad de palabra y de asociación, no fueron molestados y gozaron, igual que las otras corrientes políticas, de todos los derechos conquistados por la revolución proletaria. La única restricción que los makhnovistas juzgaron necesario imponer a los bolcheviques, a los socialistas revolucionarios de izquierda y a otros estatistas fue la de no poder formar comités revolucionarios jacobinos que trataran de ejercer sobre el pueblo una dictadura autoritaria. En Aleksandrovsk y en Ekaterinoslav, en cuanto las tropas de Makhno se apoderaron de esas ciudades, los bolcheviques se apresuraron a organizar ese género de comités para establecer su poder. En Aleksandrovsk los miembros del comité llegaron hasta a proponer a Makhno que dividieran la esfera de acción en la ciudad, es decir, que ejerciera el poder militar y reservara al comité libertad de acción y de autoridad en el dominio político y civil. Makhno respondió que les aconsejaba ocuparse de algún ofi cio honesto y amenazó ajusticiar a los miembros del comité comunista si manifestaban intenciones de tomar medidas autoritarias contra la población. En Ekaterinoslav, el Comité Revolucionario fue disuelto. En estos casos los makhnovistas obraban con energía. Al garantizar y defender la libertad de palabra, de prensa y de asociación no debían vacilar en tomar medidas contra aquellas organizaciones políticas que se atrevían a imponer por la fuerza su autoridad a los trabajadores. Y cuando en el mes de noviembre de 1919 el comandante del tercer regimiento insurreccional (makhnovista), llamado de Crimea, Polonsky, se encontró implicado en una de tales organizaciones, fue ejecutado junto a otros miembros de esa organización. He aquí lo que declararon los makhnovistas a propósito de la libertad de prensa y de asociación:
“1) Todos los partidos, organizaciones y corrientes políticas socialistas tienen el derecho de difundir libremente sus ideas, sus teorías, sus puntos de vista y sus opiniones, tanto oralmente como por escrito. No se admitirán restricciones a la libertad de prensa y de palabra socialistas, y no habrá persecuciones por este motivo. nota: Los comunicados de orden militar no podrán ser impresos más que a condición expresa de que hayan sido proporcionados por la dirección del órgano central de los guerrilleros revolucionarios. 2) Aun dando a todos los partidos y organizaciones políticas plena y entera libertad de difundir sus ideas, el ejército de los guerrilleros previene a todos los partidos que la preparación, organización e imposición de toda autoridad política a las masas trabajadoras, no será admitida por los guerrilleros, porque nada tiene que ver con la libertad de difundir sus ideas.
Consejo Militar Revolucionario de los Guerrilleros Makhnovistas, Ekaterinoslav, 5 de noviembre de 1919”. 71, 72

"Varias divisiones del Ejército Rojo llegaron hacia fi nes de diciembre a la región de Aleksandrovsk y de Ekaterinoslav. Los soldados del Ejército Rojo y los makhnovistas se saludaron fraternal y amistosamente. Se celebró un mitin común en que los combatientes de ambos ejércitos se tendieron recíprocamente la mano, declarando que luchaban de concierto contra un enemigo común: el capitalismo y la contrarrevolución. Este acuerdo duró ocho días aproximadamente. Varias unidades del Ejército Rojo manifestaron la intención de pasar a las fi las de los makhnovistas. Pero he ahí que a nombre del comandante del Ejército Makhnovista, llegó del Consejo Militar Revolucionario del XIV cuerpo del Ejército Rojo la orden de dirigir las tropas de los insurrectos al frente polaco. Todos comprendieron de inmediato que se trataba de un primer paso hacia un nuevo ataque de los bolcheviques contra los makhnovistas. Enviar el ejército insurreccional al frente polaco signifi caba cortar el tronco principal del movimiento. Eso era lo que deseaban los bolcheviques a fi n de poder dominar la región rebelde; pero los guerrilleros y los makhnovistas se dieron perfectamente cuenta de ello. Además, la orden por sí misma indignaba a los makhnovistas: ni el XIV cuerpo de ejército ni ningún otro, por lo demás, se encontraba en situación de dar orden alguna a los guerrilleros, que no estaban subordinados a ninguna unidad roja y que habían llevado solos todo el peso de la lucha con la contrarrevolución en Ucrania. El Consejo Militar Revolucionario o de los guerrilleros respondió inmediatamente a la orden en la forma siguiente: (por falta del documento escrito nos limitamos a destacar sus aspectos fundamentales). El ejército de los insurrectos makhnovistas ha testimoniado como ninguno su espíritu revolucionario. Permanecerá siempre en su puesto de vanguardia en la revolución ucraniana. No partirá para el frente polaco, con un propósito desconocido. Esa marcha es por otra parte imposible a consecuencia de la epidemia de tifus. La mitad de los hombres, todo el Estado Mayor y el comando en persona están enfermos en el momento de la respuesta. El Consejo Militar Revolucionario del Ejército Makhnovista declara fuera de lugar y provocadora la orden emitida por el XIV cuerpo de ejército. Esta respuesta de los makhnovistas iba acompañada de un llamado a los soldados del Ejército Rojo, previniéndoles que no fueran víctimas de las maniobras provocadoras de sus jefes. Hecho esto, los makhnovistas se pusieron en marcha hacia Guliay Polié. Llegaron a este punto sin obstáculos de ninguna especie. Los soldados del Ejército Rojo no deseaban incidentes con ese movimiento. Sólo algunos destacamentos insignifi cantes y unos pocos miembros aislados, que habían quedado detrás del grueso de las tropas, fueron hecho prisioneros por los bolcheviques. Hacia mediados de enero de 1920 Makhno y los combatientes de su ejército fueron declarados de nuevo fuera de la ley en nombre del Comité Revolucionario de Ucrania, proscriptos por rehusarse a ir al frente polaco. Y desde ese momento se trabó una lucha sin tregua entre los makhnovistas y las autoridades comunistas. No creemos deber insistir en detalles sobre las peripecias de esa lucha, que duró nueve meses. Destacaremos sólo que fue igualmente encarnizada de ambas partes. Los bolcheviques se apoyaban en numerosas divisiones de ejército, bien provistas de víveres y de municiones. A fi n de evitar casos de acuerdo fraternal entre los soldados del Ejército Rojo y los makhnovistas, el comando bolchevique dirigió contra estos últimos la división de tiradores letones y los destacamentos chinos, es decir los cuerpos que menos comprendían la esencia de la Revolución Rusa y que estaban dispuestos a obedecer más ciegamente las órdenes de los jefes." 74

"A pesar de que las tropas bolcheviques eran diez veces más numerosas, Makhno y sus destacamentos siempre estaban fuera de su alcance. Pero los bolcheviques lograron establecerse sólidamente en varios lugares y detener el libre desarrollo de la región, esbozado en 1919, y hubo ejecuciones en masa de los campesinos. Muchos recordarán que la prensa soviética tenía el hábito de citar, al hablar de la lucha contra los guerrilleros, las cifras de los makhnovistas derrotados, hechos prisioneros y fusilados. Pero omitía decir que se trataba, en la mayoría de los casos, no de insurrectos militantes en el makhnovismo, sino de simples ciudadanos que testimoniaban alguna simpatía hacia los makhnovistas. La llegada de los soldados del ejército a tal o cual aldea era inevitablemente acompañada del arresto de gran número de campesinos, ejecutados luego, sea como guerrilleros, sea como rehenes. Los comandantes de las diversas divisiones rojas tenían una inclinación particular hacia ese modo innoble de hacer la guerra al makhnovismo. Fueron sobre todo las divisiones 42 y 46 de tiradores rojos las que más se entregaron a ese género de ejercicios. Guliay Polié, que pasó varias veces de unas manos a otras, sufrió más que ninguna otra población. Cada vez que las tropas bolcheviques entraban en ella o eran obligadas a salir, los comandantes arrestaban a los campesinos de improviso en las calles y los hacían pasar por las armas. Todo habitante de Guliay Polié que haya sobrevivido a aquellos días podrá contar los casos más brutales. Según los cálculos más moderados, la cifra de los campesinos y obreros fusilados y mutilados por las autoridades soviéticas en Ucrania durante ese período no baja de doscientos mil. Una cantidad aproximada fue deportada a los confi nes de Siberia y a otras partes de Rusia. "75

"El sistema de terror aplicado por los bolcheviques contra los makhnovistas estaba caracterizado por todos los síntomas del terror ejercido habitualmente por las clases dominantes. Si los makhnovistas presos no eran fusilados inmediatamente, se los encarcelaba, se los sometía a toda suerte de torturas para obligarlos a renegar de su fe y de su participación en el movimiento, denunciar a sus compañeros y tomar servicio de policías bolcheviques. El ayudante del comandante del 13 regimiento de los guerrilleros, Berezovsky, que cayó prisionero de los bolcheviques, se hizo agente de la Tcheka; pero no lo hizo, según sus manifestaciones, más que después de haber sufrido la tortura. De igual modo los bolcheviques no vacilaron en ofrecer en varias ocasiones la vida y la libertad al jefe del destacamento, Chubenko, si consentía en prestarles su apoyo para matar a Makhno. " 76


"Los makhnovistas no podían quedar indiferentes ante el avance de Wrangel. Concebían claramente que había que combatir a Wrangel sin retardo, sin dejarle tiempo de afi rmarse en su lucha contra la revolución. Pero, ¿qué hacer con los comunistas? Su dictadura era tan funesta y hostil para la libertad del trabajo como Wrangel mismo. Pero la diferencia entre Wrangel y los comunistas consistía en el hecho de que éstos contaban con el apoyo de las masas, que creían en la revolución. Es verdad que los comunistas engañaban a los trabajadores y que aprovechaban su entusiasmo revolucionario en interés de su poder. Pero sin embargo las masas que se oponían a Wrangel creían en la revolución, y esto era de gran importancia. Después de una deliberación sobre la cuestión, en una sesión del Consejo de los Insurrectos Revolucionarios y del Estado Mayor del ejército, se decidió dirigir la lucha sobre todo contra Wrangel. La masa de los insurrectos daría luego su palabra decisiva al respecto." 79

"Durante los meses de julio y agosto de 1920 fueron enviados despachos a Moscú y a Járkov en nombre del Consejo y del comandante del ejército insurreccional. La respuesta no llegaba. Los comunistas continuaban su campaña contra los makhnovistas, haciéndoles la guerra y cubriéndolos de calumnias. Pero en el mes de setiembre, cuando Ekaterinoslav fue abandonada y Wrangel se apoderó de Berdiansk, Aleksandrovsk, Guliay Polié, Sinelnikovo, una delegación plenipotenciaria del Comité Central del Partido Comunista, con lvanov a la cabeza, llegó a Starobelsk, donde estaban en ese momento los makhnovistas, a fi n de entablar negociaciones con ellos respecto de una acción combinada contra Wrangel. Esas negociaciones tuvieron lugar de inmediato en Starobelsk mismo y allí fueron elaboradas las condiciones preliminares del acuerdo militar y político entre los makhnovistas y el poder soviético. Las cláusulas convenidas fueron enviadas a Járkov para ser sometidas allí a una redacción defi nitiva y ratifi cadas. A ese efecto, y con el fi n de mantener contactos regulares con el Estado Mayor del frente meridional, se envió a Járkov una delegación militar y política de los makhnovistas, presidida por Kurilenko, Budanov y Popov. Entre el 10 y el 15 de octubre de 1920 las cláusulas del acuerdo fueron redactadas defi nitivamente y adoptadas por ambas partes en la siguiente forma:
“Convenio militar y político preliminar entre el gobierno soviético de Ucrania y el Ejército Insurreccional Revolucionario (makhnovista) de Ucrania.
Parte primera. Acuerdo político 1. Liberación inmediata y cesación ulterior de toda persecución sobre el territorio de las Repúblicas Soviéticas, de todos los makhnovistas y anarquistas, excepto los que luchen con las armas en la mano contra el gobierno de los soviets. 2. Libertad entera de agitación y propaganda de sus ideas y principios, por la palabra y por la prensa, para los makhnovistas y anarquistas, siempre que no inciten a un derribamiento violento del poder de los soviets y a condición de respetar la censura militar. En lo que concierne a las publicaciones, los makhnovistas y los anarquistas, en calidad de organizaciones revolucionarias reconocidas por el gobierno de los soviets, disponen del aparato técnico del Estado de los soviets, porque siguen las reglas técnicas de las publicaciones. 3. Libre participación en las elecciones a los soviets; derecho de los makhnovistas y los anarquistas a ser elegidos, así como libre participación en la preparación del próximo quinto Congreso Panucraniano de los Soviets, que se realizará en el mes de noviembre del año corriente. Por mandato del gobierno de los soviets de la República Socialista Soviética de Ucrania, Yakovlev. Plenipotenciarios del Consejo y del Comando del Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania, Kurilenko y Popov Parte segunda. Acuerdo militar 1. El Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania forma parte de las fuerzas armadas de la República como ejército de guerrilleros subordinado para las operaciones al comando superior del Ejército Rojo. Conserva su estructura interna anteriormente establecida, sin adoptar las bases y los principios de organización del Ejército Rojo regular. 2. El Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania, que pasa a través del territorio de los soviets, que atraviesa los frentes, no acepta en sus fi las destacamentos del Ejército Rojo ni desertores de este ejército27.
Notas a) Las unidades del Ejército Rojo, así como los soldados rojos aislados que en la retaguardia del frente de Wrangel se hayan unido al Ejército Insurreccional Revolucionario deben pasar al Ejército Rojo cuando encuentren sus unidades. b) Los guerrilleros makhnovistas que quedan tras el frente de Wrangel, así como la población del país que entra en las fi las del ejército insurreccional, permanecen en él aunque hubieran estado movilizados por el Ejército Rojo. 3. Con el fi n de aniquilar al enemigo común –el ejército blanco– el Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) de Ucrania hará conocer a las masas trabajadoras que marchan con él el acuerdo concertado, invitando a la población a suspender toda acción hostil contra el poder de los soviets; a fi n de obtener más éxito, el Gobierno de los Soviets debe, por su parte, hacer publicar inmediatamente las cláusulas del acuerdo concluido. 4. Las familias de los combatientes del Ejército Insurreccional Revolucionario (Makhnovista) que habitan el territorio de la República de los Soviets gozarán de los mismos derechos que las de los soldados del Ejército Rojo y serán provistos por el gobierno Soviético de Ucrania de documentos al respecto. Firmado: Comandante del frente Sur, Frunze. Miembros del Consejo Revolucionario del frente Sur, Bela Kun, Gusev. Delegados plenipotenciarios del Consejo y del Comando del Ejército Insurreccional Makhnovista, Kurilenko, Popov.
Cuarta cláusula del acuerdo político28 Dado que uno de los puntos esenciales del Movimiento Makhnovista es la lucha por la autogestión de los trabajadores, el ejército insurreccional cree deber insistir sobre el punto siguiente y cuarto: en la región en que opera el Ejército Makhnovista la población obrera y campesina organizará sus instituciones libres para la autogestión económica y política, que serán autónomas y estarán asociadas federativamente (por pactos) con los órganos gubernamentales de las Repúblicas Soviéticas”.
Las autoridades soviéticas tardaron en publicar el acuerdo concluido. Los representantes makhnovistas vieron en ello un signo poco prometedor. El sentido de esa demora se hizo claro algún tiempo después cuando el Gobierno de los Soviets desencadenó una nueva agresión contra los makhnovistas. " 80, 81

organización social y educación en las comunas
"Después de un largo período de guerra ininterrumpida, el acuerdo concluido entre los makhnovistas y el gobierno de los soviets parecía permitir algún trabajo social moderado en la región. Decimos “algún”, porque, no obstante el hecho de que en varios lugares se proseguía la lucha encarnizada contra Wrangel (así por ejemplo, Guliay Polié pasó más de una vez durante ese período de mano en mano), las autoridades soviéticas, sin preocuparse demasiado por el acuerdo concluido, continuaban un semibloqueo de la región y ponían obstáculos a la labor revolucionaria de los trabajadores. Sin embargo, un núcleo makhnovista activo quedó en Guliay Polié, y trató de desarrollar la máxima energía en el campo de la organización social. La atención principal estaba dirigida hacia la organización de consejos libres de trabajadores que debían ejercer la función de autogobierno de los obreros y campesinos del lugar. La base de esos consejos sería la idea de entera independencia de cualquier autoridad que quisiera imponerse. No debían rendir cuentas más que a los trabajadores del lugar.
Los habitantes de Guliay Polié emprendieron las primeras acciones prácticas en este campo. Desde el 1° al 25 de noviembre de 1920 se reunieron unas 5 a 7 veces para deliberar sobre la cuestión. El soviet libre de Guliay Polié fue fundado hacia mediados del mes, pero no podía ser considerado como defi nitivamente organizado porque, en calidad de ensayo práctico de los trabajadores, de un género nuevo, tenían gran necesidad de tiempo y de experiencia. También en esa época el Consejo de los Insurrectos Revolucionarios elaboraron y publicaron los “Estatutos fundamentales del Soviet libre de los trabajadores” (a título de proyecto solamente). Los trabajadores de Guliay Polié concedieron mucha atención a la cuestión concerniente a la instrucción pública. Las incursiones de los diversos ejércitos habían tenido una repercusión funesta sobre la enseñanza. Los maestros, que no recibían desde hacía mucho tiempo remuneración alguna, se habían dispersado, tratando de ganarse la vida de algún modo. Los edifi cios escolares estaban abandonados. Cuando se concluyó el acuerdo entre los makhnovistas y el Gobierno Soviético, el problema escolar se mostró en toda su gravedad y exigió la atención de las masas. Los makhnovistas decidieron que el problema debía ser resuelto por los propios trabajadores. La cuestión escolar, decían, así como toda otra perteneciente a las necesidades inmediatas de los trabajadores, no podrá tener solución más que por las propias fuerzas de éstos. A ellos incumbía el deber de ocuparse de la instrucción de las nuevas generaciones. Pero esto no era bastante. Al encargarse de la instrucción y de la educación de la juventud, los trabajadores hacen más alta y más pura la idea de la enseñanza. En manos del pueblo la escuela se convierte en una fuente de conocimientos, en un medio para la educación y el desenvolvimiento del hombre libre, tal como debe ser en una sociedad libre. Por eso, desde los primeros pasos del autogobierno de los trabajadores, la escuela debe ser, no sólo independiente y separada de la Iglesia, sino también del Estado. Guiados por esta idea los campesinos y los obreros de la región saludaron con alegría la idea de la separación de la escuela del Estado, lo mismo que ante la Iglesia. En Guliay Polié se encontraban adeptos de la idea de la escuela libre de Francisco Ferrer, así como teóricos y discípulos prácticos de las ideas de la “escuela unifi cada del trabajo”. Este nuevo aspecto de la cuestión escolar causó un vivo movimiento entre los habitantes de Guliay Polié. La mayoría de los colaboradores que procedía del medio campesino también se unió a trabajar en la nueva obra. Néstor Makhno, aunque gravemente herido en una pierna, se interesaba vivamente en la cuestión; asistía a todas las reuniones consagradas al asunto y pidió a las personas competentes que le explicaran los principios de la “escuela unifi cada del trabajo”. Los ensayos de los habitantes de Guliay Polié en el dominio de los asuntos escolares fueron los siguientes: los campesinos y los obreros se encargaban del mantenimiento del personal pedagógico necesario para todas las escuelas de la población (en Guliay Polié había varias escuelas primarias y dos liceos). Se formó una comisión mixta de obreros, campesinos y maestros encargada de proveer a las necesidades tanto económicas como pedagógicas de la vida escolar. Después de haber adoptado la separación de la escuela del Estado, los habitantes de Guliay Polié adoptaron un plan de enseñanza libre que tenía mucho del plan de Francisco Ferrer. La comisión escolar había elaborado ese plan en detalle y preparado un estudio teórico profundo sobre el principio y la organización de la escuela libre (desgraciadamente los documentos que se relacionan con eso no se encuentran ahora en nuestras manos). Al mismo tiempo se habían organizado en Guliay Polié cursos especiales para la enseñanza entre los revolucionarios que no sabían leer ni escribir o poco instruidos. En fi n, fueron también organizados cursos de nociones políticas. Su propósito consistía en brindar a los insurrectos nociones elementales sobre historia, sociologia y otras ciencias conexas, a fi n de completar su preparación militar e instruirlos para una comprensión más amplia de los fi nes y de la estrategia revolucionarios. Los cursos estaban a cargo de campesinos y obreros que habían leído y estudiado más. El programa incluía: a) Economía política; b) Historia; c) Teoría y práctica del socialismo y de anarquismo; d) Historia de la Revolución Francesa (según Kropotkin); e) Historia de la insurrección revolucionaria en el seno de la Revolución Rusa, etc. El número de profesores de que disponían los makhnovistas no era grande; a pesar de ello por los cuidados y la seriedad de profesores y alumnos, el trabajo tuvo desde el primer día un carácter vivaz y extremadamente concreto prometiendo para el porvenir un rol importante en la vida del movimiento. " 81, 82

"En ese momento la aventura de Wrangel pudo ser considerada como defi nitivamente terminada. Para los que no estaban iniciados en los pormenores de la política bolchevique, no parecía que esa circunstancia hubiera debido infl uir en las relaciones entre los makhnovistas y el Gobierno Soviético. Pero los que sabían a qué atenerse al respecto vieron en ello el fi n del acuerdo. En cuanto se transmitió a Guliay Polié el despacho de Simon Karetnik anunciando que se encontraba con sus tropas en Crimea y que se dirigía contra Simferopol, el ayudante de campo de Makhno, Grigori Vasilevsky, gritó: “¿He ahí el fi n del acuerdo? No exageraré nada si digo que dentro de ocho días los bolcheviques caerán sobre nosotros”. Esto sucedió el 15 de noviembre y el 26 del mismo mes los comunistas atacaron al Estado Mayor y a las tropas makhnovistas de Crimea, se lanzaron al mismo tiempo sobre Guliay Polié, se apoderaron de los representantes makhnovistas en Járkov, saquearon las organizaciones anarquistas y detuvieron a los anarquistas, procediendo de igual modo en la Ucrania entera." 83, 84

"Los makhnovistas, a consecuencia de su concepción anarquista de la lucha, fueron siempre enemigos de los complots políticos. " 85

"La infantería de los bolcheviques se batía a disgusto y en ocasiones se dejaba tomar prisionera en masa31.
31 Los soldados del Ejército Rojo, en cuanto caían prisioneros, eran puestos en libertad, aconsejándoseles que volvieran a sus hogares y no sirvieran más de instrumentos del poder para subyugar al pueblo. Pero como los makhnovistas se ponían de inmediato en marcha, los presos liberados se encontraban 5 o 6 días después reintegrados en sus cuerpos respectivos. Las autoridades soviéticas habían organizado comisiones especiales para interceptar la fuga a los soldados del Ejército Rojo libertados por los makhnovistas. De ese modo los makhnovistas se encontraban en un círculo del que no podían salir. En cuanto a los bolcheviques, para ellos la situación se presentaba mucho más sencilla: conforme a las órdenes de la Comisión especial para la lucha contra el makhnovismo, todos los makhnovistas prisioneros eran fusilados sumarísimamente. Con vivo sentimiento no podemos citar textualmente un documento signifi cativo, perdido a causa de las condiciones de la vida en 1920. Ese documento era una orden dada a la brigada de Bogucharsky del Ejército Rojo (brigada 41, salvo error), derrotada por los makhnovistas en diciembre de 1920 a la vista de la aldea griega de Constantina. He aquí su tenor (más o menos): Conforme a las órdenes de la Comisión extraordinaria para la lucha contra el makhnovismo, y a fi n de no estimular en el corazón del ejército una actitud favorable a los sentimientos de conciliación, todos los presos makhnovistas deberán ser fusilados en el acto. [N. de A.]" 88

"... la lucha heroica del grupo makhnovista contra los ejércitos del Estado soviético estaba lejos de haber terminado. El comando bolchevique hacía todo lo posible por apoderarse del núcleo principal del makhnovismo y por destruirlo. Fueron puestas en marcha las divisiones de caballería y de infantería de toda Ucrania para bloquear a Makhno. El cerco de fuego y de muerte se estrechaba de nuevo alrededor de los héroes de la revolución y el combate a vida o muerte volvió a iniciarse. En una carta dirigida a un amigo suyo, Makhno describe del modo siguiente el fi n de este episodio heroico del makhnovismo (esa carta fue escrita por Makhno después de haber salido de Rusia):
“Dos días después de tu partida, querido amigo, me apoderé de la ciudad de Korocha (en Kursk); hice publicar varios miles de ejemplares de los ‘Estatutos de los soviets libres’ y me dirigí por Vapniarka y la región del Don hacia Ekaterinovslav y Tauride. Debía combatir diariamente contra la infantería de los comunistas que nos seguía paso a paso, y contra el segundo ejército de caballería lanzada contra mí por el Estado Mayor bolchevique. Tú conoces bien nuestros jinetes, frente a los cuales la caballería roja nunca pudo resistir si no era sostenida por destacamentos de infantería y por autos blindados. Y es por eso que logré, aunque al precio de importantes pérdidas, abrirme camino sin cambiar de dirección. Nuestro ejército demostraba cada día que era verdaderamente un ejército popular y revolucionario; de acuerdo con las condiciones exteriores habría debido desintegrarse a simple vista, pero al contrario aumentaba en efectivos y en materia “En una de las innumerables batallas que sostuvimos en el camino, nuestro destacamento especial de caballería perdió más de 30 hombres; la mitad eran comandantes. Entre éstos se encontraba nuestro querido y buen amigo, joven en años y viejo en hechos de guerra, el jefe de ese destacamento, ‘Gavrusha’ Troyan. Fue muerto de un balazo. A su lado murieron Apollon y muchos otros de nuestros valerosos y abnegados camaradas. “A alguna distancia de Guliay Polié fueron aumentados nuestros contingentes por nuevas tropas, bien dispuestas, mandadas por Brova y Parkomenko. Poco tiempo después, la primera brigada de la cuarta división de caballería de Budenny, con su comandante Maslak, pasó de nuestro lado. La lucha contra la autoridad y las arbitrariedades de los bolcheviques se hacía más encarnizada. “Al comienzo del mes de marzo había dicho a Brova y a Maslak que formaran con parte del ejército que se encontraba conmigo un cuerpo especial para ser enviado al Don y al Kuban. Bajo las órdenes de Parkomenko se formó otro grupo, que fue enviado a la región de Voroneye (actualmente Parkomenko ha muerto y un anarquista de Chuguyev lo reemplaza). Un tercer grupo de 600 lanceros y de tropas del regimiento de infantería de Ivaniuk ha sido enviado a Járkov. “Entre tanto, nuestro mejor camarada y revolucionario Vdovichenko fue herido en el curso de un combate y debió ser enviado con un destacamento a Novospasovka para ser atendido allí. Un cuerpo expedicionario de bolcheviques descubrió su retiro; defendiéndose contra el enemigo, él y Matrosenko33 intentaron suicidarse. “Este último cayó rígido. La bala que se disparó Vdovichenko quedó encajada en el cráneo un poco más abajo del cerebro. Cuando los comunistas lo capturaron y supieron quién era lo atendieron y lo salvaron de la muerte. Tuve pronto noticias suyas. Se encontraba en el hospital de Aleksandrovsk y rogaba a los camaradas que hallasen un medio para liberarlo. Se lo atormentaba atrozmente, presionándolo para que renunciara al makhnovismo y fi rmase un documento al respecto. Rechazó con desprecio esas ofertas, no obstante estar tan débil que apenas podía hablar; por causa de esa negativa debía ser fusilado de un momento a otro, pero no he podido saber qué ha sucedido. “En ese tiempo emprendí una marcha a través del Dnieper hacia Nikolaiev; desde allí volví a pasar el Dnieper por encima de Perekop, y me dirigí a nuestra región, donde estaba seguro de encontrar algunos de nuestros destacamentos. Pero cerca de Melitopol el comandante comunista me preparó una emboscada. Era imposible volver a cruzar el Dnieper porque había comenzado ya a fundirse la nieve y el hielo del río estaba en movimiento. Es por eso que fue preciso que montara a caballo34 y que dírigiese yo mismo la maniobra del combate. Una parte de las tropas del enemigo fue hábilmente evitada por las nuestras; obligué a la otra a mantenerse en la defensa hostilizándola durante veinticuatro horas con ayuda de nuestros exploradores; durante ese tiempo conseguí hacer una marcha forzada de 60 verstas, batir al alba del 8 de marzo un tercer ejército de los bolcheviques acampado a los bordes del lago Molochny y entrar por el promontorio estrecho entre ese lago y el mar de Azov en el espacio libre de la región del Alto Tokmak. Desde allí envié a Kurilenko hacia la zona Berdiansk-Mariopol para dirigir el movimiento insurreccional. Yo mismo, pasando por Guliay Polié, me dirigí hacia Chernigov, de donde habían venido delegaciones de campesinos de varios distritos a pedirme que los visitara. “Ya en marcha mis tropas, es decir las de Petrenko, que consistían en 1500 lanceros y dos regimientos de infantería que se encontraban conmigo, fueron detenidas y atacadas de fl anco por las fuertes divisiones de los bolcheviques. Fue preciso que dirigiese yo mismo otra vez los movimientos de contraataque, por lo demás con buenos resultados. Derrotamos al enemigo en campo abierto y nos apoderamos de una gran cantidad de prisioneros, de municiones, de armas, de cañones y de caballos. Pero dos dias más tarde fuimos atacados de nuevo por tropas nuevas y muy numerosas. Esos combates cotidianos habían habituado de tal modo a nuestros hombres a la temeridad que el heroísmo y el valor no tenían límites. A los gritos de ¡Vivir libres o morir combatiendo!, los hombres se lanzaban a la pelea, derrotaban al enemigo y lo obligaban a emprender la retirada. Durante un contraataque una bala me atravesó de parte a parte, hiriéndome en el muslo y en el apéndice intestinal; caí de mi montura. Esa circunstancia fue la causa de nuestra retirada, porque alguien inexperto gritó: “¡Batko ha muerto!”... “Se me transportó durante doce verstas en un carruaje antes de hacerme cura alguna y perdí mucha sangre. Extendido sin conocimiento, quedé bajo la custodia de Lev Zinkovsky. Era el 14 de marzo. En la noche del 15, todos los comandantes de nuestro ejército y los miembros de nuestro Estado Mayor, con Belach a la cabeza, reunidos a mi cabecera me rogaron que fi rmara la orden de enviar destacamentos de 100 a 200 hombres hacia Kurilenko, Kozin y otros que dirigían el movimiento insurreccional en ciertos distritos. Lo que querían era que me retirase con uno de los regimientos a un lugar relativamente tranquilo en espera de que pudiera volver a montar; fi rmé la orden y permití a Zabudko que formara un destacamento volante para obrar a su arbitrio en la zona, sin perder contacto conmigo. En la mañana del 16 los destacamentos habían partido, salvo el destacamento especial que quedaba junto a mí. Entonces cayó sobre nosotros la novena división de caballería roja, persiguiéndonos durante 13 horas sobre un recorrido de 180 verstas. En Sloboda, al borde del mar de Azov cambiamos de caballos e hicimos un alto de cinco horas... “En la madrugada del 17 nos dirigimos hacia Novospasovka y después de haber marchado 17 kilómetros, nos encontramos con nuevas fuerzas de caballería enemigas que habían sido lanzadas contra Kurilenko, pero lo habían perdido de vista y cayeron sobre nosotros. Después de habernos perseguido durante 25 kilómetros, deshechos de fatiga, quebrantados y esta vez verdaderamente incapaces de combatir, se arrojaron sobre nosotros. ¿Qué hacer? Yo no podía ponerme en pie; debí quedar echado en el fondo de un carruaje, viendo a cien metros de mí un espantoso combate cuerpo a cuerpo. Nuestros hombres morían sólo por mí, nada más que por no abandonarme. Pero al fi n de cuentas no había ya ninguna probabilidad de salvación ni para ellos ni para mí. El enemigo era cinco o seis veces más fuerte que nosotros y recibía constantemente refuerzos. De repente veo a nuestras ametralladoras, que estaban conmigo, en su tiempo también, acercarse a mi carruaje (eran cinco, bajo las órdenes de Mischa, originario de la aldea de Chernigovka, cerca de Berdiansk) y los cañoneros me dijeron: ‘Batko, eres necesario a la causa de nuestra organización campesina. Esa causa nos es querida. Vamos a morir, pero nuestra muerte te salvará y salvará a los que quedan fi eles y que se encargan de atenderte; no olvides de repetir nuestras palabras a nuestros padres’. Uno de ellos me abrazó, después no los volví a ver. En ese momento Lev Zinkovsky me transportó en brazos desde el carrito al cochecillo de un campesino que acababa de encontrar en alguna parte (el campesino pasaba no lejos del lugar del combate). Oía todavía crepitar las ametralladoras y estallar las bombas; eran los ametralladoristas de las Lewis que impedían a los bolcheviques avanzar. Tuvimos tiempo de recorrer tres o cuatro kilómetros y de pasar el vado de la ribera. Y nuestros bravos ametralladoristas murieron allí. “Algún tiempo después volvimos a pasar por el mismo lugar y los campesinos de la aldea de Starodubovka (distrito de Mariopol) nos mostraron una tumba en que habían enterrado a nuestros camaradas. Hasta hoy, al pensar en esos valientes combatientes, todos simples campesinos, no puedo menos que llorar. Y sin embargo, querido amigo, es preciso que te lo diga, me parece que ese episodio me ha curado. Por la noche del mismo día monté a caballo y abandoné la región. “Hacia el mes de abril volví a entrar en contacto con mis tropas y las que estaban más próximas recibieron orden de ponerse en marcha hacia la región de Poltava. En mayo los destacamentos de Foma Kozin y de Kurilenko se reunieron formando un cuerpo de 2.000 lanceros y de algunos regimientos de infantería. Se resolvió marchar contra Járkov y expulsar a los amos de esa ciudad, al Partido Comunista. Pero éstos estaban ya en acecho. Enviaron a mi encuentro más de 50 autos blindados, varias divisiones de caballería y toda una armada de infantes. La lucha contra esas tropas duró semanas enteras. “Un mes más tarde, el camarada Shchuss moría en una batalla dada en esa misma región; había sido jefe del Estado Mayor de las tropas de Zabudko y había cumplido bravamente sus deberes. “Y un mes después le tocó el turno a Kurilenko. Cubría el paso de nuestras tropas a través de las vías férreas y se ocupaba personalmente de colocar los destacamentos, quedando siempre a la vanguardia. Fue sorprendido un día por la caballería de Budenny y pereció en la lucha. “El 18 de mayo de 1921 la caballería de Budenny se encontraba en marcha, desde Ekaterinoslav hacia el Don, para dominar allí la insurrección campesina, a cuyo frente se encontraban nuestros camaradas Brova y Maslak, aquel mismo que había sido anteriormente jefe de la primera brigada del cuerpo de ejército de Budenny y que se unió a nosotros con todos los hombres que mandaba. “Nuestro grupo, incluidos yo y nuestro Estado Mayor, estaba formado por varios destacamentos reunidos y se encontraba bajo las órdenes de Petrenko-Platonov a 15 ó 20 kilómetros aproximadamente del camino por el cual avanzaba el ejército de Budenny. Esa proximidad sedujo a este último, que sabía muy bien que yo estaba siempre junto a dicho grupo. Dio al jefe del destacamento de autos blindados número 21, que marchaba también a la sofocación de la sublevación campesina, la orden de disponer 16 autos blindados y de bloquear los alrededores de la aldea de Novogrigorievka. Budenny mismo se puso a la cabeza de una parte de la división 19 de caballería (antigua división del “servicio interior”) a través de los campos en dirección a Novogrigorievka y llegó antes que el jefe del destacamento de autos blindados; este último se vio obligado a evitar los barrancos y a buscar el vado de las corrientes, a disponer autos como centinelas, etc. La vigilancia de nuestros exploradores nos puso al corriente de todos esos movimientos, lo que nos dio la posibilidad de tomar prevenciones. Justamente en el momento en que Budenny se acercaba a nuestras posiciones nos lanzamos a su encuentro. “En un instante Budenny, que galopaba orgullosamente en primera fi la, huyó, abandonando a sus compañeros. “El combate que se entabló fue una verdadera pesadilla. Los soldados del Ejército Rojo enviados contra nosotros habían pertenecido a las tropas estacionadas en la Rusia Central para asegurar el orden interior. No habían combatido a nuestro lado en Crimea, no nos conocían, se los había engañado diciéndoles que éramos ‘vulgares bandidos’, así que su fi ereza estaba animada por aquello de no retroceder ante vulgares malhechores.“En cuanto a nuestros amigos, los insurrectos, se sentían en su derecho y estaban fi rmemente decididos a vencer y a desarmar al adversario. “El combate fue más encarnizado que ningún otro. Terminó con la derrota de las tropas de Budenny, lo cual llevó a la descomposición de su ejército y a la deserción de muchos soldados. “Luego formé un destacamento con los siberianos y los envié a Siberia, armados y provistos de lo necesario, bajo las órdenes del camarada Glazunov. Al comienzo del mes de agosto de 1921 vimos en los periódicos bolcheviques que ese destacamento había aparecido en Samara. Después no se oyó hablar más de él. “Durante todo el verano de 1921 no cesamos de combatir. “La sequía de ese verano y la mala cosecha que tuvo por consecuencia en Ekaterinoslav, Tauride y en parte también en Kerson y Poltava, así como en la región del Don, nos obligaron a dirigirnos en parte hacia el Kuban y hacia Tzarintzin y Saratov, en parte hacia Kiev y Chernigov. En esta última región dirigía la lucha el camarada Kozin. Cuando nos volvimos a encontrar me trasmitió la decisión tomada por los campesinos de Chernigov de sostenernos enteramente en nuestra lucha por los soviets libres. “En cuanto a mí, hice con los destacamentos de Zabudko y Petrenko un viaje hacia el Volga, me replegué sobre el Don, volviendo a encontrar en el camino muchas de nuestras tropas, que uní a las tropas del grupo de Azov (antiguo grupo de Vdovichenko). “Al comienzo de agosto de 1921, vista la gravedad de mis heridas, se decidió que debía partir con algunos de nuestros comandantes al extranjero para someterme a un tratamiento. Por ese tiempo fueron también gravemente heridos los mejores de nuestros comandantes: Kozin, Petrenko y Zabudko. “El 15 de agosto, acompañado de un centenar dé jinetes, me dirigí hacia el Dnieper y en la mañana del 16 pasamos el río, entre Orlik y Kremenchug, Con ayuda de 17 barcas de pescadores. El mismo día fui herido seis veces, pero ligeramente. “En el curso del camino, a la orilla derecha del Dnieper, nos encontramos con varios de nuestros destacamentos, a quienes explicamos la razón de nuestra partida para el extranjero. Todos nos decían la mismo: ‘Marchen, cuiden bien a nuestro Batko y regresen en nuestra ayuda...’. El 19, a una distancia de 12 kilómetros de Bobrinetz, encontramos la séptima división de caballería del Ejército Rojo, acantonada a lo largo de la ribera del Inguletz. Volver sobre nuestros pasos era la perdición, porque habíamos sido advertidos por un regimiento de caballería a nuestra derecha que se había precipitado a cortarnos la retirada. En un abrir y cerrar de ojos, desenvainando los sables y a los gritos de ‘¡Hurrah!’ cargamos directamente sobre las ametralladoras de la división. Conseguimos apoderarnos de 13 ametralladoras Maxim y de 3 Lewis. Después continuamos nuestro camino. “En el instante en que nos apoderamos de las ametralladoras la división se alarmó, formó rápidamente y nos atacó. Parecía que habíamos caído en una ratonera. Sin embargo no perdimos el valor y después de haber derribado el 38° regimiento de la división, avanzamos sin detenemos en un recorrido de 110 kilómetros, defendiéndonos sin cesar contra los ataques furiosos de esas tropas; acabamos por escapar a sus persecuciones, es verdad, pero después de haber perdido 17 de nuestros mejores compañeros en el camino. “El 22 de agosto tuvieron que ocuparse nuevamente de mí; una bala me habría perforado la cabeza, entrando por la derecha, un poco más abajo de la nuca y saliendo por la mejilla. Heme aquí de nuevo tendido en el fondo de un carruaje. Pero esto no hizo sino apresurar nuestra marcha. El 26 fuimos obligados a sostener un nuevo combate con los rojos, en el curso del cual perecieron nuestros mejores camaradas y combatientes, Petrenko, Platonov e Ivaniuk. Me vi obligado a cambiar nuestro itinerario y el 28 de agosto pasé el Dnieper. Heme aquí en el extranjero...” 89-92

"Desde su comienzo, desde los primeros días, el movimiento conocido con el nombre de makhnovismo recibió la adhesión de las clases pobres de todas las nacionalidades que habitaban la región. En su mayor parte estaba formada, naturalmente, por campesinos de nacionalidad ucraniana. Un 6 a 8% eran campesinos de la Rusia Central. Además la integraban griegos, israelitas, caucásicos y gentes de otras nacionalidades. Las aldeas situadas en los confi nes del mar de Azov y pobladas de griegos y de judíos tenían relaciones constantes con el movimiento. Varios de los mejores comandantes del ejército revolucionario eran de origen griego y hasta último momento el ejército contó con algunos destacamentos especiales de griegos. Formado por indigentes y fundido en una sola esencia por la unión natural de los trabajadores, el movimiento estuvo animado desde su comienzo por un profundo sentimiento de fraternidad de los pueblos, que es propio del trabajador oprimido. En su historia no hay un solo momento en que se haya seguido una consigna puramente nacionalista. Toda la lucha de los makhnovistas contra el bolchevismo fue dirigida en nombre de los derechos y de los intereses del trabajo. Los denikinianos, los austroalemanes, los petliuristas, las tropas de desembarco francesas (en Berdiansk), los secuaces de Wrangel fueron considerados por los makhnovistas, sobre todo, enemigos de la clase trabajadora. Cada una de esas invasiones representaba para ellos ante todo una amenaza para los trabajadores y no se interesaban en el pabellón nacional que cubría esas incursiones. En la “Declaración” publicada por el Consejo Revolucionario Militar del Ejército en octubre de 1919 los makhnovistas decían en el capítulo consagrado a la cuestión de las nacionalidades:
“Al hablar de la independencia de Ucrania entendemos esa independencia, no como nacional, en el sentido petliuriano, sino como la independencia social y laboriosa de los obreros y de los campesinos. Declaramos que el pueblo trabajador ucraniano (como cualquier otro) tiene derecho a forjar su propio destino, no como nación, sino como unión de trabajadores”. Sobre el problema del idioma que debía adoptarse en las escuelas, los makhnovistas escribieron:
“La sección de cultura y de instrucción del Ejército Makhnovista recibe constantemente preguntas procedentes de maestros que desean saber en qué idioma debe enseñarse en las escuelas ahora que las tropas de Denikin han sido expulsadas. Los insurrectos revolucionarios, conforme a los principios del verdadero socialismo, no podrían de ningún modo y bajo ningún pretexto violar los deseos naturales del pueblo ucraniano. Es por eso que la cuestión del idioma en que debe enseñarse en las escuelas no podrá ser decidida por nuestro ejército, sino por el pueblo a través de los maestros, de los alumnos y de sus padres. Se deduce que todas las órdenes que emanan del Consejo especial de Denikin, así como la orden número 22 del general May Maiewsky que impiden el empleo de la lengua materna en las escuelas serán consideradas en lo sucesivo nulas, puesto que han sido impuestas por la fuerza a nuestras escuelas. En interés del desenvolvimiento intelectual del pueblo, el idioma por adoptarse en las escuelas debe ser aquél hacia el cual tiende naturalmente la población, por eso la población, los maestros, los alumnos y sus padres, y no las autoridades o el ejército, decidirán libremente la cuestión.
Sección de Cultura y de Instrucción del Ejército de los Insurrectos Makhnovistas. (Put k Svobode, N° 10, del 18 de octubre de 1919)”. 93, 94

"Tenemos a mano un manifi esto publicado por los makhnovistas de común acuerdo con los anarquistas a propósito de casos de antisemitismo ocurridos en la primavera de 1919, relacionados con el comienzo de la ofensiva general de Denikin contra la revolución. He aquí el texto, con algunas omisiones.
“¡A LOS OBREROS, CAMPESINOS E INSURRECTOS!
¡Siempre con los oprimidos, contra los opresores! En los días penosos de la reacción, cuando la situación de los campesinos de Ucrania era particularmente dura y parecía no tener salida, ustedes fueron los primeros en levantarse como combatientes infl exibles e intrépidos por la gran causa de la emancipación de las masas laboriosas... Ése fue el momento más bello y el más lleno de alegría de nuestra revolución, porque marchábais contra el enemigo con las armas en la mano, en calidad de revolucionarios conscientes, animados por la alta idea de libertad y de igualdad. Pero elementos nocivos y criminales lograron infi ltrarse en nuestras fi las. Y al son de los cantos revolucionarios, de los cantos fraternales de la próxima liberación de los trabajadores, vinieron a mezclarse los sones terribles, los gritos desgarradores de los pobres judíos atormentados hasta la muerte... Sobre el fondo claro y resplandeciente de la revolución aparecieron manchas sombrías imborrables, producidas por la sangre de los pobres mártires judíos que, ahora como antes, continúan proporcionando, según el capricho de la reacción criminal, víctimas inocentes de la lucha de clases... Actos vergonzosos están en vías de ser realizados. Pogroms antisemitas tienen lugar. ¡Campesinos, obreros e insurrectos! Saben que los trabajadores de todas las nacionalidades –rusos, judíos, polacos, alemanes, armenios, etc.– sucumben de un modo semejante en el abismo de la miseria. Saben que millares de jóvenes judías son vendidas y deshonradas por el capital, lo mismo que las mujeres de otras nacionalidades. Saben cuántos honestos y valientes judíos militares revolucionarios han dado su vida por Rusia, por la libertad... La revolución y el honor de los trabajadores nos obligan a gritar fuerte, para hacer estremecer las fuerzas oscuras de la reacción, que todos hacemos la guerra a un enemigo común: al capital y al principio de autoridad, que oprimen igualmente a los trabajadores, sean de nacionalidad rusa, polaca, judía, etc. Debemos proclamar que nuestros enemigos son los explotadores y los opresores de todas las nacionalidades: el fabricante ruso, el dueño de las fundiciones alemanas, el banquero judío, el propietario latifundista polaco... La burguesía de todos los países y de todas las nacionalidades se ha unifi cado para una lucha encarnizada contra la revolución, contra las masas laboriosas del mundo y de todas las nacionalidades. ¡Campesinos, obreros e insurrectos! En este momento, cuando el enemigo internacional, la burguesía de todos los países, se ha precipitado sobre la Revolución Rusa y siembra a manos llenas la discordia nacional entre las masas trabajadoras para falsear la revolución y quebrantar los fundamentos de nuestra lucha de clases –la solidaridad y la unión de todos los trabajadores– es a ustedes a quienes corresponde la resistencia a los reaccionarios conscientes o inconscientes que ponen en peligro la causa de la emancipación del pueblo trabajador de las garras del capital y de la autoridad. Nuestro deber revolucionario es sofocar en germen toda persecución nacional y hacer despiadadamente justicia a todos los instigadores de pogroms antisemitas. El camino hacia la liberación del trabajo será abierto por la unión de los trabajadores de todo el universo. ¡Viva la Internacional del Trabajo! ¡Viva la Comuna anarquista libre!
Comité Ejecutivo del Consejo Militar Revolucionario de la Región de Guliay Polié. Grupo de anarquistas del Nabat, de Guliay Polié. Comandante en jefe de los insurrectos, Batko Makhno. Jefe del Estado Mayor del Ejército de los Insurrectos Makhnovistas, B. Veretelnikov. Guliay Polié, mayo de 1919.” 96


"Los comentadores bolcheviques, por su parte, no ven nada de nuevo en este texto con relación con las posiciones de Bakunin y Kropotkin55. Efi mov hace una interesante descripción de la práctica makhnovista de los soviets libres: “Estos órganos de poder eran muy primitivos. Carecían de un órgano central de gobierno, sólo existía el Soviet Revolucionario Militar, que era al mismo tiempo una suerte de parlamento y de órgano militar central, que trataba a la vez los asuntos militares y civiles. Este órgano cumplía a la vez funciones diversas y de gran amplitud. Pero cumpliendo con estas funciones sólo se presentaba como un órgano de orientación y no disponía de ningún derecho particular, todo el poder le pertenecía a los órganos locales. Todo eso venía a ser que cada pueblo, cada distrito se autogestionaba con total independencia. Sin embargo, la estructura de este poder ilusorio era de tipo soviético: había comités ejecutivos, los soviets de diputados, donde la gente electa se reunía y se ocupaba de cuestiones diversas, pero no fundamentales”56. 56 Efi mov: “Las operaciones contra Makhno, de enero de 1920 a enero de 1921”, en Estudios de la asociación militar y científi ca acerca de la Academia Militar (en ruso) Moscú, 1921, tomo I, p. 196. "120


"La revolución rusa" José Vazeilles


Febrero de 1917

Sujánov, “Apuntes sobre la revolución”:

“Ese día no se registraron choques con la policía o las tropas. Pero al día siguiente el movimiento creció. La huelga se extendió a la mitad del proletariado de San Petersburgo. Grandes masas proletarias, con banderas rojas, cantando himnos revolucionarios se lanzaron a las calles y plazas.
A la consigna de ‘Pan’ se sumaron las que condenaban a la guerra y la burguesía zarista. A las masas de obreros se unieron las de estudiantes y otros sectores. La represión, paralelamente, tuvo que cobrar más intensidad. Pero resultaba imposible dispersar tal marea multitudinaria. Además, las crónicas registran para ese día algunas actitudes significativas de la relación entre las masas y los soldados. En la plaza Snamenski, un diputado vió a la muchedumbre aplaudir a los cosacos. Intrigado por el hecho, fue informado por un transeúnte de que los cosacos habían alejado a la policía a causa de los métodos brutas que ésta empleaba con la gente. Poco después, el general Martinov informaría que ‘la gran mayoría de los soldados no estaban conforme con la tarea de reducir la revuelta que se le había asignado y disparaban únicamente por haber sido obligados a ello’.
El día 25, el movimiento se transformó casi en huelga general, con características semejantes al día anterior. Pero el zarismo estaba aún más lejos que Sir Buchanan (diplomático británico) de sospechar que se avecinaba su caída. El zar, desde su Cuartel General, le dirigió al Comandante Militar de la Capital, en horas de la tarde, el siguiente telegrama:
‘Le ordeno poner fin, a partir de mañana, a todos los desórdenes en las calles de la capital, por ser inadmisibles en estos difíciles momentos en que nos encontramos en guerra con Alemania y Austria.’
Al caer la tarde parecía que las masas se dispersaban definitivamente, como los registró un dirigente menchevique: ‘A las cinco de la tarde parecía que el zarismo se hubiera impuesto nuevamente y que el movimiento hubiera quedado definitivamente sofocado.” (pp. 79, 80, 81)


“El día 26 fue decisivo en este sentido. Las fuerzas policiales habían sido retiradas. Por su parte, no se sentían suficientemente respaldadas por las tropas, si al ejercer su represión resultaban rebasadas por las masas. Por la otra, el gobierno calculaba que su odiosa presencia excitaba más la combatividad del pueblo.
Como era domingo, a los dirigentes de la base obrera les resultaba imposible medir la decisión de mantener la huelga. No obstante hubo manifestaciones.
Siguiendo las instrucciones del zar, las tropas recibieron orden de disparar sus armas sin vacilar. En muchos casos lo hicieron y creció el número de muertos.
Pero en muchos otros se negaron a ir más allá de los disparos al aire. La orden de endurecer la represión fue decisiva: la negativa a acatarla estaba a un paso de la sublevación. Y si esto sucedía entre los soldados entre los oficiales cundió la deserción. Así quedó preparado el terreno para el día 27, el decisivo. Desde temprano, los obreros que concurren a las fábricas realizan asambleas que por unanimidad resulten continuar la huelga y el movimiento. Paralelamente, los regimientos se van sublevando uno tras otro, comenzando por el regimiento de Volinski que salió a la calle con la expresa finalidad de exhortar a otras unidades a la sublevación. Así se unieron grupos de obreros armadas y soldados para destruir las comisarías y cuarteles de gendarmes. A media mañana, el jefe militar de la capital, general Jabálov, recibía consternado la noticia de que los regimientos Volinski, Preobrajenski y de Lituania, unidos a obreros armas, habían procedido a la destrucción del cuartel general de la gendarmería.
La mayoría de las tropas que no se sublevaron permanecieron neutrales. Los pocos regimientos que intentaron resistir la insurrección fueron rápidamente reducidos por los obreros y soldados revolucionarios. En total, durante los cinco días, se registraron en San Petersburgo un millar y medio de muertos. La revolución se produjo asimismo en las otras ciudades importantes de Rusia, pero los acontecimientos decisivos t6uvieron lugar en la capital.
‘La Revolución de febrero de 1917 que derribó a la dinastía de los Románov fue la explosión espontánea del descontento de una multitud exasperada por las privaciones impuestas por la guerra y por la patente disparidad en la distribución de las cargas sociales. La revolución fue saludada con júbilo y aprovechada por gran parte de la burguesía y de la clase de los funcionarios estatales, que no creían ya en la bondad de la autocracia como forma de Gobierno y que, sobre todo, no tenían ningún respeto al zar ni a sus consejeros; y fue de ese sector de la población de donde salió el primer gobierno provisional. Los partidos revolucionarios no tuvieron parte alguna en el desarrollo de la revolución. En realidad, éstos no la esperaban y al principio les dejó un tanto perplejos.’ (Carr, “la revolución bolchevique”)” (pp. 82, 83, 84)



“Durante los cinco días decisivos el Zar permaneció en el Cuartel General de Mogilev, fuera de la capital. Como hemos consignado, el día 25, aunque algo preocupado, creía posible reprimir los ‘disturbios’ tan sólo mediante una orden severa, como lo revela su telegrama al general Jabálov.
El 27 todavía juzgaba, según las crónicas, que los mensajes ansiosos y dramáticos que le enviaban sus ministros eran ‘tonterías’. Pero el día 28, ya consumada la revolución, la propia Zarina, menos deseosa todavía que Nicolás II de ver la realidad, le telegrafió desde la Capital: ‘Es necesario hacer concesiones. Las huelgas continúan y muchas tropas se han pasado a la revolución’.
Nicolás partió entonces en su tren imperial hacia San Petersburgo. Pero el tren fue detenido en la localidad de Vischera por los obreros ferroviarios que se negaron a darle paso. Entonces el tren desvió a Psdov. Mientras tanto, el Zar se convencía de la necesidad de hacer concesiones y trató de negociar, al tiempo que ordenaba a algunas tropas que avanzaran sobre San Petersburgo. Pero cuando Jabálov informó al General Ivánov, que avanzaba al frente de tales tropas, sobre la situación, éste decidió prudentemente detenerse donde estaba.
El 1º de marzo por la noche el Zar fue informado de que no contaba con ningún apoyo militar serio. Finalmente, el día 2, a las 3 de la tarde, abdicó, prestando un consentimiento puramente formal a una irreversible situación de hecho, aunque él creyera que todavía el suyo era un acto libre:
‘Para salvar a Rusia –escribió- y retener las tropas en el frente he decidido dar este paso. Manifesté mi conformidad, y desde el Cuartel General se envió un proyecto de manifiesto. Por la tarde llegaron de Petrogrado Guchkov y Chulguin, y después de entrevistarme con ellos, les entregué el manifiesto corregido y firmado. A la una de la noche me marché de Pskov con el corazón dolorido. Por todas partes traición, cobardía y engaño.’ (Nicolás II, “Diario íntimo”).
Pocos días después, junto con su familia, fue arrestado y puesto en prisión …” (pp. 87, 88)




“… el apartamiento de Miliúkov y de Guchkov del gabinete gubernamental iba a llevar a la formación de un gobierno de coalición democrática, más amplia que la del primero, que consistían tan sólo en la coalición octubrista-kadete más el agregado de Kerenski. Esta coalición pasará a contar con diez ministros capitalistas y seis socialista. El bloque liberal conserva así la mayoría. Los nuevos ministros socialistas son Tsereteli (Correos), Tchernov (Agricultura), Skóbelev (Trabajo), Terechtechenko (Asuntos Exteriores), Kerenski (Guerra y Marina). “ (p. 112, 113)


Ante la represión a los bolcheviques por parte del gobierno provisional Trotski dirige una carta pública al gobierno.

“Ciudadanos Ministros: entiendo que ustedes han decretado el arresto de los camaradas Lenin, Zinóviev y Kaménev, pero que la orden de detención no me incluye a mí. Considero por lo tanto necesario llamar la atención de ustedes sobre los siguientes hechos: 1. Yo comparto en principio la actitud de Lenin, Zinóviev y Kaménev y la he expresado en el periódico Vperiod y en todos mis discursos públicos. 2. Mi actitud frente a los sucesos del 3 al 4 de julio fue idéntica a la de los camaradas mencionados (…) Ustedes carecen de razones lógicas para eximirme del decreto en virtud del cual se han expedido órdenes de arresto contra Lenin, Zinóviev y Kaménev …
Carecen ustedes de razones para dudar de que yo sea un adversario tan irreconciliable de la política general del gobierno como los camaradas antes mencionados. Mi exención sólo subraya mejor el carácter contrarrevolucionario e injustificado de la medida que ustede3s han tomado contra ellos.’ (Trotski, Carta Abierta al Gobierno Provisorio).
El 23 de julio, efectivamente, fueron arrestados Trotski y Lunacharski. Varias semanas después, la Oganización Interdistrital, a la ambos pertenecían, ingresó al Partido bolchevique y Trotski pasó a ser miembro del Comité Central del mismo.” (pp. 125, 126)


“Con la derrota de Kornilov se desencadenó una nueva serie de acontecimientos que condujeron directamente a la insurrección de octubre. Así como la revolución abortada del 3 al 4 de julio inclinó la balanza a favor de la contrarrevolución, esta contrarrevolución abortada la inclinó mucho más vigorosamente en la dirección opuesta. El segundo gobierno de coalición se vino abajo. Los ministros ‘kadetes’ renunciaron porque no favorecían la acción de Kerenski contra Kornilov. Los ministros socialistas se retiraron porque sospechaban que Kerenski había intrigado previamente con Kornilov contra el soviet estimulando las ambiciones de aquél. Durante un mes, Kerenski, incapaz de reunificar los fragmentos de la coalición destrozada, gobernó a través de un llamado Directorio, un comité pequeño y muy poco representativo.” /Isaac Deutscher, Trotski, el profeta armado, en p. 131)


“El 23 de setiembre, el Sóviets de Petrogrado eligió a Trotski como su Presidente. Al asumir Trotski, en nombre del nuevo espíritu del soviet, exigió la renuncia de Kerenski y el traspaso del poder al Congreso de los soviets.” (p. 133)


“Pero el desenlace insurreccional de la revolución no se resolvía exclusivamente en preparativos militares en planes estratégicos, en traslados de regimientos. La lucha política continuaba a todo vapor. Los periódicos de los diversos partidos y tendencias se imprimían por millares y eran arrebatados a los vendedores por el público, agotándose rápidamente. Nunca el pueblo ruso había leído tanto y tan febrilmente interesado en las noticias, las posiciones, los desmentidos, las réplicas y contrarréplicas. Además de los periódicos, los volantes y manifiestos, y, desde luego, los discursos.” (p. 139)


“El 26 de octubre se produjo el desenlace, es decir, la caída del gobierno provisional. Según Trotski, la insurrección estaba prevista para el día 25 (lo cual coincide con la anterior transcripción de John Reed sobre el discurso de Lenin), pero comenzó con antelación y terminó después de lo previsto, es decir, recién en la noche del día 26 de octubre.
Ya el 25 a media mañana el Comité Militar Revolucionario dio un comunicado anunciando el triunfo de la insurrección. Según el dirigente mencionado, era apresurado porque el gobierno todavía no había sido depuesto, pero reconoce que, en realidad, la victoria en la capital al menos, era un hecho militar incuestionable. En efecto, el control militar de las centrales eléctricas y telefónicas, estaciones ferroviarias y puentes por los insurrectos era indudable.
En la noche anterior, todo estos puntos fundamentales habían sido ocupados por los Guardias Rojos y los regimiento regulares que respondían al Comité Militar Revolucionario (dirigido por Trotski) en una operación planeada cuidadosamente, y que se ejecutó con precisa velocidad y sin ninguna alharaca. Al mediodía se sabía ya que Kerenski había huído, y en poder de las fuerzas del Gobierno Provisional quedaba sólo el Palacio de Invierno, que sitió Antónov-Ovseienko.” (p. 143)


Los bolcheviques toman el poder

“De inmediato, al día siguiente, comenzó la tarea del nuevo poder soviético.
‘…Finalmente, Lenin se puso de pie, manteniéndose en el borde de la tribuna, paseó sobre los asistentes su ojillos semicerrados, aparentemente insensible a la inmensa ovación, que se prolongó durante varios minutos. Cuando ésta hubo terminado, dijo simplemente:
-ahora procederemos a la edificación del orden socialista.
Nuevamente se produjo en la sala un fuerte rugido humano.
-En primer lugar, es preciso adoptar medidas prácticas para la consecución de la paz … Ofreceremos la paz a todos los pueblos de los países beligerantes a base de las condiciones soviéticas: nada de anexiones, nada de indemnizaciones, derecho de los pueblos a determinar su propia existencia. Al mismo tiempo, de acuerdo con lo que hemos prometido, haremos públicos y denunciaremos todos los tratados secretos …’ (John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo)
A continuación, Lenin leyó la famosa Proclama, dirigida a los pueblos y gobiernos del mundo, en cuyo texto se desarrollaban los conceptos que acababa de exponer sintéticamente. Esto inauguró una línea nueva en la política internacional; en particular, la publicación de los pactos secretos para conocimientos de los pueblos significó un giro decisivo en las prácticas diplomáticas. La declaración fue aprobada por unanimidad. Más adelante, Lenin propuso la aprobación del decreto sobre la propiedad de la tierra. Éste abolía, sin indemnización, la propiedad latifundista, y atribuía poder a los comités agrarios de comarca, y a los Sóviets de campesinos de distrito, la potestad de disponer de las fincas expropiadas a los terratenientes. Su artículo 5º decía: ‘No serán expropiadas las tierras de los simples campesinos y de los simples cosacos.’ Esta resolución fue aprobada, así como la siguiente que instauró el primer gobierno soviético.
Para diferenciarse del tipo de gobierno anterior, buscaron un nombre acorde con la tradición revolucionaria popular, que se remontaba a la revolución francesa, y los ministros pasaron a denominarse Comisarios del Pueblo. Así, el gobierno pasó a ser ejercido por un Consejo de Comisarios del Pueblo.
El decreto respectivo iba creando las primeras bases constitucionales del Estado Soviético, al establecer que dicho Consejo era responsable ante el Congreso de los Sóviets de diputados obreros, campesinos y soldados de toda Rusia y su Comité Ejecutivo Central (Tsik), quienes tenían el derecho de revocar sus mandatos. Luego establecía también los nombres del primer Consejo: al frente, como presidente del Consejo: Vladimir I. Uliánov (Lenin); en interior: A. Rykov y en Negocios Extranjeros: León D. Bronstein (Trotski).
De los Asuntos Militares y Navales, se nombró un Comité formado V. A. Ovseienko (Antónov), Krylenko y Dybenko.
El resto de los “comisariatos” fue el siguiente: Agricultura: Millútin; Trabajo, Schilápnikov; Asuntos de las Nacionalidades, José V. Dzhugashvili (Stalin); Comercio e Industria, Noguin; Instrucción Pública, A. V. Lunacharski; Finanzas, I. Skvortsov (Stepánov); Justicia, G. I. Oppókov (Lómov); Abastecimiento, I. A. Teodórovich; Correos y Telégrafos, N. P. Avilov (Glévob).
Continuó reinando el silencio, pero cuando se comenzó la lectura de la lista de comisarios, estallaron los aplausos después de leerse cada nombre, sobre todo al llegar a los de Lenin y Trotski (…). La sala estaba erizada de bayonetas. El Comité Militar Revolucionario armaba a todo el mundo: el bolcheviquismo se preparaba para el combate decisivo contra Kerenski …” (John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo. En pp. 152 a 155)


“La necesidad de recurrir a especialistas formados en el antiguo régimen, no se limitó, desde luego, al plano militar. La construcción económica los necesito igualmente.” (p. 158)


“Las dificultades emergentes del atraso ruso fueron casi una obsesión de los últimos años de Lenin.
‘Lanzad una mirada al mapa de la República Federal Rusa. Al norte de Vologoa, al suroeste de Rostov del Don y de Saratov, al sur de Onrenburg y de Omsk, al norte de Tomsk se extienden territorios inmensos en los cuales encontraríamos decenas de Estados civilizados. En todos estos territorios reinan el patriarcado, la semibarbarie y la barbarie verdadera. ¿Y en los campos remotos del resto de Rusia? Por todas partes decenas de kilómetros de carreteras vecinales –más exactamente decenas de kilómetros sin carreteras- separan las aldeas del ferrocarril, es decir, del ligamen material con la civilización, con el capitalismo, con la gran industria, con la gran ciudad. ¿No predomina por todos lugares el patriarcado, el oblomovismo, la semibarbarie …? El capitalismo es un mal frente al socialismo. El capitalismo es un bien frente al período medieval, frente a la pequeña producción, frente al burocratismo que ha llevado a la dispersión de los pequeños productores … La raíz económica de nuestro burocratismo es variada: el fraccionamiento, la dispersión de los pequeños agricultores, su miseria, su incultura, la insuficiencia de carreteras, la ignorancia, la falta de cambios entre la agricultura y la industria, la ausencia de ligámenes y contactos entre éstas.” (Lenin, Sobre el impuesto en especies) (pp. 159, 160)


"La época contemporánea" de Maurice Crouzet

Crouzet, M. “La época contemporánea”


“El resultado más importante de la primera guerra mundial ha sido sin duda la revolución rusa (…) pues ha roto la unidad del mundo que casi se había realizado en 1913. Bajo la dirección de las principales potencias europeas y de los Estados Unidos, todos los países económica y militarmente ‘atrasados’ se habían incorporado de grado o por fuerza en el mismo sistema económico y social, adoptando los mismos ideales los mismos modos de pensar y la misma técnica. El año 1917 marca una brusca ruptura. A partir de esta fecha se levanta frente al mundo liberal y capitalista un sistema de organización completamente nuevo, cuyos principios fundamentales son radicalmente opuestos y que evolucionará según reglas propias. Partiendo de una economía agrícola primitiva, la Rusia bolchevique se transformará en una potencia industrial y militar de primer orden.
(…)

Capítulo primero: La Revolución Rusa

El régimen zarista se hunde en pocos días bajo la presión de un movimiento espontáneo, en cuya preparación los revolucionarios sólo han desempeñado, al principio, un papel limitado. Muy pronto la monarquía constitucional, que era el objetivo de los primeros jefes de la revolución debe dejar paso a una república liberal y burguesa, y al cabo de pocos meses el fracaso de este régimen es de tal magnitud que se desmorona a su vez; en esta ocasión el partido bolchevique emprende la fundación de un Estado socialista.
(…)

I. La casa en llamas

La rapidez con que se produce este hundimiento se explica por la completa descomposición del régimen zarista. El imperio de Nicolás II, fundado en la opresión de las nacionalidades sometidas y en el dominio de una aristocracia poco numerosa, se había visto seriamente amenazado por la derrota y por las intentonas revolucionarias de 1905; el restablecimiento de la autoridad se había conseguido tan sólo gracias a una firme represión, favorecida por la ayuda económica de Francia, pero los antagonismos internos subsistían en todas las esferas y la guerra los acentúa hasta hacerlos intolerables.
(…)

Los antagonismos sociales y nacionales

La política de rusificación dirigida por el gobierno, la iglesia ortodoxa y el ejército- no sólo sobre las nacionalidades claramente alógenas sino también sobre los ucranianos- se había agravado todavía más desde 1905-1906 levantando unánimemente a la población contra el régimen y provocando en todas partes el nacimiento de partidos nacionalistas de tendencia separatista. El crecimiento de la población hacía que el ‘hombre de tierra’ fuese más vivo entre los campesinos, al tiempo que el desarrollo de la gran industria provocaba la formación de una clase obrera numerosa y misérrima, en el seno de la cual la fuerte concentración industrial favorecía la aparición de una conciencia de clase. Relativamente poco numerosa, la burguesía estaba descontenta, y sufría la arrogancia, la corrupción y la incapacidad administrativa de un régimen arcaico que desconocía sus intereses y obstaculizaba su progreso.
(…)

El gobierno provisional burgués

Bajo la presión de los obreros y de los soldados amotinados el régimen se desmorona casi sin resistencia, abandonado por quienes detentan la autoridad salvo por una fracción de la policía. Como en 1905, los vencedores forman espontáneamente un Soviet constituído por diputados de los obreros y de los soldados cuyo Comité Ejecutivo está presidido por un menchevique y Kerensky, que es socialista revolucionario. Por su parte, bajo la presidencia del príncipe Lvov, ministro del Interior, la Duma ha instituído un gobierno provisional.
Tras la desaparición de la monarquía que los burgueses y nobles liberales hubieran querido mantener para restablecer la disciplina militar y el orden social, aparece un régimen dualista en el que se oponen el gobierno provisional ‘legal’ que representa a la burguesía liberal, aunque sin poder, y el activo y dinámico Soviet que hace presión sobre aquél y cuya influencia aumenta a medida que los Soviets se multiplican hasta en los más pequeños pueblos. El gobierno provisional, con sus reformas introduce en Rusia las libertades clásicas de los países occidentales: Independencia de la iglesia ortodoxa, jurados en la administración de justicia, consejos administrativos locales elegidos mediante sufragio universal y jornada de 8 horas; pero mantiene el principio de ‘la Rusia una e indivisible’ y sólo reconoce la independencia de Polonia. Prosigue la guerra, demora la reforma agraria y busca la colaboración de las antiguas clases dirigentes. Esta actitud favorece el progreso del partido bolchevique, cuyo programa radical es popular: paz, libertad para las nacionalidades, expropiación de las grandes fincas y nacionalización de la tierra, de los bancos y de las grandes empresas y control obrero sobre la producción. Mucho menos sangrienta que la de marzo, la revolución de octubre derroca el gobierno de Kerensky, abandonado por todos aquellos que habían de ser sus partidarios, en medio de la apatía del pueblo.”





"La Revolución Desconocida" de Volin (protagonista de la Revolución)

En el campo, la pauperización y el descontento crecían. Los campesinos -140 millones de hombres, mujeres y niños- eran considerados como ganado humano. Los castigos corporales existieron, de hecho, hasta 1904, aunque habían sido abolidos por la ley de 1863. Falta de cultura general e instrucción elemental; maquinaria primitiva e insuficiente; carencia de crédito, protección y socorro; impuestos harto elevados; trato arbitrario, despreciativo e implacable por parte de las autoridades y las clases superiores; reducción continua de las parcelas de terreno a consecuencia de divisiones entre los nuevos miembros de las familias; competencia entre los campesinos acomodados y los propietarios de tierras, tales eran las múltiples causas de esa miseria. «Incluso la comunidad campesina, el famoso mir, no alcanzaba a mantener a sus miembros. El gobierno de Alejandro III y el de su sucesor, Nicolás II, hicieron lo posible para reducir el mir a una simple unidad administrativa estrechamente vigilada y dirigida a látigo por el Estado, útil sobre todo para recoger o, mejor, arrancar por la fuerza los impuestos y los censos.» ("La Revolución desconocida" p. 21)


En 1900 se manifestó una importante divergencia en el seno del Partido Socialdemócrata; una parte de sus miembros, atenida al programa mínimo, entendía que la revolución rusa, inminente, sería una revolución burguesa, muy moderada en sus resultados. No creía en la posibilidad de pasar de un salto de la monarquía feudal al socialismo. Una república democrática burguesa, al abrir las puertas a una rápida evolución capitalista, echaría las bases del futuro socialismo: tal era su idea fundamental. Una revolución social en Rusia era, según su parecer,
imposible entonces.
Sin embargo, muchos miembros del partido eran de distinta opinión. Para ellos, la próxima revolución tenía ya todas las posibilidades de convertirse en una revolución social, con sus consecuencias lógicas. Estos socialistas renunciaban al programa mínimo y se preparaban a la conquista del poder por el partido y a la lucha inmediata y decisiva contra el capitalismo.
Líderes del primer grupo eran Plejanov, Martov y otros. El gran inspirador del segundo fue Lenin. La escisión definitiva entre ambos grupos se produjo en 1903, en el Congreso de Londres. Los socialdemócratas de tendencia leninista estaban allí en mayoría. Mayoría es, en ruso, bolshinstvó; a sus partidarios se les llamó bolcheviques (mayoritarios). Minoría es menshinstvó, de donde procede mencheviques (minoritarios). Las tendencias se denominaron bolchevismo, la mayoritaria, y menchevismo, la minoritaria.
Después de su victoria de 1917, los bolcheviques se constituyeron en Partido Comunista, en tanto que los mencheviques conservaron el nombre de Partido Socialdemócrata. (p. 43)



En enero de 1917 la situación se hizo ostensible. El caos económico, la miseria del pueblo trabajador y la desorganización social llegaron a tal punto que los habitantes de las grandes ciudades, en Petrogrado8 especialmente, comenzaron a carecer de combustibles, de ropas, carne, manteca, azúcar y aun de pan.
En febrero, la situación se agravó más. A pesar de los esfuerzos de la Duma, las asambleas provinciales, las municipalidades, los comités y las uniones, no sólo la población de las ciudades se vio ante el hambre, sino que el aprovisionamiento del ejército devino muy deficiente. Al mismo tiempo, el desastre militar fue completo. (p. 49)


El 24 de febrero comenzaron los tumultos en Petrogrado. Provocados sobre todo por la falta de víveres, no parecía que fueran a agravarse. Pero al día siguiente, 25 de febrero de 1917 (calendario antiguo), los acontecimientos recrudecieron; los obreros de la capital, sintiéndose solidarios con el país entero, en extrema agitación desde semanas, hambrientos, sin pan siquiera, se lanzaron a las calles y se negaron a dispersarse.
Este primer día, sin embargo, las manifestaciones se mantuvieron prudentes e inofensivas. En masas compactas, los obreros, con sus mujeres e hijos, llenaban las calles y gritaban: «¡Pan! ¡Pan! ¡No tenemos qué comer! ¡Que se nos alimente o que se nos fusile a todos! ¡Nuestros hijos mueren de hambre! ¡Pan! ¡Pan!»
El gobierno imprudente, envió contra los manifestantes policía, destacamentos de tropas a caballo y cosacos. Pero había pocas tropas en Petrogrado, salvo los reservistas poco seguros. Además, los obreros no se amedrentaron y ofrecían a los soldados sus pechos; tomaban a sus hijos en brazos y gritaban: «¡Matadnos, si queréis! ¡Más vale morir de un balazo que de hambre!...» Los soldados, con la sonrisa en los labios, trotaban prudentemente entre la muchedumbre, sin usar sus armas, sin escuchar las ordenes de los oficiales, que tampoco insistían. En algunos lugares los soldados confraternizaban con los obreros, llegando hasta entregarles sus fusiles, apearse y mezclarse con el pueblo. Esta actitud de las tropas envalentonaba a las masas. No obstante, en ciertos puntos la policía y los cosacos cargaron contra grupos de manifestantes con banderas rojas. Hubo muertos y heridos.
En los cuarteles de la capital y de los suburbios los regimientos de guarnición titubeaban aún en sumarse a la revolución. El gobierno vacilaba también en mandarlos a combatirla.
El 26 de febrero a la mañana, el gobierno decretó la disolución de la Duma. Fue como la señal, que todos parecían esperar, para la acción decisiva. La novedad, conocida en todas partes en seguida, estimuló a la lucha; las manifestaciones se transformaron revolucionariamente. «¡Abajo el zarismo! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la Revolución!», eran los gritos que enardecían a la muchedumbre, que adoptaba sucesivamente una actitud cada vez más decidida y amenazante. Se comenzó a atacar a la policía; muchos edificios administrativos fueron incendiados, entre ellos el Palacio de Justicia. Las calles se interceptaron con barricadas y pronto aparecieron numerosas banderas rojas. Los soldados seguían en su neutralidad benévola, pero se mezclaban cada vez más con la muchedumbre. El gobierno podía contar cada vez menos con ellos.
Lanzó entonces contra los rebeldes todas las fuerzas policiales de la capital. Los policías formaron deprisa destacamentos de ataque en masa: instalaron ametralladoras en los tejados de las casas y de algunas iglesias, ocupando todos los puntos estratégicos, Luego comenzaron una ofensiva general contra las masas sublevadas.
La lucha fue encarnizada durante todo el 26 de febrero. En muchas partes la policía fue desalojada, sus agentes muertos y sus ametralladoras silenciadas. Pero, a pesar de todo, ella resistía con tenacidad.
El Zar, a la sazón en el frente, fue prevenido telegráficamente de la gravedad de los acontecimientos. En la espera, la Duma decidió declararse en sesión permanente y no ceder a las tentativas de su disolución.
La acción decisiva fue el 27 de febrero.
Desde la mañana, regimientos de la guarnición, abandonando toda vacilación, se amotinaron, salieron de sus cuarteles, armas en mano, y ocuparon algunos puntos estratégicos de la ciudad, después de pequeñas escaramuzas con la policía. La Revolución ganaba terreno. En un momento dado, una masa compacta, particularmente amenazante, decidida y parcialmente armada, se concentró en la plaza Znamenskaya y en los alrededores de la estación Nicolayevski. El gobierno envió dos regimientos de caballería de la Guardia Imperial, los únicos con que podía aún contar, y fuertes destacamentos de policías a caballo y a pie. Las tropas debían sostener y rematar la acción policial.
Tras de la intimación usual, el oficial de policía dio orden de cargar. Pero entonces se produjo este último estupendo hecho: el oficial que mandaba los regimientos de la guardia, levantó su sable al grito de: «¡Adelante! ¡Contra la policía, a la carga!», y lanzó los dos regimientos contra las fuerzas policiales, que fueron desorganizadas, derribadas y destrozadas.
Pronto la última resistencia de la policía fue quebrada. Las tropas revolucionarias se apoderaron del arsenal y ocuparon todos los puntos vitales de la ciudad. Rodeados por una muchedumbre delirante, los regimientos, con sus banderas desplegadas, se dirigieron al Palacio Tauride, donde sesionaba la pobre cuarta Duma, y se pusieron a su disposición.
Poco más tarde, los últimos regimientos de la guarnición de Petrogrado y alrededores se sublevaron. El zarismo no tenía más fuerza armada leal en la capital. La población estaba libre. La Revolución triunfaba.
Se constituyó un gobierno provisional, que comprendía miembros influyentes de la Duma, y que fue frenéticamente aclamado por el pueblo.
El interior se plegó entusiasta a la revolución. Algunas tropas, traídas del frente de batalla, por orden del Zar, a la capital rebelde, no pudieron llegar. En las proximidades de la ciudad los ferroviarios se rehusaron a transportarlas y los soldados se indisciplinaron y se pasaron resueltamente a la revolución. Algunos volvieron al frente, otros se dispersaron tranquilamente por el país.
El mismo Zar, que se dirigía a la capital por ferrocarril, vio detenerse su tren en la estación de Dno y dar marcha atrás hasta Pskov. Allí fue entrevistado por una delegación de la Duma y por personajes militares plegados a la revolución. Era necesario rendirse ante la evidencia. Después de algunas cuestiones de detalle, Nicolás II firmó su abdicación, por sí y por su hijo Alexis, el 2 de marzo.
Un momento, el gobierno provisorio pensó en hacer subir al trono al hermano del ex emperador, el gran duque Miguel, pero éste declinó el ofrecimiento y declaró que la suerte del país y de la dinastía debía ser puesta en manos de una Asamblea Constituyente regularmente convocada. El frente aclamaba la revolución. El zarismo había caído. La Asamblea Constituyente fue inscripta en el orden del día. Esperando su convocación, el gobierno provisorio se constituía en autoridad oficial, «reconocida y responsable». Así terminó el primer acto de la revolución victoriosa.
El punto capital a destacar en tales hechos es que la acción de las masas fue espontánea, victoriosa lógica y fatalmente, tras un largo período de experiencias vividas y de preparación moral. No fue organizada ni guiada por ningún partido político. 51
Apoyada por el pueblo en armas (el ejército) triunfó. El elemento de organización debía intervenir, e intervino, inmediatamente después. A causa de la represión, todos los organismos centrales de los partidos políticos de izquierda, así como sus jefes, se encontraban, en el momento de la revolución, lejos de Rusia. Martov, del socialdemócrata; Chernov del socialista revolucionario; Lenin, Trotski, Lunacharski, Losovski, Rikov, Bujarin, etc., todos ellos vivían en el extranjero. Solo después de la Revolución de febrero volvieron al país. (p. 50,y 51y 52)
El gobierno provisional formado por la Duma era burgués y conservador. Sus miembros, Príncipe Lvov, Guchkov, Miliukov y otros, pertenecían (salvo Kerenski, vagamente socialista), políticamente al Partido Constitucional Demócrata, y socialmente a las clases privilegiadas. Para ellos, una vez vencido el absolutismo, la revolución estaba terminada. (p. 53)


Kerenski no osó ni abandonar la guerra, ni dar la espalda a la burguesía y apoyarse firmemente sobre la clase trabajadora. Ni siquiera se atrevió a continuar la revolución y a acelerar la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
¡La guerra a todo precio y por todos los medios!
Kerenski adoptó reformas inoportunas: restablecimiento de la pena de muerte y de los consejos de guerra en el frente; medidas represivas en la retaguardia; en seguida muchas visitas al frente para pronunciar arengas y discursos inflamados que debían, según él, hacer renacer en los soldados el entusiasmo guerrero de la primera hora, la guerra continuaba por la sola fuerza de la inercia, y quería darle mayor impulso con palabras y castigos, sin comprender la realidad.
Tanto peroraba, que su título de comandante en jefe (además de presidente del Consejo de Ministros) fue rápidamente modificado por el público en orador en jefe.
En dos meses, su popularidad cayó en el ridículo; los trabajadores y los soldados terminaron por burlarse de sus discursos, pues querían actos de paz y de revolución social, así como la convocación rápida de la Constituyente. La obstinación con que todos los gobiernos retardaron esta convocatoria fue una de las razones de su impopularidad. Los bolcheviques se aprovecharon de ello y prometieron la convocatoria de la Asamblea en cuanto estuvieran en el poder.
Las razones de la bancarrota del gobierno Kerenski fueron las mismas que provocaron el fracaso de los gobiernos precedentes: la imposibilidad para los socialistas moderados de cesar la guerra; la impotencia lastimosa de este cuarto gobierno para resolver los problemas urgentes y su intención de mantener la revolución dentro de los límites del régimen burgués.
Las lógicas consecuencias de esas insuficiencias fueron fatales, y agravaron la situación y precipitaron la caída de Kerenski.
El partido bolchevique, habiendo reunido sus mejores fuerzas y teniendo también un poderoso organismo de propaganda y de acción, derramaba diariamente a través del país, por miles de voces y artículos, críticas hábiles, sustanciosas, vigorosas, contra la política, la actitud y la actividad toda del gobierno y de todos los socialistas moderados.
Estaba por la inmediata terminación de la guerra, la desmovilización, la continuación de la revolución. Difundía, con máxima energía, sus ideas sociales y revolucionarias.
Repetía todos los días sus promesas de convocar inmediatamente la Constituyente y de resolver, en fin, rápidamente y con buen éxito, todos los problemas de la hora si llegaba al poder. Golpeaba diariamente el mismo clavo sin cansarse ni dejarse intimidar: ¡El poder! «Todo el poder para los Soviets», clamaba continuamente. El poder político para el comunismo, y todo quedaría arreglado y resuelto.
Cada vez más escuchado y seguido por los trabajadores intelectuales, por los obreros y por el ejército; multiplicando vertiginosamente el número de adherentes y penetrando así en todas las fábricas y empresas, el partido bolchevique disponía ya en junio de cuadros imponentes de militantes, agitadores, propagandistas, escritores, organizadores y hombres de acción. También disponía de fondos considerables. Y tenía a su cabeza un Comité Central poderoso, dirigido por Lenin. Desplegaba una actividad tremenda, febril, fulminante, y pronto se sintió, al menos moralmente, dueño de la situación, tanto más cuanto que no tenía rivales en la extrema avanzada. El Partido Socialista Revolucionario de izquierda, mucho más débil, no era más que un satélite; la propaganda anarquista estaba en sus comienzos, y el sindicalismo revolucionario no existía.
Kerenski, presionado por sus aliados, fascinado por sus sueños guerreros y probablemente por sus propios discursos, tuvo la desgracia de desencadenar, el 18 de junio, su famosa ofensiva sobre el frente alemán, que fracasó lamentablemente y dio un golpe terrible a su popularidad. Ya el 3 de julio estalló en Petrogrado una revuelta armada contra el gobierno, con participación de tropas, particularmente marinos de Kronstadt, a los gritos de «¡Abajo Kerenski! ¡Viva la revolución social! ¡Todo el poder para los Soviets!». Esta vez Kerenski pudo todavía, aunque con dificultad, dominar la situación. Pero perdió hasta la sombra de su antigua influencia. Un acontecimiento particular le dio el golpe de gracia. Desesperado por la marcha ascendente de la revolución y por la indecisión de Kerenski, un general blanco, Kornilov9, sacó del frente algunos millares de soldados, la mayoría pertenecientes a tropas caucasianas, especie de tropas coloniales, más fácilmente manejables y engañables, les mintió sobre lo que pasaba en la capital y los mando sobre Petrogrado, bajo el mando de un general leal, «para terminar con las bandas de criminales armados y defender al gobierno, impotente para exterminarlos».
Kerenski no ofreció a Kornilov más que una débil resistencia, de pura apariencia.
La capital fue salvada únicamente gracias a un impulso fogoso, a un prodigioso esfuerzo y al sacrificio de los mismos obreros. Con la ayuda de la izquierda del Soviet de Petrogrado, algunos miles de obreros se armaron a toda prisa y partieron por propia iniciativa al frente contra Kornilov. Una batalla en las proximidades de Petrogrado quedó indecisa. Los obreros no cedieron una pulgada de terreno, pero dejaron muchos cadáveres, y no estaban seguros de tener, al día siguiente, suficientes hombres y municiones. Gracias a una acción rápida y enérgica de ferroviarios y empleados del telégrafo, ayudados vigorosamente por comités de soldados del frente, el cuartel general de Kornilov fue aislado. Por la noche, los soldados de Kornilov, sorprendidos por la heroica resistencia de los bandidos, los criminales y holgazanes, y previendo el engaño, pudieron comprobar que los cadáveres todos tenían las manos callosas de los trabajadores auténticos. Algunos grupos socialistas del Cáucaso en Petrogrado decidieron hacer llegar una delegación al campamento de las tropas de Kornilov. La delegación se encaró con los soldados, los puso al corriente de la verdadera situación, destruyó definitivamente la fábula de los bandidos y los persuadió a abandonar la lucha fratricida. A la mañana siguiente, los soldados de Kornilov declararon que habían sido engañados, rehusaron batirse contra sus hermanos y volvieron al frente. Así fracasó esta aventura.
Al día siguiente la opinión pública acusó a Kerenski de haber estado secretamente en connivencia con Kornilov; verdadera o no, esta versión se divulgó; moralmente se responsabilizó al gobierno de Kerenski y en general a los socialistas moderados; el camino estaba despejado para una resuelta ofensiva del partido bolchevista.
Se produjo aún un hecho de importancia capital. En las nuevas elecciones de delegados a los Soviets, de los comités de fábrica y de las células del ejército, los bolchevistas obtuvieron una abrumadora victoria sobre los socialistas moderados; el partido bolchevique se apoderó definitivamente de toda la acción obrera y revolucionaria; con el concurso de los socialistas revolucionarios de izquierda, ganó también grandes simpatías entre el campesinado. Excelentes posiciones estratégicas estaban ahora en sus manos para una acción decisiva.
Lenin encaró la convocatoria de un congreso panruso de los soviets, que debía levantarse contra el poder de Kerenski, derribarlo con la ayuda del ejército e inaugurar el del partido bolchevique.
Los preparativos para la ejecución del plan comenzaron de inmediato, en parte públicamente y en parte reservadamente. Lenin, obligado a ocultarse, dirigía las operaciones a distancia. Kerenski, aun olfateando el peligro, era impotente para conjurarlo. Los acontecimientos se precipitaron, y el último acto del drama iba a comenzar.
En resumen, todos los gobiernos conservadores o moderados que se sucedieron de febrero a octubre de 1917 probaron su impotencia para resolver los problemas excepcionalmente graves y agudos que la revolución planteó, por lo que el país echo por tierra sucesivamente, en el corto espacio de ocho meses, al gobierno conservador burgués de factura constitucional, a la democracia burguesa y, al fin, al poder socialista moderado.
Dos hechos marcaron sobre todo esa impotencia: primero, la imposibilidad para el país de continuar la guerra, y para los gobiernos de hacerla cesar; segundo, la urgencia que el país atribuía a la convocatoria a la Asamblea Constituyente y la imposibilidad para los gobiernos de convocarla.
La vigorosa propaganda de la extrema izquierda por la inmediata paralización de la guerra, por la rápida convocación de la Constituyente y por la revolución social integral , como único medio de salvación, junto a otros factores de menor importancia, excitaron esta marcha fulminante de la revolución.
Así, la Revolución rusa, desencadenada a fines de febrero de 1917 contra el zarismo, quemó rápidamente las etapas de una revolución política burguesa, democrática y socialista moderada. En octubre, libre de obstáculos el camino, la revolución se asentó, efectiva y definitivamente, en el terreno de la Revolución social. Fue perfectamente lógico y natural que, después de la caída de todos los gobiernos y partidos políticos moderados, el pueblo se volviera hacia el partido bolchevique, último partido existente, el único que permanecía en pie, que había encarado sin temor la Revolución social y que prometía, a condición de llegar al poder, la solución rápida y feliz de todos los problemas.
La propaganda anarquista, lo repetimos, era todavía demasiado débil para tener una influencia inmediata y concreta sobre los acontecimientos. Y el movimiento sindicalista no existía.
Desde el punto de vista social, la situación era ésta: tres elementos fundamentales se hallaban en presencia: primero, la burguesía; segundo, la clase obrera; tercero, el partido bolchevique, que figuraba como ideología de vanguardia.
La burguesía era débil y el partido bolchevique no tuvo demasiadas dificultades en destruirla.
La clase obrera también era débil. No organizada, sin experiencia y, en el fondo, inconsciente de su verdadera tarea, no supo obrar inmediatamente ella misma, por su propia cuenta. Se dejo llevar por el Partido Comunista, que se apoderó de su acción. Esta insuficiencia de la clase obrera rusa en los comienzos de la revolución sería fatal para la secuencia de los acontecimientos y también para la Revolución integral. (Ya hemos hablado del nefasto Pasivo de la revolución abortada de 1905-1906: la clase obrera no conquistó el derecho de organizarse; permaneció desunida. En 1917 se resentiría de ello.)
El partido bolchevique, al apoderarse de la acción, en lugar de prestar simplemente apoyo a los trabajadores en sus esfuerzos para completar la Revolución y emanciparse, en lugar de ayudarlos en su lucha, papel que en su pensamiento los
obreros le asignaban y que debiera ser, normalmente, el de todas las ideologías revolucionarias, y que por nada exige la toma ni el ejercicio del poder político10, el partido bolchevique, una vez en el poder, se instaló en él como dueño absoluto; se corrompió rápidamente y se organizó como casta privilegiada y, por consiguiente; destruyó y subyugó a la clase obrera para explotarla en su provecho, bajo nuevas formas.
De este hecho, toda la revolución resultará falseada, desviada, pues cuando las masas populares comprendan el error y el peligro será demasiado tarde: después de una lucha dura y desigual contra los nuevos amos, sólidamente organizados administrativa, militar y policialmente, que durará unos tres años y será ignorada fuera de Rusia, el pueblo sucumbirá. La verdadera (pp. 58, 59, 60)



Conocidas la extrema debilidad del gobierno Kerenski y la simpatía de una aplastante mayoría popular, con el apoyo activo de la flota de Kronstadt, siempre a la vanguardia de la revolución, y de gran parte de las tropas de Petrogrado, el Comité Central del partido bolchevique fijó la insurrección para el día 25 de octubre. El Congreso panruso de los soviets fue convocado para la misma fecha.
Los miembros del Comité Central estaban convencidos de que este congreso de mayoría bolchevique y obediente a las directivas del partido debía proclamar y apoyar la revolución y reunir todas las fuerzas para hacer frente a la resistencia de Kerenski. La insurrección se produjo el día señalado por la tarde. Y, simultáneamente, el congreso de soviets se reunió en Petrogrado. No hubo combates en las calles ni se levantaron barricadas.
Abandonado por todo el mundo, el gobierno Kerenski, asido a verdaderas quimeras, permanecía en el Palacio de Invierno, defendido por un batallón seleccionado, otro compuesto de mujeres y algunos jóvenes oficiales aspirantes. Tropas bolcheviques, de acuerdo con un plan establecido en el Congreso de soviets y el Comité Central del partido, cercaron el palacio y atacaron sus defensas. La acción fue sostenida por naves de guerra de la flota del Báltico, de Kronstadt, alineadas sobre el río Neva, con el crucero Aurora. Después de una breve escaramuza y algunos disparos de cañón desde el crucero, las tropas bolcheviques se apoderaron del palacio.
Kerenski había huido. Los demás miembros de su gobierno fueron arrestados. Así, en Petrogrado la insurrección se limitó a una pequeña operación militar, conducida por el partido bolchevique. Habiendo quedado vacante el gobierno, el Comité Central del partido se instaló como vencedor en aquella revolución de palacio. (…)
En Moscú y otras partes la toma del poder por el partido bolchevique se efectuó con menos facilidad.
Moscú vivió días de combates encarnizados entre las fuerzas revolucionarias y las de la reacción, que dejaron muchas víctimas. Numerosos barrios de la ciudad resultaron muy dañados por el fuego de la artillería. Finalmente, la revolución la ocupó. En otras ciudades, igualmente la victoria costó violentas luchas.
El campo, en general, permaneció casi indiferente. Los campesinos estaban muy absorbidos por sus preocupaciones locales: desde hacía mucho tiempo se preocupaban en resolver por sí mismos el problema agrario; no temían el poder de los bolcheviques.
Puesto que tenían la tierra y no temían el retorno de los señores, estaban bastante satisfechos y eran indiferentes ante los defensores del trono. No esperaban nada malo de los bolcheviques, ya que se decía que éstos querían terminar la guerra, lo cual les parecía justo. No tenían, pues, ningún motivo para desconfiar de la nueva revolución. (pp. 62 y 63)



Los anarcosindicalistas expresaron así sus dudas y su pensamiento (Golos Truda, semanario de Petrogrado, número 11, 20 de octubre de 1917, editorial «¿Es éste el final?»):
La realización eventual de todo el poder para los soviets –la toma del poder político, mejor dicho-, ¿será el final? ¿Será esto todo? ¿Consumará este acto la obra destructiva de la revolución? ¿Allanará definitivamente el terreno para la gran edificación social, para el impulso creador del pueblo en revolución?
La victoria de los soviets –si se verifica- y, una vez más, la organización del poder que la siga, ¿significará efectivamente la victoria del Trabajo, de las fuerzas organizadas de los trabajadores, el comienzo de la verdadera construcción socialista? Esta victoria y este nuevo poder, ¿lograrán sacar la revolución del callejón sin salida en que se ha metido? ¿Lograrán abrir nuevos horizontes creadores a la revolución, a las masas, a todos? ¿Señalarán a la revolución el verdadero camino de un trabajo constructivo, la solución efectiva de todos los problemas candentes de la época?
Todo dependerá de la interpretación que los vencedores den a la palabra poder y a su noción de la organización del poder, y de qué modo la victoria será utilizada acto seguido por los elementos que dispondrán del llamado poder.
Si por poder se quiere significar que todo trabajo creador y toda actividad organizadora, en toda extensión del país, pasarán a las manos de los organismos obreros y campesinos, sostenidos por las masas armadas. Si se entiende por poder el pleno derecho de estos organismos de ejercer tal actividad y federarse con este fin, natural y libremente, comenzando así la nueva construcción económica y social que oriente la revolución hacía nuevos horizontes de paz, de igualdad económica y de verdadera libertad.
Si la palabra de orden «todo el poder para los soviets» no significa la instalación de núcleos de un poder político, subordinados a un centro político y autoritario general del Estado.
Si, en fin, el partido político aspirante al poder y a la dominación se elimina después de la victoria y cede efectivamente su lugar a una libre autoorganización de los trabajadores.
Si el poder de los soviets no deviene, en realidad, un poder estatista de un nuevo partido político.
Entonces, solamente entonces, la nueva crisis podrá ser la última y significar el principio de una nueva era.
Pero si se entiende por poder una actividad de núcleos políticos y autoritarios de partido, dirigidos por su centro político y autoritario (poder central del partido y del Estado); si la toma del poder los soviets significa, en realidad, la usurpación del poder por un nuevo partido político, con el fin de reconstruir, con ayuda de ese poder, desde arriba y desde el centro, toda la vida económica y social del país, y resolver igualmente los complicados problemas del momento y de la época, entonces, esta nueva etapa de la revolución no será tampoco definitiva. No dudamos un solo instante que este nuevo poder no sabrá comenzar la verdadera construcción socialista, ni siquiera satisfacer las necesidades y los intereses esenciales e inmediatos de la población. No dudamos que pronto las masas se decepcionarán de sus nuevos ídolos y habrán de volverse hacía nuevas otras soluciones. Entonces, tras un intervalo más o menos prolongado, la lucha recomenzará necesariamente. Y será el comienzo de la tercera y última etapa de la Revolución rusa, la que hará de ella, efectivamente, una Gran Revolución.
Será ésta una lucha entre las fuerzas vivas desplegadas por el impulso creador de las masas, por una parte, y el poder socialdemócrata, de espíritu centralista, defendiéndose furiosamente, por la otra; esto es: lucha de los organismos obreros y campesinos actuantes directamente y por iniciativa propia, que toman posesión de la tierra y de todos los medios de producción, de transporte y distribución, para establecer, en entera independencia, una vida humana verdaderamente nueva, por una parte; y la autoridad marxista política, por la otra; lucha, en fin, entre los sistemas libertario y autoritario, entre los dos principios que se disputan desde hace tanto tiempo la preeminencia: el principio anarquista y el marxista.
Sólo la victoria completa, definitiva, del principio anarquista, principio de autoorganización libre y natural de las masas, significará la verdadera victoria de la Gran Revolución.
No creemos en la posibilidad de cumplir la Revolución social por el procedimiento político.
No creemos que la obra de la nueva construcción social ni la solución de los problemas tan vastos, varios y complicados de nuestro tiempo puedan ser realizados por actos políticos, mediante la toma del poder, desde arriba, desde el centro…
¡Quién viva, verá! (pp. 82, 83)

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